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Cartas de Amor En la Distancia 36

Isabel no se sorprendió de las reacciones de su abuela; ella siempre había sabido que en realidad, bajo ese manto de ironía y brusquedad, había un corazón tierno que siempre había pretendido esconder. Aunque con ella, quizá por ser la más pequeña de sus nietos, se había mostrado inusitadamente tierna. ¡Cuánto echaba de menos todavía a la abuela Carmen!
Mientras se preparaba para ir a la cama, pensó en Mamá y en cuanto había debido de sufrir. Ella sabía por experiencia lo que se sufría por los males de amor. Cuando volvió con Gabriel su amiga Nélida se enfadó con ella, porque tomó su vuelta como una especie de claudicación, de genuflexión ante el macho. Estuvieron varios meses sin dirigirse la palabra, quizá porque Nélida pensaba que cuando daba un consejo, éste debía ser seguido al pie de la letra. Pero Isabel detestaba que le diesen consejos; sobre todo cuando no los pedía. En eso Mamá era una maestra; ella nunca preguntaba nada; se limitaba a estar siempre ahí para ayudar pero sin resultar nunca un agobio. Sólo ahora que ya no estaba, se daba cuenta Isabel de las cualidades que siempre habían adornado a su madre. Se metió en la cama con el cuaderno y siguió leyendo.
"Al lunes siguiente empezaban de nuevo las clases y no me quedaría más remedio que ver a Víctor. Sucedió cuando salía de clase, a última hora ya. Me encaminaba a recoger el coche cuando él me abordó en la esquina de la plaza. De nuevo llevaba a Sam, al que acaricié el lomo. Ese perro era un poco mío también; le habían abandonado en un penoso estado y Víctor le recogió al poco de conocernos. Yo le ayudé a llevarle al veterinario y le puse el nombre. A él le daba igual que sus animales tuviesen nombre, pero para mí resultaba impensable tener en casa a una mascota sin nombre. Y desde entonces Sam había sido un nexo más de unión entre los dos.
-¿Qué tal está tu madre?-me preguntó
-Muy bien, gracias. Le has gustado.
-Igual que ella a mí. Ahora sé de dónde has sacado tú ese sentido del humor tan extraño que tienes.
-Ya ves, será cosa de familia-bromeé.
-Natalia, mi Natalia-me dijo con una voz tan sensual que aunque no me tocaba, me estremecí, porque en realidad ambos éramos conscientes de que me estaba acariciando. ¿Por qué no has contestado a mis cartas?
Me encogí de hombros. ¿Qué podía decirle? No deseaba herirle, pero ambos nos pasábamos la vida haciéndonos daño sin quererlo.
-Natalia, no me hagas sufrir. Tu silencio me mata. ¿Es que no lo sabes?
-Víctor, eres tan inteligente para todo y tan inepto para estas cosas del amor, que me vuelves loca. ¿Piensas que si no te contesto es por algún afán de crueldad innata que me hace gozar con tu dolor? Antes me haría daño a mí misma que hacértelo a ti. ¿Te enteras, cura estúpido?
-Perdóname, vida mía-me dijo alargando la mano de manera instintiva; aunque se dio cuenta a tiempo y la metió en el bolsillo. Ya sé que no quieres que sufra; pero si no hablas, si no me llamas ni me escribes, me matas. No soporto estar sin saber de ti. ¿Es eso un pecado?
-Dímelo tú, Páter. Yo no soy la experta en pecados. Tú sí. Sospecho que tienes licenciatura y diplomas en los diversos pecados y sus penitencias. Yo sólo sé que amar nunca puede ser pecado. Entonces, ¿qué es matar, robar, dejar que la gente se muera de hambre o torturar a seres inocentes? Eso es pecado. Lo nuestro es amor, lisa y llanamente. Yo nunca he amado a nadie como te amo a ti.
-Yo tampoco, te lo juro.
-Pero amas más a Dios.
-No lo mires de esa manera, querida mía. He hecho unos votos que para mí son sagrados y tengo que respetarlos. Aunque eso me cueste la vida y la felicidad. No soy libre.
-Y si para estar satisfecho de tu comportamiento me tienes que sacrificar a mí, lo harás; ¿verdad?
Bajó la cabeza, entre avergonzado y triste.
-Es mi obligación; así me han educado, y no puedo faltar a mis promesas. ¿Piensas que a mí no se me parte el corazón al verte cada día y no poder tocarte? ¿Crees que no te añoro cuando llega la noche y me voy a dormir solo, a ese cuarto frío y sin vida?
-No lo sé, Víctor. Bastante tengo con luchar cada día conmigo misma para ser capaz de levantarme cada mañana y hacer lo que los demás esperan de mí. Y te juro que no es sencillo. Hay noches en las que le ruego a Dios que no me deje despertar.
-No digas eso. Ni de broma digas eso. Mi mundo se acabaría si tú no estuvieses. No puedes ser mía, pero al menos sé que vives, que respiras el mismo aire que yo; que compartimos el mismo sol, estas montañas que nos rodean-dijo abriendo los brazos-y que cuando cae la noche, la luna es la misma para los dos.
Se había levantado viento en aquella tarde oscura y el aire presagiaba lluvia. Se me soltó un mechón de pelo del moño y parecía empeñado en taparme la visión. Llevaba las dos manos ocupadas con el bolso y varias carpetas, y no podía desembarazarme de ese molesto pelo. Me quedé temblando literalmente cuando sentí cómo Víctor me apartaba suavemente ese mechón rebelde y me lo colocaba tras la oreja. Le rogué en silencio al dios de los amantes clandestinos que nos protegiese de la vista de alguna comadre maledicente que estuviese oteando tras las ventanas. Y él, que siempre sabía qué pensaba, me tranquilizó, riendo con esa risa suya, algo ronca pero fresca como la de un niño.
-No te preocupes, cariño mío. He mirado que nadie estuviese vigilando. No te perjudicaría por nada del mundo.
-Tú tampoco saldrías muy bien parado, querido Páter. Si se descubre que entre el cura y la maestra, casada para más inri, hay algo indecoroso, creo que el arzobispo podría quemarte en la plaza en la que ahora estamos.
-Bueno, no hará falta en todo caso. Y a todo esto, me ha encantado conocer a tu madre. ¿Sabes que te pareces mucho a ella?
-Pues no sé si es un cumplido, la verdad.
-Claro que lo es. Me parece un encanto de mujer; fuerte y decidida siempre.
-En cualquier caso me viene bien tenerla en casa unos días. Así al menos tengo a alguien adulto con quien hablar.
No contestó nada y yo sabía por qué. No deseaba pensar en mi vida lejos de él; al igual que yo obviaba cada vez que podía su situación como sacerdote. Cada uno de nosotros echábamos mano de los pobres medios a nuestro alcance para olvidarnos de la terrible situación en la que estábamos inmersos. Sin decir nada, ambos empezamos a caminar en dirección a la iglesia. El pretexto era que me entregase un libro que yo no necesitaba. Lo que de verdad queríamos era tener un rato para nosotros solos, para mirarnos en silencio y acariciarnos con los ojos. De eso vivíamos las horas en que estábamos separados. Caminamos a la par, a una prudente distancia; pero aun así pude aspirar su aroma; un olor que a pesar de todos los años que han pasado llevo prendido en el alma. Me han quitado muchas cosas en la vida, pero nadie puede hacer que me desprenda de su olor. Todavía me hace llorar en mis noches solitarias cuando lo recuerdo.
Hacía mucho frío en la sacristía, a pesar de la estufa de leña.
-Tienes que cuidarte más; aquí hace mucho frío y acabarás enfermo. Entre eso y tu manía de comer tarde y mal, me vas a matar a disgustos.
Como siempre que no quería contestar a algo, se encogió de hombros y me siguió preguntando cosas de mi madre. Sería un sacerdote, pero era terco como el más terco de los hombres. Esto me llevó a recordar la primera noche que pasó en mi casa, cuando pasé por su cuarto para saber si necesitaba algo. Ya estaba acostada, con uno de sus níveos camisones bordados y el pelo trenzado. Se había puesto su crema de manos de rosas, y ese olor, que me recordaba a mi infancia, impregnaba todo el cuarto. Me senté al borde de la cama, y apoyé la cabeza en el regazo de mi madre y por un momento volví a ser una niña pequeña.
-Duerme tranquila, hija-me dijo acariciando mi cabeza. Las cosas siempre pasan por un motivo, y quizá de todo esto que es doloroso, saquemos algo bueno. En cualquier caso, él es un buen hombre que nunca te hará daño a sabiendas".


