TusTextos

Mientras Llega MaÑana 24

Los dos nos resistíamos a separarnos, y cuando al final lo hicimos, mantuvimos las manos unidas.
-Lo siento-le dije. Estoy confusa, no se lo que quiero, ni yo misma me entiendo. Y debo de ser la persona más egoísta del mundo, porque no soporto la idea de que te vayas.
-Yo tampoco quiero irme. Vamos a dejar las cosas así, de momento. No conviene apresurar nada, en la vida todo lleva su propio ritmo. Me basta con verte cada día, con que estemos juntos. No te doy prisa. Ya te darás cuenta de que puedo ser muy paciente, cuando quiero. Pero no me impidas que te bese.
Y lo hizo, suavemente, despacio y con calma, lo cual no evitó que a los pocos minutos toda mi boca y la piel alrededor pareciesen arder. Daniel trajo de mi baño la crema de rosa mosqueta y él mismo la esparció con cuidado por mi cara.
-Tenemos que remediar esto. Es la barba lo que te hace daño.
-Yo creo que no, es simplemente que cualquier roce hace que la piel se irrite. En todo caso, no te preocupes, pasará pronto.
-Debes dormir, querida.
-No voy a volver a la cama.
-Bien, pues entonces acuéstate en el sofá. Yo voy a escribir un rato, parece que tengo a las Musas de mi parte.
Le hice caso. El me tapó con una manta y me fui amodorrando poco a poco. Más bien debo decir que me dormí, profundamente y desperté cuando oí hablar a mi lado. No pude menos que avergonzarme cuando vi a mi hermano hablando con Daniel, que todavía estaba escribiendo, y en pijama; y yo en la misma habitación, también en pijama y durmiendo en el sofá. Me preguntaba qué pensaría Diego. En cualquier caso, era lo suficientemente educado como para no decir nada. Me levanté para hacer café para los tres. Supongo que formábamos un extraño grupo, sentados a la mesa de la cocina, desayunando en amor y compañía.
-Tienes la piel fatal-me dijo mi hermano, con una extraordinaria falta de tacto. Parece que te has restregado ortigas por la cara. ¿Te estás poniendo la crema que te mandé?
-Si-le contesté con un hilo de voz, sumergiéndome en el café para que no me viese los ojos. Tenía la sensación de estar ruborizada hasta las orejas.
Diego nos miraba, por turnos, a Daniel y a mí, sin decir nada. Parecía esperar que alguno le diese una explicación, pero nos quedamos callados, como ladrones ante el juez. La situación sería cómica si no me pasase a mi; pero ahora poca gracia le encontraba.
-A ver, enséñame los brazos. ¿Sólo te ha pasado en la cara? Bueno, más bien la boca y alrededores, lo demás está algo reseco, pero bastante bien. Es curioso-dijo entre dientes.
Daniel se levantó a coger servilletas, y al sentarse me guiñó un ojo y me hizo una mueca, y estallé en carcajadas. Diego nos miró como si fuésemos extraterrestres.
-Estáis muy raros esta mañana. Yo diría que el aislamiento os está afectando. Deberíais dar una vuelta por la civilización. Bueno, me marcho, o llegaré tarde.
Me dio un beso, quedamos al día siguiente para la sesión de quimioterapia, y cuando ya estaba casi en la puerta, se giró y le dijo a Daniel, dándole una palmada en el hombro.
-A veces la barba es un incordio, chaval.
Los dos estábamos asombrados, sin saber qué decir, y no pudimos evitar reír cuando nos recuperamos de la sorpresa.
-Está claro que tu hermano no es tonto-me dijo Daniel.
-Supongo que no.
-En fin, al menos no me ha dado un puñetazo por besuquear a su hermanita.
-Diego te aprecia mucho, y te está agradecido.
-Lo tendré en cuenta, porque me imagino que a él tendré que pedirle tu mano. ¿O a tu hija? Porque me niego a tratar con el capullo de tu ex marido.
-Déjate de bobadas, Daniel. Y vamos a vestirnos. Creo que por hoy ya hemos dado bastante la nota.

