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La Real Orden de Las Perdularias 25

Pasé el resto de la semana trabajando diez horas al día; tenía muchos casos pendientes y no encontré tiempo ni para enfrentar mis propios problemas, así que aún menos los de mis amigas. Hablaba con Alexander todos los días pero él, fiel a si mismo, no me volvió a preguntar qué había decidido. Conociéndole, no lo haría. Nunca me daría prisas ni me coaccionaría. Era tan respetuoso que no concebía inferir demasiado en la vida de otra persona, ni siquiera para su propio beneficio. Y el tener tanto trabajo me venía muy bien para no tener que pensar demasiado.
Pero llegó el fin de semana y ya no pude poner como disculpa la oficina ni los clientes ni los casos. Sin embargo, mis amigas se encargaron de que no tuviese tiempo para dedicarle a mi futuro con Alexander. El sábado por la mañana, cuando estaba peleándome con la aspiradora y sudando como una condenada a galeras en el vano intento de mover una de las librerías del salón, sonó el teléfono. Estuve dudando si dejarlo sonar, pero al final prevaleció mi sentido de la responsabilidad. Era Sara Patricia, que entró a por mí directamente, como un elefante en una cacharrería.
-Ya te vale, ¿eh?
-Ya me vale, ¿el qué?-le pregunté, ya resignada a no poder acabar de limpiar el salón en paz.
-Has dejado a la pobre Leo hecha unos zorros y no has tenido la decencia de pedirle perdón.
Dejé la aspiradora en el suelo con toda la calma de que fui capaz, y como me barruntaba que la conversación sería larga, me fui hasta el sillón que muy sensatamente he colocado mirando a la ventana que da a la plaza. La dejé que me hiciese todos los reproches del mundo mientras yo me relajaba viendo lo que ocurría en la calle. La mañana de sábado se presentaba fría pero soleada y ya estaban en el parque los primeros niños, acompañados de sus padres. Me imaginaba la situación; la madre de familia habría echado de casas con sus mejores maneras a cónyuge y vástagos para que si indefectiblemente tenía que poner fin a la mugre y al desorden al menos lo pudiese hacer en paz. Alguno de los padres parecía medio perdido con sus retoños pero había un par de ellos que se mostraban diestros en el manejo de bebés, carritos y chupetes. Me acordé de Alexander; era inevitable. Por eso aparté la vista y me fijé en la otra cara de la moneda, los dos ancianos apoyados en sus bastones que intentaban acaparar los primeros rayos de un sol tímido que apuntaba en el cielo como una jovencita que va a un baile por vez primera y le da pudor mostrarse. No sabía en cual de los grupos encajaba yo; en ninguno de momento: ni me sentía una vieja ni con tantas fuerzas como para hacerme cargo de dos niños de ocho años para los que seguramente sería una especie de bruja maléfica.
-Di algo, ¿estás ahí?
Volví a la realidad ante los gritos de Sara Patricia al otro lado del teléfono.
-¿Qué quieres que diga? Lo siento mucho. Nunca había pretendido herirla.
-Pues díselo.
-Ya le pediré perdón.
-¿Cuándo?
-No se, cuando nos veamos en la próxima reunión.
-No, de eso nada, guapa. Esta tarde vas a ir a la cafetería de la esquina en la calle de Leo a las cinco. Yo la llevaré allí sin decirle nada, os veréis y le pides perdón.
-No, esa no es manera-me opuse. Deja que sea yo quien…
Me interrumpió, ordenándome con voz de general de artillería que estuviese allí a las cinco. Y tuvo la osadía de colgarme el teléfono. Tiré el inalámbrico sobre la alfombra de malos modos y seguí con la aspiradora, pero ahora con mucha más fuerza que antes. La ira que sentía desbordándome el pecho me daba nuevas energías. ¿Todo el mundo se había creído que me podían manejar a su antojo? Últimamente estaba harta del mundo en general. Mi madre se empeñaba en tratarme como a una niña y me decía a cada paso lo que tenía que hacer. Mis hijos solo me llamaban cuando necesitaban algo y cuando me concedían la gracia de visitarme no dejaban de buscar defectos a mi casa, a mi manera de vivir y a mi misma. Sospecho que todavía no me habían perdonado que dejase a su padre; obviando toda la soledad y despecho que me tuve que tragar durante décadas. Y por si fuese poco mis amigas, en otro tiempo fuente de consuelo y solaz, ahora eran como un yugo que me oprimía; siempre dando consejos que no habían sido pedidos, opinando de lo que no les importaba e intentando dirigirme la vida. Resoplé como una yegua enfurecida, pero después de dejar la casa limpia como un jaspe y de tomarme un bocadillo de pie delante de la encimera, me desprendí de los andrajosos pantalones que llevaba y la camiseta ya sin forma y me duché. Al final sabía que cedería e iría a ver a mis amigas. Me puse un vestido lila que Leo me había regalado hacia ya tiempo, y mi abrigo preferido. Me pinté con cuidado, como si fuese a la guerra. Mientras salía a la calle y me encaminaba a la cafetería pensé que al fin y al cabo, iba a librar una batalla.
