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Mientras Llega MaÑana 41

Cuando acabó de ducharse ya tenía sábanas limpias en la cama. Y apenas se había acostado cuando entró Diego con las medicinas. Le puso la inyección e hizo que se tomase el resto de las cosas que Úrsula había comprado. No se si fue por la frescura de las sábanas nuevas o por la inyección, pero Daniel se quedó dormido como un bendito; aunque aún en sueños seguía tosiendo de vez en cuando. Me quedé un rato vigilándole, por si se despertaba. Pero aparentemente estaba tranquilo. Su respiración parecía menos agitada que antes. El descanso hacía que la cicatriz de la frente se le notase menos. Le acaricié la cara, y se movió algo, pero siguió dormido; así que me fui a la cocina para hacer la comida. Conociéndoles a todos, nadie movería un dedo y aún se asombrarían si a la hora de almorzar no aparecía nada en la mesa. Parece ser que mi reino de fogones y perolas no era deseado más que para centro de reunión, porque todos estaban sentados en torno a la mesa, tomando café y hablando amigablemente. Úrsula seguía teniendo un aspecto horrible, y le dije que hiciese el favor de acostarse hasta que fuese hora de comer, porque hasta a mi me daba dolor de cabeza verla delante con mis gafas de sol puestas. Se marchó, pero antes me preguntó como estaba Daniel. Elia, con su humor habitual se echó a reír con sorna, pero se mantuvo callada ante la mirada de su sobrina.
-Vaya, la niña ha entrado en razón por fin-me dijo cuando ella ya había salido de la habitación.
-Espero, por el bien de todos, que haya sido así. Creo que hemos tenido bastantes emociones ya.
-Y que lo digas-apostilló Diego. Vengo a descansar unos días y mira con lo que me encuentro.
Empecé a disponer la comida. De primero, pensando en Daniel, pondría una sopa de pollo, a él le sentaría bien. Y como no tenía ganas de perder el tiempo, metí en el horno un redondo de ternera; sólo había que vigilarlo de vez en cuando. Una ensalada como guarnición y arroz con leche de postre, que también podría tomar Daniel. Empecé a trabajar mientras oía la charla de los demás. Elia preguntó qué le pasaba a Daniel para que Diego se preocupase tanto por las infecciones. Me puse rígida, a mi pesar. Sabía que mi hermano, como médico, era discreto y no daría demasiadas explicaciones, pero Elia era como un perro ante la vista de un hueso cuando quería saber algo. Una vez que se ponía tras la presa, no la soltaba. Diego le dio la misma explicación que le había dado a Úrsula, y Elia no insistió; por lo menos con mi hermano. Sabía que cuando nos quedásemos solas, me perseguiría implacablemente hasta lograr enterarse de todo. Suspiré, pensando que aunque les quería mucho a todos, a veces era difícil guardar un equilibrio para contentar a unos y a otros.
-A ver, vosotros dos, ¿por qué no compráis pan y una tarrina de helado para el postre de la cena? Creo que estoy perezosa y no me apetece pasarme el día en la cocina. Y traéis los periódicos, que no nos enteramos de lo que pasa en el mundo. Carlos y yo nos quedaremos cuidando de los enfermos, ¿verdad?
Era lo que Elia estaba deseando; salir a solas con Diego; así que no puso impedimentos. Cuando nos quedamos solos, me senté al lado de Carlos y le palmeé el brazo.
-Suegro, ¿muchas emociones?
-Ay, Elenita, hija, y que lo digas. Ya estoy viejo para estos disgustos. Aunque parece que la niña se ha calmado algo, ¿no?
-Si, gracias a Dios. Hasta le ha pedido perdón a mi hermano, no te digo más.
-Oye, ¿Qué le pasa a Daniel? He visto a Diego muy preocupado y me digo que no puede ser que un simple enfriamiento sea tan grave.
Gané tiempo limpiando de la mesa unas migas imaginarias. No me gustaba mentirle a Carlos, pero tampoco quería hablar de algo que pertenecía a la vida privada de Daniel.
-Ya has oído a Diego, le falta el bazo y por eso tiene menos defensas. Un simple enfriamiento, si no se lo cura bien, podría convertirse en una neumonía o complicarse en algo más serio.
-Cuando habéis hablado antes de un accidente me pareció notar que tú estabas incómoda. ¿Qué es lo que le ha pasado?
-No hay nada secreto ni extraño, Carlos. Sólo que no se si a Daniel le gusta hablar de ello; pertenece a su intimidad. Sólo te diré que fue un accidente de trabajo, y que no creo que a él le haga mucha gracia recordarlo.
El anciano se quedó callado. Siempre ha sido un hombre muy discreto y estaba segura de que la conversación se quedaría ahí. Hablamos de cosas banales mientras cocinaba y un par de veces me asomé a ver si Daniel seguía durmiendo. Pero Carlos estaba pensativo, como cavilando acerca de algo, y cuando iba hacia el comedor para poner la mesa, me detuvo.
-He estado recordando y aunque al principio me costó, creo que ya se que tipo de periodista es tu Daniel.
Me quedé mirándole, callada. ¿Qué podía decirle? Tampoco es que fuese un secreto.
-Soy muy malo para los nombres, pero ahora recordé de que me sonaba a mi Daniel Mendoza. Es corresponsal de guerra. Escribía unas crónicas muy buenas, pero de pronto dejó de hacerlo. ¿Tuvo algo que ver ese accidente? ¿O se trata de un eufemismo? ¿Le hirieron?
Asentí con la cabeza. Pero no le dije nada más. Carlos era bastante inteligente y no dudaba que a poco tardar buscaría la información que le faltaba. Y estaba en lo cierto, porque mientras yo daba los últimos toques a la comida, me pidió permiso para usar el ordenador. No se hasta que punto estar en la era de la información globalizada, donde basta teclear en el ordenador para entrar en la intimidad de la gente, me agradaba. En cualquier caso, yo no me sentía responsable. Lo que Carlos descubriese, era cosa suya. Y tampoco es que fuese motivo de vergüenza el haber sido herido, ni mucho menos. Pero me gusta respetar la intimidad de los demás, y creo que las cosas que le pasan a una persona sólo ella puede contarlas.

