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Un Poquito de tu Amor

Cuando regresé del trabajo, el cha-cha-cha sonaba insistentemente mientras mi mujer lo canturreaba depilándose en el cuarto de baño. Hacía ya una semana que su única conversación consistía en el envío de aquellos mensajes musicales…
Después de nuestro último enfado, había optado por «escribirme» cartas desde el equipo de música. La idea, sin duda original, parecía haberle gustado. Yo, al principio, no pude evitar una sonrisa; transcurrido un cierto tiempo, ya estaba echando de menos sus reproches verbales.
Durante la primera semana, después de la «batalla», había sonado, siempre que yo regresaba del trabajo, aquel hermoso bolero de Machín: «Espérame en el cielo, corazón». ¿No sería una «indirecta» para indicarme lo que me esperaba hasta que se firmase la paz? He de reconocer que la cosa, dentro de la lógica tensión, tenía su gracia. Seguro que el ya fallecido y admirado cantante cubano, nunca pensó que su bolero se utilizaría como medio de «incomunicación».
Está claro que a mi esposa le había dado por enviarme mensajes subliminales por medio de la música y, a fe mía, que lo estaba logrando. Casi todos ellos daban en la diana y, curiosamente, tenían mucho que ver con nuestra situación y las consecuencias de la misma: camas separadas, besos inexistentes, furtivas miradas y caras largas...
Mucho me temía que, esta vez y dado el sistema elegido, tendría que recurrir a toda nuestra colección de discos compactos para decirme lo que quería… ¿Sería capaz de hacerlo? Conociéndola como la conozco, seguro que sí. ¡Volverá, una y otra vez, a la carga!
He de aclarar que mi mujer, una hermosa y atractiva hembra a la que yo quiero, adoro y deseo, tanto o más que la primera vez, tiene un genio endiablado ––¡ella suele decir que soy yo el que lo tiene!––. Lamentablemente, cuando nos enfadamos por cualquier tontería, han de transcurrir como mínimo dos semanas hasta poder firmar el armisticio. Éste, a menudo, solamente representa una pequeña pausa hasta la próxima declaración de guerra…
No vale «decir» o «hacer», ni sirve de mucho pedir perdón. Es forzosamente necesario que pase un tiempo, para que las aguas vuelvan a su cauce.
He de confesar algo que ella no debe saber, puesto que lo utilizaría en mi contra: ¡deseo que nos enfademos más a menudo! ¡Es tan hermosa la reconciliación! ¡Son tantos los besos que en todos los rincones de nuestros cuerpos depositamos! ¡Dios mío, cómo la echo de menos!
Antes, cuando nos enfadábamos, solía llamarme de todo ––¡incluso cosas de las que seguramente más tarde se arrepentía!––. Esta vez, parece haberse decantado por «decírmelo» con música. Ella, poseedora de un gran sentido del ritmo y unas caderas que me traen de cabeza cuando las mueve sensualmente, bailando salsa o agitándolas con una cumbia, parece haber encontrado la original manera de «enviarme» sus mensajes por medio de toda nuestra colección de música latina...
Hoy una cumbia, mañana un bolero, pasado un cha-cha-cha... Pero siempre con letras muy sugerentes y oportunas que, curiosamente, tienen que ver con nuestros sentimientos o nuestras riñas.
He de reconocer que el repertorio parece ser inagotable; para cada mensaje que desea enviarme, encuentra siempre la canción adecuada.
El tercer día de nuestra particular guerra ––después de «Espérame en el cielo»––, he sido recibido con una antigua versión de: «Háblame de amor, marinero».
«¿Será una invitación a compartir su lecho esta noche?», me pregunto esperanzado. ¡No! Por la tarde, cuando me disponía a romper el hielo con un beso en su mejilla, ha sonado otro «mensaje» mucho más claro en la voz de Lucho Gatica: «Reloj no marques las horas». Percibo la ironía escondida en esta primera estrofa de la canción. El «juego» sigue y no debo hacerme ilusiones. Aún me quedan, seguramente, algunos días más para poder sentirla cerca. Está claro que utiliza a Gatica para decirme que: «¡No te hagas ilusiones y espera sentado!»
Al día siguiente, cuando regreso del trabajo con un estado anímico ideal para firmar la paz, me recibe la «sugerente» estrofa de un bolero: «Espera un poco… un poquito más» ¡La leche! Esta imprevista afición suya a enviarme mensajes por medio del equipo de música, me está poniendo del hígado. ¡Ya está pasando de castaño oscuro! ¿Estará intentando probar mi paciencia?
Ella, disfrutando con la «emisión» de estos mensajes que sabe son comprendidos por mi, permanece como alejada y, lo que es peor, sin darme la opción de poder compartir lecho y mantel. Comemos a distintas horas, y dormimos en lugares demasiado alejados para materializar el «acercamiento».
Hasta ahora, cuando estábamos enfadados dormíamos en el mismo lecho y, durante la noche, siempre surgía un roce «involuntario» en el que las carnes se tocan y el fuego se enciende, hasta ser apagado con la misma fuerza e ilusión que la primera vez que nos amamos. Unos besos, unos reproches ahogados por apresuradas caricias y… ¡borrón y cuenta nueva! Desde que optó por los mensajes musicales, me tiene nervioso durante el día y hambriento e inquieto por la noche.
He pensado que quizá sería una buena idea responder a sus mensajes. Pagar con la misma moneda. Voy pensándolo camino de casa y, cuando abro la puerta, escucho las estrofas del bolero: «Luna que te quiebras sobre las tinieblas…». «¿Está quizá tocando fondo y desea un acercamiento?» «¿Me echará de menos?», me pregunto.
Está en la cocina y, aprovechando su ausencia del salón, pongo la canción: «Amor… amor… amor… Nació de ti, nació de mi…». Oigo sus pasos apresurados por el pasillo y detecto una picara mirada en sus ojos cuando pasa ante mi para dirigirse al equipo de música.

