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Cuando El Gallo Duerme

Cae la noche y con ella el alma de muchas de las mujeres que, como Esperanza, han de buscar a su Hugh Hefner particular, alguien a quien satisfacer por un puñado de euros. “¿Qué hago yo aquí?” se pregunta cada vez que ve la foto de sus dos hijas al guardar en su cartera la merecida recompensa que Luis, su fiel cliente, siempre apoquina de buen agrado. Al fin y al cabo sí sabe qué hace bajo aquella farola cada noche desde hace ocho meses, darle a su familia la oportunidad que algún día el alcohólico de su marido echó a perder, largándose con todo su dinero y una de aquellas a las que antes repudiaba y con las que hoy comparte la calle cuando los gatos pasean y el gallo duerme.

Por suerte o por desgracia, nunca le han faltado clientes desde que comenzara su carrera en el mundo de la compañía desoladora, incluso Luís insiste en sacarla de la calle, pero ella no es capaz de aceptar, no estaría bien que él dejara a su mujer por ella. No después de haber pasado por lo que había pasado.

“Quizás mañana lo deje y me ponga a estudiar… aunque María necesita unas zapatillas… y Ana empieza dentro de nada la universidad… puede que el mes que viene…”
Bosor01 de febrero de 2011

3 Comentarios

  • Zien

    Excelente texto Bosor. Un abrazo.

    01/02/11 11:02

  • Indigo

    Una radiografía sincera, sin falsas poses, tal cual lo expones.
    La necesidad obliga muchas veces a esos oscuros rincones de la existencia.
    Saludos Bosor.

    02/02/11 02:02

  • Beth

    Me ha gustado. Por cosas como las que cuentas yo nunca he juzgado, y creo que nunca lo haré, a las prostitutas. Venden lo que tienen, que es su cuerpo, y cada una sabrá por qué lo hace. Me parece peor vender el alma

    02/02/11 11:02

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