Aquella mañana Daniel me dijo que tenía que salir, y me preguntó si quería o si necesitaba algo. Estábamos tan lejos de todo, que cada vez que uno salía era una norma de cortesía preguntarle al otro si había que traer algo de fuera. Pero yo tenía en casa todo lo que me hacía falta. Aproveché la soledad para meterme en la cocina y dejar hecha comida para varios días, en previsión de que la siguiente sesión me dejase demasiado cansada para cocinar. Y como la mañana estaba fría y desapacible, era un placer estar cerca del calor del horno y los fogones. A pesar del mal rato que había pasado con las indiscreciones de mi hermano, estaba contenta. Me había hecho mucho bien hablar claro con Daniel, aunque seguía teniendo mis dudas de la conveniencia de seguir adelante con lo que fuese que hubiere entre los dos. Mis dudas no estaban tanto en mis sentimientos, como en la manera de encauzarlos. No era una jovencita inocente y romántica, y sabía que lo normal en personas de nuestra edad era que cuando una relación se inicia, camina hasta las últimas consecuencias. Es decir, éramos un hombre y una mujer que estaban empezando a sentir algo el uno por el otro, con lo cual la evolución lógica de la situación era que terminásemos en la cama. Y el problema no estaba en que yo no lo desease, sino en cuanto temía ese momento. Si ya no era fácil enfrentarlo en circunstancias normales, teniendo en cuenta que en mi vida sólo me había acostado con Arturo, y estaba totalmente desentrenada, ¿Qué se podía decir si a eso se unía una calvicie total y una cicatriz de treinta centímetros en el lugar donde debiera estar mi pecho izquierdo? Decir que me daba miedo era poco; más bien sentía un pánico que me paralizaba. Y no sabía cómo enfrentarlo.
Le dí muchas vueltas al problema mientras hacía la masa para una tarta de queso, que a Daniel le gustaba mucho. Pero no encontraba ninguna solución lógica. Quizá la razón no tuviese mucho que hacer en este tema. De cualquier modo, mis pensamientos quedaron interrumpidos por Daniel, que llegaba de la calle, aterido de frío y con una pequeña bolsa en la mano, de la que sacó un frasquito parecido al envase de gotas para los ojos y me lo dio.
-¿Qué es esto?
-Es aceite puro de rosa mosqueta. La chica de la farmacia me ha dicho que mezcles una gota con la crema cada vez que te la vayas a poner.
Me enterneció que se tomase tantas preocupaciones. Creo que lo hacía porque se sentía responsable, pero no era por culpa suya.
-¿Vamos a comer ya?
-Si, la mesa ya está puesta.
-Bien, dame diez minutos, vuelvo enseguida.
Se marchó a su cuarto, y me quedé preguntándome a qué venía tanto misterio. Como ya estaba todo hecho, me senté en la mecedora de la sala, con un libro en la mano, aunque me temo que no leí ni dos páginas. Este dichoso tratamiento me agotaba de tal manera que me iba durmiendo, literalmente por las esquinas. Abrí los ojos porque sentí en la cara un roce suave, como de piel, y el olor de Daniel. Tuve que reprimir un grito, porque no quería que él lo interpretase mal. Se había afeitado la barba. No me lo podía creer, pero era verdad. Lo había hecho, a pesar de todo lo que le había dicho. ¿Podría yo compensarle alguna vez este gesto tan hermoso? Me levanté y le toqué la cara, recorrí su destrozada barbilla con mis manos. A cualquier otra persona probablemente le hubiera parecido horrible, porque su mentón estaba completamente surcado de cicatrices, unas blancas y otras más rosadas, que se entrecruzaban unas con otras, retorcidas, con carne encogida de manera que daba la impresión de que le faltaba un pequeño trozo de barbilla en un lado. No sabía que decir, o más bien no podía decir nada. Simplemente, me puse de puntillas y besé sus cicatrices. Esa fue la primera vez que pensé que en algún momento tendría la presencia de ánimo necesaria para que él viese las mías.
Beth02 de abril de 2011

7 Comentarios

  • Vocesdelibertad

    Beth:
    Daniel es un dulce y sencillo caballero. Adoro al personaje. Elena está en pleno disfrute del amor, tomando en cuenta cada detalle.
    Linda, muy linda historia!!
    Abrazos con cariño

    06/04/11 07:04

  • Norah

    Estábamos tan lejos de todo, que cada vez que uno salía era una norma de cortesía preguntarle al otro si había que traer algo de fuera. excelente fease, no solo remite a lo cotidiano, sino que me ha llevado mucho mas lejos, poeque abarca casi todo, beso inmenso.

    06/04/11 09:04

  • Norah

    Estábamos tan lejos de todo, que cada vez que uno salía era una norma de cortesía preguntarle al otro si había que traer algo de fuera. excelente fease, no solo remite a lo cotidiano, sino que me ha llevado mucho mas lejos, poeque abarca casi todo, beso inmenso.

    06/04/11 09:04

  • Beth

    Voces, Daniel creo que resume el anhelo, el deseo de cualquier mujer. Ahora, me pregunto si es demasiado perfecto...

    07/04/11 12:04

  • Beth

    Es que, querida Norah, viven aislados de todo y de todos lo que no sean ellos dos

    07/04/11 12:04

  • Endlesslove

    “desayunando en amor y compañía” cuantas imágenes llenas de calidez nos brindas Beth, yo leo cada letra fascinada. me envuelvo en tus palabras y hasta cierro los ojos para verme en el momento… todo mi romanticismo está saliendo con “mientras llega mañana” ( y a mí que no me cuesta mucho ocultarlo jejej)
    Todo lo quiero comentar, es que me lo quiero aprender “
    . ¿Podría yo compensarle alguna vez este gesto tan hermoso? hay veces que uno siente que no puede compensar de tanto que se recibe…

    Sigo... ya copio varios cap en word para ir leyendo con calma ( jeje)

    11/09/11 07:09

  • Beth

    es verdad, hay ocasiones en que es difícil dar recompensa. Pero pienso que el que da nada espera a cambio y para Daniel ya es suficiente hacer pequeñas cosas, y grandes, por ella

    11/09/11 07:09

Más de Beth

Chat