TusTextos

Un Mal DÍa... ¡lo Tiene Cualquiera!

El despertador japonés, comprado en Canarias durante las últimas vacaciones, se ha declarado en huelga ––¡me costó dos Euros!––. Me levanto para ver mi reloj de pulsera… ¡Las ocho y veinte!
Es posible que hoy, después de despertarme tan tarde, el día no resulte demasiado bueno. Los primeros minutos, al levantarme y dar un fuerte golpe con la espinilla contra una esquina de la mesilla, no presagian nada bueno… Para empezar, la leche desnatada del desayuno se derrama sobre la cocina, como pidiendo una libertad que no le corresponde.
El pan ––¡por cierto mucho más caro que antes del Euro!––, comprado el día anterior, está totalmente correoso y con un ligero sabor a pesticida.
La mermelada, de la que nunca hasta ahora había leído la etiqueta, me ha quitado las ganas de untarla sobre el pan: «Contiene: colorantes, conservantes, edulcorantes, E-150, E-230....» «¿Qué coño significaran estas enigmáticas cifras?», me pregunto intrigado.
El teléfono, su timbre me sobresalta mientras leo atentamente la composición de la mermelada, me hace levantar apresuradamente de la silla. Tropiezo con la botella de agua mineral que se desparrama sobre el suelo, formando un pequeño riachuelo entre las sillas.
La llamada, es de un hombre que, con voz fingida, pregunta por una tal «Selene» y el precio por media hora de sado. Cuelgo después de decirle cuatro burradas con muy mala leche… «¿Quién puede desear una sesión de sado a las 9 de la mañana?», me pregunto.
Sentado de nuevo ante la taza de café, confiando poder acabar el desayuno en paz, llaman a la puerta. La vecina del tercero, en bata de casa y con unas horribles chancletas con flores amarillas, me pide el favor de recoger sus bragas azules caídas en mi patio de luces.
Además de las bragas: una sábana, un sostén ––¡me sorprenden sus dimensiones, pues siempre creí que mi vecina andaba escasa de pecho!–– y un par de calcetines… Todo ello, sobre el único geranio que se salvó de la peste de pulgón del verano pasado y que, ahora, muestra sus pocas ramas desgajadas por el peso de la ropa.
Cuando camino hacia el trabajo, con paso apurado, me doy cuenta que, con las prisas, no me he afeitado. Vuelvo a casa gruñendo y… ¡mierda! no hay electricidad. Decido ir al trabajo con barba de dos días.
A medio camino, me para una anciana que conoció a mi suegra y me pregunta por ella. Después de decirle que ya falleció hace tres años, inquiere de qué; si sufrió mucho… Intento explicar, concisamente, el proceso de la enfermedad y fallecimiento, pero su insaciable curiosidad me obliga a contar mucho más de lo deseado. Me despido con un «¡encantado!» y sigo caminando a buen paso...
Cuando faltan unos metros para llegar a la oficina, me acuerdo del cambio de hora del día anterior. ¡Una hora menos! Calmado por este descubrimiento, me meto en la primera cafetería que encuentro para tomar otro café y un par de churros. «¡Hay tiempo suficiente!», me digo.
Miro la primera página del periódico «¡Sábado 23¡ ¡Leches! ¡Los sábados no trabajo! ¿En qué estaría yo pensando?», exclamo para mis adentros, mientras la camarera me sirve los churros, preguntándome si quiero más azúcar.
De vuelta a casa, en el paso de peatones, un cernícalo de conductor a velocidad excesiva, me «bautiza» con el agua de un charco. El agua, mezclada con un fino lodo de color marrón oscuro, me moja desde la cabeza hasta los pies. La madre, el padre y demás deudos del conductor, son invocados por mí, mientras el energúmeno gira chirriando las ruedas en la cercana rotonda…
Llego a casa y la electricidad sigue sin hacer acto de presencia. El golpe contra el aparador de la entrada, con la tibia derecha, provoca maldiciones sin fin y un intenso dolor que parece llegar hasta lo más profundo de mi cerebro.
Me desnudo y, después de tirar la ropa sobre una silla, me meto en cama. Cuando estoy a punto de conciliar el sueño, una llamada telefónica... La misma voz masculina de la mañana ––ahora con una ligera tos–– me pregunta si está «Selene» y cuánto cobra por media hora de sado... Cuelgo, después de decirle algunas cosas que prefiero no transcribir…
¡Decididamente, hoy no es un día para levantarse de cama y, mucho menos, para estar en casa!
«¿Cuánto cobrará Selene por media hora de sado?», me pregunto intrigado, mientras el sueño me acuna de nuevo en sus brazos…


© 2009 – Fernando J. M. Domínguez González







Canteiro23 de diciembre de 2009

Más de Canteiro

Chat