TusTextos

Highlander 4

Esta pequeña aventura me ayudó a tener mayor confianza en mi mismo y descubrí que si a mi me gustaban las mujeres, a muchas de ellas también les gustaba yo. Sin embargo, en aquellos tiempos no era fácil tener una relación con una señorita de buena familia si no era con fines estrictamente serios y matrimoniales. Y para mi la idea del matrimonio estaba muy lejana. Entre los Lairds de los distintos clanes escoceses era algo de lo más normal concertar matrimonios cuando los herederos eran unos niños. Se hacía para estrechar lazos entre clanes, o porque las tierras de unos y otros eran limítrofes, o en ocasiones, las menos, por razón de parentesco. Al morir mi padre siendo yo tan niño, nada de eso se había hecho, y por tanto, a mis diecisiete años, yo no estaba prometido a nadie; y desde luego no tenía ninguna prisa por estarlo. Lo que en aquellos momentos me apetecía era gozar de la mayor libertad posible, divertirme y aprender cosas nuevas. A medida que iba pasando el tiempo y mi tío veía que era capaz de desempeñar los trabajos que me encargaba, iba depositando más confianza en mi; y me dejaba mayor libertad. Llegué a conocer Edimburgo como la palma de mi mano, y en mis correrías me topé con gente de distinto pelaje y condición. Tengo que reconocer que en ocasiones me dejé influenciar por quien no debía, y cuando estuve a punto de dar con mis huesos en un calabozo por participar en una pelea callejera, mi tío se dio cuenta de que quizá me había dado demasiada libertad, y una confianza de la que todavía no era merecedor. Si aquella vez no fui a la cárcel, fue porque Edmund Mc Gregor era una persona muy influyente y con amistades. Pero me dejó claro que sería la última vez que me sacaba de un atolladero. La próxima vez que me metiese en líos, me dejaría a mi suerte. Después de aquello, me quedé un tiempo más tranquilo, sobre todo para que mi tío volviese a confiar en mi de nuevo. No se cómo, pero lo hizo, y cuando a los pocos meses llegó una carta de mi madre pidiéndome que regresara, porque Douglas estaba enfermo y debía hacerme cargo de algunos trabajos que antes hacía él, tanto mi tío como yo sentimos tener que despedirnos. El prometió que en verano nos visitaría, pero yo sabía que eran meras palabras que se llevaba el viento, porque no era capaz de alejarse de Edimburgo a no ser por una causa de fuerza mayor. La vida en los tribunales lo era todo para él; y no sería capaz de recluirse, aunque fuese por poco tiempo, en la soledad de la vida en el campo.

Cuando llegué de nuevo a casa, me llevé la sorpresa de ver a un Malcom desconocido. Había crecido mucho durante el tiempo que estuve fuera, y aunque era dos años menor que yo, éramos ya de la misma estatura, y prometía ser más fornido que yo. No era solo su aspecto físico el que había cambiado, sino que el carácter era completamente distinto. El Malcom que yo recordaba era un chico algo taciturno a veces, pero simpático y de buen humor, que disfrutaba gastándome bromas y evadiéndose del trabajo siempre que podía. Ahora estaba siempre en un estado de perpetúo enfado; respondía a las preguntas con monosílabos, y mi madre había tenido problemas para que cumpliese con sus obligaciones. De todo esto me fui enterando poco a poco, aunque nada más llegar advertí que algo había cambiado en su manera de ser. Noté que mi madre estaba preocupada, pero traté de tranquilizarla, diciéndole que seguramente serían los cambios propios de un chico de quince años, y que pronto volvería a ser el de siempre.

-Dios te oiga, hijo-me dijo mi madre. Lo he hecho lo mejor que he sabido, pero no es fácil educar a dos hijos en soledad.
-Lo has hecho bien, madre-la tranquilicé. Has sido capaz de llevar la casa y toda la finca a la perfección.
-Bueno, gracias a Douglas, en parte. Y precisamente de eso quería hablarte.
-¿De Douglas?

Mi madre se revolvió inquieta en su silla, como hacía siempre que estaba nerviosa. Yo no acertaba a saber por qué. Douglas era parte de la familia, algo así como un tío para mi o quizá más, porque en ausencia de mi padre, él había cumplido algunas de sus funciones, como enseñarme a cazar, a luchar con la espada, a trabajar en la finca; y como no, me había dado también unos buenos pescozones cuando lo necesité.

