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Mientras Llega MaÑana 71

Mi vida estaba llena, desde la mañana a la noche. Llena de Daniel, de mis hijos, de mil pequeñas tareas que había que hacer cada día, y de una dichosa rutina que me hacía feliz. Habíamos llegado ya a diciembre, como por sorpresa, sin haber contado el tiempo. Los días eran muy cortos; en ocasiones a las nueve de la mañana todavía no había la suficiente claridad para apagar las luces, y poco después de las cinco, el día declinaba ya. Pero en mi casa siempre había luz, alegría, risas y llantos infantiles; vida. Ernesto y Clara tenían casi once meses. Habían alcanzado el peso y tamaño que deberían tener por su edad; y en lo que llevábamos de invierno no habían tenido ni un pequeño catarro. Las únicas molestias eran las normales provocadas por los dientes. La salud de Daniel también era buena; y estaba contento con su trabajo de la universidad y sus colaboraciones de vez en cuando en debates televisivos. En dos ocasiones le había acompañado a Madrid, gracias a la generosidad de mi hermano y mi cuñada, que se habían quedado con los niños.
Estaba en paz con el mundo, conmigo misma, y no pedía nada más que continuar así. Aquella mañana me desperté con una extraña sensación; porque justo hoy se cumplía un año de mi llegada. En la calma de nuestro cuarto, mientras Daniel todavía dormía a mi lado y los niños descansaban en su habitación, recordé aquellos difíciles momentos; pero sobre todo la sensación que me recorrió cuando Daniel me abrió la puerta. Fue asombro, quizá; no me había imaginado que aquel inquilino que para mi solo era un nombre en un contrato, y un ingreso en el banco cada primer día de mes; fuese así. Él no lo recordaría; los hombres casi nunca recuerdan las fechas, pero yo lo tenía muy presente. Haría una cena especial esta noche. Era miércoles, Daniel tenía clase, pero recordé que llegaría antes, hacia las siete. Un grito de atención me sacó de mis pensamientos. Era Ernesto, que se había despertado. Cuando la primera en despertarse era Clara, el grito era bastante más imperioso. El se limitaba a avisar, a decir que ya estaba listo para empezar el día, pero de manera suave, sin prisas ni exigencias.
Se inició la rutina diaria, como tantas mañanas. Nunca me tuve por una persona celosa ni mucho menos. Creo que los celos son sentimientos inútiles que no llevan a nada positivo. Los seres humanos no son propiedad de nadie; no se puede controlar a otra persona; fiscalizar sus pasos y cada movimiento que da. Eso solamente crea ahogos y malestares innecesarios. Daniel si es celoso, y me lo había demostrado mil veces, en muchos pequeños detalles cotidianos; desde pensar que un carnicero que por edad bien podría ser mi hijo me tira los trastos, a preguntarse por qué el cajero del banco me sonríe de cierta manera; no se cual todavía. Pero unos celos en cierto modo, infantiles, que me hacían gracia y en el fondo me halagaban. Me conocía bien y sabía de sobra que en mi mundo solo existía él.
Cuando los pequeños se levantaron de su siesta, su padre se había marchado ya a la universidad; y yo pensé que sería buen momento para empezar con los preparativos de la cena. Esperaba que Clara y Ernesto se durmiesen a su hora, y que nos dejasen cenar a los dos solos, en paz. Les dejé en su parque, con un juego de piezas para encajar, que como era nuevo, les mantenía entretenido. En dos tardes más habrían descubierto todos los trucos y ya no le encontrarían gracia alguna. Les encantaba gatear por el suelo y descubrir mil maneras de atormentarme tocando todo lo que estuviese a su paso; pero eso en la cocina era impensable; es un territorio demasiado peligroso para cuatro manitas ávidas de encontrar cosas nuevas que llevarse a la boca. Cuando faltaba poco más de media hora para que Daniel llegase ya tenía la cena casi hecha. Tan solo me faltaba la ensalada, pero eso lo haría en el último momento. Me estaba secando las manos, cuando llamaron a la puerta. No me imaginaba quien podía venir a estas horas.
Abrí la puerta y me encontré con una mujer muy alta y estilizada, con una larga melena negra y larguísimas piernas enfundadas en uno de esos vaqueros carísimos porque van firmados por un diseñador de moda.
-Hola. Busco a Daniel Mendoza. Me han dicho que esta es su casa.
-Lo es, si-le contesté educadamente, aunque en mi interior me preguntarse quien podría ser esta mujer y que quería de mi marido.
-¿Le podría avisar de que estoy aquí?
-Con mucho gusto lo haría, pero no va a ser posible.
Bajó la vista hacia mí con cierto desprecio en sus ojos oscuros; ella era mucho más alta. Supongo que debí parecerle muy poca cosa con mis vaqueros desteñidos, y mi jersey viejo, por no decir que iba cubierta con un delantal y llevaba un trapo en la mano.
-¿Por qué?-me preguntó con porte de reina despótica.
-Bueno, primero porque en este momento no está en casa, y segundo porque no se a quien se supone que debo anunciar.
Se echó a reír.
-Con que le diga que soy su novia es suficiente. Solo tiene una. Y ahora, ¿va a dejarme aquí en la puerta, congelándome? Le esperaré dentro, si no le importa. Y le agradecería un café; esta humedad me tiene destemplada. No entiendo como Daniel pudo haberse refugiado aquí.
Pronunciaba su nombre como si la sílaba dominante fuese la a, a la manera inglesa; lo cual me pareció el colmo de la estupidez. Le hice un gesto de que entrase; si, sería mejor que esperase a la llegada de cierto barbudo sinvergüenza que me tendría que dar ciertas explicaciones, que esperaba, pLa instalé en la sala, y no se todavía porqué, supongo que pesaba la educación recibida y mi buen hacer de anfitriona, pero le preparé un café. Lamenté no guardar entre mis muchos frascos de especies un poco de cianuro o de estricnina para añadir a la taza. En lugar de eso le puse un platito con pastas que había horneado aquella mañana. Mientras llevaba la bandeja pensé que era idiota de nacimiento; sirviendo a una asquerosa lagarta que estaba sentada en mi sala, en mi sofá, y si había de creerla, venía en busca de mi marido. Dejé la bandeja en la mesita de centro y me disculpé un momento. Tenía que ir a buscar a los niños; les necesitaba a mi lado, como una especie de escudo protector que me recordasen quien era y qué papel tenía; era la esposa de Daniel, la madre de sus hijos. Hice un enorme esfuerzo y les llevé a los dos a la vez; pesaban bastante pero conseguí dejarles en la alfombra, para que gateasen a su gusto, con unos juguetes.
