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La Casa Real: Sus Orígenes


Relatar los orígenes familiares del rey de Patagonia resulta ocioso. No por ser poco relevante sino porque existen ya sobradas fuentes, estudios y exposiciones. Su genealogía se encuentra detallada en varios libros; a saber:
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. a. Orígenes paternos: Su padre, un noble español, gallego para mayor precisión, vinculado por su madre, la abuela del rey, doña Matilde Feijoo y Mantilla de los Ríos, Silva y Latorre, a la Casa noble del Codesal, cuya genealogía fue detallada por José Espinosa, cronista de Vigo. Esta Casa remite a un linaje real antiquísimo sobre el cual volveremos más adelante. El abuelo del rey, por su parte, don Diego Liborio José Pazos y Espés-Rey, de la Peña y del Río, caudillo del partido monárquico en Pontevedra durante la República, resulta miembro de un antiguo linaje noble estudiado por Carlos Barros. Como veremos, quizás los linajes de ambos -abuelo y abuela paternos- posiblemente compartan un común origen histórico. El geográfico queda consignado.
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. b. Orígenes maternos: Más de una rama del frondoso árbol de ancestros criollos de la madre del rey han sido estudiadas por distintos autores que remiten a los primeros conquistadores y fundadores de ciudades españoles y sus mujeres indias americanas, a sus hijos mestizos –mancebos de la tierra como los primeros vecinos de Buenos Aires-, luego a la aristocracia virreinal criolla, los padres de la emancipación americana, y por último a los grandes terratenientes de la Pampa húmeda –el abuelo materno del rey, don Antonio Tomás Cucullu y Cutillas, Ximénez y Olivera, poseía estancias al norte del río Salado y su abuela, doña Margarita Petrona Seguí y Girado, Lassaga y Saldaña, era propietaria de tierras de aquella desmesurada estancia San Juan, más extensa que muchas naciones-. Valgan como los ejemplos más inmediatos las obras de Luis María Cucullu Rivarola, Julio Felipe Riobó o Álvaro Casalins-Juan Cruz Jaime Crespo y Pablo Zubiaurre, entre muchos otros. Y de la estancia San Juan hasta Wikipedia se ha ocupado. Claro, se trata de una rama de uno de los cuatro grupos familiares que constituyeron la espina dorsal de la aristocracia criolla de los siglos XIX y XX.
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Pero si acaso pueda resultar ocioso reiterar la consignación de los ancestros de nuestro rey quizás resulte de mayor interés internarnos en el intrincado paisaje de los mitos y leyendas ocultas entre los pliegues de una historia no siempre diáfana y explícita.
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Dícese que los Pazos resultan ser los señores del Palacio, tal la traducción de la lengua gallega a la castellana. Sus armas con el sol alado campeando dorado sobre el azur remiten a un soberano real, y ¿cuál podría ser en ese paisaje que no fuese el palacio de los señores de la Tudesia si es el astro rey en pos del cual transitan el Camino los Hijos de Athair?
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Por su lado los Feijoó lucen en la orla de sus armas el lema “denota sangre de reis” y estos resultan ser la progenie de aquellos guerreros feijoos que rapaban sus cabellos para mayor espanto de sus enemigos cuando cargaban sobre ellos pintados los rostros, las carnes desnudas cubiertas con la simple túnica alba flameando. Se trata de los guerreros del clan del León, los guerreros señores de la Tudesia que protegían los muros de la fortaleza, el Palacio. Detrás de esos muros es donde los señores del Palacio, sus parientes del clan del Búho (o de la sierpe, o del dragón, los sabios del Reino), custodiaban el Arca, el Caldero y la Biblioteca. Lo testifican Los Libros de Tude. Así podrían coincidir en el origen del linaje, el de los princeps de aquella Tudesia articulada por el Minho y el Sil, al que habrían pertenecido Wamba, Égica y Witiza, los últimos reyes godos en Hispania, quizás no tan godos. También lo proclaman Los Libros de Tude.