-Douglas está más enfermo de lo que tú crees-me dijo por fin mi madre. Me quedé callado para que siguiese hablando. Empezó hace unos meses a sentirse mal, a tener ahogos repentinos y dolores en el pecho; pero pensamos que sería cosa de trabajar demasiado, porque desde que tú te fuiste, recayó más trabajo y responsabilidad sobre sus hombros.
-Pero no era solo cansancio-aventuré.
-No, por desgracia. El cansancio se cura descansando; pero lo suyo no tiene una solución fácil. Le ha visto el médico de aquí, y nos dijo que pensaba que era su corazón; pero yo no me conformé, e hice que le viese otro médico de Fort William que al parecer es muy bueno.
-¿Y qué dijo?
-Lo mismo, exactamente igual. Parece ser que su corazón está muy débil y no hay una solución para eso. Será cuestión de que lleve una vida organizada, que descanse mucho y …esperar que pueda seguir así un tiempo.
-¿Cuánto tiempo?
-Nadie lo sabe, Alisdair. El médico de Fort Wiliam me dijo que algunas personas resistían años así, y que otras se iban en pocos meses. Douglas es muy fuerte, y debemos tener confianza.
-¿El lo sabe?
-Bueno, sabe que su corazón está afectado, pero no realmente el alcance de la enfermedad. No sabía qué hacer, ni cómo decírselo. Por eso he querido que tú estuvieses aquí. Al fin y al cabo, ya eres un hombre, o casi, y eres el Laird. Tienes que ir aprendiendo a tomar decisiones.
-Pero madre, no puedes pretender que yo solo decida si contárselo o no.
-Si, eso exactamente pretendo, ya es hora de que te eches sobre los hombros la responsabilidad de tu condición. Ya sabes, deberes y privilegios. Tu padre te lo explicó cuando eras muy pequeño. Espero que ahora lo recuerdes.
Y lo recordaba, claro que si. Mi padre tuvo una charla conmigo antes de irse a Culloden, y me entregó una espada, especialmente hecha para mi, y otra exactamente igual para mi hermano. Pero conmigo, dado que era el primogénito, habló en privado, e intentó explicarme en palabras que un niño pudiese entender, que nunca debería olvidad quien era ni mi condición. Un Laird debe pensar antes que en si mismo, en su gente, en su clan. Siempre el clan por encima de todo. Si, me había quedado muy claro. Sabía que tenía la obligación de hablar con Douglas, y eso hice. Me encaminé hacia su casa; donde vivía solo, aunque una mujer del pueblo iba a cocinar y limpiar. La puerta estaba abierta, así que entré y le vi sentado al lado del fuego, arropado con un tartán. Había envejecido; representaba bastantes más años que los cincuenta que debía de tener. Douglas era el prototipo de escocés: alto, muy fornido, pelirrojo en su juventud, aunque ahora su cabeza y su barba estaban surcadas de canas. Ojos azules, pecas y cara rubicunda, de los días pasados a la intemperie, pero también del mucho whisky trasegado, para que nos vamos a engañar. Cuando me vio intentó levantarse, pero no le dejé. Me acerqué a él y le di un abrazo, y fue entonces cuando me di cuenta de lo mucho que había adelgazado. Sus huesos eran como los de un pájaro en mis brazos. Y su cara estaba surcada de arrugas, pero no de vejez, sino de sufrimiento.

