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¿realidad?

«La vida es sueño» (Calderón de la Barca.)

Todo apunta a que el subtítulo entrecomillado de este escrito, el de una de las obras más conocidas de nuestro insigne dramaturgo, no era una simple licencia literaria o una ingeniosa metáfora, sino una categórica afirmación por su parte…
Hasta hoy, siempre se ha partido de una premisa: la realidad, es algo tangible que podemos sentir, tocar y manejar; algo que existe, puesto que parecemos ser «conscientes» de estar inmersos en ella. Si así fuese, lo que llamamos «realidad», debería ser como un partido de fútbol en el que no sólo podemos ser espectadores, sino también partícipes activos y conscientes. Pero… ¿es realmente así? ¿Participamos realmente en la «realidad» o somos simplemente forzosos espectadores?
Sobre la realidad y la verdad ––ésta última, pienso yo, podría ser el resultado de conocer plenamente la primera––, ha habido y hay múltiples teorías. En todo tiempo el ser humano ha estado preocupado por «encontrar» respuestas a sus eternas dudas existenciales y, debido a ello, ha intentando desentrañar tanto lo tangible como lo intuido. Los que han investigado sobre el particular, han llegado a algunas conclusiones que se apartan del pensamiento «ortodoxo» y no resultan nada halagüeñas para esta raza llamada humana, que siempre se ha creído dueña de sus actos, desarrollando su pensamiento filosófico–existencial sobre el supuesto de una existente «realidad».
Partiendo de lo que nuestros «sentidos» parecen son capaces de percibir y elaborar, nos hemos dedicado durante milenios a construir toda clase de teorías… Las unas, para satisfacer nuestro ego de seres «racionales»; las otras, para intentar dar respuestas que solemos calificar de «trascendentes»: el sentido de la existencia, la búsqueda de un sentido para la misma, sin olvidar nuestro natural temor a la muerte... ¡El no saber con certeza qué sucederá una vez abandonemos este mundo, nos ocupa demasiado…!
Una hipótesis, que yo me atrevo a exponer, sería que lo calificado por nosotros como «realidad», se semeja a un estado de «sueño». Todo lo que parece sucedernos no es otra cosa que el desarrollo, ante nuestros miopes ojos, de una «obra teatral», sin guionista conocido.
Tanto en sus distintos actos, como en la bajada final del telón, no podemos efectuar ningún cambio «real» en la trama. Las coordenadas del espacio–tiempo en que creemos movernos, son inmutables; nada podemos hacer para cambiarlas. Durante la representación de esta obra teatral, percibida de diversa manera por los espectadores, y debido a una especie de «catarsis» (1), llegamos a tener la sensación de convertirnos en actores de la misma. De ahí, de esa «irreal» sensación de poder participar en el desarrollo de la obra teatral, surgiría nuestra «seguridad» de «SER» o «ESTAR».
Descartes, víctima de este espejismo, creyó haber profundizado en la «realidad» y, desde ella, elaboró su método filosófico. Desde el convencimiento de haber hallado una respuesta válida, nos legó la conocida frase que sirvió de base a la filosofía moderna: «Pienso, luego existo». A la vista de algunas teorías ––entre ellas la mía––, sobre la posible inexistencia de lo que llamamos «realidad», la frase no tendría quizá mucho sentido y podríamos incluso atrevernos ––¡con todos mi respeto y admiración por Descartes!–– a dudar de su «lógica».
La mayor duda que se nos presenta, es precisamente si «existimos» o solamente «estamos» inmersos en un sueño creado por una mente juguetona y retorcida… De ser cierto lo último, estaríamos ante lo que muchos, en las más diversas culturas, han calificado como destino o predestinación: un sueño predeterminado e imposible de modificar por nuestra parte y que, a nuestros aparentemente despiertos sentidos, semeja ser «real».
De no existir la «realidad», el universo y todo lo que en él está o es, solamente sería una especie de gran espejismo creado por algo o alguien ––¡aquí volveríamos al mito de los dioses!––, para disponer a su antojo, de un complejo y, para nosotros, inexplicable pasatiempo; para jugar con imágenes creadas a su voluntad (2) sin más objetivo que tener en sus manos el desarrollo y resultado de un juego que hoy podríamos calificar de: «realidad virtual». ¡Yo, lo calificaría de diabólico, más bien!
La única diferencia con un juego virtual es que éste, en el que parecemos estar inmersos, no es interactivo. Juegan con nosotros, pero nos resulta del todo imposible variar las «reglas» impuestas por el creador o inventor del juego. Se nos «permite» tener la sensación de poder dar «golpes de timón», pero, en realidad, las reglas son inmutables y no podemos variarlas ni un ápice. ¡De ahí nuestra eterna y enfermiza frustración!
De ser cierta mi teoría ––¡la «irrealidad» de nuestra «realidad»!––, nada existiría y todo sería producto de ese sueño perpetuo ––¡o pesadilla!–– en que vivimos, dentro del juego incomprensible que llamamos vida. No seríamos otra cosa que «imágenes» o «seres» creados para cumplir la simple y triste función de elementos dentro de un juego, en el que nada podemos hacer para ganar o perder, puesto que todo depende de la caprichosa voluntad del desconocido y maquiavélico creador del mismo.
Si esta teoría fuese cierta ––¡la verdad es que nunca podré saberlo!––, desde el infinito universo circundante, hasta la historia, el amor o el odio, todo… ¡absolutamente todo! formaría parte de un perenne sueño dentro del que nacemos, crecemos y morimos… Si no somos reales, lógicamente, todo lo demás tampoco lo podría ser…
Este sueño en el que transcurre nuestra «vida», se convierte con el paso del tiempo en «tangible» o «real» para nosotros ––hemos llegado a la «catarsis» con las escenas que nos parece percibimos y vivimos, pero que solamente «soñamos»––. Es, precisamente, en este crucial punto de nuestra «realidad onírica», cuando llegamos al erróneo convencimiento de que todo lo que sentimos y, aparentemente tenemos, «ES».
Pero… ¿lo «ES»? Si la vida fuese simplemente un sueño, todas las piedras con las que hemos construido el edificio de nuestra historia también lo serian y, consecuentemente, nada tendría sentido de lo que hasta ahora hemos dado en llamar «evolución» del Género Humano. No existiría la evolución, sino la «visión» de una «realidad» ––el desarrollo del juego–– inexistente. Podríamos decir, parodiando al poeta místico: «Vivo sin vivir en mi…».
No habríamos evolucionado realmente, sino que solamente el «juego virtual», con el paso del tiempo, se habría convertido en algo más complejo, fruto de su propia y extraña dinámica evolutiva.
Nosotros, como entes sin poder de decisión, encerrados dentro de este enigmático juego, nos moveríamos según pautas cada vez más inexplicables, pero tan irreales e impersonales como puede ser la caída desde un precipicio en una pesadilla: ¡produce angustia y miedo reales, pero todo termina cuando despertamos!
¿Podemos despertar de nuestra «irrealidad»; escapar de este juego virtual en el que estamos inmersos? Realmente, no podemos saberlo. Si en estos momentos, cuando escribo estas líneas, estoy estuviera siguiendo unas reglas preestablecidas para mi y no por mi; pensando que «pienso», pero sin hacerlo, me entristecería mucho saber que todo lo que creo haber hecho en mi vida de nada ha servido puesto que no he sido yo, sino el desconocido creador del «juego virtual», el que me hace formar parte de una irreal «realidad».
Me apenaría saber que no he amado, sino que he sido víctima de un juego, de un espejismo; que mis sentimientos, «sentidos» como reales, fueron inducidos por algo o alguien que sí debe saber lo que es el amor, pero disfruta mucho más con nuestro «virtual» dolor e impotencia; con nuestras vitales y eternas dudas...
¡Cuántas preguntas tendría yo para el creador de este cruel juego que llamamos vida, si lo tuviese ante mí! ¡Cuántas respuestas le exigiría para salir de la cruel duda de mi irreal «realidad»! ¡Cuántos reproches tendría para su crueldad!
¡Quién sabe! Quizá la leyenda del ángel caído (3) tenga mucho que ver con algo o alguien que, en un momento excepcional, pudo salirse de la consola de este «juego virtual», para pasar la frágil frontera que le separaba de la «realidad». ¡Él, seguramente pudo descubrir la verdad que a nosotros nos está aún vedada!
¿No sería a causa de un despiste del creador del juego virtual? Seguramente llevó el juego hasta extremos insospechados y, por una extraña e inesperada «mutación» de las reglas del mismo, una de sus creaciones adquirió la «realidad» o «corporeidad» de manera insospechada. Algo así como Alicia, en el País de las Maravillas: ¡pudo pasar al «otro lado del espejo» y quedarse allí!
De todas maneras y después de haber pensado bastante ––¿lo he hecho realmente o he sido inducido a ello?––, la «realidad» y la «verdad», aún dudando que existan, siempre nos seguirán fascinando… Seguiremos creyendo que «SOMOS» o «ESTAMOS»; que podemos influir en nuestro incierto destino. Seguiremos rogando a desconocidos dioses ––¡no importa cuántos o el nombre que les demos!–– para que ellos nos ayuden en situaciones angustiosas. Paradójicamente, estas situaciones quizá hayan sido creadas por alguno de ellos que, pulsando los botones de una consola, nos maneja a su voluntad para seguir jugando ––con su reglas–– un cruel juego virtual que nosotros llamamos «VIDA».
¡Quizá sean esas reglas, impuestas e incomprendidas por nosotros, las que siguen haciendo apasionante este juego, aún siendo en sueños! ¡Así es el juego de la vida y nada podemos hacer para cambiarlo!
«Pienso, luego existo»… ¿ES REALMENTE ASÍ?