Yo fui quien llegó primero, como era costumbre. De mi padre he heredado la costumbre de la puntualidad; que generalmente es cosa buena pero en ocasiones es una manera de perder el tiempo en un país como el nuestro en donde todo el mundo llega tarde. Y Sara Patricia era maestra en ese arte. Pedí un café con leche y aproveché para sacar mi agenda y repasar lo que tenía pendiente en la próxima semana. Estaba tan absorta que no me di cuenta de que habían llegado hasta que oí la voz de Leo, enfadada al verme allí, gritándole a nuestra amiga que había sido una encerrona. No le faltaba razón, lo tenía que reconocer. Me levanté, dispuesta a dar el primer paso, y como Sara Patricia la empujaba, Leo no tuvo más remedio que sentarse a la mesa donde yo estaba. Pero se quedó con los brazos cruzados sobre el pecho, en la clásica postura que en el lenguaje gestual significa que hay una barrera, de momento infranqueable. Después de que ambas hubiesen pedido, comprendí que había llegado el inevitable momento de hablar, y a mi me tocaba mover ficha. Respiré hondo para tranquilizarme y darme fuerzas. No soy persona a la que cueste pedir perdón e incluso a veces pienso que lo pido en demasía, pero aquel enfado ya duraba una semana y los ojos de Leo, fríos y duros posándose en mí, a la par que su ceño fruncido, me asustaban.
-Te pido que me perdones. He estado desacertada y he actuado mal. Supongo que me enfadé y en aquel momento quería hacerte daño, aunque inmediatamente me arrepintiese.
Ella asintió con la cabeza, pero siguió con los brazos cruzados y mirándome fijamente. Estaba dolida y se estaba encargando a conciencia de que yo me diese cuenta del daño que le había hecho. La llegada del camarero con los cafés impidió que ninguna de las tres siguiese hablando. Y cuando se marchó, todavía seguimos un buen rato en silencio, como si el poner azúcar en el café y remover fuese un acto litúrgico y necesitase de toda nuestra atención.
-Lo siento mucho Leo. Me he pasado.
-Tres pueblos-dijo con voz de trueno. Reconócelo.
-¿No es lo que estoy haciendo ya?-me enfadé yo también. No se si quieres que me raje las venas aquí en público o que me flagele con un látigo de siete colas. ¿Tú nunca has hecho mal las cosas?
-Pues claro, pero no he metido el dedo dentro de la herida de nadie, menos de una de mis mejores amigas.
Tragué saliva y conté en silencio y despacio hasta diez. Había venido aquí para hacer las paces y puesto que ella era la ofendida supongo que tenía derecho a resarcirse. Se lo iba a permitir, aunque no le daría un cheque en blanco; todo tiene un límite.
-Tocaste mi fibra sensible-me acusó. Tiraste a matar.
-De acuerdo con lo primero. Pero no con tu segunda afirmación. Yo no tiré a matar. Simplemente-intenté explicarle pacientemente-cuando se conoce mucho a una persona es fácil herirla, porque también conoces sus puntos débiles y aquellas cosas que más le van a doler. Supongo que yo estaba cansada, confusa por haber estado con Alexander, con los sentimientos a flor de piel y…simplemente me sentaron mal tus comentarios y no supe echarlos a broma como he hecho tantas veces.
Volvió a asentir con la cabeza, y me miró algo más relajada. Incluso se permitió una pequeña sonrisa. Y por eso me arriesgué a seguir hablando.
-Sin embargo, Leo, si que hay algo de lo que no me arrepiento.
Se quedó callada, esperando. Y yo continué, rogando no volver a estropear las cosas.
-Aquí la psicóloga es Sara Patricia, pero por experiencia propia si te diría, si me lo permites, que por tu bien, debes pasar página ya.
-¿Pasar página? ¿Qué quieres decir?
-Quiero decir-empecé suavemente, como cuando se le intenta explicar algo doloroso a un niño- que lo que te ha pasado es terrible, pero no puedes pasarte la vida recordándolo, viviendo en el pasado e hipotecando tu presente y tu futuro. Tu exmarido era un cabrón que te hizo mucho daño, pero no todos los hombres son así. No puedes ir por la vida con los guantes de boxeo puestos o echarás a todo el mundo de tu lado.
-Qué fácil es para ti hablar-me dijo, mirándome con resentimiento. A ti no te han cosido la cara a hostias.
-No, es verdad, a mí nunca me han puesto la mano encima. Y no puedo imaginar lo que eso significa, pero si que he sido maltratada.
-¿Ah, si? No me digas-se burló.
-Leo, no todo el maltrato pasa porque te pongan los ojos morados. Puedo deciros a las dos, y es la primera vez que hablo de ello con alguien; que es tremendamente doloroso que la persona con quien has tenido dos hijos y con la que has planeado pasar tu vida y envejecer, te ningunee, te desprecie y te diga en tu propia cara que no quiere ir contigo por la calle de la mano porque le da vergüenza.
Me callé de repente. Se me había puesto un nudo en la garganta y me temblaba la voz. Saqué un pañuelo de papel del bolso y me sequé los ojos. El tema era todavía muy doloroso para mí y me sentía en carne viva al recordarlo.

