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¿quÉ Sucede? (el Divorcio)

Me hice la pregunta cuando desperté y vi, sentado en el sofá de mi habitación, a mi padre con rostro compungido y claras señales en sus ojos de haber estado llorando… «¿Qué hacía de aquella guisa en mi habitación?», me pregunté extrañado.
He de confesar que entre mi padre y yo, no existía lo que se dice un fuerte afecto paterno-filial o a la inversa… Más bien se podría hablar de una relación tensa y conflictiva, especialmente, a partir de cumplir yo los veinte… ¡Estábamos condenados a discutir, un día sí y el otro también! Él, siempre me reprochaba mi vida de parásito; mi falta de interés por encontrar trabajo o por seguir estudiando. Yo, todas mis «necesidades» cubiertas, vivía muy bien con mis padres…
Cuando le vi allí, abatido y como esperando que me despertase del todo, supe que algo muy serio sucedía…
––¿Qué sucede? ––la pregunta seguramente sonó seca y falta de afecto.
––¡Tu madre quiere divorciarse! ––la respuesta me dejó de piedra.
Mis padres, por lo que yo había podido observar durante todos mis años de vida con ellos ––desde que nací hasta cumplidos los veinticinco––, no eran muy amigos de demostrar delante de mi sus afectos o problemas conyugales. A pesar de ello, yo sabía del mutuo respeto y cariño que ambos se profesaban; los sacrificios que ambos habían hecho para darme una educación y estudios que ellos nunca tuvieron y, además: ¡el amor que podía leer en sus ojos, cuando ambos se miraban! Nunca escuché una palabra más alta que otra o un reproche… «¿Qué había sucedido para pedir el divorcio mi madre?», me pregunté extrañado.
Hice la misma pregunta a mi padre:
––¿Qué ha sucedido? ––le miré, allí sentado y con el rostro entre sus manos ––¿Por qué mamá quiere el divorcio después de tantos años de convivencia?
Mi padre, mirándome fijamente, pareció pensar por un momento la respuesta. Después de unos segundos, respondió, evitando mirarme a los ojos:
––¡Tengo una aventura con otra mujer! ––la respuesta fue la menos esperada por mi.
Mi padre, cincuenta y cinco años bien llevados, nunca me había dado motivos para desconfiar de él. Del trabajo a casa; de casa al trabajo… Los fines de semana, ambos marchaban a la aldea, donde sembraban un poco de todo en los terrenos heredados de mi abuelo paterno… «¿Cuándo sucedió y con quién?», me preguntaba yo…
––¿Cómo, cuándo y con quién? ––me escuché preguntando a mi padre.
––Es una compañera de trabajo ––respondió con voz apenas audible––. Empezamos a salir juntos de la oficina; tomábamos un café y, un mal día, la acompañé a su casa… La pasión, algo que yo creía ya imposible, surgió de manera inesperada y, hasta hoy, nos seguimos viendo.
Quedé en silencio. Personalmente, no me podía imaginar a mis padres divorciados. Por otra parte, intentaba comprender aquella «aventura» amorosa y tardía de mi padre… También me imaginaba la indignación de mi madre, tras descubrir su infidelidad… ¡Tantos años juntos!
Mi madre entró en la habitación sin llamar ––nunca lo hacía––. Nos miró fijamente y, después, con rabia contenida, exclamó:
––¡Seguro que los dos, como hombres que sois, veis la situación con otros ojos! ¡Seguro que no le dais la importancia que realmente tiene! ¡Todos sois iguales! ¡Guarros!
Mi padre, apenas levantó la cabeza; yo, ante aquellas airadas palabras de mi madre, tampoco supe que responder.
Durante bastante tiempo, ambos apenas se dirigieron la palabra. Solamente algunas miradas que denotaban el enfado de mi madre y la vergüenza de mi padre. Yo, sentado a la mesa entre los dos, me sentía sumamente violento. Aquella situación, me resultaba muy agobiante… «¡Lo mejor, empecé a pensar, sería marcharme de casa!» Ir a vivir con mi novia y dejar que mis padres solucionasen sus problemas sin mi presencia, me parecía una buena solución. Mi egoísmo ––algo que mi padre siempre me echaba en cara––, me aconsejaba alejarme de aquel problema, en lugar de tratar de ayudarles… «¡Allá ellos! Yo ya tengo bastante con lo mío y deseo vivir tranquilamente…», me dije.
Estábamos comiendo ––en sepulcral silencio como desde hacía varias semanas––, cuando les comuniqué la noticia:
––¡Me voy a vivir con mi novia! ––observé su reacción––. Creo que es lo mejor para que vosotros podáis hablar, sin mi molesta presencia, de vuestro problema conyugal. Espero que, a pesar de todo, sigáis juntos… Trataré de encontrar un trabajo, lo antes posible.
Ambos me miraron con incredulidad. Mi padre ––no pude saber entonces la razón––, inició una leve sonrisa. Mi madre, le miró y bajó la mirada. Ella fue la que primero habló:
––¿Cómo? ¿Ahora te marchas de casa? ––sus palabras me sonaron a reprimenda, pero sin mucha fuerza…
Mi padre, por su parte, me miró fijamente y preguntó:
––¿Realmente, quieres irte de casa en estos momentos? ¿Precisamente ahora?
Me sentí muy mal, pero deseaba irme a otro lugar; dejar de ver aquellas caras largas.
Mi madre me hizo la maleta… En el armario de mi habitación, apenas quedaron un par de prendas que ya no me servían.
Como huyendo de un incendio, marché de casa para vivir con Alicia, mi novia. Allí, lejos de mis padres; sin contemplar aquellas caras largas, y soportando los largos silencios durante las comidas, podría volver a tener tranquilidad…
Mis padres, con el rostro serio, se despidieron de mí en la puerta de casa. Mi madre, abrazándome, susurró a mi oído:
––¡Ven por casa de vez en cuando y no dejas de llamarnos! Mi padre, dándome un fuerte abrazo, me dijo:
––¡Na sabes cuánto te echaremos de menos, hijo mío!
A pesar del tiempo transcurrido ––más de un año desde que me fui de casa––, mis padres siguen viviendo juntos. Nunca me he atrevido a preguntárselo, pero seguramente han llegado a un acuerdo de «civilizada» convivencia, a pesar del desafortunado «desliz» de mi padre. Cuando les visito ––más o menos una vez al mes––, sus rostros siguen estando serios y pocas palabras salen de sus labios.
––¡Por fin, hemos podido librarnos de él! ––exclama él, abrazándola tiernamente.
––Tu idea, amor mío, ha logrado más que todas nuestras reprimendas durante estos últimos años ––dice ella, sonriendo abiertamente––. ¡No había manera de que se marchase de casa! Esperemos que siga mucho tiempo con esa novia... Que siga trabajando y deje de «exprimirnos» como siempre lo hizo.
––¡Eso espero! ––exclama él––. Lo más difícil será disimular y seguir mostrando nuestro «enfado» y «distanciamiento», cuando venga por casa… ¿No te parece, amor mío? ¡Qué tranquilidad desde su marcha!
Ambos, sentados en el salón, sonríen pensando en la «historia» que tuvieron que inventar para librarse del sinvergüenza de su hijo…


