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El Aroma Del Fuego

Como todas las noches desde hacía ya tiempo siguió el mismo ritual antes de acostarse; su baño de espuma, limpiarse la cara y nutrir la piel antes de dormir, perfumarse con ese aroma de vainilla que la ayudaba a conciliar el sueño, y tomarse la pastilla con el vasito de agua antes de meterse bajo las mantas. Sabía que corría el peligro de convertirse en una adicta a los somníferos, pero era preferible eso al terror que le producía estar hora tras horas acostada sola en su enorme cama, imaginando sombras que bailaban y se entrelazaban en el alto techo de su cuarto. Una vez que se había tomado la pastilla podía relajarse sabiendo que en unos veinte minutos llegaría la bendición del sueño, aunque fuese artificial.
Y aquella noche fue afortunada, porque en su imaginación estuvo de nuevo en la casa de su abuela; una casa que ya no existía más que en sus recuerdos, pues el desarrollo y el afán de lucro de los promotores habían hecho que sus tíos y su propia madre la vendiesen a una empresa que se apresuró a derrumbarla para hacer un edificio de oficinas. Nada quedaba ya de aquella casa un tanto destartalada y con la pintura color crema ligeramente desconchada, que lucía con sus contraventanas azules como un viejo barco a la deriva en medio del océano. Tampoco se conservaban las oxidadas verjas de hierro que cerraban el jardín al resto del mundo; ni podían olerse geranios y rosas que su abuela cuidaba con tanto esmero. La mimosa de la parte trasera nunca más florecería en la primavera, llenando el aire con su aroma, entre picante y dulzón, y alegrando la vista con su vistoso tono amarillo.
En su sueño, traspasó la verja y vio que el portón de madera de la entrada estaba entreabierto. Bastó un leve empujón para entrar de nuevo en el mundo de su infancia; un mundo que guardaba el aroma de la ropa recién planchada con olor a lavanda, de meriendas de pan y chocolate, de goma de borrar y lápices de colores; pero sobre todo el aroma de la leña que ardía en la estufa. Recordaba aquellas tardes de su infancia de una manera casi dolorosa, porque eran tiempos pasados que nunca volverían y en ocasiones temía que su memoria fuese demasiado frágil y perdiese hasta el recuerdo. La vieja estufa de la abuela la había acompañado desde que podía recordar; era como una parte más de si misma, un apéndice más de su cuerpo sin el que no se sentía completa.
Cuando regresaba del colegio, aterida de frío, con las rodillas raspadas y la mochila haciéndose más pesada por minutos sobre su espalda, era un alivio llegar a la cocina de la abuela y dejar caer con un golpe seco todos sus libros al suelo, a pesar de la mirada de reprobación de la anciana. Después de lavarse las manos a regañadientes llegaba la hora de sentarse ante la gastada mesa de pino, con muescas y huellas de tantos años, de tantas meriendas, de tantos cuentos y confidencias...Unas veces eran pan con chocolate; otras leche caliente con un bollo recién horneado y oliendo a canela, y en otras ocasiones las galletas en forma de árbol, de estrella o de media luna, hechas de almendra y con aroma de limón y vainilla. Pero siempre el sempiterno fuego que crepitaba y le calentaba la espalda cuando se sentaba a merendar y a terminar sus deberes mientras su abuela planchaba. ¡Cómo le gustaba ver la manera casi mágica en que doblaba las sábanas y repasaba con cuidado el embozo bordado para que quedase perfecto, mientras rociaba la tela con agua de lavanda. Se imaginaba ya el placer de meterse en la cama entre esos olores, que se mezclaban con el aroma de manzanas que la abuela guardaba en el arcón de la ropa blanca. Y la plancha humeante que pasaba una y otra vez por la ropa llevándose a su paso las arrugas y dejando toda la ropa como la cara de una moza de quince años, tersa y reluciente.
Cuando ya no le quedaba consuelo y el alma se le helaba en las noches frías y solitarias, todavía podía, de vez en cuando, recurrir a los sueños, a los recuerdos, y al calor del fuego de aquella vieja cocina de armarios de pino y ollas de cobre que colgaban como trofeos de los ganchos del techo, mezcladas con ristras de ajos y cebollas, con laurel seco y con las el olor de la albahaca, el tomillo y el romero de las macetas que se asentaban en el alfeizar de la ventana que daba al patio. Y encima de la estufa siempre había algo que se calentaba, o ropa que se ponía a secar para curarse en salud de la eterna humedad de los inviernos del Norte. Eso, al menos, los recuerdos, nada ni nadie se los podría quitar.
Beth28 de diciembre de 2011

16 Comentarios

  • Gentio

    Las noches y los finales nos recuerdan a los inicios y los dias... Toda nostalgia es siempre gran motivo de escritura, me gustó mucho lo simple de cada recuerdo en toda la inmensa complejidad que encierra. Gracias :)

    28/12/11 08:12

  • Beth

    A ti por leerlo. En gran parte son los recuerdos de mi infancia.