Beth07 de junio de 2012

15 Comentarios

  • Asun

    Beth, estas perdularias se están poniendo muy dramáticas, muy reales, diría yo.
    No es que todas las mujeres llevemos a cuestas la crucecita de un maltrato, pero es un tema que duele mucho.
    Besos.

    07/06/12 04:06

  • Beth

    Por suerte no, no a todas las mujeres les pasa, pero si que sucede más veces de las que estamos dispuestos a reconocer. La vida, sin más

    07/06/12 04:06

  • Asun

    Por cierto no se si estoy equivocada, pero este no debía ser el 25?
    Como en Mayo estuve algo desconectada igual me he perdido, pero no veo el capítulo 25.

    07/06/12 04:06

  • Beth

    Tienes razón Asun, muchas gracias. Lo siento, un despiste de los míos. Ya lo corrijo

    07/06/12 05:06

  • Beth

    Supongo que cada capítulo, o eso es lo que intento, cuenta una historia en si mismo. Pero he de reconocer que me cuesta bastante; hasta ahora mis novelas eran algo más lineales y se contaba una historia o a lo sumo dos; y aquí hay muchas mujeres con mucho que contar. En fin, hago lo que puedo y por favor, perdonad mis fallos; que estoy aprendiendo. Besos querida Sete

    07/06/12 06:06

  • Nereael

    Capítulo 25? Sete tiene razón, porque yo es el primero que cato y no me ha dado la sensación de haberme perdido capítulos. Beth, ha sido toda una sorpresa descubrir a estas perdularias tan reales, me encanta como narras. Por cierto, ¿Dónde están los otros 24?

    07/06/12 06:06

  • Beth

    Es que mis perdularias son casi reales. He cambiado cosas, claro, porque no quiero que ninguna de ellas se vea demasiado retratada, pero...existen. Los otros 24, creo que si pulsas en mi nombre, en textos míos deben aparecer por ahí, están todos. Gracias por la lectura y comentarios

    07/06/12 06:06

  • Creatividad

    Perdularias finalmente!

    Beth, es que no me cansaria aunque fueran 25 paginas de un solo golpe. Eres un maestra al narrar como bien ya te hand dicho, pero esos detalles, de la estanteria, del elefante, la barrera infranqueable de los brazos cruzados, el ponerle azucar como si fuera muy importante en ese momento,,, en fin, es cada parrafo algo que me encanta y es tan real, es como si estubiera viendolo en la television directamente segun cuentas. Eres fantastica Beth, una vez mas... Fantastica!

    08/06/12 04:06

  • Davidlg

    A veces me pregunto que tan fácil será dejar las cosas nuevas que me sucedan. La muerte de mi padre quedó atrás, ocho años y varios golpes me tomó, la situación con mis ex-parejas me tomó otros tres con una y la última seis meses.

    Quisiera pensar que cada momento me hago menos dependiente, pero a veces siento o pienso que en algún momento me puede ocurrir algo que me hunda tan profundo como la primera vez.

    Espero que no sea el caso. Saludos amiga y un beso!

    08/06/12 06:06

  • Beth

    Creatividad, siempre he pensado que hay muchas maneras de narrar, y una no tiene por qué ser mejor que la otra. Pero a mi me gustan los detalles pequeños, no soy de muchas grandes acciones ni cuento asaltos a bancos o grandes peligros. Hablo que lo que conozco algo; cosas sencillas, sentimientos, relaciones, amistades...Para mi es un honor que te encuentres cómoda leyéndolo. Un beso

    08/06/12 09:06

  • Beth

    Querido David: la vida y lo que nos ha pasado, bueno o malo, es una mochila que llevamos a la espalda toda nuestra vida, es nuestro bagaje y no podemos renunciar a él porque ha hecho de cada uno lo que es. Un beso de viernes

    08/06/12 09:06

  • Lumino

    Estas Perdularias tuyas, Son espejo nítido de lo que tenemos alrededor.
    Algunas veces parece que estoy en uno de esos documentales reality.
    Se expresan, sin actuar. Nada a por el siguiente. Un saludo

    08/06/12 09:06

  • Beth

    Es lo que veo, lo que me pasa, lo que les pasa a ellas, así que, añadiéndole cositas y pequeños detalles, supongo que algo va saliendo, aunque de momento no se muy bien qué es. Saludos Lumino

    08/06/12 09:06

  • Danae

    No, es verdad, a mí nunca me han puesto la mano encima. Y no puedo imaginar lo que eso significa, pero si que he sido maltratada.
    -¿Ah, si? No me digas-se burló.
    -Leo, no todo el maltrato pasa porque te pongan los ojos morados.

    El maltrato físico es terrible. Pero existe otro más sutil, y a la larga, absolutamente demoledor.
    Muy bien dicho, Guiomar.
    Un beso, Beth.

    13/06/12 09:06

  • Beth

    Los dos son tremendos, pero pienso, igual estoy equivocada, que cuando te golpean el alma...tardas más en curarte. Un beso para ti también

    13/06/12 09:06

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