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Quizás en algún momento se sugirió que esta familia presentaba rasgos que la volvían interesante. Así es sin duda. El matrimonio de don Diego y doña María Gregoria en Buenos Aires el 15 de noviembre de 1924 inauguró una moda que se hizo muy popular entre las ricas herederas de las familias estancieras de la Pampa húmeda, una de las llanuras más feraces de la Tierra, donde la hacienda vacuna se multiplica milagrosamente, multiplicando los saldos de las cuentas bancarias de los grandes terratenientes. La moda consistió en capturar a los herederos de las viejas casas de la decadente y empobrecida nobleza europea. Hasta ese entonces los antiguos hombres de fortuna del Plata no sólo no apetecieron sino que además despreciaron los títulos nobiliarios. El motivo es que el rey Felipe declaró hidalgos a los conquistadores y vecinos pobladores de las ciudades que iban siendo fundadas y establecidas en esos Reynos de Indias de aquellos tiempos. Como los miembros de esas familias pioneras contrajeron matrimonios entrecruzándose entre ellas numerosas veces, y con los funcionarios enviados desde la Península, y con los siguientes pobladores, todos los vecinos se consideraron igualados en nobleza. Dícese que la hidalguía de sangre es la verdadera nobleza, ya que el rey puede conceder libremente títulos de nobleza, aunque también puede facer caballero mas non puede facer fijodalgo. Pues no fue el caso en América, donde si no se traía nobleza de sangre de Europa, en Indias se la adquiría de privilegio, qué bien merecido se lo tenían estos primeros cristianos castellanos, andaluces y extremeños que caminaban el Nuevo Mundo, por los riesgos que correrían y las necesidades que padecerían.
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Pero en algún momento estos americanos republicanos del Plata que renegaban de la nobleza que se les había concedido (y que hasta abolieron y prohibieron los símbolos de nobleza en 1813) entendieron que era hora de que los cuatro grandes grupos familiares criollos que se habían constituido en los mayores terratenientes de la Pampa húmeda hacia 1830 y continuaban siéndolo un siglo más tarde debían constituirse en la espina dorsal de una aristocracia vernácula. Si bien en las provincias interiores las aristocracias virreinales se perpetuaron las familias estancieras parecían advenedizas. Digo parecían porque a poco de estudiar sus historias descubrimos que el peninsular recién llegado a Indias se enriquecía rápidamente en la poco digna de la nobleza y por el contrario absolutamente burguesa actividad del comercio (actividad que por cierto no descartaba ni el infame tráfico de esclavos ni el contrabando) y se constituía en el mejor partido para las niñas criollas casaderas, incorporándose así el recién llegado a esa igualitaria nobleza local en mérito a su enlace matrimonial. La sociedad local, poco apegada a los aquí casi inexistentes privilegios de la nobleza, no veían mal esos matrimonios. La dote de las criollitas, en una sociedad tan pobre como el Plata virreinal, estaba constituida por la tierra, cuyo valor por entonces era nimio. Dos familias de origen vasco, Álzaga y Anchorena, otra de origen gallego, Pereira, y la cuarta de discutido origen, entre andaluz y tehuelche, Girado, constituyeron esos cuatro grandes grupos familiares que articularon la aristocracia argentina del Plata hacia los tiempos del Centenario.
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Así fue que para que esa aristocracia se constituyese en indiscutida nobleza y se olvidasen los poco nobiliarios medios por los que se labrara la fortuna en el comercio que ahora se trocaba en tierras, mieses y hacienda, los miembros de las familias contraían matrimonio exclusivamente entre ellos, imitando el modo en que tradicionalmente se había practicado en las provincias interiores, y cuando las niñas criollas podían capturar un noble de verdad, un noble europeo, ya no un hidalgo a fuero ennoblecido en América sino uno de sangre, tuviese o no títulos nobiliarios, no lo dejarían escapar muy fácilmente, no importaba que fuese pobre y quebrado, que para riqueza la dote de ellas era abrumadoramente suficiente. Y eso exactamente hizo doña María Gregoria.
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El padre de don Diego era un hidalgo de inmemorial. Eso quiere decir que sus ancestros eran hidalgos desde tiempos tan antiguos que la memoria no alcanza a registrar. Hoy diríamos desde siempre. La madre de don Diego pertenecía a una familia hidalga de solar conocido. Ello quiere decir una familia que a través de las sucesivas generaciones ha habitado una misma casa durante cientos de años, y generalmente esa casa es un pazo blasonado, o sea un palacio con el escudo de armas en piedra labrado en su frente. Es lo que se conoce bajo el nombre de mayorazgo. Esta familia presume de originarse en una casa real, más antigua que la misma corona española. Muchos pergaminos, escudos de armas, blasones, historias (y mitos y leyendas), genealogías extensísimas (de imposible verificación). ¿Fortuna? No debía ser cuantiosa. Como en el caso del consejo del Lazarillo de Tormes a su amo: Por las dudas, vaya por la sombra, no sea que los rayos del sol pongan en evidencia los agujeros de su capa raída.
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Pero aun sin fortuna don Diego aportaba nobleza a quien heredaba de los gauchos Girado (quizás indios tehuelches) tierras de la que posiblemente haya sido la más grande propiedad de la Provincia de Buenos Aires, la Estancia San Juan, tan extensa como el Gran Ducado de Luxemburgo. Heredaba a través de su madre, Margarita Seguí Girado, y su abuela -Gregoria Girado y Saldaña- de su bisabuelo Juan Elías Girado y Ábalos de Mendoza, quien a su vez ...
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Y de este matrimonio heredará la nobleza de su padre y la fortuna de su madre don Astolfo, nuestro rey.
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Sor María Ceferina.
Londres, 40 de febrero de 2056.
Ceferino13 de julio de 2016

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