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Highlander 16

En los países del norte de Europa no me quedé demasiado tiempo; aunque me gustaban sus paisajes y la tranquilidad de la vida en sus ciudades, que en realidad eran casi pueblos grandes; después de lo que había visto en América. Pero me marché rápido porque no encontré aliciente para abrir allí una sucursal de mis negocios; y necesitaba trabajar y estar entretenido para que el tiempo transcurriese más rápido. En realidad, podría decirse que mi estancia en Dinamarca y Suecia la dediqué, más que nada, a hacer turismo.
Por suerte la crisis del año 29 no me afectó demasiado, aunque perdí dinero, claro, como casi todo el mundo. En 1933 un alemán al que había conocido en Alberta y que ahora llevaba mi sucursal de Munich, me propuso abrir otra tienda en Berlín. No tenía nada que perder, y pensé que aquella era una ciudad tan buena como cualquier otra para pasar unos cuantos años. No sabía, en aquel momento, cuan equivocado estaba. Cuando llegué a la ciudad, Hitler acababa de instalarse en el poder; había ganado unas elecciones, lo cual demuestra que ni aún la democracia es el régimen perfecto, aunque quizá sea el menos malo de todos. La economía había mejorado un tanto; y la gente estaba ávida de desquitarse de todas las penurias pasadas tras la Gran Guerra. A mi no me molestaban, quizá porque tuve la precaución de crear una sociedad con mi amigo Hans Bergson; y por tanto mi empresa ya no era extranjera. Los nazis eran despreciables en todos los sentidos, pero me dejaron tranquilo, al menos en los primeros tiempos. Los problemas empezaron alrededor de 1943, cuando Hans me confesó que una muchacha que había sido su primer amor de juventud, y cuya madre era judía, había desaparecido. El había hecho averiguaciones, intentando no llamar la atención; pues cualquier tipo de protección a los judíos se pagaba con la muerte. Se había enterado de que era muy probable que Olga estuviese en España; aunque no estaba seguro. Parece ser que en las Islas Canarias, concretamente en la isla de Fuerteventura, había una importante colonia de alemanes; algunos ricos industriales que se habían establecido allí tiempo atrás, y a quienes el régimen de Franco daba todo tipo de facilidades. En Berlín existía el rumor de que un rico empresario alemán muy amigo del Führer y que vivía en el sur de la isla de manera casi permanente, se hacía llevar jovencitas judías desde Alemania para que trabajasen para él. Hans no podía ir personalmente a averiguarlo; pero yo no era alemán, y por tanto no resultaba tan extraño que fuese a España con el pretexto de hacer negocios con Dieter Brandt, el industrial del que Hans sospechaba. No tenía mucho que perder; y confieso que un poco de aventura hacía que mi vida fuese algo menos aburrida. Preparé el viaje y un pretexto creíble. Iba con una carta de recomendación de un conocido para que Brandt me ayudase a introducir el negocio de los licores en las islas.
Viajé primero a Las Palmas, y una vez allí tuve que esperar dos días, a que llegase el barco que una vez en semana comunicaba con Puerto Cabras, la capital de Fuerteventura. Cuando llegué, en un primer momento, me sentí bastante desolado; sobre todo por el bochornoso calor, al que yo no estaba acostumbrado; pero sobre todo porque provengo de un lugar húmedo, brumoso, y me sentía extraño bajo ese sol inmisericorde que parecía taladrarme el cerebro. Agradecí haber aprendido algo de español cuando estuve en América, porque eso me permitió encontrar un coche que me llevase al sur de la isla, donde estaba la casa de Dieter Brandt. Pero estaba lejos de pensar que un trayecto de menos de cien Kilómetros resultase tan accidentado. La carretera era tan infame que tuvimos que parar varias veces porque las ruedas se pinchaban y había que repararlas. Por fin, tras muchas vicisitudes, llegamos cuando ya estaba anocheciendo. La casa estaba en un paraje espléndido; al lado del mar, pero al mismo tiempo al pie de una montaña pelada, sin un ápice de vegetación, y que a la hora del crepúsculo, presentaba una extraña, pero a la vez hermosa, tonalidad violeta. Confieso que me entusiasmó al instante, y tuve que retractarme de lo que había pensado cuando desembarqué en la capital. La playa era inmensa, con una arena blanca como nunca la había visto en mi vida, y el agua más cristalina que uno se pueda imaginar.
Dieter Brandt me estaba esperando, y me acogió en su casa de manera muy hospitalaria.
Beth13 de septiembre de 2010

6 Comentarios

  • Indigo

    Me resulta interesante lo que inicias, nada parecido a lo anterior.
    Saludos Beth.

    13/09/10 11:09

  • Beth

    Bueno, esto más que iniciarse se está acabando. Hay otros quince antes. Pero si, de acuerdo en que es distinto. Forma parte de una historia a dos bandas de 350 páginas

    14/09/10 10:09

  • Indigo

    Beth, es cierto, no me había percatado, estuve viendo.

    14/09/10 11:09

  • Beth

    Bueno, hijo, pues a ver, dime algo. ¿Tan horrible te pareció lo que has visto que no quieres hablar? Si, debió de ser, entonces, bastante penoso lo que pensaste al leer.(es broma)

    15/09/10 11:09

  • Mary

    Creo que a este hombre le saldria rentable comprarse una avioneta
    jaja. ¿ Cuantos lugares mas le quedan por visitar? Bueno almenos ya
    lo tenemos en España.
    Me gusta como sigue.
    Besoss.

    16/09/10 12:09

  • Beth

    Le quedan poquitos sitios ya por ver, de hecho la historia se acabará ya pronto. Pero antes tiene que ir a "desfacer algunos entuertos más".

    16/09/10 10:09

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