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Aclaración Viii

VIII.I

A demás de sentirse desafortunada en el amor, Benett también se sentía mal porque sus queridas estrellas volverían a desaparecer. Toda esta gran problemática con las estrellas había sido su culpa desde un principio, ella lo sabía muy bien, y le hacía sentirse desdichada. Recorrió con la mirada cada uno de los rincones de la habitación. Había una sola puerta, la cual estaba cerrada, cuya llave poseía Balas en su poder, así que no era una opción de escape. Solo había dos ventanas, totalmente abiertas, pero salir a través de ellas significaba una muerte segura, ya que estaban demasiado retiradas del suelo, así que tampoco era una opción. No había salida. La única forma que Benett tenía para salir de ahí, era que Balas abriera la puerta por su propia voluntad y le permitiera irse, ya que sabía que no podría con ella físicamente para intentar arrebatarle la llave, pero también sabía que eso no pasaría. Ya avanzada la noche, y con más calma dentro de sí, Benett le dirige la palabra a su esposa.

- ¿Puedo preguntarte algo? —le dijo, adoptando una actitud de sumisión.
- No, si es una estupidez no —le respondió con descortesía. Pero Benett no podía esperar que le tratara bien; Balas parecía haber enloquecido.
- ¿Por qué van a apagarse las estrellas? Nuestras estrellas...
- Porque la maldita poción que he utilizado desde un principio, su efecto ha resultado no ser para siempre.
- ¿No puedes hacer más de la misma poción?
- ¡No, no puedo! Porque los malditos ingredientes, que me han costado un ojo de la cara, se han agotado. ¡No puedo hacer más!
- Cálmate, por favor... —decía Benett mientras se ponía de pie.
- ¡No me digas que me calme! ¡No intentes nada! —Balas rompe un frasco y amenaza a Benett con él. Su paranoia era muy grande.
- No intento nada. Solo quiero que escuches lo que tengo que decirte. Si me escuchas, seguro que se facilitará toda esta situación para ambas.
- A ver, dime lo que tienes que decirme —dijo Balas mientras hacía a un lado el frasco roto. Talvez aún le quedaba un poco de cordura.
- Verás... yo... estoy de acuerdo contigo. Tú encendiste las estrellas para mí, tú le devolviste la alegría a mi vida. Claro, me fallaste... me has mentido... pero... entiendo que lo has hecho por amor. Tú me has dado mucho, y yo... quisiera corresponderte igual. Si todo esto se trata de que quieras que te ame... yo te apoyaré. ¡Incluso quiero que me dejes ayudarte!

Balas no tenía palabras, quedó atónita. ¿Benett hablaba en serio? Parecía haberse resignado a la situación; parecía decidida a aceptar el evidente destino a la que los sucesos le habían llevado. Era tan favorable para Balas, que hasta a ella misma le costaba trabajo creerlo. Volvió a ilusionarse con el hermoso futuro que siempre había imaginado junto a Benett; sus sueños e ilusiones parecían haber recuperado un poco de esperanza. Sentimientos encontrados invadían su corazón, pero más que todo sentía felicidad, oh sí, se sentía feliz. Balas arrojó el cortante cristal al piso y abrazó a Benett cálidamente.

- ¡Gracias! Gracias, gracias por entenderlo... Yo no estoy loca, no estoy obsesionada, solo te amo —dijo ella, mientras estrechaba a Benett entre sus brazos— Bueno... sí estoy un poco loca, pero cuando la fórmula esté lista verás como eso no te importará jajaja

Balas no dejaba su característico sentido del humor en ninguna situación. Y Benett, aunque lo entendiera, seguía sin compartirlo. Luego de eso, ambas princesas trabajaron juntas para fabricar la "fórmula del amor". Balas mezclaba los contenidos de los frascos; Benett se limitaba a entregarle a Balas lo que ella no alcanzaba por su cuenta. Pero claro, la ayuda que Benett había aportado era más que todo psicológica, ya que al haber decidido estar a favor de la situación le quitaba un gran peso de encima a Balas.

- ¡Balas! —pronuncia Benett con exaltación.
- ¿Qué? ¿Qué sucede?
- ¡Debemos anotar la receta para preparar esta fórmula! Ya sabes, por si el efecto no es permanente... No quiero fallarte...
- ¡Ciertamente! —responde Balas con asombro, pues las palabras de Benett cobraban mucho sentido en ella. Tomó una libreta, una pluma y se las estregó a Benett. Ella dictaba los nombres de los ingredientes, Benett anotaba; ella mencionaba cantidades y proporciones, Benett anotaba...

En un momento, Benett se aleja de la mesa de trabajo para aproximarse a una de las ventanas de la habitación. En el cielo pudo ver como las estrellas se iban apagando aleatoriamente. Con el corazón acongojado, Benett llora... Entre mezclas y mezclas, Balas se percata del llanto que Benett ha comenzado a emitir.

- Tranquila —le dice Balas a su esposa a modo de consuelo— Sé que estás triste por las estrellas... Pero las estrellas que han de desaparecer, serán únicamente las de la comarca. Cuando nos vayamos de aquí iremos a buscar otro lugar, en el que las estrellas aún brillen. No llores más ¿si?