Beth20 de diciembre de 2011

8 Comentarios

  • Serge

    Beth:
    "Las cosas siempre pasan por un motivo, y quizá de todo esto que es doloroso, saquemos algo bueno".

    Amita, el amor es siempre complicado e incomprensible. Esta historia me ha hecho suspirar y maullar.

    Un gusto leerte.

    Sergei.

    20/12/11 03:12

  • Beth

    Es verdad que eso pienso, todo ocurre por algo y para algo, gatito, y es mejor pensar que para algo bueno, aunque eso bueno tarde en llegar. Una caricia en tu lomo.

    ¿Sabes que he pasado el fin de semana rodeada de gatos? Había una gata muy presumida que miraba fijamente como me maquillaba y creo que hasta aprendió a hacerlo ella también. Con mejores resultados que yo, por cierto; estaba mucho más favorecida

    20/12/11 03:12

  • Serge

    Jejejejejeje... Yo tengo varias gatas preciosas y presumidas, aunque todos los gatos por naturaleza son presumidos.

    20/12/11 03:12

  • Beth

    Si, doy fe. Y los machos algo ...raros. Dos de ellos se han pasado dos días escondidos para no verme, y al final, cuando han querido, se han dedicado a perseguirme y espiarme como les ha dado la gana. Habría que escribir un tratado sobre la caprichosa naturaleza de raza gatuna

    20/12/11 04:12

  • Serge

    Tengo un gato macho llamado "oso" y cuando me ve se hace el dormido. Lo llamo por su nombre varias veces y mantiene los ojos cerrados, al sentir que estoy cerca a punto de cogerlo, abre los ojos y maulla. Son extraños pero adorables.
    Bueno a mí me lo parecen, será porque desde niño siempre he tenido gatos.
    Algún día deberias escribir sobre gatos... la historia de sergei me encanto, ahora como estan Marta y Lucas...


    20/12/11 04:12

  • Beth

    Marta y Lucas criando a su bebé y Sergei con Norah, claro. Pues si,algún día escribiré sobre gatos, no me quedará más remedio. La persona más importante de mi vida tiene, ¿cuántos? No se, ya he perdido la cuenta, pero nunca en mi vida había visto tantas bolas peludas y había escuchado tantos maullidos como desde hace un tiempo

    20/12/11 04:12

  • Laredacción

    No sé...,el cura me parece un capullo y un poco niñato. Si ha renunciado a ella, ¿pa´qué enreda? , vamos, digo yo.
    Un beso.

    21/12/11 12:12

  • Beth

    Porque una cosa es renunciar de boquilla y otra distinta lo que el corazón desea. Es como el perro del hortelano, que ni come ni deja comer.

    21/12/11 12:12

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