-Milord, no tenía idea de que llegaríais hoy
-Douglas, ¿Qué tonterías dices? ¿Milord? No veo ningún milord aquí, estamos tú y yo. Soy el mismo Alisdair al que no hace ni un año que pegabas pescozones cuando tardaba en cumplir tus órdenes. Todavía me duelen, para que lo sepas, viejo bandido.
Sonrió y levantó la vista para mirarme, y en esa mirada vi un cariño verdadero y profundo que me emocionó. Para que las lágrimas no me traicionasen, porque me moriría de vergüenza si lloraba delante de él, me alejé para cerrar la puerta. Fuera hacía mucho frío.
-Ahora las cosas han cambiado, Milord. Ya sois un hombre, y el señor de estas tierras.
-No te consentiré que me llames Milord. Soy Alisdair, el de siempre.
-Estoy demasiado cansado para discutir, muchacho. Haremos un trato y no es negociable; serás Alisdair cuando estemos solos, pero en público te llamaré Milord, como debe llamarte todo el mundo. Es respeto, simplemente. Y se lo debes a tu padre.
-Bien, como tú quieras, Douglas. Si te llevo la contraria, capaz que me arreas otro de tus golpes.
-No podría, aunque quisiera, ya eres más alto que yo, y estoy demasiado viejo para medir mis fuerzas contigo. Y supongo-dijo dando a sus palabras una entonación de enfado, para disimular, él también, sus emociones- que en Edimburgo te has dedicado a perseguir muchachas y no has practicado con la espada. Te dije que debes perseverar para mejorar el golpe. Me he pasado tanto tiempo enseñándote para nada. Sigues igual de holgazán que siempre.
-Y tú igual de gruñón. Y me imagino que tiene mucho que ver que vivas aquí solo como un ermitaño. Te vas a venir con nosotros a la casa grande. Allí hay mucha gente para atenderte bien y para hacerte compañía. Es una orden-le dije al ver que abría la boca para replicar.

Se acomodó mejor el tartán y se echó hacia delante para toser. Estaba débil, se veía a las leguas, y no me equivocaba al pensar que le quedaba poco tiempo. ¿Qué hacer? ¿Debería ser franco con él?

-Muchacho, ¿te ha mandado tu madre que vengas a decirme lo que ella no se atreve? No hace falta que pases un mal rato. No soy tonto, sé que me queda poco tiempo, se que me muero-me hizo callar cuando vio que iba a rebatir sus palabras. No, no te apenes. He tenido una buena vida, no lamentes mi marcha. Tu padre y todos mis amigos y compañeros de armas hace mucho que han partido ya. Y si no estoy muerto lo debo a la generosidad de mi primo Ian.
-¿Qué quieres decir?
-Nunca te lo he contado; pero cuando íbamos a marcharnos todos hacia Culloden, tu padre me ordenó primero y luego me rogó que me quedase aquí.
-¿Para qué?-pregunté, aunque me imaginaba la respuesta.
-Para cuidar de tu madre, de vosotros dos, de las tierras. Tu padre sabía que era muy probable que no saliese vivo de allí, y quería dejar a alguien de confianza cuidando de todo lo suyo. Me amenazó con romperme un brazo para obligarme a quedarme si no lo hacía de buen grado. Y no me quedó más remedio que obedecer, aunque a veces tenga remordimientos por los años que he vivido mientras él yace en una fosa común. Por eso no me entristece ahora saber que mi hora está cerca.

Había una pregunta que deseaba hacerle, pero no me atrevía. Pero pensé que tenía que preguntar, aunque se enfadase.

-Douglas, hay algo que quisiera saber, aunque por supuesto no estás obligado a contarme. Nunca te has casado, y creo entender el motivo. Siempre has estado enamorado de una mujer, y no te has atrevido a decírselo. Y creo que esa mujer es mi madre. ¿Me equivoco?
-No-dijo en voz baja, pero mirándome a los ojos. La amo desde que la conocí, cuando tu padre la trajo a esta casa. Pero escondí mis sentimientos, porque era la mujer de un hombre que era no solo mi señor, sino casi mi hermano.
-Pero hace ya tiempo que mi madre es viuda.
-Si, pero lo más triste es unirte a alguien que no te corresponde. No hace falta ser muy listo para saber que tu madre me aprecia mucho, pero como a una persona de su total confianza, como a un amigo. De quien sigue enamorada, aunque esté muerto, es de tu padre. Y esos sentimientos hay que respetarlos.

Beth07 de mayo de 2010

4 Comentarios

  • Nemo

    Una buena historia!... Espero lo que sigue, mientras, recibe un saludo!

    07/05/10 09:05

  • Beth

    A ver si en le fin de semana mi highlander me sigue inspirando. Saludos

    07/05/10 09:05

  • Mary

    Que bien que siga la historia, porque esta bastante bien, yo
    por lo menos ya no puedo dejar de leerla. Esperare con ganas
    el siguiente cap. Besoss.

    08/05/10 01:05

  • Voltereta

    Muy interesante, no puedo dejar de leerla.

    Saludos.

    10/05/10 08:05

Más de Beth

Chat