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La Real Orden de Las Perdularias 33

No sé cómo fui capaz de llegar a casa, pero de alguna manera lo hice. Aparqué el coche como pude en mi plaza, dando gracias a Dios de que mi vecino estuviese de viaje porque la mitad de la parte trasera estaba en su territorio, y me metí en el ascensor deseando que se parase en el Limbo o en algún lugar parecido. Aunque… ¿no decían ahora que el Limbo no existía? Me enfadé conmigo misma por pensar en semejantes tonterías. Dejé el bolso y las llaves en el mueble de la entrada y fui directa a la nevera. Nunca bebía alcohol a menos que fuese cenando, si descontamos alguna copita de licor con las chicas, pero me serví vino blanco y me lo llevé al baño. Necesitaba llenar la bañera con agua caliente, poner una perla relajante de aceite de lavanda y quedarme allí hasta parecer una pasa arrugada. No podía con mi vida ni quería saber nada más del mundo hasta mañana. No hice caso del teléfono que sonaba en el salón. Ya miraría luego quien había llamado; en ese momento no me encontraba con fuerzas para salir de la bañera que me acogía como el vientre materno a un feto desprotegido. Pensé en Luisa Fernanda y me pregunté cómo afrontaría este problema. Me daba la sensación de que lo tremendo para ella no era solamente que su marido la hubiese engañado, y encima con su prima, sino el que todas nosotras nos hubiésemos enterado. Estaba segura de que su ego había sufrido un golpe mortal y me preocupaba que no pudiese hacerle frente a la situación. Mientras me secaba pensé en la dureza de la vida y en lo poco que nos preparan para las situaciones que a lo largo de nuestra existencia nos toca afrontar. Y me pregunté una vez más si yo había sido una buena madre y había educado bien a mis hijos. Ninguno de ellos era asesino, drogadicto o ladrón, que yo supiese al menos; pero…me daba cuenta de que ambos eran egoístas y desconsiderados en muchas ocasiones. Ojala la vida se encargase de enseñarles que no somos tan especiales como para que el resto del mundo nos rinda pleitesía; ya que yo no lo había hecho del todo bien. Mi hijo había cambiado desde que estuvo enfermo; era más maduro para muchas cosas, pero también se había vuelto un poco más desconsiderado y tenía la sensación de que se ponía él por delante, sin tener en cuenta en muchas ocasiones los deseos y necesidades de los demás.
Me estaba peinando y ya había enchufado el secador de pelo cuando el teléfono volvió a sonar. Esta vez si contesté, ya no tenía excusa. Me sorprendió oír la voz de Alexander.
-Te he llamado antes-me dijo, sin saludar siquiera. Me sorprendí. Él era la educación y la cortesía hecha persona, hasta tal punto de que a veces me agobiaban sus buenos modales de colegio de pago.
-Lo siento. Estaba dándome un baño. Buenas noches-le dije, recalcando el saludo, para que se diese cuenta de que me sentía molesta.
No podía verle, pero estaba segura de que en ese momento sonreía con algo de ironía. Siempre se quejaba de que yo era muy gruñona y que me gustaba usar la ironía para ponerle en su sitio.
-Perdóname-dijo en voz baja. Y no solo por haberme saltado el saludo.
-¿Por qué más debo perdonarte?
Confieso que tantas disculpas me sonaban raras. Cuando un hombre pide perdón sin que se sepa por qué…mal asunto. ¿O sería que llegaba de casa de mi amiga con la susceptibilidad por las nubes?
-Porque he estado muy desagradable durante estos últimos días. Y ni te lo mereces ni tienes culpa de mi mal humor.
-No hay nada qué perdonar. Todos pasamos por momentos malos de vez en cuando.
Pero no me podía negar a mí misma que sentía cierto placer en escuchar como se disculpaba y en aceptar yo sus disculpas con fingida benevolencia, ya que en el fondo pensaba que sí tenía motivos para pedirme perdón, y muchos…Pero no era cosa de descubrir todas mis cartas. Estaba bien jugar un poco al ratón y al gato. Yo era la gata, por supuesto, y él…un miserable roedor.