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Witiza (o Witudsa o Tudesa, como indistintamente lo nombran Los Libros) tuvo una nieta llamada Sara, quien fue a su vez abuela de Ibn Al Qutiya. (¿Debo atribuir a la simple coincidencia que el viejo soldado que combatió a Napoleón, Vicente Cutillas, padre de Anastasia, terminara su periplo en el pago de Giles?)
Pero no son esos mitos o leyendas o históricas verdades a las que he de referirme sino a la profecía de Opphiussa:
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Cuando los ríos vuelvan a unir sus aguas más allá del Mar de los Atlantes el pueblo de los Hijos de Athair habrá continuado su Camino en pos del Sol y alumbrará el nuevo princeps.
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El Camino del Pueblo de los Hijos de Athair concluye en el Finisterre. Así fue en la Antigüedad y así es hoy en el sepulcro de Sant Yago. Hay un impedimento que los Hijos de Athair no pueden superar, la Mar Océano. Y los ríos entonces se multiplican en un delta de aguas someras. Pero a lo largo del Camino los Hijos de Athair y los Atlantes confundieron sus aguas no una sino tres veces, lo dicen Los Libros. Y el Clan del León por el Norte y el Clan del Búho por el Sur hicieron caminos paralelos para finalmente converger en el Fin de la Tierra. Es norma en el Camino que los caminantes se dispersen, recorran itinerarios diferentes, pero finalmente fusionen sus aguas en un curso único. Es obvio que la Sagrada Antigua Sabiduría le es dada al princeps con el aliento vital, es obvio que se transmite de padres a hijos. Lo consagran así Los Libros. Opphiussa ha dicho que el princeps nuevo será alumbrado en una tierra nueva más allá del Finisterre, donde las aguas de los diversos cursos se vuelvan una. Hoy sabemos que donde concluye la tierra y nace el Mar de los Atlantes no acaba el Camino. ¿Cómo lo sabría Opphiussa, el rey-druida, si no fuese porque contaba con el privilegio conferido de la Sagrada Sabiduría que le es otorgada tan sólo al princeps?
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¿Cuáles serán esos ríos someros que confluyendo en uno sólo marcarán el hallazgo del nuevo princeps? El padre de nuestro rey ya ha reunido en sus venas la sangre de guerreros feijoos y señores del palacio. Ese caudal ya unificado y confundido se vuelca y derrama más allá de la Mar Océano. ¿Se referiría entonces el rey-druida a don Vicente Qutiyas cuya sangre honra el caudal de la de la madre de nuestro rey, confluyendo con la del padre en nuestro rey? Sin duda es probable. Y es posible que esos dos cursos nacidos de la sangre del rey Witiza –sin duda un princeps- sean convertidos en uno en este tramo del Camino en pos del Sol más allá del Mar de los Atlantes que Opphiussa pudo ver y el Dante medieval cantó. Porque al princeps le es dado ver pasado y futuro como si fuese presente.
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Pero la profecía del princeps –que es siempre uno a través de los tiempos aunque en diferentes y sucesivas humanas envolturas- quizás no se refiera sólo a estos caudales. Y aquí comienza el mito y la leyenda. O parte de una poco y mal conocida historia.