Busca entre los discos y coloca uno. Mientras lo hace, sus caderas están ante mí. Siento la imperiosa necesidad de abrazarla, de sentir su cuerpo junto al mío… Mis manos, huérfanas durante esta última semana, están ansiosas por acariciarla… De pronto, suena: «Contigo aprendí…» en la voz de Manzanero. «¡Otro mensaje más!», me digo algo harto de aquel juego.
Se marcha de nuevo a la cocina, no sin antes lanzarme otra de aquellas miradas que, aún siendo un poco menos frías que las anteriores, quieren decir, más o menos: «¡Aguántate! ¡Paga tu culpa!» «¿Habrá llegado el momento?» «¿Será posible firmar el armisticio esta noche?» ¡Señor! ¡Cuánto deseo que esta guerra termine!», exclamo para mi.
He de reconocer que a pesar de los muchos años que llevamos juntos, cada vez que nos reconciliamos, mi sangre bulle como la de un toro de lidia. Deseo retenerla entre mis brazos y, lentamente, besar esos labios que tanto deseo. Acariciar su cuerpo, sintiendo los ligeros temblores que indican su receptividad a mis caricias…
Busco entre los discos alguno que sirva para lanzar el mensaje, esta vez más claro y decisivo, para saber a que atenerme según sea su respuesta.
Encuentro un cha-cha-cha que espero sirva de declaración de intenciones y comprendido en toda su dimensión: «Me gustas tú… y tú…. y tú…». Suena casi hasta el final y ella parece no darse por aludida. Permanece en la cocina colocando cacharros en el escurre platos o, quizá, sonriendo ante nuestro musical duelo.
Por fin, cuando el cha-cha-cha ha llegado a su fin, aparece muy seria. Sin apenas mirarme, busca entre los discos y parece no encontrar lo que desea. Revuelve, una y otra vez, hasta quedarse con uno en la mano. Siento una gran curiosidad por saber que sonará esta vez. Escucho atento…
«¡Bésame! ¡Bésame mucho!… Como si fuera esta noche la última vez…».
¡Bueno! ¡Aquí terminó el juego! Yo no aguanto más esta mensajería musical que parece no tener fin. Mientras ella mira por la ventana, como distraída, me levanto despacio y la abrazo por la espalda. No se resiste y, como si nos hubiésemos puesto de acuerdo, brota una gran carcajada de nuestras gargantas, que termina por apagarse en nuestros labios con un apretado y apurado beso…
El equipo de música, ignorando que su misión terminó por esta vez, sigue desgranado el bolero: «¡Que tengo miedo a perderte, perderte otra vez…!»
Esta noche, ya no es necesario mensaje musical alguno para saber con certeza que no volveré a dormir en el sofá… «¿Hasta cuándo?», me pregunto.
En el equipo de música, como queriendo contribuir a nuestra reconciliación, suena ahora otro bolero: «¡Te quiero! Dijiste….!»
Yo, con los labios ocupados en otros menesteres, canturreo el resto entre risas ahogadas. Ella, hace lo mismo mientras trazamos unos pasos de baile eliminando el último milímetro que separa nuestros cuerpos.
¡Naturalmente que la quiero! ¡Y cómo! Con música o sin ella, siempre será así. No es necesario poner otro disco. De poner alguno, sería el que contiene un hermoso bolero, que explica muy bien mi amor por ella: «Muñequita linda…» «Tanto como entonces, siempre hasta morir…».
Está visto que, en esto del amor, la música puede jugar un importante papel… Aún sin ella, el amarse siempre tendrá su propia melodía… ¡La que los enamorados entonan cada vez que sus labios firman un contrato que nunca debería romperse!



© 2009-Fernando J. M. Domínguez González















Canteiro22 de diciembre de 2009

1 Comentarios

  • Danae

    He seguido la evolución de mensajes musicales hasta el final con creciente interés. Sabes captar ese interés, tienes imaginación, y sabes escibir, que no es poco.
    En definitiva, ha sido una suerte descubrirte.
    Un abrazo, Fernando.

    22/12/09 01:12

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