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La Casa de la Colina 27

El día siguiente fue monótono y aburrido, de nuevo sumergidos en los polvorientos legajos y sin haber descubierto nada nuevo. Hasta que por la tarde, cuando ya habíamos perdido casi toda esperanza, encontré la partida de bautismo de Alvar, fechada el 24 de julio de 1755. Figuraba inscrito como Alvar Enrique Durán y Gómez, hijo de Enrique y María, apadrinado por sus abuelos paternos. Bien, al menos sabíamos que era un personaje real, que había existido, que había tenido una vida. Una hora después, en el mismo tomo, Lucas encontró la fecha de su boda con Adelina Ruiz de la Torre. Se habían casado cuando él tenía 25 años y ella 15. Me pareció una barbaridad, pero en aquel entonces las chicas se casaban muy jóvenes y no debía de ser nada inusual que una niña de quince años se convirtiese de golpe en mujer. Estábamos tan contentos por el hallazgo que Lucas me propuso que cenásemos fuera, para celebrarlo. Me sorprendió, pero acepté. Nos detuvimos en un restaurante que quedaba a medio camino de su casa. Estaba regentado por una pareja de italianos, y era muy agradable, aunque sencillo. Mesas de madera cubiertas por manteles rojos, cuadros en las paredes con paisajes italianos y una agradable música de fondo. Pedimos una lasaña vegetal y por primera vez desde nuestro reencuentro vi a Lucas casi cómodo en mi presencia. Nos sirvieron un vino espumoso y ligero, y puede que el ambiente tranquilo del comedor y la atención de los camareros, suavemente amables, nos ayudase a calmar nuestros ánimos, siempre en guardia cuando estábamos juntos.
-Bien, al menos ya sabemos que el tal Alvar era real, que existió.
-Si-asintió Lucas, sirviéndose más lasaña. Pero lo que no entiendo es que si tú no sabías de su existencia, Jaime pueda hablar de él en su diario. ¿Estás segura de que nunca habías oído su nombre?
-Segurísima. Sólo sabía la leyenda que circula por todo el pueblo, pero nunca me enteré de nada más. En casa no se hablaba de eso, creo que durante generaciones mi familia intentó borrar ese estigma de la casa.
Mientras tomábamos café le pregunté cual sería el siguiente paso.
-Mañana iremos a la cárcel. De visita-me aclaró ante mi cara de asombro. El director es amigo mío y si hay archivos de esa época, se que no me pondrá pegas para que les echemos un vistazo. Quiero saber cuánto hay de verdad en lo que se cuenta, y si de verdad estuvo allí preso por el asesinato de su mujer.
Me parecía buena idea, pero seguía preocupada por la noticia que habíamos oído la noche anterior. Puede que todo fuese una casualidad, pero una vocecita interior me decía que esa desaparición estaba relacionada con Jaime. Se lo dije a Lucas, pero él hizo un gesto con la mano, como quitándole importancia.
-Es pronto para empezar a relacionar el comportamiento de Jaime con la desaparición de esa muchacha. Lo más normal es que se haya escapado de su casa, o que alguien muy cercano a ella la haya secuestrado o la haya matado. Siempre es más probable que los culpables sean los más cercanos. De todas formas esta noche le mandaré un correo a alguien de Europol para que me mantenga informado de todo lo que descubran. No hay porqué desechar ninguna pista, pero tampoco darles más importancia de la que tienen.
Salimos del restaurante y llegué a la casa de Lucas más animada de lo que había estado en los últimos tiempos. Le pregunté si quería tomar algo antes de acostarse, y fue él quien preparó chocolate caliente para los dos. Lo tomamos sentados a la mesa de la cocina, y advertí un ligero cambio en su comportamiento, en su manera de tratarme. Ya durante el camino de regreso estuvo algo más hablador y ahora noté que de sus ojos había desaparecido parte de la precaución, de la desconfianza, incluso del punto de desprecio que antes advertía cada vez que me miraba.
Llegamos al edificio donde se asentaba la cárcel a media mañana. Antes habíamos ido a darle las gracias al padre Avelino y a decirle que ya habíamos encontrado todos los datos que necesitábamos. La prisión se asentaba en las afueras, en un lugar dejado de la mano de Dios a medio camino entre los varios pueblos de la zona. Habían tenido que talar un frondoso bosque para construirla, y no se habían esmerado mucho en el diseño. Era un edificio cuadrado, con la fachada lisa y de hormigón, en ese feo estilo oficial que tienen los arquitectos que proyectan para el estado. Estaba rodeado por una muralla muy alta y se accedía a través de un enorme portalón de hierro, oxidado en muchos puntos. Tuvimos que enseñar la documentación a un guardia que estaba en la garita, a la entrada, y después de consultar por teléfono a alguien de dentro, nos mandó pasar y nos indicó que dejásemos el coche en el aparcamiento de visitantes. Tuvimos luego que caminar unos cinco minutos hasta llegar a la puerta principal. El aire estaba impregnado de un ligero olor a desinfectante mezclado con ambientador. Nos acomodaron en una sala de espera con asientos de chillón vinilo color naranja y algunas mesitas bajas y algo desportilladas que se diseminaban estratégicamente y que contenían revistas, periódicos atrasados y ceniceros, a pesar de que en la pared había varios carteles en los que claramente se prohibía fumar.
Después de esperar casi diez minutos se acercó una mujer de unos cuarenta años, baja y regordeta, vestida con un formal traje de chaqueta negro, y nos pidió educadamente que la siguiésemos. Después de hacernos deambular por varios pasillos estrechos, con paredes pintadas de gris y marcas de arañazos y huellas en la pintura, llegamos a la puerta de un despacho y nos abrió haciéndonos una seña para que entrásemos. El hombre que se sentaba tras la mesa de despacho se levantó y vino a nuestro encuentro. Lucas y él se dieron la mano amigablemente y yo fui presentada como una vieja amiga de la infancia. Desconozco qué excusa le había dado Lucas para que nos permitiese ver los archivos, pero Juan Grandes, que ese era su nombre, nos dio toda clase de facilidades. Al igual que en el caso del padre Avelino, se excusó por no poder mandar a nadie que nos ayudase en el trabajo de buscar la documentación; no podía desprenderse de nadie de su escaso personal. Fuimos hasta el archivo y una secretaria nos indicó en qué estantes se encontraban los documentos de esa fecha.
Nos esperaba un enorme y aburrido trabajo, y empezamos enseguida. Había en total seis enormes tomos, y nos los repartimos equitativamente. Nos acomodamos en una mesa grande, uno enfrente del otro y Lucas se caló unas gafas de montura plateada que le daban un curioso aspecto. No le había visto nunca con gafas, y no me gustaba cómo le quedaban, pero por supuesto me guardé de decirle nada.
Beth07 de diciembre de 2010

