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La Casa de la Colina 42

Me desperté a medianoche y ya no pude volver a conciliar el sueño. Estaba preocupada porque Jaime no daba señales de vida. Me preguntaba si todavía continuaría en Portugal. Ahora que con Lucas todo había vuelto a la normalidad era cuando más miedo me daba que mi marido pudiese vengarse de nosotros. Porque aunque era a mi a quien quería matar, estaba segura de que también deseaba hacerle daño a Lucas. Y la posibilidad de quedarme embarazada me aterrorizaba sobre todo porque así acabaría también con la vida de mi hijo. Otra vez. Me apoyé en un codo y me incliné sobre Lucas. Dormía profundamente, con la respiración acompasada y una expresión relajada que le hacía parecer tan joven como cuando vivíamos juntos. Despacio me deshice de su abrazo y salí de la cama lo más silenciosamente que pude para no despertarle. Me envolví en su albornoz, que olía deliciosamente a él, y salí hacia el salón. Sergei se despertó también y me siguió con pasos sigilosos. Había tenido una lucha feroz para que el gato pudiese quedarse en nuestra habitación; y al final a Lucas no le había quedado más remedio que ceder. Le amenacé con irme al otro cuarto y debió de pensar que la compañía de Sergei era un mal menor. Me arrellané en el sofá, cerca de la chimenea, donde todavía ardían brasas del fuego de anoche, y el gato se subió de un salto a mi regazo. Empecé a acariciarle, distraída, mientras leía el diario de Jaime.

"En una de mis conversaciones con Alvar, en el sótano, me convenció para que le hablase de Marta. A pesar de que no me gustaba hablar a nadie de los sentimientos que me unían a ella, decidí que Alvar tenía derecho a saberlo. Al fin y al cabo, él también me había confiado una buena parte de la historia de su vida. Y por primera vez le hablé de cómo amé a Marta desde el momento en que la conocí, cuando yo tenía diez años y ella era una niña de apenas tres. Me gustaba cuando su madre me la confiaba mientras ella y la mía jugaban a las cartas o veían una novela en la televisión. Yo le enseñé a atarse los zapatos, a hablar bien y a contar. Y ella me quería mucho; no daba un paso sin que yo estuviese a su lado. Para mi nunca hubo nadie más; sólo Marta, Marta a todas horas; en mi mente, en mi alma, en cada poro de mi piel. Por eso padecí tanto cuando llegó a la adolescencia y conoció al desgraciado de Lucas de la Vega. Aunque me seguía buscando para que la ayudase con sus deberes o la acompañase a algún sitio, ya nada era igual, porque se pasaba el tiempo hablando del maldito Lucas. A mi me corroían los celos, sus palabras de amor hacía él me corroían las entrañas como si un buitre me las estuviese royendo.
Cuando me enteré de que habían roto se hizo la luz en mi vida, aunque me disgustase tanto saber que estaba embarazada. Pensé que esa criatura maldita nunca debería llegar a nacer; porque si lo hacía me vería obligado a matarle. Un engendro de Lucas de la Vega nunca vería la luz mientras a mi me quedase un hálito de vida. Por eso cuando transforme a Marta, cuando la mate para que siempre podamos estar juntos, quiero que él lo presencie. Deseo con toda el alma que Lucas de la Vega vea, con los ojos bien abiertos, como le clavo el puñal en el pecho a su amante y luego con mis propias manos le arranco ese corazón que nunca supo quererme como yo me merecía. Quiero que él lo vea todo; quiero presenciar su horror, su impotencia, oír sus lamentos, sus gritos de agonía mientras su amada me pide de rodillas que le perdone la vida. No lo haré, seguiré hasta el final, para que abandone su envoltura mortal y pueda reunirse conmigo para siempre. Y luego, cuando Marta ya no exista, me ocuparé de él. Y juro por todos los demonios del Infierno que me tomaré mi tiempo. Le haré maldecir el día en que nació, y me pedirá de rodillas que acabe con su vida para poner fin a su sufrimiento. Para ello cuento con una preciosa colección de bien afilados cuchillos y de varios escalpelos de cirujano. He adquirido mucha práctica en los últimos tiempos. Creo que seré capaz de prolongar su suplicio durante cuatro o cinco días antes de que se muera. Juego con la ventaja de que es joven y fuerte. Estoy deseando que llegue la hora".

