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Tras la Puerta

Dios perdone mis pecados. Los hombres como yo no van al cielo. Tengo dos cadenas perpetuas colgándome del cuello y me pesan. Me miro en el espejo y lo que veo me repugna.

Fugarse fue sencillo. No mirar atrás fue complejo. Enciendo la televisión del cuarto en el motel y veo mi rostro en un canal de noticas. "Buscado por la policía" susurro para mis adentros; me siento como un zorro siendo cazado por perros.

Estoy sudando. Me inyecto una vez más y dejo que mi mirada se hunda el océano de mis párpados, que naufrague sin rumbo y se encuentre con su rostro; "Emilia -sonrío con amargura-, te extraño..." La maté porque no pude tolerar su amabilidad. La maté porque siempre me quiso y me perdonó. La maté porque cada vez que me despedían del trabajo ella me esperaba con los brazos abiertos y palabras llenas de consuelo. La apuñalé hasta pintar un cuadro grotesco con su sangre. Oculté su cuerpo donde nadie jamás podrá encontrarlo.

Despierto con aroma a sudor y podredumbre; a mi lado una jeringa vacía me llama a comprar más droga y darle un uso. Camino por los callejones de la ciudad. No encuentro al vendedor habitual en el sitio de siempre, en su lugar veo a un tipo de pie bajo la luz amarilla de un farol; viste una gabardina beige y vaqueros.

-Amigo, ¿qué buscas? -Me pregunta, con una voz ronca, casi gutural.

-Heroína, Dama Blanca, Caballo; como sea que le llamen estos días.

-Aquí -me entrega un paquete transparente lleno de droga-. La primera corre por la casa. No me agradezcas: la próxima no será gratis. Que extraño, siento que te he visto en algún lugar& ¿no eres el tipo que ha estado apareciendo en las noticias últimamente? -se acerca a mi rostro, evalúa mis facciones-, ¡Sí, eres tú! ¡el que asesinó a su esposa, cuyo cadáver jamás fue encontrado!

-Creo que te equivocas de persona, debo irme -me alejo rápidamente del lugar, poseído por el miedo.

-¡Conozco un lugar donde perdonan a los tipos como tú! -exclama el hombre de la gabardina; me detengo y lo miro.

-Habla -mi susurro se extiende por los quince metros que nos separan.

-A veinte minutos de aquí, caminando, hay una casona abandonada; toca la puerta y pregunta por Raum, dile que te envía Ufir.

Tras darme las indicaciones, camino en esa dirección.

No sé si son las drogas que consumí horas antes, que quizás aún se niegan a abandonar mi cuerpo, pero la idea de visitar un sitio desconocido en mitad de la noche no parece ser tan mala; después de todo, no tengo
nada que perder.

Llego a la entrada de la verja que delimita el terreno de la propiedad abandonada. Camino hasta la puerta, nervioso, y golpeo tres veces.

-¿Quién toca? -Responde una voz aguda y rasposa.

-Busco a Raum, me envía Ufir.

-¿Tu nombre?

Le digo mi nombre y acto seguido mi interlocutor se queda callado por unos segundos.

-Pasa.

La puerta se abre, dejando salir un hedor terrible; una mezcla entre moho y hierro. Quien dialogó previamente conmigo se ha esfumado, sin dejar rastro. Apenas pongo un pie en la morada, me sorprende un ruido inesperado; el piso cruje al menor contacto con mi zapato. Enciendo la linterna de mi teléfono e ilumino mi entorno. Avanzo, dejando atrás el umbral de la puerta y la seguridad de la luz de las farolas. "¡Ufir!" llamo, sin obtener respuesta; esto me da mala espina.