PRIMER ACTO. Cuando Roma ya estaba condenada el obispo convocó al princeps, temeroso de lo que fatalmente ocurriría poco después. O fue la visión profética del princeps la que lo condujo a Roma. Lo mismo da, lo mismo cuenta, así como cuentan Los Libros que el señor obispo de Roma imploró al princeps que se reconociese hijo adoptivo del césar, como en su tiempo lo fuera Octavio. Confundía que un hombre entrado en años pudiese ser hijo adoptivo de un mozalbete. Pero el ruego de la Iglesia no pudo ser desoído entonces, como tampoco fue desoído siglos más tarde por don Astolfo, nuestro rey. A partir de ese acto, y tras la caída de Roma, el princeps fue césar y el césar princeps. Y cuando cayó Roma la nueva Roma sería edificada en las antípodas de Jerusalén, para que ambas ciudades y ambas potestades sean una, la ciudad del princeps, la ciudad del césar, y la ciudad de Dios. La visión del Dante.

SEGUNDO ACTO. Pasaron varios siglos de aquel suceso cuando nuevamente convocó el papa a su vasallo el princeps. Nuevamente la orden fue extraña. Todos saben que el Camino del princeps es en pos del Sol. Sin embargo el papa ordenaba al princeps marchar en contrario, hacia el monte Geddon, y ponerse al frente -como corresponde al césar- de las fuerzas congregadas para librar una batalla final contra las fuerzas del Dragón Negro. Sólo el Dragón Verde, el princeps en su inmensa sabiduría, el césar en su inmenso poder, podría salir vencedor del enfrentamiento. Y así fue.
Así debió haber sido, porque es lo que relatan Los Libros de Tude, aunque los guerreros jamás regresaron al Palacio de la Tudesia y se los dio por gloriosamente muertos en la desigual batalla. Que así fue no cabe duda, pues el mundo fue salvado, el sol siguió brillando y los campos floreciendo.

TERCER ACTO. Se tuvo la certeza de que se trataba de la señal esperada, y los señores, reconocieron al nuevo princeps –en realidad el mismo, porque el princeps es siempre sólo uno- y al llegar a la edad dispuso continuar el Camino, siempre en pos del Sol Alado. La misión: Edificar la Nueva Roma, la Nueva Jerusalén, en las tierras que con seguridad han de hallarse más allá del Mar de los Atlantes, en las tierras de las Islas Afortunadas donde descansan los Bienaventurados gobernados por el titán Crono, el hermano de Atlas. El altísimo riesgo que implicaba la jornada obligó al princeps a dejar en el Finisterre a su hijo antes de iniciar la jornada, del mismo modo en el que él mismo fuera dejado atrás por su padre cuando acudió a encabezar la batalla final del monte Geddon. Es que ciertas circunstancias obligan al princeps a tomar recaudos porque el pueblo no puede ni debe ser abandonado, sino siempre guiado por un princeps a lo largo del Camino.
Los expedicionarios zarparon hacia el Occidente, que es el Sur, más allá de la Libia, como tiempo después lo confirmaron las bulas alejandrinas. A partir de este punto todo es simple especulación. Aunque quizás los princeps –el princeps, que es sólo uno- para quienes pasado y futuro se le representan indistintos al presente hayan tenido una certeza oculta al resto de los mortales.

CUARTO ACTO. O quizás no tan oculta o don Simón fue un princeps. Don Simón de Alcazaba y Sotomayor aceptó gustoso que su adelantazgo se desplazase al Sur extremo. O quizás no tan oculta, porque cuando ese adelantazgo estuvo a punto de ser otorgado a otros destinatarios más poderosos el papado mismo exigió que se le respetasen a don Simón sus privilegios, porque don Simón era hombre de la Tudesia y del pueblo de los Hijos de Athair, y su misión era abrir el Camino hacia la Ciudad de los Césares, la Nueva Roma, la Nueva Jerusalén, que ya habría sido establecida por el princeps.
Si bien la historia relata que don Simón y su gente fueron muertos en el Puerto de los Leones (¿en alusión al clan del León de los guerreros feijoos?) Los Libros relatan que encabezó la marcha en el Camino en pos del Sol y finalmente fue triunfalmente recibido en la Ciudad de los Césares. Y encontró que es en esta ciudad en la que se fusionaron y confundieron nuevamente -por cuarta vez en el Camino y por primera en esta Tierra Nueva- los Hijos de Athair y los atlantes, aquellos gigantes que habitaban la Gran Isla Afortunada que se encuentra donde acaban las tierras firmes, más allá del Mar Dulce que llaman también con el bautismal nombre de Río Jordán y que otros europeos creyeron hijos de Pathagon porque desconocían lo que el princeps bien sabía: Los atlantes son titanes (y no Gigantes) del linaje de Atlas, y de tan confundidos que se encuentran, son parte íntima del Pueblo de los Hijos de Athair.