Me acerqué a ver a Daniel, y como todavía dormía le dejé descansar. Pero mi hija si tenía que levantarse para almorzar. Toqué a su puerta, y al no contestarme, entré despacio. Estaba dormida; y el sueño hacía que pareciera todavía la niña que yo tanto añoraba. Cuando Úrsula nació me propuse que como madre sería todo lo contrario de lo que la mía había sido. Nunca le escatimé mi tiempo, ni mis caricias, y cuando ella llegaba a casa del colegio, dejaba en el momento lo que estuviese haciendo para darle la merienda, hacer con ella los deberes o para que jugásemos juntas. A veces he llegado a pensar que quizá la agobié demasiado con mis atenciones, porque los padres a menudo intentamos ser tan perfectos con nuestros hijos que acabamos estropeando la relación. ¿Puede el amor ser excesivo? Siempre pensé que no, pero ahora me lo estaba planteando. Me senté en la butaca al lado de la cama de mi hija, y en el silencio y la penumbra de este cuarto que con tanto cariño preparé para ella, y que había sido el mío hacía tantos años, recordé a mi madre. Como tantas veces, me asaltó la pena del tiempo desperdiciado entre nosotras dos. En el fondo de mi alma, sabía que nunca había la había perdonado del todo. Es verdad que la atendí en su enfermedad, y que le procuré todas las comodidades posibles. Y es cierto que la lloré de verdad, que su muerte me dejó una herida que todavía no había cicatrizado; pero me quedaba un resquemor del que no estaba todavía curada. Cuando somos niños nos cuesta entender que nos dejen de lado, y eso fue lo que mi madre hizo durante toda mi infancia. Me alimentaba, me compraba la ropa con la que le parecía que estaría mejor y se preocupaba de mis notas, de mis enfermedades y de las niñas con quienes jugaba; pero en sus manos nunca había caricias para mi, ni veía en sus ojos el amor desinteresado que siempre vi en los de mi abuela. Con el paso del tiempo entendí que mi madre nunca me había perdonado, aunque yo fuese la menos culpable, ser el producto de una relación clandestina. Aunque quizá el problema era que no se perdonaba a si misma y mi presencia era el perenne recordatorio de su flaqueza. En cualquier caso, su indiferencia me había dejado profundamente marcada, y todavía no había podido quitarme ese yugo que me oprimía.
Úrsula abrió los ojos y se sorprendió de verme sentada al lado de su cama.
-¿Qué haces ahí mirándome?
-Pues eso, mirarte. Entré para despertarte, pero se me fue el tiempo recordando tu infancia, y como este cuarto antes era el mío, recordé también mi niñez. Será que me estoy haciendo vieja. Venga, levántate, están esperándonos para comer.
Estaba ya saliendo de la habitación cuando Úrsula me pidió que volviese a sentarme a su lado.
-Ayer hablé con Papá, e intentó mentirme. ¿Por qué lo hace?
Me encogí de hombros. Confieso que me pasó por la cabeza que era mi oportunidad para quedar por encima de Arturo, pero no quería recuperar de esa forma el cariño de mi hija, porque sería como perderme el respeto a mi misma.
-No lo sé, hija. Tu padre te quiere mucho, eso no debes dudarlo, y posiblemente te mienta porque teme perderte.
-Tú también me quieres y no has escondido al barbas, bueno, a Daniel-rectificó.
-Tu padre y yo somos muy distintos, aunque eso no significa que uno de los dos sea mejor que el otro. No se lo que Paula representa para él. Si se que Daniel es mi vida entera, y quería que tú lo supieses. Y te ruego, te suplico, que le llames por su nombre. ¿Tanto te molesta que tenga barba?
Se echó a reír. Esta era la niña que yo conocía, con la que me gustaba caminar de la mano por las calles, riéndonos juntas de tonterías, y haciendo planes.
-No me molesta; es más, le queda bien. Y creo que él lo sabe, por eso la lleva.
-Te equivocas, la lleva porque la necesita. Pero en fin, que eso es cosa suya. Dejemos en paz su barba. Ven a la mesa. Si Daniel sigue dormido comeré también con vosotros.
Beth26 de mayo de 2011