Los dos nos quedamos callados, yo porque ya no sabía qué decirle y estaba a la expectativa; tan seguro como que me iba a morir que me llamaba para algo más que para pedirme perdón; y él porque supongo que no sabía muy bien cómo seguir. Oí un carraspeo al otro lado de la línea y me permití sentir compasión. Sería escritor, pero lo que es locuacidad…muy poca.
-Y bien, ¿qué me cuentas? ¿Cómo están tus hijos?
Decidí ser yo quien rompiese el hielo. No habíamos hablado de sus mellizos desde el día en que me confesó que existían.
-Están muy bien, gracias por preguntarme. El caso es que-se detuvo, como cogiendo aire. Confieso que estaba gozando un poco al ver sus titubeos. En vez de cincuenta años parecía tener quince.
-¿Qué, Alexander? Habla, ¿qué es lo que pasa?
-Quiero que les conozcas. ¿Podrías venir a mi casa este fin de semana?
-¿A tu casa?-repetí, estúpidamente, como para ganar tiempo.
-Ya, ya sé que no te apetece y preferirías terreno neutral; pero no me parece buena idea sacar a los niños de su medio. Quiero que todo vaya bien y cuanto más rutinario sea, mejor.
Solté una carcajada que encubría bajo una pátina de despreocupación y humor el miedo que me atenazaba.
-Bueno, si tú piensas que es rutinario que Papá de repente les presente a una señora como…por cierto, ¿quién les vas a decir que soy?
-Pues les diré la verdad, que eres mi novia, que te quiero.
-Ah, ¿es que somos novios? Perdona que me ría, esa palabra pasados los treinta años me resulta de un ridículo…
-¿Qué debo decirles entonces, señora Sabelotodo?
-Pues no lo sé. Da igual, la palabra es lo de menos-reconocí.
-¿Vas a venir?
Me detuve, había estado caminando por toda la casa como una posesa mientras hablaba con él; pero los paseos no pondrían fin al pánico que se me había instalado en el pecho.
-El caso es que mi hija llega mañana, estará en mi casa hasta el viernes por la mañana, con su novio. Luego se va a pasar el fin de semana con su padre.
-Entonces está libre. ¿Cuál es el problema?-me urgió.
-El problema es que me da pánico conocer a tus hijos.
Silencio al otro lado de la línea. Al fin habló y su voz me sonaba dolida
-Puedo entenderlo, mi Guiomar. Pero, son mis hijos, no puedo dejarlos al margen.
-Me has entendido mal. No quiero que les dejes al margen, ni cambia mi amor por ti que tengas hijos. Pero no puedo evitar sentir miedo. Los niños y los animales no admiten componendas, querido. Si les gustas, te lo hacen saber, lo demuestran…y si no les gustas, con más rapidez todavía.
-Les gustarás. Se enamorarán de ti, como le ha pasado a su padre.
A mi me gustaría estar tan segura. Pero no quise derribar sus esperanzas ni tampoco preocuparme más. Nos despedimos después de ultimar algunos detalles.
Suspiré profundamente a colgar. No podía decir que faltasen emociones en mi vida. Mañana llegaba Irina con su novio y sin tiempo a recuperarme me tocaba conocer a dos niños de ocho años que seguramente me verían como la madrastra mala del cuento. Niños de los que no conocía ni su nombre. Muy típico de Alexander, ni siquiera darme ese dato. Para relajarme decidí hacer un pastel de zanahoria; era uno de los favoritos de mi hija.

Beth05 de julio de 2012

9 Comentarios

  • Creatividad

    Valla capitulo otra vez, tan rico en detalles y pensamientos. Cuando te leo, jamas se me hace largo..podria seguir con el ritmo tan interesante que le inyectas. Me encanta esta novela amiga beth. Eres increible como autora. Saludito, y como le he dicho a Asun no estoy al dia en general ya que no tengo tanto tiempo pero tu Perdularias....eso, no me lo puedo perder! Un beso.

    06/07/12 04:07

  • Buitrago

    Bueno!! creo que la amiga Creatividad lo ha expresado muy bien
    un abrazo

    Antonio

    06/07/12 09:07

  • Beth

    Gracias a los dos. Intento mantener el hilo, aunque a veces me cuesta, al ser tantas chicas se que cometo el fallo de no trabajar demasiado los personajes, excepto quizá el de Guiomar...se trata de ir aprendiendo, igual cuando vaya a cumplir los ochenta adquiero algo más de práctica. Un beso para cada uno, chicos

    06/07/12 10:07

  • Neogrekosay2012

    Fascina tu habilidad para seguir con estas Perdularias...que siempre llaman mi atención. Gracias por tu comentario. Creo que es momento de escribir sobre este mundo, y como bien dices...algo se desencaja de una realidad que nos llega a paralizar. Un gran saludo.

    06/07/12 08:07

  • Beth

    A ti las gracias Neo, por tener la paciencia de seguir las aventuras de estas mujeres, sus ensoñaciones, sus vivencias y sobre todo, sus miedos. Un cordial saludo

    06/07/12 08:07

  • Nereael

    Vamos, mis fines de semana no prometen ni una millonésima parte de los de Guiomar. Vaya trago se le avecina, esperemos que los mellizos no estén asilvestrados. Siempre es un placer, Beth.

    07/07/12 01:07

  • Beth

    Ay, ¿tú crees que no estarán algo asilvestrados? No se yo...Los míos tampoco son como los de Guiomar ni de lejos. El último que tuve algo parecido fue en Navidad, pero sin gemelos, con un perro y varios gatos, que siempre es mejor porque no hablan y si alguno te desprecia lo demuestran al menos en silencio.

    07/07/12 10:07

  • Asun

    Desde luego no faltan emociones en su vida, no. Yo me quejo de mi vida, pero lo de esta mujer, es casi peor.
    Una pregunta indiscreta, tienes ya pensado el final, o te pasa como a mi que tu mano escribe prácticamente a su aire?
    Un beso Beth.

    08/07/12 04:07

  • Beth

    Uy, ¿el final? No tengo ni pensado como será el próximo capítulo Asun. Nunca planeo nada, escribo según van saliendo las ideas, según tenga yo misma el día o lo que me pase, o lo que les pase a ellas y me lo cuenten (en este caso de las perdularias). No soy metódica ni concibo esquemas previos ni nada de nada.

    Otro beso para ti

    08/07/12 05:07

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