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La Casa de la Colina 43

Cuando estábamos comiendo, le llamaron a su móvil y apenas habló. Se limitaba a asentir o contestar con monosílabos, pero iba notando como su rostro se tensaba por momentos. Instintivamente dejé de comer y presté atención a la conversación. No me valió de mucho, porque Lucas apenas pronunció palabra. Al colgar tenía la mandíbula tensa, como siempre que estaba concentrado en algún problema. No le hice ninguna pregunta. Los años pasados a su lado me habían proporcionado paciencia y sabía que era inútil apresurarle con preguntas cuando estaba inmerso en algo importante. Él sería quien me informase cuando tuviese todo claro y ordenado en su mente. Por eso intenté tranquilizarme y me levanté para traer el postre y preparar el café. Esos momentos a solas en la cocina hicieron que mi corazón dejase de galopar como un caballo salvaje y desenfrenado. Esperé a que mis manos dejasen de temblar y llevé la bandeja al comedor. Estaba segura de que le habían dado alguna mala noticia relacionada con Jaime. Sólo cuando hube servido el café pareció dispuesto a hablar.
-Me han llamado de una comisaría de Oporto-me dijo con la cara muy seria.
-Ha vuelto a matar.
No le estaba preguntando, más bien afirmaba un hecho, y él asintió, en silencio, con el ceño fruncido y los ojos entornados, como preparándose para la batalla.
-Todavía no podemos estar seguros al cien por cien, pero ese asesinato lleva su marca; es su mismo modus operandi. Están analizando los restos que han encontrado y cuando tengan algo más claro volverán a llamarme.
-¿A quién ha matado esta vez?-le pregunté con voz ronca por la pena. Me sentía culpable de la muerte de todas aquellas pobres chicas inocentes, cuyo único pecado era parecerse ligeramente a mí.
Sacudió la cabeza en sentido negativo.
-Todavía no la han identificado, pero como en todos los otros casos se trata de una chica joven.
-Y parecida a mí.
-Si. Por lo que me han explicado, así es. Como en todos los demás casos. Pero en este creo que hemos tenido suerte.
-¿Por qué?-le pregunté, rodeando la taza con las manos para entrar en calor. El comedor estaba caldeado, pero el miedo me hacía tiritar.
Lucas se levantó y me abrazó para detener mis temblores. Me frotó la espalda con una mano mientras con la otra me acariciaba la nuca. Poco a poco me fui calmando.
-Esta vez ha sido descuidado. Se le ha caído una tarjeta de un hotel en Guimaraes. Los portugueses ya han pedido una foto de Jaime para mostrarla en el hotel. Si nos confirman que ha estado allí en fechas reciente creo que sin problemas podemos lograr que un juez permita que cotejemos el ADN.
No entendía mucho de procedimientos policiales ni de cuestiones legales, pero me imaginé que eso sólo sería posible si en el último cadáver se encontraban pruebas. Lucas me lo confirmó.
-Pero puede que hasta en eso tengamos suerte. Habrá que esperar a que hagan las pruebas en el laboratorio, pero debajo de las uñas de la muchacha parece que han encontrado restos. Ojala sean de su piel.
Seguía teniendo miedo. Doy mucha importancia a los presentimientos y ahora todo me decía que Jaime estaba dispuesto a venir a buscarme. Puede que pensase que ya había ensayado bastante y estaba preparado para el acto final de su tragedia. Una tragedia en la que no era yo la única protagonista. También Lucas estaba en peligro. No había hablado con él del tema, pero llevaba todo el día pensando que quizá lo ideal sería que me marchase lejos de él para no ponerle en peligro. Cuando por fin me decidí a decirle lo que pensaba se puso hecho una furia.
-Estás loca. Ahora que se acerca el momento no pienso permitir que te marches de aquí. Mientras estés conmigo puedo protegerte. Y si lo que te preocupa es mi seguridad, no creo que dependa de que nos encuentre juntos o no. Si ha decido matarme, lo intentará de todas maneras. Vamos a intentar hacer una vida normal, aunque eso no quiere decir que no estemos con los cinco sentidos puestos en alerta.