Ella les miró desde el sofá con el mismo interés que si se tratase de dos cucarachas que acabasen de colarse en la casa.
-Y estos niños, ¿Son suyos?
Asentí con la cabeza, todavía no había recuperado el aliento después del esfuerzo de traerles a los dos en brazos.
-No lo entiendo. ¿Daniel le permite que venga a trabajar trayendo a sus hijos?
Se me quedó la boca abierta de asombro. Esto era el colmo; me había tomado por la criada o algo así. Pero, ¿de qué mundo venía esta petarda? Pensé en ponerla rápidamente en su sitio, pero luego decidí callarme; no quería enfadarme estando mis hijos delante; y además, era responsabilidad de mi querido esposo, al que estaba deseando poner la vista encima, lidiar con esta insoportable mujer. En silencio rogué que Daniel volviese pronto; antes de que yo perdiese la poca paciencia que me quedaba y le cortase el cuello a esta tipa con el cuchillo jamonero.
-Qué horror de sitio-dijo, mirando a su alrededor.
No le contesté. No sabía si lo decía porque no le gustaba la decoración de mi casa, o era el ambiente en general del lugar. Me di cuenta, con fastidio, que llevaba una mancha en el muslo de la papilla que Clara me había tirado cuando les di la merienda. No me extraña que me tomase por la chacha; iba hecha un espanto.
-¿No ha pensado en hacerse algo en el pelo? Entre nosotras, ese pelo corto le queda fatal.
No le contesté; estaba demasiado ocupada haciendo esfuerzos para no mandarla a hacer puñetas.
-No lo tome a mal-siguió remachando. Ya comprendo que le dará un poco igual su aspecto, con dos niños tan pequeños y teniendo que trabajar todo el día de esta manera.
-Es por mi esposo por lo que no me dejo crecer el pelo. A él le gusta así-le contesté, aunque me arrepentí enseguida de darle cancha.
-Ah, si es así. Los hombres, ya se sabe, son muy raros. ¿Y a su marido no le importa que trabaje aquí? Bueno, claro, si les hace falta el dinero. Ya se sabe lo que cuesta un niño.
-A mi marido le encanta que trabaje aquí-le dije, aviesamente, deseando que se quemase con el café y se le llenase la boca de ampollas.
Respiré aliviada cuando oí que Daniel subía las escaleras desde el garaje de dos en dos; como siempre que estaba contento por algo. Le oí pronunciar mi nombre desde la entrada, pero no contesté. Cuando abrió la puerta se quedó parado, mudo de asombro, apoyado en el quicio, y dejó en una mesita el ramo de rosas rojas que llevaba en la mano. No se dio ni cuenta de que los niños se lanzaban gateando, contentos, a su encuentro, hasta que les tuvo a los dos a sus pies, intentando levantarse apoyándose en sus piernas. Automáticamente les izó en brazos ellos le echaron las manos al cuello, encantados. Me miró, mandándome un mensaje tranquilizador que hizo que mi corazón fuese algo más despacio.
-¿Qué coño haces tú aquí?-le preguntó a la invitada, echando chispas por los ojos. Nunca le había visto así. Habíamos discutido bastantes veces y nos habíamos enfadado; pero a mi nunca me había hablado con esa rabia ni en esos términos, y desde luego no me había mirado como si desease estrangularme.
-Daniel, cari-esto hizo que me revolviese de asco en el sofá. Nunca he soportado esa palabra cursi y estúpida. Deja a los niños de la chica y ven a darme un beso. He vuelto a España. Y me he enterado de que has publicado un libro, así que en tu editorial me han dado la dirección. Vamos, deja en el suelo a esos niños.
-Te rogaría que no me digas lo que debo hacer o no con mis hijos. No creo que seas la más indicada para dar instrucciones en lo que a niños se refiere, cuando el que iba a ser mi hijo también, acabó por tus artimañas en un cubo de basura. Y ahora, lárgate. Acabo de llegar de trabajar y tengo algo que celebrar con mi esposa. Y desde luego, no estás invitada.
-¿Tu esposa? ¿Te has casado con esta mujer?
Dejó a los niños en la alfombra de nuevo, con sus juguetes, y vino a sentarse a mi lado. Me cogió de la mano, y eso me bastó; sentir su calor y ese simple contacto que me decía que todo estaba bien.
-Si, y fue lo mejor que pude hacer en mi vida, mi mejor decisión. Y tú lo sabías de sobra, no te hagas la idiota. Si en la editorial te han dado mi dirección, a la fuerza te habrán dicho todo lo demás. Pero has venido simplemente a liarla, a intentar poner mi vida patas arriba de nuevo y de paso dañar a personas que nunca te han hecho mal alguno. Me das asco, es lo más suave que puedo decir.
-No merezco que me hables así, no te lo consentiré.
Se levantó como impulsado por un rayo. Se le hincharon las venas del cuello y estaba rojo de indignación.
-Te hablaré como me salga de…-se calló al ver que Clara se había echado a llorar. Estaba asustada; nunca había visto así a su padre. La cogí en brazos e intenté calmarla. No tengo nada que discutir conmigo, no formas parte de mi vida, ya te lo dejé claro hace dos años, ¿no? Entre nosotros no puede quedar ni una amistad. Hazte a la idea de que no existo, de que me he muerto, o de que nunca he estado. Te has pasado cinco años usándome a tu antojo, como un pañuelo de papel; y cuando te dije que se había acabado, hablaba en serio. Además-dijo, atrayéndome de nuevo hacia él. Ya ves que tengo una familia, una magnífica mujer que me ha devuelto la vida, y dos hijos. Es todo lo que quería. Aquí no hay sitio para ti. Coge tu bolso de marca y lárgate a zorrear a otra parte.
or su bien, que me convenciesen.
Beth12 de septiembre de 2011