5 Comentarios

  • Juansebastian

    sorprendido............. con mas tiempo me internare en tu relato............. y si es gaelico " mi querida mi niña mi sangre" gracias por compartir

    27/05/11 12:05

  • Beth

    Gracias a ti por leerlo. Si, me parecía que era era gaélico y que significaba eso precisamente. Pero como el gaélico es de esas lenguas extrañas que a la gente no le suenan...Ya veo que no soy la única "rara". Encantada de tenerte por aquí

    27/05/11 09:05

  • Vocesdelibertad

    Tanto que remueves, tuve recuerdos de mi infancia y también de lo que comparto ahora con mi hija, de verdad que el arte literario es tuyo. Una historia fascinante que extrae lo mejor del ser humano, su esencia.
    Abrazos y que el fin de semana sea hermoso para ti,

    27/05/11 05:05

  • Beth

    Muchas gracias querida Voces, por lo que me dices y por tus deseos. Te aseguro que al menos el fin de semana ha empezado muy bien para mi. Un beso

    27/05/11 08:05

  • Endlesslove

    puse mi comentario de este 41 en el 40, perdón, es que los dejo en word para ir leyendo y no estar conectada, y al venir a subir los comentarios me confundí.
    Bueno lo importante es que la relación madre e hija pareciera que estuviera encontrando el camino.
    sigo...

    13/09/11 11:09

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