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La Real Orden de Las Perdularias 43

Mi madre no se inmutó, siguió mirando hacia la ventana con toda tranquilidad. No podía creerlo. Tenía una hermana por esos mundos de Dios y no sabía nada. Mis padres nos habían ocultado a mi hermano y a mi toda esta historia durante una vida entera. Me pregunté para qué demonios ahora se estaba molestando mi madre en contármelo. Yo vivía muy bien sin conocer esa faceta de mi padre que me repugnaba y me intrigaba a partes iguales. Antes, hacía menos de una hora, yo pensaba que la mayoría de los hombres se dedicaban a romper el corazón de las mujeres, pero había un hombre en el mundo, mi padre, que era distinto. Y ahora el castillo de naipes se había venido abajo.
-Haz el favor de sentarte y no armar escándalo-me aconsejó mi madre con voz pausada.
-Eres fría como un témpano de hielo, Mamá. Me acabo de enterar de que tengo una hermana por ahí, por el mundo…
-No, por el mundo, no. Vive en esta misma ciudad.
-Pero, ¿tú te tratas con ella?
-Con ella casi nada, pero a su madre la veo de vez en cuando.
El agua que estaba tomando se me atragantó y me salió por la nariz, poniendo perdida a mi madre, que estaba enfrente y me miraba con profundo desagrado.
-Sencillamente no me lo puedo creer. Eres imposible. Tu marido tuvo una amante y resulta que sois amigas y os vais de compras juntas.
-Pues claro que no, no nos vamos de compras juntas. Pero la vida hay que tomarla como viene, hija mía, y dramatizar lo menos posible. Tuve que aceptarla en mi vida porque no quería perder del todo a tu padre.
No sabía si sentir pena o desprecio, o ambas cosas, por esta mujer que me estaba abriendo su corazón. Me repetía a mi misma que no se debe juzgar, que cada uno tiene sus razones para actuar de determinada manera, pero no era capaz de distanciarme lo suficiente de la situación.
-Además, tú la conoces-me dijo, tan tranquila, al tiempo que recogía la mesa.
-¿Cómo que yo la conozco?
-Si. ¿Recuerdas aquella mujer que iba a ver a tu padre al hospital cada dos días?
-¿Te refieres a Alicia, su compañera de trabajo?
-Alicia, si. Sólo que no era su compañera de trabajo, sino su amante.
-¿Y tú le permitías que fuese a verle?
-Si, lo hacía. Porque tu padre la quería, y se estaba muriendo, así que no me pareció justo impedir que se despidiesen ni que ella le llevase algo de paz. Tu padre nos quiso a las dos, a cada una de una manera, y yo lo acepté. Sufrí mucho y me costó lo indecible acostumbrarme a la situación pero lo acepté. Y no te voy a permitir que me juzgues, no creo que tengas derecho.
Me quedé sentada como una muñeca de trapo, mirándola sin saber qué decir. Sentía los brazos y las piernas como ajenos a mi cuerpo, como si fuesen de goma y no me sostuviesen. Había vivido toda una vida engañada, en una situación artificial que en nada se parecía a lo que de verdad pasaba a mis espaldas. Aquella noche me quedé a dormir en mi habitación de siempre en la casa de mi madre y decidí que no quería saber nada más, al menos por el momento. Cuando estuviese más fuerte le preguntaría a mi madre más detalles.
Me marché a la mañana siguiente antes de que mi madre se despertase. No tuve las fuerzas necesarias para enfrentar su mirada. Estaba decepcionada y furiosa a partes iguales. ¿Había algo en mi vida que estuviese bien?
El sábado por la mañana me dediqué a limpiar mi casa a fondo. No hay mejor terapia que ponerse ropa vieja, atarse un pañuelo en la cabeza y frotar con ahínco para hacer salir la mugre, toda, hasta la del alma. Me arrodillé ante la bañera y le saqué brillo hasta que me dolieron los brazos y las rodillas. Trastabillando me levanté y me arrastré a la cocina para prepararme un té. Seguía teniendo un peso en el corazón. Eran demasiadas cosas las que no funcionaban; mi hija con el norte perdido, mi hijo encerrado en la torre de cristal en la que se aislaba del mundo, mi ex marido molestándome todavía cuando sentía que no tenía a mano un saco de boxeo adecuado; Alexander jugando al ratón y al gato, dándome a veces su amor y en otras ocasiones escondiéndose tras una máscara de cortesía. Y ahora mi padre tenía que enterarme de que mi padre había tenido una amante y yo de regalo me encontraba a mis casi cincuenta años con una hermana.
Estaba pensando en darme una ducha y comer algo cuando tocaron a la puerta. Era Leo, que como siempre se presentaba sin avisar. Había venido en moto, supongo, por las pintas. El pelo, que se había teñido recientemente de un rojo anaranjado, de punta, chupa de cuero con tachuela, botas de neonazi y pantalones haciendo juego con la chaqueta. Como concesión a la elegancia, una blusa blanca de chorreras en el más puro estilo Felipe II.
-Hay que tomar cartas en el asunto-me dijo mientras abría la nevera para sacar una cerveza.
-¿En qué asunto? Tienes la estúpida tendencia de imaginar que yo estoy dentro de tu cabeza y sé de lo que hablas, pero no tengo bola de cristal.
-Quiero decir-me aclaró-que tenemos que hablar con Luisa Fernanda.
-Ya he hablado con ella; hemos iniciado el proceso de divorcio y al gilipollas de su marido le voy a dejar en la calle.
-No hablo de eso.
Miró a ambos lados como si mi casa estuviese plagada de espías de la CIA.
-¿Es qué no sabes que bebe?
-¿Bebe?
-No repitas lo que digo como una mema. Bebe, si.
-Mujer, nosotras también nos tomamos nuestros vinitos de vez en cuando. ¿Qué hay de malo?
Me pegó un golpetazo en la muñeca.
-No seas imbécil. Cuando digo beber, me refiero a algo serio. ¿Acaso tu bebes a solas y escondes las botellas vacías en el cesto de la ropa sucia?
La miré fijamente, sin parpadear, en mi mejor estilo “ya no puedo con más novedades en mi vida”.
-Te digo que tiene un problema gordo. Hace dos días fui a su casa y no me abría a pesar de que toqué a la puerta cinco veces.
-No estaría en casa.
-Claro que estaba. Oía la tele a todo trapo. Al final recordé que tenía una llave de su casa, de cuando me la dejó en Navidad para regalarle las plantas cuando se fueron de vacaciones.
-¿Y entraste?
-Entré-confesó en voz baja. Y me encontré un espectáculo lamentable, cuando menos. Estaba despatarrada en el sofá, en bata y pijama, apestando a rancio y con cuatro botellas a sus pies. La metí a empujones en la ducha y la restregué hasta que soltó la primera papilla. Y cuando iba a meter la ropa en el cesto del baño, me lo encontré lleno de botellas vacías.
-¿Has hablado con ella?
-Lo he intentado, pero se niega a reconocer que tiene un problema.
-Pues tendremos que llamar a Sara Patricia para que nos eche un cable. Ella es la profesional.
Sacudió la mano con un gesto de incredulidad.
-Nada, ya lo hice, pero nos ha echado a las dos de su casa. Dice que sólo hablará contigo.
Pues vaya lotería…otro problema más. A ver si recordaba esta noche rogarle al Señor que me llevase pronto a su vera.
Beth08 de septiembre de 2012

