Cartas de Amor En la Distancia
25
"Como solÃa sucedernos tantas veces, él adivinó lo que yo estaba pensando, tal era nuestro grado de unión.
-No, Natalia, ya sé que piensas que nos hemos conocido demasiado tarde, pero creo que las cosas suceden cuando tienen que suceder, sin más. De nada sirve lamentarse. Es lo que nos ha tocado vivir.
-SÃ, ya sé que tú estás muy acostumbrado a eso de la resignación cristiana-le contesté, con algo de furia todavÃa dentro de mÃ. Pero supongo que yo debo de ser una hereje.
Me sonrió con esa risa franca y directa como la de un niño, y me desarmó por completo. Nos miramos a los ojos y nos echamos a reÃr a la vez. Ambos sabÃamos que yo estaba interpretando un papel; el de mala y dura sin corazón, porque esa era siempre mi coraza cuando los sentimientos me desbordaban y temÃa no ser capaz de controlarlos."
Gabriel dejó de leer, a la vez que Isabel dejaba vagar la mirada por esa sala de estar que le traÃa tantos recuerdos. Se fijó en la mecedora de Mamá, en la alfombra ya algo raÃda, pero todavÃa tan hermosa; en las plantas diseminadas en macetas de terracota y alguna que otra de mimbre. Los libros de Mamá, amontonados como siempre, en su sempiterno desorden y precario equilibrio sobre las baldas; tanto que parecÃa que de un momento a otro el mueble librerÃa se vendrÃa abajo por el peso. Aquella era la habitación que su madre habÃa creado para refugiarse en su seno y apartarse del dolor y el desengaño del mundo exterior. Por mal que fuesen las cosas fuera, siempre le quedaba el refugio de sus cosas familiares, de sus olores y esencias. Miró con cariño aquella jaula blanca, tan antigua, tan hermosa todavÃa, y que nunca en vida de Mamá habÃa albergado en su interior un pájaro. Ella pensaba que era algo tremendamente cruel encerrar a los pajaritos en jaulas, aunque fuesen tan hermosas como aquella. PreferÃa ponerles comederos en el patio de la cocina o en el jardÃn. Nunca faltaban en su casa los trinos de los pájaros, pero podÃan ir y venir a su antojo, eran libres. Mamá apreciaba la libertad demasiado como para quitársela a ningún ser vivo. Y por eso la jaula antigua sólo habÃa servido para albergar en su interior bonitas plantas y adornar la estancia.
-Esa coraza de la que habla tu madre-empezó a decir Gabriel, y ella le miró con asombro. Por un momento se habÃa olvidado de que no estaba sola en la habitación.
-Perdona, estaba distraÃda, cariño. ¿Qué dices de una coraza?
-Esa coraza debe de ser cosa de familia, como el color del pelo o de los ojos.
-No sé lo que quieres decir-se evadió Isabel. Aunque sabÃa perfectamente por dónde iba y necesitaba desviar la conversación. Estaban entrando en terreno peligroso.
Gabriel se levantó para coger un cigarrillo del bolsillo de su chaqueta, colgada en el vestÃbulo. Lo encendió despacio y lo paladeó. Le encantaba fumar y ahora mismo estaba, de manera deliberada, rompiendo las normas de que no se podÃa fumar dentro de la casa. A Isabel le habÃa molestado siempre el humo, y él la respetaba. Pero en ese justo instante y de manera algo irracional, decidió provocarla, medir hasta donde podÃa llegar sin que ella saltase. Era algo totalmente infantil, pero gozaba poniéndola a prueba.
-No me pidas que esté a tu lado cuando te mueras de cáncer de pulmón-le acusó con una mirada frÃa, mientras le arrojaba más que le daba, un cenicero.
-Estábamos hablando de esa coraza propia de las mujeres de tu familia.
-Tú estabas hablando de tonterÃas. Yo no sé nada de corazas ni de milongas.
-Pues para no saber, no te la quitas ni a tiros.
-Bah, la nicotina te trastorna el cerebro. Siempre he dicho que los hombres nacéis con pocas neuronas, pero está visto que a ti en el reparto te ha tocado solo una y la llevas floja.
La miró de reojo, dándose cuenta de que como siempre que tenÃa miedo de enfrentar sus sentimientos, se hacÃa la dura y fingÃa mal humor. Sonrió para sÃ; exactamente lo que Natalia contaba en esa extraña historia suya.
