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La Real Orden de Las Perdularias 12

Me quedé mirando la pantalla como una boba. ¿Qué se supone que tenía que hacer? Lo que me apetecía era contestarle de inmediato y decirle que si, que me llamase. Pero eran apenas las once de la mañana; quedaban muchas horas hasta las nueve de la noche y pensé que parecía muy desesperada si le contestaba tan pronto. Mi abuela me había enseñado muchas cosas en la vida, todas de gran utilidad, pero uno de los consejos que se me había quedado grabado a fuego era que con los hombres había que hacerse valer. Así que, aunque me costó, cerré el portátil y me metí en la cama. Me picaban los ojos y apenas podía mantenerme en pie; llevaba muchas horas sin dormir.
Y dormí, aunque no descansé. Soñé con cosas muy raras; una casa muy alta y estrecha, de piedra, con enormes vigas de madera y suelos de cristal. Al parecer la casa era la mía, porque yo estaba cocinando en un extraño horno que iba empotrado en ese suelo de cristal y me agachaba para hornear un pastel. Y allí estaba Alexander, como si fuese lo más normal del mundo, con un pijama de cuadros azules y el pelo revuelto, como si acabase de levantarse. Me desperté con el pelo pegado a la nuca y la boca pastosa, y cuando me miré en el espejo del baño me espantó tanto mi aspecto que llené la bañera de agua caliente y allí me sumergí durante media hora, con un antifaz que olía a lavanda en los ojos y escuchando tangos. Me había aficionado a este dramático género desde que me di cuenta que oír las desgracias ajenas era una terapia barata que me hacía olvidar las propias.
Cuando salí de la bañera envuelta en mi viejo albornoz rosado ya me encontraba bastante mejor y hasta mi piel parecía haberse alisado. Miré el despertador de mi mesita de noche; eran las seis de la tarde. Estimé que había pasado un tiempo prudencial y ya podía contestarle. No me desagradó ver que me había mandado otro mensaje más, según él por si el primero no me había llegado. Le contesté que podía llamarme a las nueve, si le venía bien y una vez que pulsé en enviar me arrepentí. ¿Qué pensaría de mí? No nos conocíamos de nada; ¿de qué podríamos hablar, considerando que vivíamos en ciudades distintas y que era improbable que volviésemos a coincidir.
Aunque me daba cuenta de que era absurdo, porque en el caso de que me llamase no iba a verme, me vestí de la manera que me pareció más adecuada y me maquillé. Mientras me pintaba los ojos me eché a reír delante del espejo y di gracias de que ninguna de mis amigas me pudiese ver, porque se burlarían de mi. No tenía sentido prepararse para una cita que no era tal ni que estuviese nerviosa como cuando tenía quince años y me invitaban a ir al cine. Por Dios, esto era más absurdo que el estúpido encaprichamiento que tuve con el niñato del psicólogo. El problema era que Alexander no era ningún niñato, de eso estaba completamente segura. A los ocho me obligué a cenar una ensalada, aún sin hambre, y luego me senté en el sofá con un libro en la mano, y aunque leí un par de páginas no entendí nada de lo que allí decía. Mi mente estaba en otra parte y no era capaz de concentrarme. Por más que disimulase, estaba pendiente del teléfono y no dejaba de mirarlo. A las nueve en punto, ni un minuto más ni un minuto menos, sonó y di un salto en mi asiento, pero me detuve y no descolgué hasta el quinto timbrazo. No debía de pensar que estaba como una patética idiota esperando que me llamase; porque no era verdad. ¿O si?
Escuché su voz suave que me saludaba al otro lado del hilo telefónico y me lo imaginé entornando los ojos como había hecho cuando hablábamos en la cafetería. ¿Estaría en casa, en su trabajo? En realidad, puede que trabajase en casa. Alexander se dedicaba a escribir. ¿Dónde trabajan los escritores? Desconozco ese mundo, pero supongo que igual no necesitan ir cada día a la oficina y fichar a las nueve para volver a salir a las tres o a las cuatro. Sabía tan poco de él que todavía no acababa de entender por qué le había dado mi teléfono y sobre todo porque me encontraba tan cómoda y tan contenta hablando con él ahora mismo. Hablamos de muchas cosas y en concreto de nada en especial; creo que simplemente lo que deseábamos ambos era escucharnos mutuamente y sentir que el otro estaba ahí, sin más. Cuando colgué el teléfono había pasado casi una hora, que se me había ido volando. Me pasé la mano por la cara, como si no acabase de creer lo que había pasado. Esto tenía que contárselo a alguien, estaba demasiado nerviosa para callármelo y me hacía falta hablar, contar, quizá también escuchar otra opinión. Antes de marcar el número, pensé quien de mis amigas sería la más adecuada para esta confidencia. Luisa Fernanda quedaba descartada, a aquella horas estaría bendiciendo la mesa y cenando con su insulsa familia, y además nunca entendería que le hubiese dado mi mail y mi número a un desconocido, y encima extranjero. Leticia tampoco era una opción demasiado válida; para ella cualquier hombre que apareciese en el horizonte era la quintaesencia de lo maravilloso y el compañero ideal para toda la vida, incluso aunque se le notase que era uno de los ángeles del infierno o que acabase de salir en libertad condicional tras haber matado a medio centenar de personas. A Claudia la acababa de conocer y era demasiado joven; bastante tenía la pobre con salir adelante. Laura andaba por aquel momento enfangada hasta las orejas en estiércol de cerdo y gallinas, y Sara Patricia, a pesar de su proverbial sensatez o quizá por ella y por deformación profesional, todo lo analizaba, y no estaba yo para esos análisis en estos momentos. Lo que me hacía falta era una voz amiga que supiese escuchar con empatía pero a la vez mantenerse al margen. Como siempre, ya desde el principio sabía a quien tenía que acudir. Leo era la solución. Marqué su número y cuando ya iba a desistir y colgar, conseguí que me contestase. Apenas me escuchó saludarla supo que algo había pasado.
-¿Cuándo lo vas a soltar?
-¿El qué?-me hice la tonta.
-No se el qué, pero es indudable que me quieres contar algo y no sabes cómo hacerlo. Te advierto que no tengo toda la noche.
-Bueno, si, tienes razón. Es que…he conocido a alguien.
-A alguien con pito, quieres decir-afirmaba, más que preguntar. Ella podía ser así de bruta.
-Por Dios, contigo no se puede tener una conversación normal.
-Guiomar, son casi las once de la noche y estoy cansada. Si me fío de tus maneras de señora burguesa nos darán las cuatro de la mañana y todavía no habrás empezado la historia. Sé que es un hombre, porque si fuese una mujer, dado que a ti no te gustan las chicas, no me llamarías a estas horas con voz de alelada.
-No tengo voz de alelada.
-No, habitualmente no-me concedió. Pero hoy si. ¿Dónde le has conocido?
-Me caí a sus pies en el aeropuerto
Se echó a reír a carcajadas.
-Tú siempre haciendo entradas triunfales. ¿Qué hombre podrá tomar en serio a una boba que se echa a sus pies ya de entrada?
-Me caí, simplemente. Y él fue tan amable que me levantó, y me invitó a un café.
-Sintió pena.
-Yo prefiero pensar que se enamoró de mis ojos, pero en fin, si lo quieres es hundirme la vida y la ilusión…
Beth10 de abril de 2012