10 Comentarios

  • Norah

    Bueno, primero porque en este momento no está en casa, y segundo porque no se a quien se supone que debo anunciar...esaaa es mi amiga, una Reina Total, beso admirado.

    12/09/11 08:09

  • Norah

    Bueno, primero porque en este momento no está en casa, y segundo porque no se a quien se supone que debo anunciar...esaaa es mi amiga, una Reina Total, beso admirado.

    12/09/11 08:09

  • Norah

    Bueno, primero porque en este momento no está en casa, y segundo porque no se a quien se supone que debo anunciar...esaaa es mi amiga, una Reina Total, beso admirado.

    12/09/11 08:09

  • Beth

    Ante estas cosas solo cabe una manera de reaccionar: la dignidad

    12/09/11 09:09

  • Serge

    Beth:
    Tuvo que aparecer esa lagartona, me hubiera gustado estar allí para darle un par de arañazos.
    Este capítulo me ha robado algunas carcajadas.
    Los bebés han presenciado esa pelea; pero me da gusto que Daniel la haya puesto en su lugar, que se vaya por donde vino esa tipeja.
    Amita, hay algunas letras que se te han pasado, quizás será por el encuentro inesperado.

    Un abrazo enorme.

    Sergei.

    13/09/11 05:09

  • Beth

    Dices bien con lo de lagartona, esa misma palabra usa mi abuela. Luego cuando tenga más tiempo corregiré los errores, creo que he metido la pata en el copia y pega del manuscrito. Gracias, mi gatito

    13/09/11 05:09

  • Vocesdelibertad

    Beth:

    Vale la pena ser como Elena, serena, cuidadosa y siempre ella una MUJER cubriendo cada milímetro de lo que implica serlo.

    Estaba tranquila con las páginas anteriores porque ya estaban publicadas éstas, pero ahora si que me quedo con ansias de seguir leyendo...

    Abrazos

    13/09/11 05:09

  • Beth

    Ya falta poquito para el final, pero alguna novedad más creo que habrá

    13/09/11 06:09

  • Endlesslove

    Bien por la actitud de Helena y el manejo que le dió a la situación con esa mujerzuela. Daniel, hermoso!! algo nuevo que decir, si ya estamos plenamente enamoradas de este hombre.

    Beth ya vi que falta poco, pero nos has mantenido pegada a estas letras!

    15/09/11 07:09

  • Beth

    Daniel ha reaccionado como se esperaba de él

    15/09/11 09:09

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