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Sala de Espera

Estaba en el aeropuerto de Miami, esperando mi vuelo para Bogotá. Esa era la ciudad donde, por capricho de Martha, debíamos pasar el Año Nuevo. Yo quería ir a Guayaquil para pasarla con mi familia después de años, pero Martha se había esforzado en una gran escena neurótica que terminó por convencerme. Ella ya estaba en Bogotá pero yo, por motivos de trabajo, recién podía viajar. Había hecho el primer tramo desde Ohio y ahora estaba esperando mi conexión leyendo en mi tableta. Faltaban todavía cuarenta minutos para partir, tiempo que sería suficiente para darle por fin un giro a mi vida. Para dejarme de cobardías.

Todo empezó cuando distinguí a lo lejos una cara conocida. No, ni siquiera una cara, un cuerpo de espaldas. Sentí que era ella. La observé con calma desde mi asiento. Ella estaba hablando con una chica joven y una mujer mayor a las que inmediatamente reconocí por sus fotos en el Facebook. Su hermana menor y su madre. Con una alegría vieja, me paré y me puse la mochila a la espalda. Me acerqué lentamente y sí, era ella. Sonia. Cuando nuestras miradas se cruzaron, se me heló la sangre. Había soñado muchas veces con ese reencuentro. Había escrito n veces sobre él. Y ahora todo se había convertido en una feliz realidad. Ella demoró en reconocerme y cuando lo hizo intercambiamos sonrisas. Me acerqué para saludarla con un beso en la mejilla. Me gustaba desde que nos conocimos en un curso de francés en la universidad. Ella estaba terminando su pregrado y yo acababa de comenzar mi maestría. Nos hicimos muy amigos. Yo le hablaba de mis deseos de volver a Ecuador y ser Presidente de la República y ella de sus deseos de trabajar en la ONU. Grandes sueños. Lamentablemente, los dos andábamos muy ocupados y nos vimos poco. Además, yo no tuve el valor de invitarla a salir. Estaba convencido que una chica como ella, que formaba parte de una rica familia chilena, no iba a fijarse en un pobre estudiante ecuatoriano como yo. Aun así, la noche en que nos amanecimos en la biblioteca preparando nuestra última presentación para el curso de francés, le di un beso. Poco después, las clases acabaron, ella se graduó y tuvo que regresar a Miami. Yo le escribía por Facebook, pero como sus respuestas se volvieron cada vez más telegráficas y esporádicas, dejé de hablarle. Además, yo inicié la relación tóxica con Martha, ese enredo en el que un día ella amenazaba con matarse si yo la dejaba, y en otro llevábamos nuestra pasión al límite. Tóxica también porque con Martha había empezado a consumir drogas.

De modo que cuando encontré a Sonia en el aeropuerto fue como volver violentamente a un pasado mejor. Diría que hasta mi cuerpo se había regenerado de súbito. Sentí que mis pulmones respiraban la pureza. Saludé a su mamá y a su hermana, quienes mantuvieron una fría cordialidad. Le dije a Sonia para tomarnos un café mientras esperábamos nuestros vuelos. Aceptó y nos sentamos en un Starbucks. Me dijo que se estaba yendo a Europa para pasar el Año Nuevo. Allá estaba ya su papá esperándolas. Me contó también que estaba por terminar la Law School en Stanford. Le dije que yo ahora trabajaba en Ohio en una editorial de literatura latinoamericana, que era jefe de edición. Le mentí mucho. Y ella creyó mis mentiras y se mostró enormemente feliz porque me fuera bien. Entonces le pregunté lo único que en verdad me interesaba saber y respondió que sí, que tenía novio y que incluso estaba comprometida. Un chico de Stanford. Se casaban a mediados del próximo año. La felicité muriéndome de la tristeza. Seguimos conversando, pero la charla empezó a decaer. Ya estábamos más lejos. Ese beso que nos habíamos dado la noche en que preparamos nuestra última presentación era tan remoto como la extinción de los dinosaurios. Lo que no cambiaba era el brillo de sus ojos y me imagino que mi cara de tristeza. De pronto vibró su celular y dijo que tenía que irse ya porque estaban abordando. Nos pusimos de pie y cuando estábamos por despedirnos la tomé de la mano. Le dije que no se casara. Hubo un silencio extraño. Sólo el sonido de la gente yendo y viniendo por la sala de abordaje, los parlantes anunciando los vuelos que estaban por surcar el cielo de Miami. Sonrió. Jaja, seguía siendo un loco como siempre. Pude haberle dicho lo mucho que me arrepentía de no haberme declarado años atrás, pude simplemente haberle dicho cuánto la quería& Pero me quedé callado otra vez y la dejé ir. Efectivamente, ya estaban abordando en el vuelo rumbo a París. Volví a mi silla. Por primera vez compré minutos de internet para mi celular. Le mandé un mensaje a Martha diciéndole que iba a dejarla y que si quería matarse que lo hiciera de una buena vez. Me levanté y me largué de la sala de espera.
Bustrofedon28 de diciembre de 2016

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