7 Comentarios

  • Serge

    Beth:
    Ese fantasma si existio no fue una creación de Jaime, entonces lo que dice el diario es cierto.
    Amita tienes que cuidarte mucho, si es posible quédate a vivir con Lucas; pero no te olvides de mí jejejejejeje...
    Debe ser tedioso buscar información en archivos del año 1755.

    Un abrazo fuerte ama.

    Sergei.

    07/12/10 03:12

  • Norah

    Querida Beth, me ha fascinado ese tempo que marcas en la relación con Lucas, Beso.

    07/12/10 04:12

  • Norah

    No le había visto nunca con gafas, y no me gustaba cómo le quedaban, pero por supuesto me guardé de decirle nada...Marta, deja de hacerte tan la dura con Lucas ok, beso.

    07/12/10 05:12

  • Beth

    Alteza, nunca podré olvidarme de ti. Por más que me quede en casa de Lucas. Otro abrazo para ti

    07/12/10 11:12

  • Beth

    Creo que Marta intenta hacerse la interesante, querida Norah

    07/12/10 11:12

  • Norah

    Beth, creo que es como decis, y el fuego si o si se sigue avivando, beso.

    08/12/10 03:12

  • Beth

    A ver si no les toca quedarse en la cárcel, castigados

    08/12/10 08:12

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