Me estremecí de miedo al acabar la lectura y apreté a Sergei contra mi pecho, buscando su protección y su calor. Temía por Lucas, por mí misma, y esperaba no quedarme embarazada antes de que atrapásemos a ese loco con quien tuve la mala idea de casarme.
Aunque volví a la cama, ya no fui capaz de conciliar el sueño. Sentía que necesitaba saber más, meterme en la cabeza de Jaime e intentar pensar como él para, de esta manera, ganar tiempo en la lucha que nos enfrentaba. Afortunadamente Lucas no se había enterado de nada y seguía durmiendo plácidamente a mi lado. Me acurruqué contra él, que en sueños me acogió en sus brazos. Necesitaba volver a mi casa y subir al desván. Creía recordar que mi madre guardaba allí viejos recuerdos que estaban en la casa cuando mi abuela se murió. Había cuadros antiguos, retratos sobre todo, mantelerías y ropa de otra época que siempre nos había dado pena tirar, porque algunas de las telas eran de buena calidad y se conservaban en perfecto estado a pesar del paso del tiempo. Mientras pensaba cómo convencer a Lucas de que me llevase, se despertó, y sonriendo me estrechó más contra su pecho. Se me hacía todavía raro despertar con él a mi lado.
No le dije nada de mis planes hasta después del desayuno, porque su humor siempre mejora tras haber comido. Aunque al principio no quiso ni oír hablar del tema, acabé convenciéndole.
Aunque era mi casa, a medida que nos acercábamos el ansia y una ligera sensación de miedo empezaron a atenazarme la garganta. Sentía que me faltaba el aire, que una mano de hierro me oprimía el pecho. Abrí la puerta y Lucas me sujetó por el brazo.
-Déjame que yo entre primero.
-No seas absurdo. ¿Qué peligro va a haber?
No se molestó en contestarme. Entró y echó un vistazo, y sólo después permitió que yo pasase. La casa olía a cerrado y abrí las ventanas para que el aire fresco de las montañas despejase el ambiente.
-No debemos tocar nada ni desordenar. Jaime siente una obsesión compulsiva por el orden y enseguida se daría cuenta de que alguien ha estado por aquí.
-Entonces, ¿qué sentido tiene que subas a buscar cosas al desván?
-Rara vez pisa por allí. Vamos, sube conmigo y ayúdame a buscar.
-¿Y sabes que es lo que buscamos? Porque no pienso pasarme la mañana entre porquerías sin saber a ciencia cierta qué busco.
-No son porquerías. Son recuerdos de familia.
Me hizo un gesto con la mano en señal de desacuerdo, pero dejó de protestar. Encendí la luz y abrí también las contraventanas para que se filtrase algo del débil sol invernal; y miles de motitas de polvo danzaron ante mis ojos de una manera que me pareció mágica, para depositarse de nuevo en el suelo. Avancé despacio entre muebles desvencijados y baúles entreabiertos, por los que se asomaban enaguas, encajes, manteles bordados que amarilleaban con el tiempo, y algunos sombreros pasados de moda.
-Cuantas cosas inservibles. ¿No has pensado nunca en llamar al trapero para que se lleve todo esto?
-Claro que no-me ofendí. Cada cosa es un recuerdo de mi familia. Siempre me digo que lo ordenaré, pero la verdad es que cuando tengo ganas, me falta tiempo; y cuando tengo tiempo, me faltan las ganas.
Lucas metió las manos en los bolsillos de su cazadora de cuero, que le daba aspecto de aviador de la II Guerra Mundial, y me hizo un gesto de burla. Pero no se rebeló cuando le ordené que se pusiese a buscar retratos de hombres; concretamente de un hombre moreno, de bigote y ojos muy verdes y brillantes. Recordaba haberlo visto colgado en el salón cuando la casa era de mi abuela. Y me pareció recordar también que el hombre retratado se llamaba Rodrigo Durán. Si mis recuerdos no me engañaban, éste debía de ser hermano del malvado Alvar. Aunque por los relatos de mi abuela, Rodrigo sería Abel y su hermano Caín, poco o más o menos. Los dos empezamos a buscar entre la enorme cantidad de trastos apilados. Ante mi iban pasando viejos vestidos de encaje, otros más sencillos de algodón, algún uniforme militar medio apolillado y verde de moho, pamelas de rafia, bolsitos de noche completamente inútiles e incluso algún carnet de baile. En una esquina me encontré la vieja cuna de la familia, que yo había usado de pequeña, y antes mi padre, y antes que él mi abuelo y creo que incluso mi bisabuelo. Sin importarme el polvo que se depositó en mis manos y en mi ropa, la arrastré hacia el centro de la habitación para verla mejor. La limpié un poco con un resto de cortina, y aparecieron los grabados que recordaba y también algunos arañazos y huellas del paso del tiempo. Pero no estaba en mal estado, solo necesitaba algún cuidado y mucha limpieza.
-Espero que no estés pensando en meter ahí dentro a un hijo mío. Eso debe de ser un criadero de arañas.
-No seas idiota, Lucas. No vamos a tener ningún hijo, de momento, aunque todo puede ser, gracias a ti y a tus ocurrencias.
Contrariamente a lo que en él era normal, no sirvió para iniciar una discusión. Me di por contenta, y seguí con mi búsqueda. Después de bastante tiempo y mucho polvo acumulado en mi pelo y en la ropa, el premio fue encontrar el cuadro que buscaba y también un pequeño libro de tapas de marfil, que al principio confundí con un Misal. Pero cuando lo abrí, me asombró descubrir que era un librito de poemas, escritos con una letra redonda y todavía algo infantil. Lo guardé en mi bolso para echarle un vistazo luego con mayor detenimiento. Me bastó mirar la primera página para saber que había pertenecido a Adelina, la joven esposa a la que Alvar había matado. Eran versos de amor, en su mayor parte. Se me hacía raro que fuesen destinados a su marido. Tendría que averiguarlo; y tal vez así sabríamos quien era el padre de su hijo.
Beth25 de enero de 2011

4 Comentarios

  • Norah

    Beth, estremece en verdad la carta de Jaime, me has hecho reir con la cuna y ...lo de las arañas, ahora a esperar que dice Adelina, beso inmenso.

    25/01/11 11:01

  • Beth

    Esperaremos,Norah, aunque creo que el final no está ya demasiado lejano

    26/01/11 09:01

  • Serge

    Beth:
    "-Espero que no estés pensando en meter ahí dentro a un hijo mío. Eso debe de ser un criadero de arañas.
    -No seas idiota, Lucas. No vamos a tener ningún hijo, de momento, aunque todo puede ser, gracias a ti y a tus ocurrencias".

    Ay amita a mí también me has hecho reir.
    Ese poemario contendrá algún secreto de Adelina.

    Amita me encanta el relato.

    Sergei.

    09/02/11 03:02

  • Beth

    Muchas gracias, mi dulce minino. Si no fuera por ti y por tu amiga novia Norah, probablemente no habría llegado hasta el final

    09/02/11 04:02

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