NOTAS:
(1) Los antiguos griegos, con la representación dramática, pretendían que los espectadores se involucrasen en la trama de la misma, hasta el punto de sentirse identificados con los personajes; sufrir o disfrutar con ellos. Era lo que hoy calificamos como: «meterse en la piel del otro»… ¡La catarsis!

(2) La leyenda, existente en casi todas las religiones, de que un determinado Dios creó al hombre a «su imagen y semejanza», quizás tendría alguna razón de ser en el juego «virtual» de la vida.

(3) Luzbel o Lucifer, según la leyenda bíblica ––también existe en otras culturas un ser o seres semejantes––, es el eterno competidor de un Dios creador. Ambos, a pesar de la supuesta omnipotencia del Dios, mantienen una eterna lucha. Resulta sorprendente esta lucha sin fin; sin vencedor o vencido… ¡Muy bien tiene que conocer Luzbel al creador de las «reglas del juego» para poder perpetuarse en semejante y aparentemente desigual batalla!





© 2009-Fernando J. M. Domínguez González









Canteiro14 de diciembre de 2009

1 Comentarios

  • Serge

    Canteiro:
    Amigo has hecho una buena disquisición respecto a la situación existencial.
    Alguna vez leí que Dios juega con nosotros un juego llamado lila, teoría formulada por las creencias orientales.
    Basándonos en las mismas nosotros no estamos despiertos, vivimos en un eterno sueño generado por el ego, el día que despertemos conoceremos la verdad y la realidad.
    Según ellos en este mundo nada es real todo es un espejismo de la mente.

    Un gusto leerte.

    Saludos.

    Sergio.

    14/12/09 09:12

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