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Tetrabrick

Un día, sin otra cosa que hacer, te sentás y te conectás. En realidad sí tenés que hacer cosas, pero las desplazas por vagancia. Ves a tantas personas también conectadas con un circulo verde al lado de su nombre: en línea. Vos en ese preciso instante los estás viendo, viendo a ese reflejo cibernético de ellos mismos (o lo que ellos quieren demostrar que son). Y ellos también te están viendo: es un juego de sombras, ver quién te habla primero mientras el resto espera que vos les hables.
¿Qué estarán haciendo? ¿Estarán tomando mates mientras miran una película? ¿O caminando por la calle, escuchando música y leyendo posteos de gente que se la pasa en la computadora todo el día? ¿Estarán en una reunión familiar, metidos en su cuarto escapando de la conversación para no tener que admitir que, de hecho, recursaron otra materia? ¿Estarán esperando que su ex suba una foto o comente en su perfil, tomándolo como un indicio de vida, un indicio para descifrar si los extrañan? ¿Estarán leyendo posteos de alguien a quien solían conocer e incluso quisieron? ¿Estarán viendo fotos de sus amigos que, olvidando (o ignorando), sus existencias se juntaron a comer pizzas y no les avisaron? ¿Estarán viendo fotos de hace seis años? ¿Estarán viendo recordatorios de los aniversarios de amistad, que ya no se celebran en vivo porque las amistades acaban, y que solo está esta insufrible red social para hacérnoslo saber, para hacernos saber que las personas se van y que nos vamos y que nada dura?
¿O estarán escribiendo sentados en su casa con un tetrabrick de jugo de manzana a un lado, con el velador prendido enfocando los dedos que se van deslizando por las teclas, a veces firmes, a veces dudosos? Confío en que cada uno esté viviendo su vida mientras está conectado y que no se deje llevar por la idea contemporánea de que para ser real hay que existir en la red. ¿Y por qué digo esto? Hace unos días viajaba en la línea 71, mucha gente, yo sentada. Proceden a subirse una chica y un chico, ambos adolescentes, y se paran al lado de mi asiento. No consigo no meterme en su conversación y escucharla siempre, claro está, desde el silencio. La chica le contaba que había conocido a otras dos chicas y que le costó hablarles porque era tímida. Cuando se presentó le preguntaron si tenía Instagram. No, lo borré. La chica contaba que le impresionó lo sorprendidas que estaban las otras dos chicas, quienes no lo podían creer. Y yo tampoco lo podía creer, y la chica del bondi tampoco lo podía creer, ni el amigo, ni el chofer, ni las veintipico de personas que seguramente estaban escuchando porque la chica hablaba muy fuerte y porque tenía una voz armónica y porque era linda. Me pregunté en ese momento si alguna vez alguien se me había quedado escuchando en el colectivo, y si lo hizo, si alguna vez escribió sobre eso. Recordé que nunca viajo acompañada, y me sentí sola. Sola como me siento ahora escribiendo sentada únicamente con la compañía de mi tetrabick al lado, porque el jugo de manzana tampoco está.
Camiladavel21 de octubre de 2017

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