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Celotipia

CELOTIPIA

Cuento breve


Cuando Juventino Ramos sacó el revólver del armario, ya estaba presintiendo que esa tarde seca del mes de marzo, cambiaría su vida para siempre.

Y es que todas las habladurías del poblado eran unánimes en afirmar que ese contoneo de caderas que en los últimos tiempos había lucido Nicanora, su mujer, no podían ser algo natural en su personalidad, sino que estaban dictados por ese cambio de vida y de pensar, que había surgido desde aquella tarde en que Valerio Ruales la había sacado a bailar en casa de Josefina Chalá.

Las Chalá eran un par de solteronas, que distribuían su tiempo entre las visitas al santísimo, en hacerle las novenas a sus santos predilectos, entre sus pequeños trabajos de encuadernación y en ponerse al día en todos los chismes que eran la comidilla de la población.

Josefina , la mayor de ellas empezó su labor de comunicadora de ese día y le espetó a bocajarro a Carola:

¿ Ve, será verdad que Juventino ya se enteró de lo de su mujer, con el haragán de Valerio?.......

- Pues yo creo que si, pues ya era imposible tapar el sol con un dedo. Es que Nicanora ha cambiado mucho; tanto que no volvió al asilo a llevar la limosna que acostumbraba entregarle a los viejitos y ni se volvió a asomar por la iglesia, para el rezo del rosario de las seis.

Y es que Nicanora Ramirez, mujer a carta cabal, en otras épocas un dechado de virtud, que se distinguía entre la sociedad de Llano Largo por ser la persona más caritativa, más colaboradora en todas las actividades sociales y con un corazón más grande que el de todas sus gentes reunidas, se había trasformado de manera radical y solo tenía tiempo para pensar en maquillajes y en acicalarse con todos los afeites, mascarillas y lociones que llegaban a la pequeña boutique de Dilia Copete.

-Será que la han visto entrar al reservado que tiene Dilia en la parte de atrás de la huerta de su casa?-

- Pues no te sé decir, Josefina, pero es que ese vividor de Ruales es un condenado pa´ decir las cosas más hermosas, cuando de enamorar se trata. Tiene una labia melosa y almibarada que la hace a una volverse una melcocha. Si hasta a mí, que tengo mis buenos almanaques encima, me ha tirado la alfombra y he estado a punto de entornarle mis oídos para que me siga arrullando con esos piropos que me han puesto las piernas como galletas y que me trasportan y despiertan esos diablos de la lujuria que creía tener erradicados de mi vida.

Valerio, además de bueno para nada, según algunos, tenía una disposición para la literatura y la poesía, que le había ganado en sus años mozos el calificativo de: “ El poeta del amor”, pues sus escritos y poemas siempre iban precedidos de cierto airecillo erótico que despertaban la envidia entre sus compañeros de parranda y de noviazgos.

Por eso Nicanora, guardaba con verdadera devoción en aquella rendija de su mata de geranio, el último papelillo que Valerio le había deslizado furtivamente al entrar en el pequeño almacen de Dilia, su amiga. Contenía el último poema que su pasión por Nicanora le había inspirado. Decía así:

“Esta noche que estás sola y sin nadie que estruje tú pelo, que no sabes respirar sin otra herida que la que te ha dejado mis palabras, ahora es cuando de veras te conozco y pienso que nunca has aprendido a mirarte sin mis ojos, a lucir otra sonrisa que no sea la que a mí, más de me gusta; espero que tengas en tus manos ramilletes de esperanzas que te ayuden a migrar a las regiones del sueño. Apresúrate, corre, envía por las cuerdas de tu voz esa manera de aferrarte a las cosas ya pasadas. Y vuelve, vuelve ahora sobre tus pasos quedos y callados para que recuperes lo que eras; para que no dejes ir por las rendijas del olvido, las cosas que hoy te salvan y que te hacen escoger cómo vivir; cómo vivir ahora lo que eras. Apóyate en mis manos y veras como la luna vuelve a cobijarse entre tus horas, con esa quietud que nunca has manejado, que se rebela contigo y que te reta a que te desnudes como siempre, a que dejes de ser tan opacada y distante con quienes más te quieren. Záfate esas prendas de pudor que no te lucen y bótalas al viento,
Para que no te enredes sin saber cómo volver a ser lo que antes fuiste.
Enrédate en mis brazos, repta por ellos, aférrate a mis hombros, cabalga, cabalga, sin nadie te diga lo que debes hacer; hazlo así por favor y me darás las gracias, por haberte despojado de lo que no te deja ser tú; lo que te impide que seas la verdadera esencia de todas las cosas.”

Tuyo,
Valerio.


Con la toda parsimonia propia de quien sabe que está llevando a cabo la tarea más importante de su vida, Juventino miraba y remiraba con verdadera fruición el arma que había pertenecido a su padre y que una desgraciada tarde del mes de octubre del año cincuenta, le había regalado, después de sufrir un infarto que lo mantuvo con vida algunas horas y que le causó la muerte, en medio de la consternación de su familia.

- Será que este infeliz, saldrá con vida, cuando le descargue los cinco tiros tuyos? –
Le dijo al arma con una convicción y una certezas, que hacían pensar, que en vez de estar hablando con un simple instrumento para disparar, lo estuviera haciendo con el amigo que siempre había tenido y que había permanecido oculto en el fondo del armario. Solo que ahora por las meras artes de su birlibirloque mental se había erigido en su inseparable aliado, dispuesto para la hora decisiva.

Lo desarmó y puso las piezas encima de la felpa de color rojo, en la que lo había envuelto durante tantos años. Aceitó cada una de sus partes, con minuciosidad de relojero y cuando ya estuvo completamente lubricado, lo volvió a armar y limpió su cañón y los orificios del tambor con el gusanillo de pelos entorchados que también había sido propiedad de su padre. Por último lo brilló, dejándolo reluciente, como acabado de salir de la fábrica.

Mientras tanto, en una tarde sofocante y clara, entre los aromas y fragancias que despedían las lociones y los productos cosméticos del pequeño almacén de Dilia Copete, se liaba una conversación entre esta y Nicanora, que dejaban en el ambiente un clima de tensión y ansiedad que hacían presentir que la situación tranquila y apacible de esa pequeña villa, iba a tener un desenlace fuera de la común.

- Creo mi querida Nica, que tu marido ya ha descubierto lo tuyo con Valerio.

- No puede ser – ripostó Nicanora…………………………

En ese momento en la boutique de Dilia, se produjo una explosión de proporciones inmensas, pues esta por la prisa de comentar con su amiga las últimas noticias sobre el chisme que era la comidilla en Llano largo, había dejado a medio cerrar la perilla de la pequeña estufa que utilizaba para calentar la cera que utilizaba para las depilaciones de sus clientas y pummmmmm……………………., el local se había llenado con el fulminante estruendo de la explosión……..

Juventino, aturdido y somnoliento todavía, se despertó asustado y conmocionado todavía por el ensordecedor ruido que todavía zumbaba en sus oídos y se dio cuenta que para su fortuna, todo no había sido más que una de esas pesadillas que en los últimos tiempos lo había estado mortificando y que ahora sin duda alguna achacaba a esas comidas de fríjoles con tocino, que acostumbraba a cenar en el restaurante “ El excelso “, de doña Josefa Salcedo.

Por primera vez también, cayó en cuenta que esos celos malsanos que eran las causa de sus continuas peleas y recriminaciones con su esposa Nicanora, lo estaban llevando a un verdadero paroxismo emocional que era preciso empezar a revisar y a cambiar ……………………………………
Cacacla21 de abril de 2009

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