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La Casa de la Colina 41

Me callé para no iniciar una discusión, pero estaba convencida de que había algo muy extraño en toda esa historia. Era una sensación que no podría explicar, pero en los últimos tiempos, cuando estaba sola en casa tenía la impresión de que alguien me vigilaba, que acechaba cada paso que daba y espiaba hasta mis más íntimos pensamientos. Y, curiosamente, cuando llegué a la casa de Lucas ese sentimiento de vigilancia desapareció como por encanto. Me sentía más libre, lejos de la atmósfera opresiva y oscura que se cernía sobre aquella casa que yo había reconstruido con tanto cariño para que me cobijase y me diese protección.
Pero había algo mucho más terrenal que desde la noche anterior me llenaba de desazón. Temía decírselo a Lucas, pero no me quedaba más remedio qué hacerlo. No quería que nuestra actual relación se iniciase bajo los auspicios del engaño y el ocultamiento.
-Lucas-le llamé en voz baja.
-¿Sí?
-Hay algo que debes saber, que me preocupa desde ayer y que quiero compartir contigo. No quiero que esta vez nos ocultemos nada.
-Me parece bien-coincidió. Venga, suéltalo.
-Es que no se cómo empezar.
-Pues por el principio, pequeña. Siempre por el principio. Es la manera más fácil.
Tragué saliva y me sequé las manos, sudorosas por los nervios, contra la tela de mi vestido de mezclilla. Me sentía ridícula, como una adolescente desmañada y torpe.
-Lucas, yo no estaba protegida ayer.
Puso cara de no saber de qué le hablaba, y maldije para mis adentros a todo el género masculino por su simpleza para ciertas cosas.
-Explícate. No entiendo nada. ¿De qué o de quién debías protegerte?
-Quiero decir que como nunca mantuve relaciones con Jaime, no me pareció necesario tomar ninguna medida anticonceptiva. Y lo de ayer me tomó por sorpresa. Tampoco recuerdo que tú hayas hecho nada especial que nos tranquilice a ese respecto.
No me contestó; estábamos llegando a casa, y sólo después de aparcar el coche y haber entrado, me tomó por los hombros e hizo que levantase la cabeza para enfrentar la mirada de sus extraños ojos violeta, que parecían irradiar una cálida luz que me calentaba el alma.
-Reconozco que ayer me dejé llevar como pocas veces en mi vida. Pero no llegué a perder el control ni el sentido común. Y era plenamente consciente de lo que hacía. En cada momento-me recalcó. Me imaginé que tú no tomabas ningún tipo de precaución, por esa conversación que habíamos tenido apenas unos días antes. Y yo tampoco la tomé, a sabiendas y con plena consciencia.
-¿Quieres decir-empecé, ronca la voz por el asombro y no se todavía si por la indignación también-que te comportaste como un estúpido adolescente con las hormonas alborotadas y no te dio la gana de pararte unos minutos para ponerte algo tan usual como un preservativo? Por Dios, Lucas, hasta los chicos de quince años saben lo que tienen que hacer. Tú tienes unos cuantos más. ¿Qué pretendes?
-Quizá recuperar el tiempo perdido e intentar que de nuevo me des lo que era mío.
No me lo podía creer. De nuevo volvíamos a las andadas y tenía otra vez ante mí al Lucas pendenciero y altivo; el que hacía de su capa un sayo y pretendía que en todo momento se cumpliese su voluntad dictatorial de macho ibérico. Me solté de su abrazo y le di la espalda. Si continuaba mirándole no estaba segura de poder mantener las manos quietas. Me gustaría quitarle los ojos.
-¿Y ahora qué pasa? ¿Qué he dicho esta vez?
Me giré hacia él y apreté los puños contra los muslos para no estamparlos en su cara.
-Pasa simplemente que decides por ti mismo, sin tenerme a mí en cuenta. Piensas que como nuestro primer hijo no llegó a nacer, ahora es el momento de intentar tener otro. Y yo soy simplemente el receptáculo adecuado para tus estúpidos genes. Eres un cretino egoísta.
-Y tú una bruja deslenguada-rugió, mirándome desde su imponente altura con ojos enfurecidos. Yo también podría reprocharte que te dejaste llevar por la lujuria y no te acordaste de nada.
-¿Me estás llamando lujuriosa? ¿A mi? Si fuiste tú quien empezó-le acusé, amenazándole con el dedo. Tú me llevaste a la cama.
-Mentira. Tú fuiste la que entraste en mi habitación, detrás de tu estúpido gato. Apostaría a que de alguna manera le obligaste a que se escondiera debajo de mi cama para tener una disculpa. Parece que ese gato y tú tenéis telepatía o un lenguaje propio.
-No necesito disculpas para acostarme con nadie, imbécil. ¿Quién te crees que eres? ¿Crees que no hay más hombres que tú en el mundo? Cerdo presumido, al final tendré que darte una medalla.
-Bueno, no diría tanto-adujo él, sonriendo con burla. Pero reconocerás que estuvo bien. Y si, supongo que hay más hombres. Pero, ¿Quieres tú meterte en la cama de esos otros hombres? Porque yo estoy seguro de que no quiero a otras mujeres en mi cama.
Si pensaba que con esa burda palabrería me iba a convencer de que hizo lo correcto, estaba muy equivocado. Pero lo cierto es que no le rechacé cuando se acercó para abrazarme y llevarme de nuevo a esa cama sobre la que tantos desacuerdos teníamos.
Beth20 de enero de 2011

4 Comentarios

  • Serge

    Beth:
    Amita, cómo se atreve a llamarme estúpido, yo lo araño para que aprenda a respetar jejejejejejejeje.
    Creo que fue una mala idea llevarte a su cuarto.
    Que se cuide muy bien ese Lucas, no sabe lo que le espera jejejejeje.
    Amita no habrás quedado embarazada...

    Sergei.

    20/01/11 06:01

  • Norah

    el que hacía de su capa un sayo y pretendía que en todo momento se cumpliese su voluntad dictatorial de macho ibérico , no hay nada creo que encienda tanto la pasión como la furia, beso grande.

    20/01/11 06:01

  • Beth

    Ay, Alteza, si yo te contara o contase...Este Lucas es mucho Lucas, y te juro que a veces me agota. Encima llamándome lujuriosa. Un día de estos haremos el petate tú y yo y le dejamos más solo que la una.

    No hagas caso de sus insultos. En el fondo está celoso, porque sabe que te prefiero a ti

    20/01/11 07:01

  • Beth

    Querida Norah, los amores tumultuosos suelen ser los más apasionados. La furia es excitante

    20/01/11 07:01

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