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Rodolfin y Ambrosio

Era un fantasma bastante tonto. Solamente había asistido a la escuela un par de meses… ¡Apenas sabía contar hasta cuatro! Tampoco había querido asistir a la escuela especial para fantasmas, en la que se aprendían las mil y una maneras de asustar a la gente en las noches sin luna...
Creyéndose más listo que sus hermanos que sí habían ido a la escuela, se dedicaba a salir de noche intentando asustar a los niños que aún permanecían despiertos, en lugar de dormir mucho y levantarse temprano para ir al colegio.
En realidad era tan tonto que ni sabía hacer «¡UHHHH!» Cuando lo hacía, los niños que escuchaban aquel extraño sonido creían que se trataba del viento soplando en sus ventanas.
Una noche, cuando estaba en la ventana de un piso muy alto, apareció otro pequeño fantasma que, como él, había dejado de ir a la escuela creyendo saberlo ya todo…
––¿Cómo te llamas? ––preguntó el recién llegado mientras estiraba la arrugada sábana blanca.
––Rodolfin ––contestó mientras observaba la larga y blanca sábana de su compañero––. ¿Y tú?
––Ambrosio ––contestó el otro mientras se cubría del todo.
––¿Qué haces aquí en este piso tan alto? ––siguió preguntando Ambrosio––. La niña que duerme en esta habitación no tiene miedo. Pierdes el tiempo intentando asustarla...
A Rodolfin, el otro fantasma le pareció mucho más listo y con más experiencia en el oficio de asustar niños que él, pero no se lo dijo. Simplemente le siguió volando sobre los tejados en busca de niños que aún estuviesen despiertos.
Mientras volaban, los dos practicaban aquel extraño sonido que unas veces parecía sonar como: «¡UHHHH!» y, otras, semejaba ser el aullido desafinado de un lobo acatarrado.
Se posaron en un tejado y, después de descansar un buen rato, observaron que en una de las ventanas aún había luz. Una niña de larga melena rubia, con una graciosa peca en la punta de la nariz, estaba sentada en la cama leyendo.
––¡Rodolfin! ––Ambrosio le dijo mientras se ponía la sabana por la cabeza––. Voy a asustar a esa niña. ¡Fíjate bien en lo que hago y aprende de mí!
Debéis saber que todos los fantasmas, sean chicos o grandes, pueden pasar a través de paredes y cristales sin problema alguno. ¡Para eso son fantasmas! Siempre se ha dicho que son invisibles. La verdad, es que hay algunos niños que, sin conocerse muy bien la razón, los pueden ver. Estos niños son los que podemos llamar «fantasmeros». Suelen tener mucha fantasía. También hay que decir que tener fantasía no es malo, siempre que volvamos a la realidad, de vez en cuando, y estudiemos en el colegio.
Ambrosio, a los pies de la cama de la niña rubia, estaba moviendo sus brazos como las aspas de un molino, mientras lanzaba aquellos extraños sonidos que querían ser como un largo: «¡UHHHH!»
La niña, como si hubiese escuchado algo, dejó el cuento sobre la cama. Se levantó despacio. Se puso una bata rosa y unas zapatillas rojas. Cogió un vaso de agua que estaba sobre la mesilla.
––¡Toma, fantasma tonto! ––exclamó mientras lanzaba el agua sobre la cara de Ambrosio––. ¿Acaso crees asustarme?
Ambrosio, con la sábana totalmente empapada, salió volando de la habitación hasta donde estaba Rodolfin esperándole.
––¡Caramba! ––exclamó enfadado Ambrosio mientras se quitaba la mojada sábana––. Esta es una de esas niñas que nos ven. Has de saber, Rodolfin, que hay niños que nos ven y otros que no.
Rodolfin, asustado por aquel descubrimiento, se estaba preguntando cómo saber qué niños veían a los fantasmas y cuales no… ¡Menudo problema!
Siguieron volando hasta que la aurora les anunció que el día se acercaba. Habéis de saber que ningún fantasma soporta la luz del sol. Cuando es de día, tienen que retirarse al lugar en donde duermen hasta bien adentrada la noche.
Al día siguiente, sobre la medianoche, se encontraron de nuevo en el mismo lugar.
Ambrosio, sentado sobre una chimenea, explicaba sus planes para esta noche a Rodolfin.
