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La Musa


La verdad, dicho sea, que la luna no era ni un ápice de su belleza, pero aún así bella, aclaraba el día la blanca pureza de sus ojos, aparcaba las penas en la doble fila de sus venas, y parecia que el riachuelo de su cabello reflejaba el punto exacto de un atardecer. Su saya, distiguida por su orla, iba dejando atrás en cada manteo y sobre una ramita de mirada una preocupación cual perla del rocio, ella tenia muchas, una por cada hermosa mañana despierta, pero lo que no sabia es que era hermosa porque ella despertaba. Al salir por el portón, sus pisadas despertaban intriga, su respiración dilataba las pupilas de aquellos años, era como si caminara sobre una nube, paso tras paso a cual más bello que el opuesto hacia suspirar al monaguillo que espiaba en la ranura del cierre de la entrepuerta que manchaba la iglesia de historia, soñaba despierto estar con ella y Dios al mismo tiempo, pero al volver en si la presencia de la musa dejaba un vacío en la línea del horizonte de la estrecha calle, un contoneo de su cintura era bastante para sacar al mas casto obispo de sus ajetreadas tareas. Y así era cada mañana, un paseo por las sorpresas que creaba su existencia, entre galantes y pisaverdes que fugaban su mirada de tan linda entrega.
Al nombre de Heralda respondía esa tez blanquecida por la sombra, perteneciente a una familia rica, emprendedora, casi noble si no llega a ser por su apellido Benavides, falta en sentido y buena fonética, pero que aun así erguia cual pendón de batalla. Sus padres eran Faustino y Maria, seres convencidos en instruir buenos modos para labrar el porvenir de la joven Benavides, siempre modestos ellos, perfecta raya y con los trajes más caros que se podía disponer en lo que quedaba de la ciudad donde cuyos habitantes aún estaban humedeciendo con yodo las cicatrices de las bombas, Faustino era un hombre aparentemente de cuarenta años, alcoholico no reconocido en las grandes fiestas que celebraba algún amigo suyo, ni que nombrar tiene los contactos de este, era el tipo de hombre que si hubiera luchado por el trono en las Guerras Carlistas habría acabado con Isabelinos y Carlistas al mismo tiempo que se coronaba como rey de las Españas, para él su hija era una fuente más de riquezas, una moneda aún sin acuñar de la que debían de buscarle al más importante Hefesto entre los pobres mortales que habitaban las plantas bajas de aquellas casas llenas de hollín de fábrica y, en ocasiones, mal olor proveniente del alcantarillado.
Boina20 de julio de 2008

3 Comentarios

  • Boina

    Buenas, pues este es el primer texto que escribo aqu?, espero vuestra opini?n y cr?ticas.
    Un saludo.

    20/07/08 09:07

  • Boina

    Ah si os gusta, seguir? la peque?a novela y la ir? escribiendo capitulo a cap?tulo como hac?a Charles Dickens ;)
    Un saludo.

    20/07/08 09:07

  • Atenea

    hola boina.

    creo que una peque?a novela es un GRAN PROYECTO que debes concretar sin duda alguna, enriquecer? tu vida y tu espiritu. motivar? tus ganas de crear y se ve que tienes unas gans enormes contenidas... tu capacidad de descripci?n es importante, permite que el lector se conecte con la atmosfera del texto...

    muchisima suerte Boina y me alegra enormemente que tengas esas ansias de conformar algo grande, una gran obra, paso por paso...

    y tu texto es la introducci?n de una novela...

    saludos

    bye

    20/07/08 10:07

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