Parecerá el típico tópico, pero cogió el primer autobús de salida en la estación central, ¿Destino? No importaba, solo quería estar sobre ruedas en el momento en el que se adentrara en aquel terreno en que todos los hombres, a pesar de la ironía, no adentramos, y aun habiéndolo vivido nos es imposible contarlo. Estaba demasiado harta de aquello. Su novio, sus amigos, los amigos de su novio y en última instancia su familia, aquella con la que hablaba cada cinco días para no sentirse la peor persona del mundo, no está bien visto eso de no sentirse agradecida por todo lo que habían hecho por ella (otro tópico).
Un viejo verde intentaba descubrir el color de su ropa interior, los asientos no podían ser más incómodos y la señora de delante llevaba todo el trayecto mirándola entre estornudos. Aquello no era un viaje por placer. Claro que ella lo supo desde el momento en el que decidió pasar página y acabar con ese libro en el que ella era la protagonista y los demás meros personajes que no aportaban a la historia otra cosa sino monotonía.
Con el billete de bus como marcapáginas y una sonrisa dibujada en su rostro, del mismo modo en el que el escritor arruga dos horas de quebradero de cabeza y lo desecha jugando a ser alero tirando a canasta, se levanta clamando al mundo un final digno de mención. Alzando la cabeza, mirando al techo y recordando tiempos lejanos felices y días cercanos no tan buenos piensa para sí misma: Espero que esto te haga sentir tan mal como deseo. Intenta ser feliz con esa furcia después de esto.