-Bueno, cariño, da igual. Hoy estoy de muy buen humor, tenemos el fin de semana por delante para estar juntos, para pasear por los bosques de alrededor y para ir a comer a algún sitio bonito; asà que no pienso discutir contigo. Si tú me dices que no llevas coraza, te creeré, aunque a veces más que una coraza parece una armadura completa.
-Bobadas-le rebatió. Estoy pensando que mañana podrÃamos llevar a la TÃa Esther a comer a ese restaurante que hay cerca del rÃo, ella y Mamá iban allà a menudo y la pobre siempre está en casa. Ya sabes que le da mucha pereza conducir.
-SÃ, y menos mal. Le da por apretar el acelerador y no se da cuenta de que ni su vista ni sus reflejos son los de antes. Un dÃa de estos nos dará un disgusto.
-Ella es prudente, Gaby, y ha conducido toda su vida. No creo que le pase nada. Pero bueno, ¿qué dices? ¿La llamo para decirle que mañana la recogemos y nos la llevamos a comer?
-SÃ, claro, lo que tú digas, llámala, me gustará verla de nuevo.
Ya Isabel se alejaba para buscar su móvil en el bolso cuando se volvió ante las palabras de Gabriel.
-Supongo que te pondrás a preparar la lista
-¿Qué lista? No sé de qué demonios me hablas.
-De la lista de preguntas para la TÃa Esther. A mà no me engañas, querida. Ya sé que la quieres mucho y que siempre te gusta verla, pero ese afán porque nos la llevemos a comer mañana tiene mucho que ver con que la quieres asaetear a preguntas para ver qué sacas en limpio de la historia de tu madre y el cura.
En respuesta Isabel le tiró a la cabeza un cojÃn, o por lo menos lo intentó, porque él fue más rápido y consiguió esquivar el golpe.
-SÃ, enfádate, pero al final ya sabes que tengo razón. No das puntada sin hilo. Creo que te has equivocado de profesión; en vez de economista deberÃas de haber sido detective.
Pero mientras hablaba con su tÃa, Isabel reconoció que en parte era verdad, la invitación estaba bastante relacionada con el deseo de saber, de que Esther pudiese revelarle los motivos de su madre para buscar el amor fuera. Aunque, ahora que lo pensaba, ¿desde cuándo la gente necesitaba de un motivo para enamorarse? SabÃa que se estaba comportando de una manera un tanto ridÃcula, pero era incapaz de dejar de ver a su madre como lo que siempre habÃa sido para ella; una señora ya de cierta edad cuyo único afán en la vida era el bienestar de los demás. Estaba visto que se habÃa equivocado y Mamá era algo más. Por eso, porque no querÃa juzgarla durante más tiempo sin saber, debÃa hablar seriamente con Esther. TendrÃa que sincerarse con ella y darle su opinión, compartir los recuerdos que tuviese de aquella época.
Beth02 de noviembre de 2011
-
Endlesslove
También peleo con eso de "la resignación”, a veces no lo interpreto bien, es como si no se quisiera luchar.
¿Y las corazas? no solo abundan en la familia de Natalia, las llevamos con nosotros y como bien dices llegar por momentos a ser armaduras. Es para protegernos ¿o no?
Un beso Beth
Susana
03/11/11 03:11
-
Beth
Pues si, las corazas...se yo bastante de eso. La mÃa todavÃa no me la he quitado del todo, a ratitos solo para respirar mejor. Otro beso para ti
03/11/11 03:11
-
Laredacción
La falta de tiempo me hace ir un poco retrasado, pero aquà seguimos.
Saludos.
06/11/11 11:11
-
Beth
Muchas gracias, Esteban, por seguir estas chaladuras mÃas. Que tu inicio de la semana sea estupendo
07/11/11 10:11
-
Serge
Beth:
Gabriel tiene razón esa cena sólo es un pretexto para sondear a la tia.
Las mascaras y corazas son usadas tanto por hombres como mujeres. Las circunstancias siempre nos exigen una de ellas.
Un gusto leerte, amita.
Serge.
08/11/11 11:11
-
Beth
Si, Alteza, todos llevamos algún tipo de máscara o de coraza con la que nos protegemos.
08/11/11 11:11