––Hoy ––decía mientras se colocaba la sábana sobre la cabeza––, serás tú quien asuste a algún niño. ¡Tienes que practicar o de lo contrario nunca serás un buen fantasma!
––¡Vale! ––Rodolfin no parecía muy entusiasmado con la idea, pero no quería quedar por cobarde ante su amigo.
La ventana estaba iluminada y sentado en la cama un niño de unos seis años jugaba con su consola.
––¡Venga! ––dijo Ambrosio empujando a Rodolfin––. ¡Asústale!
Rodolfin, después de colocarse la sábana sobre la cabeza, entró en la habitación lanzando aquel sonido semejante a un prolongado «¡UHHHH!…»
El niño parecía no escuchar nada, pues seguía con los ojos fijos en la consola.
Rodolfin, lo intentó de nuevo, esta vez moviendo sus brazos de un lado para otro mientras seguía lanzando aquellos extraños sonidos de lobo resfriado…. «¡UHHHH!». El niño, dejando la consola sobre la cama, se levantó despacio y cuando parecía que iba a calzarse las zapatillas, lanzó una de ellas contra el pequeño fantasma. La zapatilla impactó de lleno en la cabeza de Rodolfin quien, muy asustado, salió volando por la ventana.
––¡Otro niño que nos ve! ––dijo mirando a Ambrosio––. Creo que no somos verdaderos fantasmas. ¿Cómo es posible que no podamos asustar a los niños?
Ambrosio, se quedó pensativo mirándole y, de pronto empezó a reírse a carcajadas.
––¿De qué te ríes? ––preguntó Rodolfin––. ¿Qué te hace tanta gracia?
––Creo que para ser verdaderos fantasmas y poder asustar a los niños, aún hemos de crecer mucho más. Seguramente tendremos que volver a la escuela, como nos dicen siempre nuestros padres. Pienso que, incluso para ser fantasmas, hace falta estudiar mucho.
––¿Entonces? ––Rodolfin le miraba mientras se colocaba bien la arrugada sábana––. ¿Qué hacemos?
--Hablemos con nuestros padres y sigamos sus consejos. Ellos saben mucho más que nosotros, y nos dirán lo que tenemos que hacer.
Aquella noche, en lugar de salir a volar por los tejados de la ciudad intentando asustar a los niños, Rodolfin y Ambrosio se quedaron en casa.
Mamá fantasma, después de escuchar a Rodolfin, le dijo mientras le abrazaba:
––Has de saber que los fantasmas nunca podemos asustar a los niños.
––¿Entonces? ––Rodolfin miraba a su madre con una mirada curiosa ––. ¿Cuándo podré ser un verdadero fantasma?
––Primero, hijo mío, deberás ir a la escuela. Aprender muchas cosas y, especialmente, a contar hasta diez o más. Cuando seas mayor, si quieres ser fantasma, podrás asustar a las personas mayores, pero nunca a los niños. Asustar a los niños, has de saberlo, nos está terminantemente prohibido.
A la mañana siguiente, Rodolfin y Ambrosio, con sus mochilas llenas de libros, acudieron a la escuela.
Cuando estaban en el recreo, siempre invisibles para los demás niños, comprendieron que asustar a los niños no servía para nada, además de estar muy mal. Se olvidaron de lanzar aquel sonido parecido a «¡UHHHH!» y empezaron a practicar otras habilidades.
Rodolfin aprendió a silbar… Ambrosio, aprendió a cantar una canción de David Bisbal...
Cuando terminó el curso, los dos estaban muy contentos de haber ido a la escuela. Habían aprendido muchas cosas interesantes y ya no querían volar más sobre los tejados de la ciudad.
Cuando se hicieron mayores, Ambrosio y Rodolfin, salían de vez en cuando por la noche para asustar a alguna persona mayor, pero nunca más intentaron hacerlo con los niños. Habían comprendido que los niños deben dormir tranquilos para poder estudiar y hacerse mayores, sin miedos.
Si alguna vez escucháis por la noche un sonido parecido a «¡UHHHH!» en vuestra ventana, podéis estar seguros que no serán Rodolfin y Ambrosio, sino el viento que sopla para que las nubes os dejen ver la luna.
Una pregunta antes de quedaros dormidos: ¿Habéis estudiado mucho hoy?


© 2009-Fernando J. M. Domínguez González
Canteiro29 de diciembre de 2009

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