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Capítulo 1.

Eran las 9 de la mañana, el estruendo del despertador inundaba la habitación, pero María, como casi todas las noches anteriores se había adelantado. Aquella noche, había pasado una gran tormenta por encima de su ciudad. A ella no le gustaban nada esas tormentas, puesto que, debido a su larga soledad y a su miedo, había cogido su pequeño peluche que le protegía por las noches cuando era una niña y lo había abrazado mientras que le corrían miles de lágrimas por la cara. Cuando se levantó y abrió las ventanas el olor a aire puro la invadió, aun que la gente le dijera que la lluvia no olía a nada, para ella era uno de los mejores olores que había. Cruza la habitación y se dirige al baño, pero se para en frente del espejo y se mira pensativa.
-Antes me veía mucho más guapa- susurró mientras se colocaba el mechón de pelo que le caía por la cara- antes no tenía esta opinión de mi misma, ni me sentía tan triste. Antes todo era diferente.
Habían pasado cuatro años desde la última vez que vio a Adrian, y esos cuatro últimos años se le habían pasado tan lentos que era como si no lo hubiera visto en doce años. Se adecentó un poco y salió a la calle. Había quedado con su hermana hacía un cuarto de hora, pero como sabía que ella llegaría más tarde fue dando un rodeo por el parque. Le encantaba pasear por el campo después de que hubiera llovido, su padre siempre las llevaba al campo cuando eran pequeñas y les enseñaba como quedaban las gotitas de los restos de lluvia en las hojas de los árboles y luego jugaban con la tierra mojada a tirársela. La verdad es que a su madre no le gustaba nada que fueran, pero a ella le encantaba ver como su padre, con todo lo adulto y maduro que era, se comportaba como un niño. Cuando le vino ese recuerdo a la mente esbozó una pequeña sonrisa, le encantaría volver a pasar un momento así, pero ya no era la misma niña pequeña de papá y el ya estaba muy viejo para aquellos viejos juegos.
Divisó a su hermana a lo lejos, como siempre lucía un pantalón vaquero y una chaqueta de cuero, tenía el pelo castaño entrelazado con una trenza de lado y poseía ese aire alegre que tanto la caracterizaba. Aun que la hubiera visto hace un par de días la abrazó tanto que ésta se quejó del dolor de espalda. Necesitaba cariño ahora más que nunca.
Cuando entraron en un bar, María se puso seria y miró a su hermana con los ojos llenos de dudas.
-¿Qué ha pasado?- preguntó la mayor de ellas.
-Me han ascendido Lara. Me han ofrecido un puesto en un periódico en Barcelona.
-¡Eso es estupendo! Me alegro muchísimo! Pero, ¿a qué se debe esa expresión tan triste? ¿Es que no quieres ir?
-No es eso... sólo que allí me voy a sentir muy sola. Allí no te tengo a ti, ni a todos mis amigos. Mamá y papá no están capacitados para que me vaya tan lejos, necesitan mi ayuda y además aquí ya he hecho mi vida.
-¿No estarás pensando en rechazar la oportunidad, verdad? Mira María, por papá y mamá no te preocupes, ellos están conmigo. Y yo te iré a ver allí, al igual que todos los demás. Como no vayas me enfado contigo- Puso una expresión en la cara que le sacó una sonrisa a su hermana.
-Pero...- la interrumpió el camarero para preguntarles que querían tomar. No gran cosa, un chocolate caliente y unos churros- ¡a la porra la operación bikini!- dijo María entre risas cuando se fue el camarero.
-¿Pero qué?
-Pero es que tengo miedo, ya sabes quién vive allí y no quiero que pase como la última vez que lo vi, ya sabes lo mal que lo pasé.
-Barcelona es muy grande, sería una gran coincidencia que os encontrarais, y si lo hacéis pues un simple hola y ya está no hay mucha preocupación. Además te viene bien salir de aquí. Y por tu cara sé que hoy no pasaste buena noche, hoy hubo rallos y que recuerde cuando éramos pequeñas siempre te venías a esconder a mi cama cuando los oías.
-Eres mala, ¿lo sabías no?- la miró con los ojos empequeñecidos como si la estuviera desafiando y una gran sonrisa en la cara.
-¡Es la verdad!- rió.
Y después no tocaron el tema durante todo el día para nada más.
Cuando llegó a su piso, se encontró a su anciana vecina en las escaleras. Siempre que hablaba con ella se sonrojaba, puesto que cada vez que la veía la piropeaba.
-¡Mira que estas guapa hoy eh! Y eso que el tiempo no acompaña, pero a la luz del día estás más guapa hija mía. No sé cómo no tienes novio. La verdad es que todos los hombres son un poco tontos al no darse cuenta del tesoro que se están perdiendo.
-Eso eres tú que me ves con buenos ojos, Juana- se sonrojó.
-No, no hija, eres tú que eres muy guapa. Bueno ya encontrarás a algún hombre que valga la pena. Y te tengo que dejar ya que tengo el cocido al fuego y se me va a quemar. Adiós tesoro.
-¡Hasta luego!
Era una mujer de unos setenta y pico años, bajita y con el pelo canoso. Iba encorvada debido a la edad, pero siempre con una sonrisa en la boca. Vivía sola desde hacía diez años, desde que su marido murió de un infarto. Tenía ya tres nietos, y los cuidaba como si fueran su mayor tesoro, supongo que los nietos son eso, un tesoro.
-Cuida todo lo que tienes y aprovecha el tiempo al máximo, porque nunca que puede pasar mañana, mira mi marido de un día para otro se fue y desde aquella aprovecho el día a día con mis hijos, mis nietos y todos mis seres queridos, aun que claro, no es lo mismo sin mi Pedro- decía siempre ella.
Cuando entró en casa, dejó las llaves en el pequeño cestito que le había regalado su madre de su último viaje a Sevilla, era de porcelana aun que estaba un poco rayado debido a las veces que se le había caído al suelo.
Fue a la cocina a por un poco de helado de vainilla y se tumbó en el sofá. Encendió la televisión, hizo una pasada por todos los canales y al ver que no había nada que le interesara, buscó una película de video para ver. Después de mucho pensar se decantó por El Diario de Noa, aun que la hubiera visto millares de veces y se supiera los diálogos, siempre se emocionaba con el final. Le resultaba encantador y precioso que el amor lo pudiera vencer todo, las distancias, el tiempo, la enfermedad e incluso la muerte. A ella siempre le hubiera gustado tener un amor así y en cierta parte lo tuvo, aun que todo acabara con un simple hasta la próxima y un orgullo que les podía más que todas las ganas de verse.
Cassia01 de junio de 2012

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