Sin duda don Simón y sus fieles tudetanos, y también luego su progenie, supieron establecer la íntima unión con la de los paisanos que les antecedieron en la Tierra Nueva. La gran raza criolla estaba ya constituida cuando ellos arribaron al Puerto de los Leones. Lo pudieron constatar al llegar a la Ciudad de los césares, la Nueva Roma, la Nueva Jerusalén. Los titanes los habían antecedido a todos ellos, tanto que los europeos muchas veces los supusieron naturales de este Mundo Nuevo. Si el transcurso de un largo período de tiempo otorga carta de origen tal denominación quizás no sea errónea. Pero al arribo de don Simón y su flota ya los césares tudetanos y sus hermanados titanes habían sabido construir con ladrillos viejos la nueva estirpe criolla que correspondía a este Mundo Nuevo.
La Historia ha concedido al Pueblo de los Hijos de Athair tantos nombres como largo ha sido su Camino a lo largo de la Historia, siempre en pos del Sol Alado. Algunos les cabían, otros sólo eran reflejo de una parcialidad, otros simples confusiones. Clan del Búho, o del Dragón, o de la Serpiente, o del León, o tudesios, o titanes, o atlantes, o pathagones. O tehuelches, o criollos, nombres estos últimos dos que se vuelven apropiados para esta nueva etapa del Camino en esta Nueva Tierra. Ciertamente los ríos habían multiplicado sus cursos en muchos, de aguas someras, y cruzando el Mar de los Atlantes, llegando a la Gran Isla Afortunada de los Bienaventurados, esos cauces pobres volcaban sus aguas sucesivamente los unos en los otros para que el caudal se incrementase en un único y poderoso torrente conforme lo proclamó el gran Opphiussa en su profecía.

QUINTO ACTO. Pasaron los años como los años pasan en la historia de las gentes. Un pueblo del Norte fue presionado hacia el Sur y buscó escapar a la presión cruzando la cordillera hacia el horizonte por donde nace el Sol. No es el Camino. El Camino nace y muere con el Sol, de Este a Oeste. Algunos eran errados pero buenas gentes. Otros no lo eran. Unos europeos llegaron del Norte. De Norte a Sur, pero hacia el Oeste. Otros europeos llegaron también de Norte a Sur, pero quisieron penetrar la Tierra en contra del Camino.
Nuestros criollos tehuelches caminaban la tierra de la Gran Isla Afortunada sin mayor preocupación porque la tierra generosa brindaba lo que fuera menester. Y cuando entraron en la Tierra otros hombres, simplemente los ignoraban de tan dilatado el territorio de este Reino del Nuevo León (¿por el Puerto de los Leones? ¿Por el viejo clan del León?) Y por el contrario, qué mejor regalo para estos criollos tehuelches que las nuevas sangres para mezclar con la propia. Así había sido ancestralmente. Acaso el princeps Gall ¿no había tomado en su tiempo a la princesa Iber, y de ellos nació Galliber, el princeps, el gigante? ¿Acaso los princeps del clan del León no habían tomado a las princesas del clan del Búho? Y viceversa. ¿Acaso atlantes e Hijos de Athair no habían maridado sus sangres reiteradamente a lo largo del Camino? ¡Y los césares al llegar a esta Nueva Tierra! Y las gentes de don Simón al arribar a la Nueva Jerusalén.

