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Cartas de Amor En la Distancia 24

"-No te pongas nerviosa, querida-me dijo, tocándome el brazo ligeramente y apartándose luego como si quemase. Ya te he dicho que esto no volverá a suceder. Ha sido un momento de debilidad, pero los dos somos personas fuertes y sabremos mantenernos firmes en lo que es nuestro deber.
¿Nuestro deber? ¿Y cuál era nuestro deber? Según lo que Víctor pensaba el mío era seguir soportando un matrimonio que me pesaba como si arrastrase un lastre insoportable; y el suyo me imagino que sería continuar en su ministerio, celebrando misa a diario, confesando a todas las beatas del pueblo y administrando la extremaunción a los enfermos, aparte de las bodas, bautizos y entierros de rigor. Lo grave, estaba segura de ello, era la diferencia existente entre nosotros dos: yo era profundamente infeliz y no me resignaba, mientras que él parecía estar contento con su fe, aunque ahora, después de haberme conocido, se sintiese oprimido por la culpa de sus sentimientos hacia mí. Porque esos sentimientos existían, estaba segura de ello; y él mismo me lo había confesado. Pero estaba acostumbrado al sacrificio, a la renuncia, a poner su satisfacción personal en última fila, después de su fe, su devoción, sus obligaciones…Le miré de reojo mientras volvía a sentarme. Sentía las piernas extrañamente débiles, como si fuesen de goma. Ese beso, tantas veces soñado, tan deseado, me había dejado ansiosa por una parte, aunque de otra manera me había quedado tranquila, laxa y relajada como después de hacer ejercicio. Me apartó la silla para que me sentase y él lo hizo enfrente de mí. Ambos nos miramos a los ojos. Él no decía nada. Era capaz de mantenerse en silencio, simplemente mirándome, mucho tiempo. Y aunque al principio me costase mantener su mirada y empezase a hablar sin sentido, ahora había empezado a acostumbrarme y me dejaba quemar gustosa por ese fuego interior que parecía alimentarle.
-Mi Natalia-dijo simplemente.
-¿Tu Natalia?-intenté burlarme. Pensé que te debías a tus fieles y en ti no había lugar para el hombre, solo para el sacerdote.
Su cara se desfiguró en una mueca de dolor. Y me arrepentí de haber pronunciado esas palabras hirientes. Pero ya estaban dichas, no podía retirarlas y en el fondo tampoco deseaba hacerlo. Quería que supiese cuánto me hacía sufrir cuando parecía elevarse por encima de los deseos comunes a casi todos los humanos. Me había tocado lidiar con el más difícil de los hombres; el asceta que es capaz de dejar de lado sus sentimientos y anhelos para hacer lo que ha prometido hacer.
-También soy un hombre, Natalia, aunque intente someter al humano que hay en mí para que prevalezca el ministro del Señor. A duras penas lo consigo y tú no me lo pones fácil precisamente.
-¿Ah no?-le pregunté haciéndome la inocente. Pues lo siento de verdad; no sé qué es lo que hago mal, pero dime cómo puedo evitarlo y lo haré. Tendremos que vernos irremediablemente en las clases de religión de los niños, pero desde luego no volveré a verte a solas ya que tanto te turba y te molesta mi presencia. No quiero ser la causa de que te apartes ni un milímetro de tu deber. A veces pienso que te educó un general sin sentimientos.
-No, mi padre no era general-me contestó, manteniendo ese mismo gesto dolorido que se le había dibujado en la cara al oír mis reproches. En realidad, pocos recuerdos tengo de él. Murió cuando yo tenía ocho años.
-Lo siento-dije, dándome cuenta de la vanalidad de mis palabras.
Él se encogió de hombros, como quitándole importancia. Me resultaba extraño verle sin la sotana puesta. Aunque era el símbolo de aquello que nos separaba, que me impedía sentirle totalmente mío, me había acostumbrado a verle con ese atuendo que le retrataba como persona especial, como un ente íntimamente unido a una fuerza más allá de lo cotidiano y propio del resto de los humanos. Su rostro había cambiado; la sonrisa y el brillo de los ojos de cuando entré se habían borrado. Me maldije porque sabía que era culpa mía. ¿Qué clase de persona horrible era yo para dañar a quien amaba con todas mis fuerzas? Me agarré con las dos manos al borde de la silla hasta que los nudillos me dolieron. Era tanta el ansia que tenía de abrazarle, de recorrer su cara y su cabeza con mis manos, de mimarle y quererle, que me hacía daño por dentro. Sentía el pecho dolorido y la garganta comprimida por una bola de sentimientos, de pena, de impotencia y de dolor. ¿Qué pecado tan horrendo habíamos cometido en otra vida para estar ahora condenados a esta situación horrible que nos llevaba al borde de la locura?
-Se lo que estás pasando, amor mío-me dijo con su voz suave, mirándome fijamente, acariciándome en silencio y sin tocarme. Y lo sé porque tu dolor es el mío y porque me dejaría matar antes que hacerte daño. Pero he hecho unos votos que son sagrados para mí y que no puedo romper. Esto que ahora sucede es por mi culpa, porque soy débil y egoísta y no he sido capaz de separarme de ti a tiempo.
No supe qué decirle; las palabras se me quedaban atascadas en la garganta. Pero de una cosa estaba segura, y es que la culpa no era suya. Los dos habíamos sido culpables, o quizá ninguno. Lo cierto es que uno no elige de quien se enamora, y nosotros nos habíamos conocido en el momento menos adecuado. Cerré los ojos por unos minutos, tratando de imaginar lo que hubiese sido nuestra vida si nos hubiésemos conocido veinte años antes."
Beth01 de noviembre de 2011

8 Comentarios

  • Whenshesmile

    tengo que leer-meló desde el principio .. no entendía muy bien.
    conprencion.

    01/11/11 08:11

  • Laredacción

    ¿Sé lo que estás pensando, amor mío?...vaya, vaya, con el pater, no parece muy dispuesto a que todo termine.
    Otro gran capítulo, muy buena narración.
    Besos.

    01/11/11 09:11

  • Beth

    Si,me imagino que esta historia o se lee desde el principìo o no se entiende

    01/11/11 10:11

  • Beth

    Ay Esteban, ese Páter es mucho Páter. A mi me trae por el camino de la amargura

    01/11/11 10:11

  • Endlesslove

    Querer con sentimiento de culpas Â… nada bueno
    ¡Cuánto dolor trae ese amor!, tanta pena e impotencia, pero era un hecho, el sentimiento estaba y no se escoge a quien se quiere.
    Ay yo estoy también que le doy un beso al Victor, es una ternura, está luchando ( que pecadora dios mio) jajaj
    SeguimosÂ… un beso

    03/11/11 03:11

  • Beth

    Si, querida, yo también soy pecadora y mucho. Luego rezamos dos rosarios y un avemaría y a correr

    03/11/11 03:11

  • Serge

    Beth:
    Las cosas son como son y el tiempo nunca se para. Por algo suceden las cosas en la vida de alguien.
    Natalia debe seguir su instinto sin reprochar su pasado.

    Un gusto leerte.

    Serge.

    08/11/11 10:11

  • Beth

    Ay gatito, pero a veces la gente tiene eso que se llama conciencia. Un abrazo

    08/11/11 11:11

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