11 Comentarios

  • Davidlg

    "Lo que me hacía falta era una voz amiga que supiese escuchar con empatía pero a la vez mantenerse al margen."

    Básicamente eso es ser un buen amigo, pero yo todavía soy algo entrometido así que no califico del todo.


    "-A alguien con pito, quieres decir-afirmaba, más que preguntar. Ella podía ser así de bruta."

    jajajajjajajajjajajajajja


    "-Yo prefiero pensar que se enamoró de mis ojos, pero en fin, si lo quieres es hundirme la vida y la ilusión…"


    Yo también pienso que entre amigos, después de las once los modales ya no cuentan tanto; además, siempre es bueno tener cerca a alguien que nos amarre al suelo... por aquello de volar como globito sin rumbo.


    Ahhh! el amor... parece que a Guiomar le atravesó cupido en pleno aeropuerto. Saludos!

    11/04/12 02:04

  • Creatividad

    Jajajajajajajajjjaaaaa!!! perdona.., pero es que no veas como me he reido!!! que pasada. Por lo menos diez minutos seguidos no podia continuar leyendo desde leticia..Jajajajaj!! todavia me duele el estomago.. Y luego cuando pude continuar, le toco el turno a Laura!! y ya no te cuento cuando empezo a hablar Guiomar!

    Buenisimoooo! me lo he pasado fenomenal. En espera estoy del siguiente capitulo.
    Eres buenisima. me encata este humor. Muy bien hecho!

    11/04/12 06:04

  • Buitrago

    Buenisimo Beth jejeje en verdad un lujo
    saludos

    Antonio

    11/04/12 09:04

  • Beth

    Si David, los amigos a veces pueden ser tremendos, y las amigas mucho más. Dicen lo que uno no quiere oír, si son leales y te quieren, claro

    11/04/12 11:04

  • Beth

    Gracias Creatividad, me encanta saber que te has reído. La risa es un bien escaso y hay que cultivarlo. Un cordial saludo

    11/04/12 11:04

  • Beth

    Encantada Antonio de que te haya gustado. Cariñosos saludos

    11/04/12 11:04

  • Creatividad

    Pues mientras sigan habiendo "hortelanas" de la literatura como tu...la verdad es que no nos podemos quejar! Besos.

    11/04/12 04:04

  • Beth

    Es una bonita manera de decirlo: hortelana. ¿Hay algo más bonito que cultivar, lo que sea? Además, estamos en primavera, al menos en estos lares...así que sigamos cultivando a ver estas perdularias lo que nos tienen preparado

    11/04/12 04:04

  • Creatividad

    jajaja, esperare impaciente. Besos.

    11/04/12 07:04

  • Danae

    Es que no es lo mismo un tropiezo en el aeropuerto a los pies de un interesante caballero que resbalar sobre una cáscara de plátano en la esquina de la casa a los pies del contenedor de basura ... No me extraña el entusiasmo de Guiomar.
    Me he reído un montón ... y todo el tiempo he tenido esa sonrisa cómplice ...
    Genial.
    Un besote.

    06/05/12 08:05

  • Beth

    No es la mejor manera de conocer a alguien, pero bueno...lo que importa es el resultado, los medios o maneras, no tanto. Besos

    06/05/12 08:05

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