Cartas de Amor En la Distancia
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"-No te pongas nerviosa, querida-me dijo, tocándome el brazo ligeramente y apartándose luego como si quemase. Ya te he dicho que esto no volverá a suceder. Ha sido un momento de debilidad, pero los dos somos personas fuertes y sabremos mantenernos firmes en lo que es nuestro deber.
¿Nuestro deber? ¿Y cuál era nuestro deber? Según lo que VÃctor pensaba el mÃo era seguir soportando un matrimonio que me pesaba como si arrastrase un lastre insoportable; y el suyo me imagino que serÃa continuar en su ministerio, celebrando misa a diario, confesando a todas las beatas del pueblo y administrando la extremaunción a los enfermos, aparte de las bodas, bautizos y entierros de rigor. Lo grave, estaba segura de ello, era la diferencia existente entre nosotros dos: yo era profundamente infeliz y no me resignaba, mientras que él parecÃa estar contento con su fe, aunque ahora, después de haberme conocido, se sintiese oprimido por la culpa de sus sentimientos hacia mÃ. Porque esos sentimientos existÃan, estaba segura de ello; y él mismo me lo habÃa confesado. Pero estaba acostumbrado al sacrificio, a la renuncia, a poner su satisfacción personal en última fila, después de su fe, su devoción, sus obligacionesÂ…Le miré de reojo mientras volvÃa a sentarme. SentÃa las piernas extrañamente débiles, como si fuesen de goma. Ese beso, tantas veces soñado, tan deseado, me habÃa dejado ansiosa por una parte, aunque de otra manera me habÃa quedado tranquila, laxa y relajada como después de hacer ejercicio. Me apartó la silla para que me sentase y él lo hizo enfrente de mÃ. Ambos nos miramos a los ojos. Él no decÃa nada. Era capaz de mantenerse en silencio, simplemente mirándome, mucho tiempo. Y aunque al principio me costase mantener su mirada y empezase a hablar sin sentido, ahora habÃa empezado a acostumbrarme y me dejaba quemar gustosa por ese fuego interior que parecÃa alimentarle.
-Mi Natalia-dijo simplemente.
-¿Tu Natalia?-intenté burlarme. Pensé que te debÃas a tus fieles y en ti no habÃa lugar para el hombre, solo para el sacerdote.
Su cara se desfiguró en una mueca de dolor. Y me arrepentà de haber pronunciado esas palabras hirientes. Pero ya estaban dichas, no podÃa retirarlas y en el fondo tampoco deseaba hacerlo. QuerÃa que supiese cuánto me hacÃa sufrir cuando parecÃa elevarse por encima de los deseos comunes a casi todos los humanos. Me habÃa tocado lidiar con el más difÃcil de los hombres; el asceta que es capaz de dejar de lado sus sentimientos y anhelos para hacer lo que ha prometido hacer.
-También soy un hombre, Natalia, aunque intente someter al humano que hay en mà para que prevalezca el ministro del Señor. A duras penas lo consigo y tú no me lo pones fácil precisamente.
-¿Ah no?-le pregunté haciéndome la inocente. Pues lo siento de verdad; no sé qué es lo que hago mal, pero dime cómo puedo evitarlo y lo haré. Tendremos que vernos irremediablemente en las clases de religión de los niños, pero desde luego no volveré a verte a solas ya que tanto te turba y te molesta mi presencia. No quiero ser la causa de que te apartes ni un milÃmetro de tu deber. A veces pienso que te educó un general sin sentimientos.
-No, mi padre no era general-me contestó, manteniendo ese mismo gesto dolorido que se le habÃa dibujado en la cara al oÃr mis reproches. En realidad, pocos recuerdos tengo de él. Murió cuando yo tenÃa ocho años.
-Lo siento-dije, dándome cuenta de la vanalidad de mis palabras.
Él se encogió de hombros, como quitándole importancia. Me resultaba extraño verle sin la sotana puesta. Aunque era el sÃmbolo de aquello que nos separaba, que me impedÃa sentirle totalmente mÃo, me habÃa acostumbrado a verle con ese atuendo que le retrataba como persona especial, como un ente Ãntimamente unido a una fuerza más allá de lo cotidiano y propio del resto de los humanos. Su rostro habÃa cambiado; la sonrisa y el brillo de los ojos de cuando entré se habÃan borrado. Me maldije porque sabÃa que era culpa mÃa. ¿Qué clase de persona horrible era yo para dañar a quien amaba con todas mis fuerzas? Me agarré con las dos manos al borde de la silla hasta que los nudillos me dolieron. Era tanta el ansia que tenÃa de abrazarle, de recorrer su cara y su cabeza con mis manos, de mimarle y quererle, que me hacÃa daño por dentro. SentÃa el pecho dolorido y la garganta comprimida por una bola de sentimientos, de pena, de impotencia y de dolor. ¿Qué pecado tan horrendo habÃamos cometido en otra vida para estar ahora condenados a esta situación horrible que nos llevaba al borde de la locura?
-Se lo que estás pasando, amor mÃo-me dijo con su voz suave, mirándome fijamente, acariciándome en silencio y sin tocarme. Y lo sé porque tu dolor es el mÃo y porque me dejarÃa matar antes que hacerte daño. Pero he hecho unos votos que son sagrados para mà y que no puedo romper. Esto que ahora sucede es por mi culpa, porque soy débil y egoÃsta y no he sido capaz de separarme de ti a tiempo.
No supe qué decirle; las palabras se me quedaban atascadas en la garganta. Pero de una cosa estaba segura, y es que la culpa no era suya. Los dos habÃamos sido culpables, o quizá ninguno. Lo cierto es que uno no elige de quien se enamora, y nosotros nos habÃamos conocido en el momento menos adecuado. Cerré los ojos por unos minutos, tratando de imaginar lo que hubiese sido nuestra vida si nos hubiésemos conocido veinte años antes."
Beth01 de noviembre de 2011
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Whenshesmile
tengo que leer-meló desde el principio .. no entendÃa muy bien.
conprencion.
01/11/11 08:11
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Laredacción
¿Sé lo que estás pensando, amor mÃo?...vaya, vaya, con el pater, no parece muy dispuesto a que todo termine.
Otro gran capÃtulo, muy buena narración.
Besos.
01/11/11 09:11
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Beth
Si,me imagino que esta historia o se lee desde el principìo o no se entiende
01/11/11 10:11
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Beth
Ay Esteban, ese Páter es mucho Páter. A mi me trae por el camino de la amargura
01/11/11 10:11
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Endlesslove
Querer con sentimiento de culpas Â… nada bueno
¡Cuánto dolor trae ese amor!, tanta pena e impotencia, pero era un hecho, el sentimiento estaba y no se escoge a quien se quiere.
Ay yo estoy también que le doy un beso al Victor, es una ternura, está luchando ( que pecadora dios mio) jajaj
SeguimosÂ… un beso
03/11/11 03:11
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Beth
Si, querida, yo también soy pecadora y mucho. Luego rezamos dos rosarios y un avemarÃa y a correr
03/11/11 03:11
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Serge
Beth:
Las cosas son como son y el tiempo nunca se para. Por algo suceden las cosas en la vida de alguien.
Natalia debe seguir su instinto sin reprochar su pasado.
Un gusto leerte.
Serge.
08/11/11 10:11
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Beth
Ay gatito, pero a veces la gente tiene eso que se llama conciencia. Un abrazo
08/11/11 11:11