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Mientras Llega MaÑana 34

Al día siguiente, durante el desayuno, me enteré de algunas novedades que también ellos me habían escondido. Elia me confesó que en aquellos momentos seguramente mi hija estaría en Madrid, con su padre. Confieso que me enfadó que no me lo hubiese dicho antes, pero todavía más que tuviese que enterarme por ella, y no por la propia Úrsula. No se en qué había fallado con esa niña o si es que verdaderamente su carácter era un compendio de todo lo malo de su padre y de su abuela. Carlos intervino para intentar calmar mi enfado.
-No sabíamos cómo decírtelo, ni siquiera si era conveniente que te lo contásemos. Ya sabes…
-Si, ya se-le interrumpí. Para que la pobrecita enferma no sufra más.
-Elena-me suplicó mi suegro.
Y su mirada me hizo entender que no debía pagar con ellos mi enfado. Aquello era tan solo culpa de mi hija y de su padre, que como siempre me apartaban de todo. Le pedí perdón a Carlos por mis anteriores palabras y a Elia le pregunté cómo habían solucionado el problema de Paula.
-Creo que ninguno de los dos, ni Paula ni Arturo, están por la labor de llevar las cosas demasiado lejos. En cuanto oyó que la niña venía a casa unos días, ella se apresuró a hacer las maletas. Parece ser que de momento no quiere ser la madrasta mala del cuento. Y de Arturo no te digo nada, porque ya le conoces. Con tal de dejar de lado los problemas, hará lo que sea.
-Si, tristemente, se de que va el tema.
Pero tenía que preguntarle lo que me importaba
-¿Vendrá Úrsula a verme?
Mi cuñada se encogió de hombros y trazó imaginarias líneas en el mantel, evitando mi mirada inquisitiva.
-Francamente, Elena, no lo se. Me inclino a pensar que si vendrá, pero no lo se. En caso de que venga, ¿Qué harás con tu novio?
-No digas esa estúpida palabra, me hace rechinar los dientes. No tengo edad para noviazgos. Pero en cuanto a tu pregunta, desde luego no le esconderé ni haré que se vaya. Daniel es la persona más importante de mi vida y Úrsula tendrá que aceptarlo, le guste o no.
Carlos me tomó la mano.
-Sabes que nosotros estaremos a tu lado. Y apruebo por completo tus planes. Mi nieta es ya una mujer, debe aprender a aceptar las cosas como vienen.
Yo también pensaba lo mismo, pero no estaba muy segura de cómo se tomaría mi hija las cosas cuando se enterase. De cualquier manera, de lo que si estaba segura era de que los chantajes emocionales se habían acabado. Yo era madre, pero también mujer, y tenía todo el derecho del mundo a rehacer mi vida y ser feliz de nuevo. Si algo me había enseñado mi enfermedad es que la vida es demasiado corta para perder el tiempo intentando vivirla como los demás esperan que lo hagamos. No sabía de cuanto tiempo dispondría, pero de lo que si estaba segura, es que iba a pasarlo, si él quería, con Daniel. Lo único que me torturaba era robarle la esperanza de un hijo, pero por más que me doliese, eso era algo que nunca podría darle.
Mañana llegaría por fin, y yo iría al aeropuerto a recogerle. Diego me había llamado para saber si quería que él le recogiese, pero me encontraba lo suficientemente fuerte para volver a conducir de nuevo. Ya no tenía nauseas, no había vuelto a vomitar y me encontraba más fuerte. Tenía que empezar a valerme de nuevo por mi misma. Aproveché para decirle a mi hermano que viniese a comer a casa pasado mañana. Así me daría tiempo a que primero conociesen a Daniel y luego a él. Cuando colgué el teléfono dejé caer la cabeza en el respaldo del sofá, agotada de lidiar con unos y otros, de intentar contentar a todo el mundo y de poner paz en mi alborotada familia. Les quería a todos, incluso sentía cierta piedad no exenta de afecto por mi ex marido, pero, para ser sincera, también tenía ganas de que me dejaran a solas con Daniel.
Entretanto me consolaría con sus mails. Cada día, puntualmente, me mandaba uno.




Nefertiti:

Nos queda solamente un día para vernos de nuevo, y estoy deseando que llegue mañana. ¿Recuerdas la primera vez que te besé? Te juro que no fue algo planeado, sino que de repente, en lo alto de la torre, me pareció que era lo natural, que ese era el momento. Por eso no me costó la decisión de afeitarme, porque el sacrificio de mantenerme alejado de ti era mayor que exponer al mundo mi cara marcada. Sin embargo, ha tenido que pasar tiempo para que pudiese mirarme al espejo sin sentir yo mismo algo de repulsión; y es por eso por lo que siempre entendí tu actitud. Nadie es capaz de ponerse en el lugar de otro, por más empatía que tenga o por más que le quiera. Sólo alguien que ha tenido un sufrimiento parecido está capacitado para entenderlo. Resulta curioso pensar que cuando tuve el accidente llevé mejor haber perdido el bazo, aún con las consecuencias que eso conlleva, que saber que me habían quedado cicatrices en la cara. Estuve tres semanas en el hospital, y aunque muchos compañeros y amigos me visitaron, me sentía profundamente solo. Quizá fue ese sentimiento el que me empujó a buscar el refugio de un lugar apartado. No era necesario aislarme tanto para escribir el libro; podía hacerlo perfectamente en Barcelona, que ha sido desde hace muchos años mi punto de referencia cuando no andaba de viaje por lugares dejados de la mano de Dios. Pero preferí ir a un lugar en donde nadie me conociera ni supiera de mi vida. Y fue inevitable pensar en Galicia, porque mi madre era gallega, y recuerdo haber pasado muchos veranos en Orense, con mis tíos. Sin embargo, elegí un sitio distinto, donde nadie me conociese. Ví el anuncio de tu casa en Internet y no tardé ni dos minutos en llamar a la inmobiliaria. Me gustó la casa, pero sobre todo los alrededores y saber que estaba cerca del monasterio. Antes de que tú llegases, solía ir de vez en cuando a la iglesia, cuando no había nadie, y pasaba luego al interior de las ruinas. Quizá por eso aquel domingo que te escapaste pensé que te podría encontrar allí.

