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El Aparecido

Que habían encontrado a un hombre que salio del monte. Eso fue lo que me dijo Zebedeo cuando interrumpió mi siesta.
-esta desnudo- dijo –la gente esta asustada, dicen que es el diablo
-el día que aparezca un perro con dos colas, dirán lo mismo-
El aborigen es muy supersticioso, cualquier cosa que escape a su entendimiento, debe ser cosa del diablo.
Por ser el maestro del pueblo, y prácticamente el único blanco por aquellos lares, tenía la impuesta responsabilidad de oficiar de mediador, escribano, médico, juez, arbitro de futbol y toda otra actividad que suponga alguna autoridad. Ante cualquier duda, conflicto o problema recurrían a mí, y era yo quien debía tener las respuestas para todo.
Nos acercamos hasta el lugar. Pude ver la muchedumbre rodeando lo que suponía era el dichoso “aparecido”, pero guardando cierta distancia. Las viejas murmuraban, los hombres mayores debatían entre ellos, las mujeres alzaban en brazos a los niños pequeños. Cuando la gente me vio se abrió para darme paso. Cuando lo vi, así de repente, recostado y desnudo contra la base de aquel algarrobo, hasta a mi se me cruzo, aunque sea por un instante, la idea de que podría tratarse del mismo diablo. Me quede observándolo, estudiándolo, detenidamente, entre espantado y asombrado, lo observé. Su piel, clarísima, dejaba transparentar la cartografía que dibujaban sus venas. No tenía cabello, ni bello púbico, era casi lampiño; solo un par de bellos dorados, desparramados azarosamente cubrían su cuerpo albino. Su rostro, anguloso e inexpresivo, sus ojos, que hacían recordar los de un ciego, estaban contorneados por delgadísimas líneas rosadas. En un primer momento me pareció humano; el más extraño que se haya visto, pero humano, luego comprendí que no podía serlo, su rostro… su rostro no era humano.
Luego del asombro, el desconcierto y el espanto, surgió la pregunta de que hacer con el hombre, y digo hombre por no encontrar un mejor termino para nombrarlo.
-no habla nada, es así como mudo parece. Ese es demonio del monte- dijo Zebedeo.
- hay que matar ese, ese es hombre diablo, mujeres tienen miedo- agregó Eliseo, el cacique.
Los ancianos seguían debatiendo. Yo trataba de alejar a los niños, que le arrojaban todo tipo de cosas, y Eliseo continuaba con la idea de pegarle un tiro.
-no podemos matarlo- le dije a Eliseo, -no sabemos si es un hombre perdido, un loco, un enfermo…
-ese es hombre diablo, hay que matar ese-
Traté de hablar con el brujo para que me ayudara a convencer a Eliseo de que no podíamos simplemente matarlo. Es cierto que en un primer momento sentí miedo, pero trate de disimularlo para no crear mayor pánico. No sabíamos quien, o que era, pero hasta ese momento parecía inofensivo.
Y el tipo seguía ahí, mirando para todos lados, como con cara de perro que lo regalaron de grande, extrañado quizás, confundido, pero sin demostrar miedo.
Pensé en llevarlo hasta el pueblo, pero era imposible. Llovió toda la semana y la ruta era un pantano. Por un momento imagine las caras de Almada y Benítez cuando apareciera en la comisaría con este tipo.
Me acerque a él y me acuclillé a su lado, luego le hablé. Le pregunte lo que cualquiera hubiese preguntado: ¿Quién era?, ¿Cómo se llamaba?, ¿de donde venía?, ¿que le había ocurrido?, pero no hubo repuestas. El seguía mirándome curioso, moviendo la cabeza de lado a lado como en mirlo. De repente, sentí el murmullo de la gente a mis espaldas. Me volteé y pude ver a Eliseo cargando un remandado rifle. De inmediato me levanté y me interpuse entre Eliseo y el aparecido, que seguía recostado contra el árbol sin percatarse jamás del peligro que corría. La gente miraba sorprendida; supuse que sería por ver al cacique cargando un rifle y con intenciones de matar al desconocido, comprendí luego que habían tomado mi actitud como un desafío a la autoridad de Eliseo.
-aquí nadie va a matar a nadie- le dije calmado pero decidido.
Creí que me resultaría mas difícil que eso hacer que deponga su actitud, pero el pareció comprender, y aunque continuaba murmurando que era un “hombre diablo” y que había que matarlo, optó por guardar el rifle.
La gente que allí estaba empezaba a irse poco a poco, ya sin miedo, y talvez ante la desilusión de no poder presenciar el morboso espectáculo de ver la ejecución del aparecido. Así fue que al cabo de unos minutos me encontraba solo con este hombre, sin saber quien, o que era, y mucho menos que hacer con el.
Así que parado ahí solo frente a el, me quede nuevamente contemplándolo. Yo lo encontraba más parecido a un ángel que al diablo que veían los indios. El continuaba mirándome y moviendo la cabeza como un perro que intenta escuchar algo. Al mirar sus manos, pude ver que sus largos y delgados dedos carecían de uñas, lo que me llamo la atención.
Me acerque y extendí la mano para tocarlo. El no parecía tratar de evitarlo, pero yo no tuve valor suficiente para hacerlo al primer intento. Amagué un par de veces para comprobar su reacción pero el seguía inmóvil mientras miraba curioso mi mano acercándose a su brazo. Cuando finalmente la punta de mi dedo toco la piel de su brazo derecho, emitió un chillido agudísimo que dejo mis oídos zumbando por, lo que a mi me pareció, un largo rato.
Luego de eso no recuerdo nada. Desperté en un catre de tientos rodeado por la gente del pueblo. Las mujeres lloraban, el brujo parecía rezar en cánticos mientras me golpeaba el pecho con un ramillete de, vaya a saber uno que planta. Me senté en el catre, mareado y desconcertado.
- yo dije, hay que matar ese… ese era hombre diablo- oí decir a Eliseo parado en el extremo del catre.
Recién entonces recordé vagamente al aparecido, aunque seguía confundido y pensé que podía tratarse de un sueño. Pero efectivamente aquel hombre existió y estuvo en aquel remoto pueblito, que más que pueblito era un montón de casitas y pequeñas chozas agrupadas en algún olvidado lugar del monte formoseño.
Nadie supo decirme que paso con el aparecido, dijeron que al escuchar el chillido, que hizo aullar a los perros, corrieron hasta el lugar y me encontraron tendido boca arriba, pero ni un solo rastro del hombre que alguna vez estuviera recostado entre las raíces del viejísimo algarrobo.
Nunca mas se supo nada de el. Los animales nunca mes descansaron bajo la sombra de aquel árbol, solo algún que otro perro se arrima de vez en cuando e intenta escarbar en el lugar.
Con el tiempo, la gente tomó como algo natural, que aquel árbol se envolviera de una blanquísima luz, cuando el lamento de los crespines anuncia la oración.

Cacique15 de junio de 2009

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