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Certeza

Se arregló con el mismo entusiasmo con que lo había hecho a los quince años para su primera cita; un compañero de colegio con el que había quedado para ir al cine y que se pasó la tarde hablándole de su abuela. Ahora ya no tenía quince, más bien se acercaba al medio siglo; y aunque casi podría llevar los mismos vaqueros que a los quince, su pelo se empeñaba de manera ignominiosa en volverse plateado y cuando escudriñaba su cara en el espejo descubría una arruga nueva cada día.
Pero por dentro se sentía con más ilusión que la niña que había sido. Ahora era una mujer madura, con fracasos y dolor a sus espaldas, pero con la ilusión intacta y sobre todo sabiendo lo que quería…y todavía mejor; lo que no quería.
Ella llegó antes y le vio; y en contra de todo aquello que indica que una verdadera dama debe ser recatada y no demostrar nunca en público sus sentimientos, corrió a buscarle; cruzó la calle con el ansia del que no ha comido en días y de repente le muestran un apetitoso pastel.
Sólo quien ama de verdad sabe lo que puede esconderse en un beso. En ese momento puede resumirse prácticamente toda una vida, un deseo, un sentimiento. Le bastó olisquearle como lo hacen las lobas con sus cachorros, sentir el calor de la piel amada y olvidarse de todos los sufrimientos, de los malos ratos, de los llantos a solas para evitar el delirio y descargar el corazón de malos presagios…Mañana no existía, y tampoco había pasado, solo este breve momento presente en que le tenía, le olía, le sentía y de la extraña manera en que un ser humano puede poseer a otro…le poseía.
Sólo quien ama de verdad sabe el dulce placer de recorrer unos pocos metros de la mano de quien se ama, de sentarse al sol invernal y disfrutar de la breve caricia, como la de un amante inconstante, que nos ofrecen sus rayos. Ella le miraba, se contentaba con mirarle y todo aquello que había pensado decirle ya no tenía sentido. ¿Para qué? Sólo con ver sus ojos él sabía muy bien todo lo que los labios no decían.
A su alrededor la gente iba y venía pero el mundo carecía de importancia. No sabían si habría mañana, pero en este momento, en este brevísimo momento, con el reloj que avanzaba de manera inexorable…estaban allí, vivos y juntos. Por eso, porque nunca se sabe lo que traerá el mañana, ella se bebía su mirada y la guardaba muy dentro, donde se guardan las cosas valiosas. Y ella se guardó también en el bolsillo de su gabardina roja el recuerdo de su voz, sus palabras, sus risas y el tacto de sus manos cuando la acariciaban.
Lo demás…no importaba. La última vez ella le había dicho, lo recordaba bien: “Puedo soportarlo todo si me amas”. Y era verdad, el Amor da fuerzas al cobarde, alas al que no sabe volar, certeza al que duda y calma al que nunca ha tenido paz. Y él era su paz, su fuerza, sus alas y sobre todo su certeza.
Beth30 de noviembre de 2013

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