Creo que me gustaría quedarme por una larga temporada en este lugar, incluso para siempre. De todos modos, eso ya lo hablaremos, porque tenemos tiempo. Pero si quiero pedirte algo. Supongo que pronto empezará a crecerte de nuevo el pelo, y me alegro, porque tú te encontrarás más cómoda. Pero por favor, no te lo dejes largo, o no demasiado. Quiero seguir sintiendo tu nuca en la palma de mi mano, como si fuese el tallo de una flor a punto de quebrarse, y recorrer cada milímetro de tu cráneo, sintiendo bajo mis dedos la forma de tu cabeza. No quiero que dejes de ser mi Nefertiti. Compláceme; yo he dejado de afeitarme y empiezo a parecerme de nuevo a un vikingo.
Y el que ahora debe apresurarse, soy yo. Si quiero marcharme mañana todavía me quedan unas cuantas cosas que arreglar antes.
Piensa en mí, aunque sea un poco.

Me hizo gracia su despedida, porque prácticamente en todo el día no se alejaba de mi mente. A veces me ensimismaba en mis recuerdos, en mis pensamientos, y Elia, que siempre ha sido muy impaciente, se enfadaba porque estaba distraída y tardaba en contestarle. Aquella noche, después de cenar, cuando ya estaba en mi cuarto, tocaron a la puerta. Era mi cuñada, que pasó y se sentó en el borde de la cama. Quería charla, y yo estaba dispuesta a dársela. Siempre nos habíamos llevado bien, y de hecho, era mi mejor amiga, quizá la única persona con la que me sentía lo bastante libre para hacerle confidencias. La puerta del armario estaba entreabierta y vio el kimono dorado.
-Vaya, te lo has traído-me dijo levantándose para sacarlo de la percha y ponérselo delante del cuerpo, mirándose al espejo. Después de habértelo dado, pensé que quizá nunca te lo pusieras. Como tú eres tan clásica vistiendo. Pero veo que te lo has puesto, ¿no?
Siempre he sido una inepta para esconder o disimular lo que siento, y al oírla hablar recordé la primera noche con Daniel y noté como mi cara se iba encendiendo. Y Elia, que es rápida en captarlo todo, se echó a reír.
-Vaya por Dios. He aquí el cuerpo del delito. No me digas que usaste mi regalo para seducirle. La verdad, no pensé en eso cuando lo compré.
-No digas bobadas, Elia. ¿Crees que yo estoy para seducir a alguien?
-Bueno, no se como se dirá ahora. Pero en definitiva, que te vestiste para pecar…
No pude evitar reírme, con ella siempre pasaba lo mismo.
-Y dime, ¿cómo fue? ¿Hubo magia, fuegos artificiales?
-Pero, ¿a ti que demonios te importa?-le dije dándole un golpe con la almohada. Si crees que te voy a contar como fue la noche, estás lista. ¿No sabes que hay cosas que son privadas?
-No quiero detalles, solo lo esencial.
-Ah, gracias, que considerada-dije mientras me limpiaba la cara con la leche desmaquillante y el algodón. Lo único que te voy a decir es que lamento no haberle conocido muchos años antes. Y ahora, lárgate. Mañana tendrás que acompañarme a la compra, no puedo cargar demasiados pesos. Y como de noche llega Daniel, quiero hacer una cena espléndida.
-Está bien, ya veo que sigues siendo la de siempre; todo el rato pensando en cocinar para un montón de gente.
-Cállate, mal agradecida. Has sobrevivido en épocas de mucho trabajo gracias a la comida que te dejaba en tu casa. Si por ti fuera, comerías siempre bocadillos.
Beth14 de mayo de 2011

4 Comentarios

  • Vocesdelibertad

    jaja esperaba esa reacción de Elia, una sana curiosidad, que además es importante conocer la respuesta, ya que dice mucho de los sentimientos. Me quitó un poco el sin sabor de por qué Úrsula no le contó a su mami que estaría cerca :o(

    Linda novela

    01/01/05 05:01

  • Beth

    Úrsula. La niña es muy especial, ya lo irás viendo

    01/01/05 05:01

  • Endlesslove

    Arturo me cae tan mal, es un cobarde, como no es capaz de decir la verdad a su hija.
    En cambio esa frase de Daniel cuando le pide a helena que no se deje crecer el cabello porque squiere sentir su nuca como el tallo de una flor… es bello

    12/09/11 05:09

  • Beth

    Bueno, Arturo es la otra cara de la moneda. Supongo que en la vida es difícil dar en el blanco a la primera

    12/09/11 05:09

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