Camino despacio, entre muebles pútridos, buscando a Ufir, quien parece haber desaparecido. No hay señales de mi objetivo, ni de quien me abrió la puerta -si es que no son la misma persona. Escucho un sonido estridente, como metal golpeando el piso, proveniente de algún sitio en la morada. Finalmente llego a la conclusión de que su origen se halla tras la puerta al final de un enorme pasillo, frente a mí. Me dirijo, asustado, en dirección al ruido. El pasillo se me hace eterno, y en nada ayuda que las paredes estén adornadas con lúgubres pinturas que retratan hogueras y personas con los rostros deformes, carcomidos por alguna suerte de enfermedad.

Tras dos minutos de caminar y detenerme para admirar aquello que me rodeaba, pinturas incluidas, llego a la puerta; la madera me resulta inusual, pues, al contrario del resto de la casona, esta parece nueva, ya que no muestra signos de deterioro; giro lentamente el pomo, preparándome para entrar. Mi pie choca con algo, lo alumbro, "una cadena; como si alguien hubiese intentado -claramente en vano- mantener algo encerrado tras esta puerta". Por primera vez, sorprendentemente, pienso con seriedad en dar marcha atrás, sin embargo, la curiosidad mi impulsa a continuar abriendo la puerta. Por fin abierta, asomo mi cabeza a la habitación, presumo, más oscura de la casona; ilumino con mi teléfono el interior, pero es inútil, como si la luz no pudiera penetrar en la negrura del cuarto.

Escucho ruidos tras de mí que se asemejan a cientos y cientos de aleteos caóticos; criaturas volando y golpeando las paredes viejas de la casona; apresurándose por los pasillos; dejando caer pinturas de hogueras y rostros deformes; apenas me doy vuelta, lo veo: un número incalculable de aves negras volando en mi dirección. Me impactan, empujándome violentamente hacia la habitación tras de mí. Caigo inconsciente.

Sueño que veo la oscuridad y me doy cuenta de que no es falta de luz, sino que son las plumas negras de los cuervos llenando de tinieblas el cuarto; revoloteando eternamente. Susurran mi nombre.

-Levántate...

Despierto, repentinamente, cubierto en sudor, gritando. Estoy en el cuarto oscuro, en la cámara de los cuervos. Rápidamente me pongo de pie y noto que estoy desnudo; siento algo frío en mi pie: mi teléfono. Nuevamente enciendo la linterna incorporada en el aparato e ilumino mis alrededores; repentinamente, la oscuridad se transmuta en un torbellino de alas y el silencio en un coro de graznidos. Distingo, entre la multitud de aves, un haz de luz; me encaminó hacia él.

Los cuervos me golpean, me cortan con sus alas; la sangre brota de mis heridas; trato de gritar, pero no puedo, solo camino. Un paso, luego dos, luego cien; casi llego a la luz.

El haz de luz me ciega por unos instantes, me sobo los ojos y maldigo en voz baja. Abro mis párpados con lentitud y por unos segundos todo es niebla. Trato de enfocar mi vista, pero me es imposible.

Un cuervo me golpea el rostro por sorpresa, caigo al piso y la parte inferior de mi cara impacta contra algo húmedo; huele a óxido. Con un dedo remuevo un poco del líquido que hay en mis labios y lo pruebo, "¿sangre...?". Me siento, desesperado, y centro mi vista en aquello sobre el piso. La imagen se hace más clara. Abro aún más los ojos, horrorizado. El cadáver de Emilia yace tendido sobre el piso. Le falta un ojo y el otro está siendo removido por un demonio emplumado. La putrefacción de su cuerpo; el hedor de la muerte; sus bellos labios, arrancados vilmente por los cuervos; no puedo con esto. Intento gritar, pero de mi garganta no brota mi voz, sino que solo surgen violentos graznidos. Miro mi piel y veo que van naciendo plumas negras de mis poros. Mi espalda se curva y mi cavidad toráxica se expande. De mis brazos van surgiendo membranas similares a alas. Mi cráneo se achata y mis labios se transforman en un pico; siento un dolor inefable. Mis huesos chirriando de tanto temblar. Escucho a los demás cuervos reír y a lo lejos creo oír el sonido de alguien poniéndole cadenas a la puerta.
Bufoncarmesi03 de enero de 2018

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