SEXTO ACTO. Hace más de un siglo que Garay y sus mancebos criollos nacidos en la tierra y de la tierra se han asentado a la vera del Río Jordán, en su mayoría mestizos de padres castellanos y andaluces y madres guaraníes, troncos de linajes criollos. No muy diferentes de los criollos de madre tehuelche y padre tudetano. No han querido avanzar más allá de la jurisdicción que la capitulación otorgara a don Pedro de Mendoza para su gobernación de la Nueva Andalucía, al Norte del Reino de Nuevo León porque el hemisferio Sur espeja la realidad peninsular. Como si respetasen a rajatablas un acuerdo consensuado sólo incursionan los unos hacia el Sur en busca de sal o de reses. Sólo incursionan los otros hacia el Norte para ofrecer quillangos de guanaco o plumas de avestruz. Y mientras los unos reciben con beneplácito el comercio de los frutos de la Tierra, los otros guían hacia la sal o las reses por las rastrilladas entre la hierba virgen de la pampa. Y del intercambio regular van surgiendo diferentes relaciones. Poco a poco algunos criollos del Sur se animan a establecerse en los arrabales de la ciudad indiana, o se arriman a las estancias y se hacen diestros en las tareas rurales y el uso del caballo que le permite mirar y ver por sobre la hierba virgen de la pampa, de pie sobre el lomo de la bestia. Y es así porque algunos criollos de la ciudad indiana han salido a establecerse en el ámbito rural, poblando de hombres y animales las suertes de chácaras o las suertes de estancia que reciben por merced real por ser los descendientes de aquellos primeros vecinos pobladores. Y es así como una sociedad criolla se va imbricando poco a poco tanto en la ciudad como en el campo. Y de pronto se confunden los unos con los otros y se conchaban los unos con los otros. Y de pronto los quehaceres y costumbres de los unos se descubrían ejercidas por los otros. Que a la postre resultaban sus cuñados.
Y dícese que la hija del princeps llegó al Norte con su padre y enamoró a un paisano. Aunque otros dicen que fue la hija de un paisano citadino quien se enamoró del princeps, a quien por ese entonces llamaban cacique y respetuosamente trataban de don. Sea como fuese el cacique o el hijo del cacique, o quizás su nieto, aparecerá arreando hacienda –quizás, sólo quizás- y bautizando hijos entre los pagos que bordean el Paraná. O quizás - quizás, sólo quizás- haciendo de milico en guardias establecidas para evitar el desembarco de mercadería de algún contrabandista o prevenir alguna incursión de piratas.
El caso es que algún tiempo después, él mismo o su hijo, aparece como oficial y lenguaraz, blandengue de la frontera. Es que los mapuches cruzaban la cordillera para cebarse en las estancias robando hacienda, porque el ganado cimarrón se había extinguido y en Chile se lo demandaba. Y nuestro criollo tehuelche tenía su propia hacienda, y parece que mucha, alguna junto a la laguna de Chascomús y mucha más en las proximidades del Tandil. Los nombres de nuestros personajes están más o menos develados. El apellido es el que se presta a confusión, quizás porque traducir del tehuelche al castizo no resultaría tarea sencilla. Quirao, Tinao, Pirao, Tirao, Girao, finalmente quedó consagrado Girado. Su hijo, gaucho rico, compró la misma tierra en la que pastaba su hacienda cerca del mercado tehuelche del Tandil. El gobierno de Buenos Aires había tenido la desfachatez de apropiarse de esta tierra para adjudicarla a unos especuladores porteños de zapatos lustrosos y manos delicadas. Comprar la tierra propia era un modo de expresar el desprecio hacia los vendedores, porque esa tierra ya estaba de antemano poblada, de hacienda y peones criollos, obviamente tehuelches. Dicen que los pícaros citadinos engañaron al gaucho cobrándole por mayor superficie que la que le transferían. Ignoraban, ingenuos, que el criollo les pagaba por cincuenta y en realidad ocupaba cien, doscientas, cuatrocientas, porque era tierra virgen, y la verdadera riqueza no estaba en la tierra sino en las muchas cabezas de vacunos y potros de su propiedad que vagaban libres por la pampa y que vendía al mismo gobierno que se había apropiado de su tierra para abastecimiento de los fortines de frontera. Y para oficializar la compra de la inmensa propiedad la bautizó con su propio nombre: Estancia San Juan.

El resto de la historia es conocido y está sobradamente documentada. Su hija Gregoria se estableció en la estancia junto a Lucio Seguí, un criollo de acción y lucidos ancestros europeos y americanos, que fue su marido. La hija del matrimonio, Margarita, sumó el caudal de su sangre al de su marido, hijo de Anastasia Qutiyas y así se engrosaba paulatinamente el caudal del princeps para cuando la hija de ambos desposase al princeps recién llegado de la antigua España. Así los princeps de la Nueva Tierra y los princeps de la Vieja Europa conformaron el torrente allende el Mar de los Atlantes que predijo Opphiussa, y que encarnó el princeps en nuestro soberano don Astolfo, rey de Patagonia por la Gracia de Dios, que Dios guarde.

. Sor María Ceferina.
. Londres, 36 de febrero de 2056.
Ceferino18 de mayo de 2016

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