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El Demonio de Lusitania - Iii

Cuando por fin desperté, habían transcurrido un par de días. Me levanté dolorido en mi propia cama y, antes casi de que pudiera abrir los ojos, mi esposa Livila me tendió un vaso de agua. La abracé con fuerza, aprontándola contra mi pecho mientras la besaba.

- ¡Gracias a los dioses! – Sollozó.

Me ayudó a levantarme y llamó a mis hijos: Varo y Lucio que corrieron hasta la estancia para arrojarse en los brazos de su padre. Livila me contó que un cazador me había encontrado a orillas del rio, inconsciente. Al preguntarle por Marcelo y mis hombres no pudo más que bajar la cabeza y negar en silencio.

- Todos murieron aquella noche, Máximo. Por eso bendigo a los dioses que te han dejado vivir y volver junto a mí.
- ¿Todos?
- Todos menos tu. Los hombres del prefecto rastrearon la arboleda y encontraron los cadáveres. Todos ellos desmembrados. Debió ser horrible.
- ¿Encontraron… - Dudé un momento, lo que menos me apetecía es que mi esposa pensase que divagaba a causa de mis heridas. – a la bestia?
- No, y anoche mismo atacó otra granja a las afueras. La gente está aterrorizada, Máximo.

No puedo recordar todas las palabras que mi esposa Livila empleó para hacerme ver mi falta de responsabilidad cuando, apenas recuperado, tomé uno de mis caballos y partí de mi casa en las afueras de la ciudad.
Sospechaba que aquello que encontré en la arboleda no era ni bestia ni hombre. No creía que la imaginación me hubiese gastado una treta esa noche. Había algo maligno en aquel ser, y solo conocía a una persona con la que tratar aquello y que, quizá, conociera la manera de acabar con esa criatura que, tras ser ensartada por mi espada, no había perdido ni un ápice de vitalidad. Debía ver a mi maestro, Marco Livio.


Llevaba años sin ver a mi maestro. Reconozco que me sorprendí al ver su avanzado estado de deterioro. El cabello blanco, antaño de un negro intenso, le caía desordenado sobre los hombros, mientras que había comenzado a retirarse de la parte superior de su cabeza.
Le conté todo lo que ocurrió en el bosque. Lo que me pareció haber visto, así como la aparente invulnerabilidad del ser. También le conté los pormenores del ataque a la granja con el cual empezó todo el asunto y el estado de los cadáveres así como la ausencia de sangre.
Marco Livio escuchó con preocupación todo mi relato. Aunque yo estaba seguro de que mi antiguo mentor me diría en cualquier momento que todo aquello era producto de una extraña enfermedad mental que yo padecía, cuando acabó de escucharme se dirigió pensativo a uno de sus estantes. Observó los tomos detenidamente, con el dedo índice sobre la barbilla y extrajo uno con las cubiertas negras. Lo desplegó sobre la mesa y me mostro un grabado. El estomago me dio vueltas cuando, sobre el pergamino, puede ver la representación de una criatura semejante a aquella del bosque. Un cuerpo raquítico, con ojos maléficos y terribles fauces.

- ¡Vampyrus! – Exclamó Marco mientras daba golpecitos sobre el pergamino reafirmando sus palabras.
- ¿Qué criatura surgida de los abismos de Plutón es esta, Marco?
- Realmente no se trata de una creación del dios Plutón, Máximo.
- ¿Qué es?
- Debemos remontarnos muy atrás, a la reina Lamiae.
- Jamás he oído hablar de ella.
- No me extraña, su leyenda casi se ha perdido en el tiempo. Era una reina de Libia, hija del dios Neptuno. Se dice que mató a sus hijos y, como castigo, Júpiter la condenó a mantener para siempre una insaciable sed de sangre humana.
- ¿Y el vampyrus?
- Son la estirpe degenerada, los vástagos de Lamiae que, durante siglos, han vagado por el mundo alimentándose de sangre y corrompiendo a los hombres, transformándolos a su vez en vampyrus.
- ¿Cómo…?
- Cuando un hombre es mordido por el vampyrus y no muere en el ataque, resulta infectado. Durante días es presa de una alta fiebre que acaba por matar al individuo. Sin embargo, a los pocos días, el difunto resucita transformado en vampyrus.
- ¡Por los dioses!
- La historia del vampyrus es antigua. Vampyrus para nosotros, Nosophoro para los griegos, Lemur en Persia… en todas partes del mundo han sufrido sus ataques en alguna ocasión.

Me dejé caer pesadamente sobre una de las butacas de mi amigo, intentando digerir toda aquella historia. La cabeza me daba vueltas. Un demoniaco ser vagaba por Augusta Emérita alimentándose de la sangre de los hijos de Roma.

- ¿Podemos matarle?

Marco Livio asintió lentamente a la vez que pasaba cuidadosamente las páginas del libro.

- La luz del sol resulta letal para el vampyrus. Así mismo, las rosas le producen una reacción alérgica, por ello no frecuentará lugares donde esta flor esté presente.
- ¿Algo más?
- Espera, Máximo. Un momento… ¡Si! – Exclamó. – La plata es el único material que puede dañarles. Forja una espada de plata y atraviesa con ella su corazón. Después, deberás decapitarle e incinerarle.
- Sea.

Se había hecho tarde. Cabalgué de noche hasta mi casa en las afueras. Por el camino, repasaba mentalmente los objetos que había en mi casa, intentando encontrar la plata suficiente para forjar la espada que acabaría con el vampyrus.
Debí advertir que algo raro sucedía al no oír ladrar a los perros, pero continué despreocupadamente hasta la puerta de la vivienda. Amarré mi montura y me acerqué a la puerta.
El corazón se me detuvo en el pecho cuando me percaté de que la puerta estaba rota, parecía que la hubieran golpeado con un pequeño ariete. El golpe había sido tan violento que la había sacado de uno de sus goznes y ahora rozaba en el suelo.
Entre a toda carrera, con el estomago desbocado y una indescriptible sensación de vértigo. Lo recuerdo como un sueño. Todo ocurría lentamente, de manera agónica.
Me desplomé de rodillas. Mis lagrimas se mezclaban con los vómitos mientras me agazapaba en el suelo gimiendo entre los cuerpos mutilados de mi esposa Livila y mis hijos Varo y Lucio.
Brunno25 de marzo de 2009

1 Comentarios

  • Nemo

    La historia sigue interesante. Ahora, el protagosnista se lo podr? tomar como personal, la b?squeda de ese ser.
    Bien!.... seguimos...

    29/03/09 06:03

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