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La Soledad

Una noche triste, de lluvia, sentada frente al espejo de su habitación, hecha un mar de lágrimas, decepcionada, triste, enfurecida también, intentaba buscar algún consuelo. Por más que miraba a su alrededor, se dio cuenta que no había nada, que no había nadie. Bueno, sí. Había una sombra oscura, de penetrantes ojos , planeando sobre su cabeza e intentando agarrarla para ir asfixiándola poco a poco. Esa sombra le resultaba familiar.

Era extraño, porque ¿cómo podía resultarle familiar algo tan desagradable? ¿Conocía ya de antes esa sensación? ¿Era posible que hubiera visto antes aquellos ojos llenos de frío? Pues claro, la soledad se reconoce en cuanto se ve. ¿O tal vez no? No entendía nada. Por más que lo intentaba, no lograba comprender como aquella malvada sombra estaba visitándola. Aunque la mirara millones de veces a los ojos, no encontraba un por qué. Pero también pensaba una cosa: si esa sombra la estaba visitando, era por algún motivo. Sin embargo, ella sabía que tenía amigos de verdad y que no podía estar en compañía de la soledad. Pero, ¿qué es lo que realmente la había llevado hasta ella? Si ella tiene una vida llena de gente, y amigos y familia, ¿por qué estaba allí? Estaba confundida, porque no le veía sentido alguno a aquella soledad.

De repente, la sombra bajó y se puso delante de ella. La miró fijamente a los ojos. Ella vio los ojos más fríos y tristes que jamás había visto. Un escalofrío recorrió su cuerpo y entonces, como por arte de magia, miles de preguntas sin respuesta y miles de recuerdos inundaron su mente. ¿ Todo aquello era real? Pues claro, mucho más real que la vida que ella creía tener. Y así empezó todo.

La primera imagen que se le vino a la cabeza, su primer amor. La noche que descubrió que jamás sería correspondida. Un mar de lágrimas. Se sentía mal, triste, incapaz de afrontar esa dura realidad. Claro, en aquellos tiempos era lo peor que le podía pasar.

La segunda imagen, la vez que decepcionó a su padre. Por supuesto, más lágrimas. Lágrimas que quemaban sus mejillas como si de fuego se tratase. Lágrimas de dolor y arrepentimiento.

La separación de sus padres, la fuerte discusión con su madre, su primer fracaso laboral, su enfermedad, y miles de imágenes más se fueron sucediendo una detrás de otra. Todos momentos diferentes, pero con un denominador común. El dolor, el sufrimiento y las lágrimas. Pero se hizo una pregunta. Si la soledad no estaba allí, ¿cómo era capaz de mostrarle todo aquello? ¿Cómo era capaz de saberlo todo? Es sencillo.

La soledad le hizo volver a mirar atentamente todas aquellas imágenes y entonces se dio cuenta de algo. En todas aparecía una mancha de algún color. En algunas era rosa, en otras verde, en otras naranja y en otras azul cielo. Al lado de cada mancha, un bote de pintura. Pero, si ella no recordaba haber puesto eso allí, ¿cómo había aparecido? La sombra se lo explicó.

Le dijo que cada vez que ella había llorado, cada vez que había tenido algún miedo, cada vez que se había sentido mal, cada vez que había estado triste, ella la había visitado, pero que no lo recordaba porque la había estado pintando con los colores de las excusas baratas de la gente (que si ahora no puedo hablar, no te ralles, no es para tanto, mejor hablamos mañana, estoy ocupado, etc.). También le dijo que había estado visitándola en todos y cada uno de esos momentos, intentando hacerle ver la realidad, pero que por culpa de esos colores siempre la echaba a un lado y se olvidaba de que la existía, hasta el día de hoy, que ya no le quedan excusas para pintarla de ningún color.

Otra imagen le vino a la cabeza. La de todas las veces que ella estuvo l lado de quién la necesitó, de cuando los demás necesitaron su apoyo y lo tuvieron, de cuando estuvieron enfadados con el mundo y lo pagaron con ella, de cuando quisieron el cielo y ella les bajó las estrellas, de todas las historias escuchadas hasta la saciedad, de toda la confianza prestada, de todas las veces que hizo de hombro sobre el que llorar, de todas las veces que prestó el corazón para que otra persona siguiera viviendo y de todas las veces que la llamaron para llorar y ella acudió sin pensarlo, sin importar la hora que fuera ni la distancia siempre los tendió. Así, no pudo evitar pensar en todo lo que recibió a cambio. Promesas de amistad eterna, de amistad verdadera. ¿Pero promesas de verdad? No. Solo palabras vacías, sin significado. Ella intentó ser una amiga de verdad para todas esas personas, a veces lo consiguió y otras no, pero de que lo intentó, no le quedaron dudas.

Entonces, la sombra se marchó y la realidad se apoderó de ella y le hizo ver todo con más claridad. Todas las noches llorando sin nadie que la abrazara, los miedos más profundos enfrentados sin nadie a quien coger la mano, las caídas más grandes y que no hubiera nadie para ayudarla a levantarse, todas y cada una de las lágrimas, todo el dolor, todo el sufrimiento, y todo esto, compartido con su fiel compañera, la soledad.

Y así es como volvió a su triste mundo. Se dio cuenta que las palabras sin hechos no sirven de nada. Que las promesas de amistad eterna son una leyenda. Que cuando brilla el sol, todos la acompañan,, pero cuando hay oscuridad, hasta su propia sombra la abandona. Que cuando verdaderamente se demuestran lo amigos es en las tormentas. Que aunque ella dé, no puede esperar recibir. Que los “te quiero” de un día, se convierten en “no me interesa” o “no te conozco” al siguiente. Que cuando cree que lo tiene todo, en realidad no tiene nada. Que cuando algo es importante para ella, para los demás es insignificante. Que los que una vez dijeron acompañarle, nunca lo hicieron. Que los amigos para las fiestas, no son verdaderos amigos si no están cuando se sufre. Que todas las veces que se sintió herida, humillada, utilizada y ninguneada, aun sin querer verlo, es porque probablemente lo fue. Que cuando más da, menos merece.

De pensamiento en pensamiento, llegó a una conclusión. Se secó las lágrimas y dijo frente al espejo con voz firme y segura :
A PARTIR DE AHORA SOLO ME VOY A IMPORTAR YO Y NADIE MÁS QUE YO.
Chicalocaloca02 de abril de 2013

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