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La Garza Perezosa

El río, caudaloso y embravecido, llegaba desde la montaña por el camino abierto entre las rocas durante incontables milenios. El cauce, semejante a una enorme y profunda herida abierta en el duro granito, estaba bordeado de chopos, añosos olmos y esbeltos álamos. Aquel hermoso lugar, había sido el territorio de pesca de su familia, desde que las garzas existían como especie…. ¡Hacía ya innumerables primaveras!
Su abuela, la garza blanca, su madre la garza gruñona ––¡la llamaban así por sus fuertes graznidos cuando alguna de sus congéneres se atrevía a pescar en su territorio!––, sus hermanas y primas… Todas ellas, habían nacido y crecido en las verdes orillas de la corriente de agua fría y cristalina.
Su madre, la garza gruñona, le había enseñado todas sus artes de pesca: volar río arriba observando la corriente en busca de peces o ranas que se aventuraban a saltar para cazar mosquitos o, también, esperar paciente e inmóvil en uno de los troncos de la orilla. Todo cuanto su madre sabía, se lo enseñó durante un largo año de aprendizaje. Hoy, ya iniciado el otoño, era la primera vez que tendría que aventurarse para pescar sin la protección de su progenitora.
––Debes poner en práctica lo que te he enseñado durante todo este tiempo ––su madre la miraba mientras se limpiaba las plumas de la cola––. Has de ser independiente y vivir de tu esfuerzo.
––Estoy muy cansada, mamá ––dijo con lastimera voz, acercándose mimosa a su progenitora.
––¡Siempre estás cansada! ––la voz de su madre sonaba enfadada––. ¡Mira a tus hermanas y a todas las demás garzas, como madrugan para rastrear el río en busca de comida! ¡Eres muy vaga!
Se alejó volando de su madre, posándose sobre una roca. Un bello y multicolor martín pescador se sumergía, una y otra vez, en busca de peces.
––¿Podrías darme alguno? ––preguntó con voz lastimera mientras el pájaro limpiaba sus hermosas plumas––. Estoy muy cansada y tengo hambre...
El pájaro, mirándola fijamente, le acercó dos pequeños peces y volvió a sumergirse.
––¿No te importa que me quede aquí para que me alimentes? –– preguntó la garza perezosa––. Veo que eres un gran pescador…
––¡Qué poca vergüenza tienes, amiga garza! ––el pájaro terminó de engullir el pez y voló hacia otro lugar mientras exclamaba: ¡Pesca como yo y podrás comer!
Permaneció en la roca, observando como los peces subían corriente arriba… «¡Es demasiado esfuerzo tener que pescarlos!», pensó.
Voló hacia uno de los olmos, y encontró en una de las ramas a su hermana la garza plateada que estaba terminando de engullir una gran trucha.
––Hermana ––le dijo con voz estudiadamente lastimera––, la trucha es muy grande y podrías darme la mitad… ¡Tengo hambre!
––De la misma manera que yo he pescado, puedes hacerlo tú ––dijo su hermana terminando de engullir la trucha, elevando su largo cuello––. ¡Eres muy vaga!
Después de una mañana intentando comer a cuenta de los demás, estaba realmente hambrienta. Se posó sobre una roca y observó la superficie del río… Un grupo de truchas nadaba presuroso corriente arriba. Se sumergió, pero lo hizo tan torpemente que, en su pico, solamente cogió una de las muchas algas del fondo. Mientras se limpiaba las plumas, pasó volando un martín pescador que, con ironía, le preguntó: «¿Sigues esperando un milagro, amiga garza?»
Ya casi mediada la tarde y con bastante hambre, se atrevió a visitar el lugar en donde las nerviosas nutrias tenían su hogar. Nadando boca arriba, jugaban con las truchas, aún vivas, sobre sus abultados vientres.
––¿No os importaría darme una de esas truchas? ––preguntó la garza.
Las nutrias, todas al unísono, se rieron mientras seguían jugando con sus presas. Una de ellas, la más joven, dijo:
––¿Acaso nos crees tontas? ¡Pesca como las demás de tu especie…! ¡Déjanos en paz, garza vaga!
Voló río arriba y vio a sus hermanas pescando en un remanso del río. Su abuela, la garza blanca, apoyada sobre una de sus patas, observaba orgullosa la habilidad de sus nietas, mientras engullía, muy despacio, una gran rana.
––¡Abuela! ¡Abuelita! ––el tono muy lastimero––. ¿Podrías darme la mitad de esa rana? ¡Tengo hambre!
––¡Hija mía! ––la vieja garza dijo con reproche––. ¿Sigues siendo tan vaga como siempre? ¿No te da vergüenza? Sabes que te quiero mucho, pero tienes que empezar a pescar o morirás de hambre. La ley de las garzas es así. Tú no puedes dejar de cumplirla.
––¡Me canso mucho cuando intento pescar y, además, no se hacerlo bien! ––su voz volvía a sonar lastimera.
––En realidad, hija mía, eres muy vaga ––la vieja garza emprendió el vuelo sobre el río. Volando bajo, pronto localizó una hermosa trucha y, a pesar de su edad, se sumergió rápidamente para apresarla con su largo pico.
––¡Abuelita! ––su voz sonaba ahora mimosa––. ¿No es demasiada comida para una anciana garza como tú? ¿No podrías compartir la trucha conmigo?
––Me duele decirlo, pero hasta que pesques como tus hermanas, no quiero verte más… ¡Lo lamento mucho!
Cansada y hambrienta de tanto volar en busca de comida fácil, no tuvo otro remedio que poner en práctica todo lo que su madre le había enseñado. Se posó en la rama más alta de un olmo y esperó a descubrir algún pez en la corriente del río… «¡Tenía que intentarlo!», pensó mientras su vientre emitía extraños ruidos.
Las truchas avanzaban rápidas, justo debajo del árbol. Sin pensarlo más y acuciada por el hambre que parecía encoger su estomago, se lanzó en picado… Abrió su largo pico, mientras buceaba entre la bandada de truchas, con la esperanza de poder pescar alguna…
¡Ni ella misma se lo creía! En su pico, una hermosa y plateada trucha pugnaba por volver al río… Orgullosa y a pesar del hambre que tenía, decidió mostrar su presa a todos. ¡Su primera trucha!
Pasó volando con su presa bien apretada en el pico delante de su anciana abuela; después lo hizo delante de su orgullosa madre; de sus hermanas; ante las ruidosas nutrias; el multicolor martín pescador… Todos la pudieron admirar en su vuelo con la plateada presa en el pico.
Cansada de la exhibición, se aposentó en una roca de la orilla. Despacio, saboreó la exquisita carne del pez.
––¡Realmente, soy una garza pescadora! ––exclamó mientras oteaba de nuevo el río, esperando descubrir otra presa…
El martín pescador, al pasar volando camino de otra roca, la saludó cortésmente con un: «¡Buena pesca, amiga garza!»
Desde ese preciso momento, supo que ya nunca más le llamarían vaga y que podría pescar, una y otra vez, sin temor a morir de hambre…



© 2009-Fernando J. M. Domínguez González






Canteiro19 de diciembre de 2009

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