Poco podía hacer yo. Después de comer Lucas se dedicó a hacer lo que más le relajaba, desde siempre: tallar madera. Lo hacía desde que le conocí. Se iba a la parte trasera de la casa, a un pequeño cobertizo que había construido en el jardín, y de un trozo de madera informe empezaba a sacar lascas y poco a poco iba surgiendo una figura: un barco, un rostro, una bailarina…Ahora estaba trabajando en la figura de un gato, no se si sería Sergei. De momento no conseguí encontrar gran parecido entre ambos el único día que me dejó ver lo que estaba haciendo. Le gustaba trabajar en soledad, y por eso yo le dejé ir, y a mi vez, me puse delante del ordenador intentando sacar adelante al menos un par de páginas de mi nueva novela. Estaba muy atrasada, y de la editorial me estaban empujando para que les entregase algo.
Pero era inútil. El trabajo de escribir es creativo, y no se puede hacer a golpe de silbato o de sirena. Puede que a las cinco de la mañana uno no pueda dormir y necesite sacar sus ideas al papel; y en cambio a las cuatro de la tarde, ahora mismo, no se me ocurrían más que cosas sin sentido. Después de borrar un par de páginas, desistí de hacer nada de provecho en aquella tarde. Había algo que me estaba atormentando desde ayer. Y tenía mucho que ver con lo que recogimos en el desván de mi casa. El retrato de mi antepasado, Rodrigo Durán, me miraba desde la esquina donde Lucas le había dejado, descuidadamente. Aquellos ojos verdes, tan claros y penetrantes, me recordaban a los de alguien, pero no sabría decir quien. Sin embargo, el cuadro me atraía como un imán, parecía querer decirme algo. Me preparé un te, y mientras oía el silbato de la tetera, que se asemejaba a un renqueante tren de mercancías, me vinieron a la memoria las charlas de mi abuela sobre la historia lejana de mi familia. De Alvar nunca se habló, supongo porque la gente tiende a esconder las cosas desagradables. Pero Rodrigo era un tema de conversación recurrente. Me parecía recordar que se había hecho religioso ya a cierta edad y había profesado en el convento que se asentaba en las afueras del pueblo. De repente me entró un enorme desasosiego; algo me decía que saber más de aquel hombre nos ayudaría en nuestra investigación.
Cuando tomo una decisión no suelo detenerme a pensar si es la correcta, y por eso, sin pensarlo por segunda vez, llamé al padre Avelino. Me contestó al teléfono al primer toque; señal de que estaba en su despacho. Después de las frases de cortesía; preguntando por su salud y por la parroquia, le pedí si podía interceder para que me recibiese el prior del convento de San Francisco. Sabía que ambos mantenían una relación de amistad. No me hizo más preguntas, simplemente me dijo que lo intentaría. Fui incapaz de mantener la calma, y para mantener mis nervios a raya, mientras esperaba la llamada del padre Avelino, empecé a preparar una tarta. Siempre me calma hacer algo en la cocina cuando estoy nerviosa. Trabajar con cosas tan cotidianas como azúcar, harina, huevos, levadura y gajos de manzana me daba una serenidad que en aquel momento necesitaba profundamente. Apenas había metido la tarta en el horno, cuando sonó mi móvil. El padre Avelino me dijo que el prior me recibiría aquella misma tarde, a las ocho. Cenaban temprano en el convento, y el prior me invitaba a que tomase con él un café.
Justo cuando estaba colgando llegó Lucas del jardín.
-Vaya, que bien huele, ¿es tarta de manzana?
-Si, pero no te entusiasmes; no la catarás, al menos no de momento. En cuanto la saque del horno, la meteré en un bonito paquete y se la llevaré al prior del convento de San Francisco. Espero que me acompañes.
-¿Qué mosca te ha picado? ¿El miedo te hace volverte hacia la Iglesia? No te recuerdo demasiado religiosa.
Le expliqué lo que había recordado, y aunque no estaba convencido de que nada del pasado nos pudiese ayudar, accedió a ir conmigo.
-¿Cómo me presentarás al fraile? Si le dices que estás casada y que soy tu amante, no creo que se muestre muy considerado. Más bien te echará del convento con cajas destempladas, por pecadora y perdularia.
-Idiota-le dije con toda el alma puesta en el insulto. No siento que esté haciendo nada malo acostándome contigo, pero si tú piensas que si, se acabó.
Me levantó en brazos y me tiró sin contemplaciones al sofá, y al parecer los remordimientos no le impidieron echarse a mi lado.
-Yo soy una mala persona sin conciencia, y por tanto no me siento mal por acostarme contigo. Es más, considero que tengo pleno derecho y que me debes diez años de abstinencia, por lo cual, te queda mucho por pagarme.
-¿Abstinencia?-me burlé, empujándole para apartarlo. A otra con esos cuentos.
De repente se puso serio, y volviendo a echarse a mi lado, me atrajo hacia él.
-Abstinencia de amor. Eso es lo que he querido decir. No tiene nada que ver con el sexo. No pretendo hacerte creer que me he pasado diez años de castidad. Pero si que han sido diez años sin amor. Nunca ha dormido en mi cama una mujer durante una noche entera. Es como cuando necesitas comer y no te fijas en lo que comes; lo haces para no morirte de hambre, pero no quiere decir que disfrutes de la comida.
Beth26 de enero de 2011

4 Comentarios

  • Norah

    Beth, has logrado climas maravillosos, cuanto mas el peligro cerca a Marta y Lucas, mas verdaderos aparecen, me llevo las ganas de seguir leyendo y ganas de comer tu tarta.Beso grande.

    26/01/11 06:01

  • Beth

    Ah, querida Norah, creo que tú, como Lucas, no podréis comer la tarta. La guardo para el prior, para que me cuente los secretos que sepa. Pero en otra ocasión os haré una de chocolate. Lo prometo

    26/01/11 06:01

  • Serge

    Beth:
    Amita, Lucas se ve muy coqueto contigo, me alegra saber que el tiempo no ha podido destruir el sentimiento.
    Ojalá que al Prior no le guste la tarta y te la devuelva para comerla yo jejejejejeje.
    En todo caso me preparas otra, una leche asada mejor.

    Sergei.

    09/02/11 06:02

  • Beth

    Ay gatito, yo a ti te doy todo lo que quieras pero tendremos que averiguar si es bueno para los gatos lo dulce.

    09/02/11 07:02

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