    28/12/11 10:12

  • Buitrago

    Que cantidad de imagenes palpables me has entregado amiga mia, gracias
    Un abrazo

    Antonio

    29/12/11 09:12

  • Beth

    Gracias a ti por haberlo leído, querido Antonio. Son las imágenes de mi infancia, muchas de ellas, donde el calor y el aroma de un buen fuego de leña siempre ha estado presente. Un beso

    29/12/11 10:12

  • Asun

    A veces cualquier cosa inesperada nos devuelve a la infancia, pero sobre todo los aromas, y los de la goma de borrar, los trazos de un lapiz de colores, la meriendas de pan y chocolate... y en mi caso alguna sintonía de la radio, que escuchaba mi madre mientras cosía. Cuánta melancolía.

    Besos, y mejor miremos para delante...

    30/12/11 10:12

  • Beth

    Si, en el caso de la radio, mi madre también cosía, yo recuerdo el famoso consultorio de Elena Francis, y las radionovelas esas lacrimógenas: Lucecita, Simplemente María...y unas cuantas más

    30/12/11 10:12

  • Asun

    Si, si justo esos, debemos tener la misma edad.

    Besos.

    30/12/11 01:12

  • Beth

    Pues me imagino que si, porque compartimos recuerdos. Somos de la generación de actores en la radio como Marisol Ayuso y de las canciones dedicadas los domingos. Y de Manolo Otero poniendo voz en una radionovela que ya ni me acuerdo como se llamaba pero que a mi madre la volvía loca. Y ahora nos cuentan que en realidad Elena Francis era un hombre...me hicieron polvo, de verdad. Yo me la imaginaba como una señora de cincuenta años, de pelo rubio y piel muy blanca, parecida a una profesora de Lengua que tenía yo entonces. Y seguro que era un señor gordo con bigote. Porca miseria

    30/12/11 02:12

  • Asun

    Bueno llegadas a este punto te dirés que soy del 61, es decir el mes pasado cumplí una cifra redonda: los 50.
    Pero yo como si nada, igual que cuando tenía 18, me miro al espejo ydigo pero quien es esa?

    30/12/11 04:12

  • Beth

    Pues yo de la cosecha del 64, es decir, que tengo 47 hasta el día de San Juan del 2012. A mi me gusta cumplir años, hija mía, la otra alternativa no es nada agradable. Y me sigo cambiando la ropa con mi niña, que tiene 24; bueno, no toda, que la locura no me lleva a algunas cosas. Pero los años se tienen en el corazón, y yo en ese a veces tengo 17

    30/12/11 05:12

  • Asun

    Yo tengo una niña de 19 pero cambiarme la ropa es dificil, ella si me la coge a mi, aunque le quede un poco grande, le queda mucho mejor que a mi desde luego, pero usa una 38 o menos según den de talla, y "S" , y yo una 42, no hay color.
    Pero yo tan contenta, vamos.

    30/12/11 06:12

  • Beth

    Que más da la talla, si algo hemos aprendido con la edad es que la gente no se mide precisamente en centímetros.

    30/12/11 06:12

  • Asun

    Muy bien totalmente de acuerdo, ahora te dejo, que ya ando liada con la cena de mañana, adelantando trabajo. (Es que somos muchos, y aunque todos los años decimos que para que tanto, al final caemos en lo mismo)
    Besos.

    30/12/11 06:12

  • Beth

    Ay mi querido Democles, no me merezco esos elogios, pero como la vanidosa que soy los acepto encantada. Que tengas este 2012 el mejor año de tu vida, que te lo mereces y mucho. Un enorme abrazo que atraviesa el mar y llega a tu hermoso país

    30/12/11 10:12

  • Endlesslove

    Somos nosotros mismos Beth a través de los sueños, ¡cómo nos trasportamos, vivimos y somos a través de ellos!. Soy una soñadora incansable aunque no te niego que a veces me despiertan cruelmente y hago pataletas porque me gustaría seguir soñando.
    Me encantó leerte y trasportarme a esos lugares y a esos momentos.
    Un feliz 2012

    02/01/12 11:01

  • Beth

    Lo mismo te deseo, querida, un estupendo año. Y si, a mi también me pasa a veces, que lamento haberme despertado

    02/01/12 11:01

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