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El Demonio de Lusitania - Ii

Organicé una batida esa misma mañana. No estábamos muy seguros de qué era exactamente lo que buscábamos, pero sin duda se trataría de una animal enorme, dotado de una fuerza similar a la de un oso, la cual le habría permitido arrancar los miembros de sus víctimas.
Veinte hombres con lanzas y espadas salieron a escudriñar las afueras de la ciudad. Revolvimos la densa vegetación a las orillas del Fluminus Anae, los campos de trigo y las arboledas cercanas sin éxito alguno. El sol de Lusitania nos castigó con dureza toda aquella jornada.

- Ni rastro alguno de la bestia. – Casi escupió Marcelo mientras me tendía el odre de agua.
- No puede estar muy lejos. Ha de ser grande, puede que un oso.
- ¿Un oso?
- No lo sé, Marcelo, lo único que sé es que tenemos que encontrar a la bestia y matarla. Augusta Emérita es una ciudad segura y ha de seguir siéndolo.
- Bien, debemos ponernos en movimiento. Está comenzando a anochecer.

Maldije por no haber traído antorchas, pero lo cierto es que jamás pensé que, una vez caída la noche, no habríamos dado aún con aquella alimaña. Caminaba por una arboleda ligeramente densa en compañía de media docena de hombres. Los grillos cantaban rasgando el silencio de la noche con su inconfundible quejido y algún mochuelo nos saludaba con su sonido característico.
No recuerdo muy bien como ocurrió, pero, a la vez, no consigo expulsar aquel caos de mi memoria. Vi como una sombra se abalanzaba sobre el hombre que marchaba en cabeza, levantándolo del suelo y sumergiéndole en la oscuridad de la arboleda. Los hombres gritaron sobresaltados y empuñaron sus lanzas en aquella dirección.
Todos nos mantuvimos en silencio unos segundos, mirándonos confusos los unos a los otros. Después, un helador grito nos indicó que otro de los hombres había sido atacado.

- ¡Manteneos juntos! – Acerté por fin a ordenar.

Formamos en círculo con las lanzas apuntando a la negrura. A penas pude ver una silueta, pero noté como sus manos agarraban mi lanza y tiraban con fuerza de ella. Caí de bruces, aferrado aún a mi asta, mientras algo me arrastraba por el suelo hacia la espesura. Solté el arma, me puse en pie de un salto y desenvainé mi espada.
Por poco decapito a Marcelo, que había salido corriendo detrás de mí cuando vio que me arrastraban hacia el interior de la arboleda.

- ¿Estas bien, Máximo?
- Si, gracias, amigo.

Le estreché la mano con fuerza y él me besó la frente. Marcelo y yo habíamos crecido juntos y nos considerábamos casi como hermanos. Miramos nerviosos a nuestro alrededor. Aquella pequeña formación vegetal parecía auténticamente amenazadora aquella noche sin luna. Escuchamos un grito a varios metros de nosotros, que acabó de pronto tras un chasquido seco. Luego, nos pareció ver una silueta que se movía a gran velocidad hacia nosotros.
Me avergüenza decir que corrimos. Huíamos tropezando con la maleza y evitando los arboles lo mejor que podíamos mientras, a nuestras espaldas, percibíamos inconscientemente a nuestro perseguidor.
Un lamento a mi espalda me indicó que habían dado caza a Marcelo, mi amigo. Detuve mi carrera y, espada en mano, me volví para enfrentar a aquella criatura.
Casi se me heló la sangre. Alguna nube del negro cielo debió retirarse y, por unos segundos, la luna iluminó la terrible escena. El cuerpo de Marcelo yacía en el suelo, entre espasmos de muerte. Sobre él, se hallaba agazapado un ser que, en ese momento se me antojó un humano vestido con harapos.
Lancé un bramido y hendí mi espada entre los omóplatos de aquel mendigo asesino con tal fuerza que la hoja penetró hasta el guardamanos. Se convulsionó bruscamente, tanto que la hoja se quebró quedando atrapada en su cuerpo mientras se revolvía por el suelo como un gato herido de muerte.
Retrocedí lentamente, sosteniendo de forma estúpida la inútil empuñadura de mi espada mientras aquella criatura volvía a ponerse lentamente en pie.
No pude asegurarlo, ya que la luna había vuelto a retirarse en ese momento, pero me pareció advertir por un instante un rostro demacrado, casi cadavérico, con ojos amarillos, similares a los de un gato enfermo y una boca llena de colmillos ennegrecidos.
Me volví presa del terror y comencé a escapar de nuevo, abandonando allí el cadáver de mi amigo. Corrí tanto que llegue a pensar que el corazón me saldría por la boca. Escuchaba las zancadas del ser que me perseguía infatigable, llegue incluso a notar el olor a podredumbre de sus fauces.
Cada vez estaba más y más cerca hasta que, al fin, noté que me agarraba de las ropas. Me dispuse a morir pero, en ese momento, noté que mi pié derecho pisaba en vacio y me precipité por el barranco que no había podido advertir frente a mí en la oscuridad de la noche.
Rodé golpeándome con cada piedra mientras las piezas de mi armadura rebotaban a mi alrededor según se desprendían a causa de los innumerables golpes. La maleza me arañaba el rostro y la tierra quemaba la piel allá donde esta se arrastraba sobre el firme. Por fin, el agua del Fluminus Anae, me recibió en sus brazos como una madre de gélido regazo. Perdí el conocimiento.
Brunno25 de marzo de 2009

1 Comentarios

  • Nemo

    La historia ha tomado velocidad y puedo ver las escenas en mis ojos.
    Iremos por lo que sigue!
    Saludos!!

    25/03/09 04:03

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