9 Comentarios

  • Creatividad

    jajaja. Otra vez mis ojos se llenaron de lagrimas incontenibles de risa. Yo la verdad es que disfruto tanto con tus relatos, la manera que tienes de escribir y detallar y lo rapido que nos pasas de una escena a otra con Guiomar en el centro. Es fantastico. Ha valido la pena la espera Beth...que bueno. No se si sere yo, pero me da tanta risa esas descripciones que haces, como lo de la muneca de trapo,la vestimenta de leo, la llegada con su pelo, buscar a los agentes de la CIA, "ya no puedo mas con tanta novedad en mi vida.." y podria seguir. Eres buenisima amiga, insisto, este libro tienes que publicarlo..y que se convierta en una pelicula. Besos y esperamos mas.

    08/09/12 03:09

  • Elmalevolico

    MMMMMMM...
    jajajjajjajjaa
    jajajjajajjaa
    jajajjajajajaja

    no sé que haría si te dejo de leer... Besos y un fortísimo abrazo!!!

    08/09/12 05:09

  • Beth

    Me alegro de que te rías con las perdularias, Creatividad, confieso que para mi esta novela se está convirtiendo en una válvula de escape y necesitaba, despuésde la última que escribí, mucho más intensa, algo de disparate en mi vida para reíme. Un gran abrazo

    08/09/12 05:09

  • Beth

    Pues espero que harías muchas cosas David pero la lectura se agradecer. Guiomar también lo agradece. Un abrazo

    08/09/12 05:09

  • Febe

    Leo , me gustó su atuendo también. Bueno que es leerte. Besos Beth.

    08/09/12 06:09

  • Beth

    Gracias querida Febe, para mi es un placer que estés por aquí. Un beso

    08/09/12 08:09

  • Asun

    Beth estas perdularias son ya una institución y tu Guiomar es un reflejo de tantas de nosotras que leerte es una terapia.
    Así que esperamos tus capítulos como agua de mayo.
    Besos.

    09/09/12 12:09

  • Beth

    Doble terapia entonces, porque a mi también me hace desprenderme de muchos indeseados fantasmas el escribir. Un beso querida Asun y buen fin de semana

    09/09/12 02:09

  • Beth

    Querida Sete, Guiomar no podría vivir sin sus amigas por mucho que despotrique contra ellas. Me alegra de que te gusten las perdularias, reflejan algunas cosas de mi propia realidad y de las de mis amigas (bueno, todo está aquí exagerado, que conste, y nosotras somos algo más normales). Un beso

    09/09/12 09:09

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