© 2009-Fernando J. M. Domínguez González
Canteiro04 de enero de 2010

6 Comentarios

  • Voltereta

    Veo que te comentan poco, pero sinceramente, me gusta tu forma de escribir, es buena, aparte de que tienes mucha imaginación.

    Tal vez a veces, los finales sean un poco flojos, si los cuidaras algo más, serías de lo mejor. Sólo es una opinión, espero que no te moleste, la verdad es que he leido casi todo lo que has publicado y me parece bueno.

    Un saludo.

    05/01/10 07:01

  • Dánae

    Has elaborado la historia con mucha inteligencia. No esperaba el desenlace así. La lectura, entretenida y amena.
    Seguiré leyéndote, no lo dudes.
    Un abrazo

    12/01/10 04:01

  • Elades

    Ya se que hacer si a mi padre se le va la cabeza con una historia desas

    06/06/10 02:06

  • Elades

    Ya se que hacer si a mi padre se le va la cabeza con una historia desas

    06/06/10 02:06

  • Kili

    El descenlace realmente me hizo reir. Esto demuestra que las personas solamente necesitamos la motivación adecuada para ponernos en movimiento. Muy bueno! Saludos!

    06/06/10 08:06

  • Achachila

    Me recordó un chiste de un canal Vasco... Pero lo redactaste en un modo que valió la pena leerlo.

    Saludos!!

    07/06/10 04:06

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