Benett seca las lágrimas de sus ojos con un pañuelo, y sin decir nada, asiente con la cabeza ante las palabras de Balas. Abajo, en la distancia, Benett se da cuenta de que un grupo de antorchas encendidas van acercándose al castillo. Deduce que son los habitantes de la comarca que se han enterado ya del nuevo decaimiento estelar.

- ¡Ven a ver esto! —le advierte Benett a su esposa. Esta última se acerca rápidamente a la ventana. Al ver las antorchas, Balas llega a la misma conclusión que Benett, y regresa con gran aflicción a la mesa de trabajo.
- ¡Tenemos que darnos prisa!
- ¿Son las personas del pueblo que nos han visto esta tarde? —preguntó Benett aunque ya sabía la respuesta.
- ¡Exacto! Seguro formarán un caos allá abajo. Nosotras debemos salir antes de que lleguen.
- ¡Pero si estarán aquí en un minuto!
- ¡Con más razón hay que darnos prisa!

Benett no había calculado el tiempo, sin embargo había acertado. Luego de un minuto la gente y sus antorchas habían llegado al castillo. Al percatarse del barullo, los guardias del castillo salieron a tratar de calmar el enardecido comportamiento de los allí reunidos. La gente vociferaba de tal manera que aún en lo alto de la torre, sus palabras llegaban a oídos de ambas princesas. "El divorcio", "fraude", "magia negra", "hoguera", "bruja"... Expresiones así se repetían entre otras cosas. Incluso el mismo Rey, rodeado de guardias, había salido del castillo para tratar de razonar con la gente.
En un acto un tanto confuso, y a espaldas de Balas, Benett cogió una botella vacía que encontró en un rincón cerca de la mesa... y la arrojó por la ventana. La botella viajó por el aire dando giros hasta impactar y romperse en el casco de uno de los guardias que se encontraba abajo, muy cerca del Rey.

- ¡No tenéis nada que hacer aquí! ¡Marchaos! —gritó Benett con aparente furia— ¡Papá, diles que se vayan!

Balas solamente le dirigió la mirada, sin decirle nada. Cada vez parecía confiar más en Benett. La bruja seguía trabajando, pero de vez en cuando perdía la concentración. Se imaginaba el mundo de fantasía e ilusiones en el que ella y su esposa vivirían felices después de todo esto. Por esa razón el tiempo avanzaba impasible, la noche llegaba a su clímax, la gente se enfurecía más, Benett se impacientaba y Balas retrasaba la fabricación de la fórmula. Aunque el momento llegó.

- ¡Ya está! —exclamó Balas mientras alzaba orgullosa un tubo de ensayo. Benett se acercó a ella.
- ¿Entonces solo debo beberme eso? —preguntó tímidamente.
- Sí, solo debes beberlo y nos iremos de aquí.
- Tengo miedo... —dijo Benett, como si se estuviera arrepintiendo, como si quisiera retrasar el momento.
- ¡No debes tener miedo! Anda, bébelo ya.
- Tengo miedo... —repitió la princesa al tiempo que se echaba unos pasos hacia atrás.
- ¡Que lo bebas!

Balas colocó la boquilla del tubo de ensayo sobre los labios de Benett y lo inclinó forzosamente. Benett no tuvo otra opción más que dejar que el brebaje entrara en su boca. Lo saboreó por unos cuantos segundos mientras hacía gestos de querer vomitar. Cuando Balas notó que Benett no tragaba, tomó su nariz y le impidió el paso del aire. Benett forcejeaba, pero Balas se imponía. Entonces llegó el momento en el que Benett debía decidir si tragar o escupir. ¿Qué decidió?

Al parecer, al pasar tanto tiempo con Balas, la princesa Benett había aprendido un poco de actuación y manipulación.

Lo escupió. Lo escupió justo en la cara de Balas, lo cual le provocó una temporal ceguera. Entonces, como si el destino, los astros, el cosmos etcétera decidieran por fin estar del lado de Benett, un grupo de guardias echó abajo la puerta e irrumpieron en la habitación. Benett se alejó lo más que pudo. Los guardias rodearon a Balas con sus lanzas, y sin que ella pudiera hacer más que resistirse inútilmente, fue arrestada. Mientras era llevada fuera de la habitación, Balas gritaba y se preguntaba qué estaba pasando, pues no hallaba explicación.

- ¡Esperad! —dijo Benett antes de que Balas saliera de su campo visual. Entonces se acercó a ella— ¿Quieres saber lo que está pasando? Esto es lo que está pasando: El amor no puede fabricarse en un laboratorio. El amor no puede envasarse en una botella. Eso sería estúpido y totalmente falso. ¿Sabes dónde se fabrica y se envasa el amor? En el corazón de cada uno. No puedes forzar a alguien a que te ame. Se logra con respeto, confianza y cariño sincero y desinteresado; muy al contrario de ti. Y por eso, por todo lo que tú has hecho... definitivamente yo no puedo sentir amor por ti... Llevadla afuera...

Luego de la orden, los guardias sacaron a rastras a Balas, quien todavía seguía luchando en vano. Benett había sido muy fuerte durante su estado de rehén, pero cuando vio a su padre, el Rey, aparecer por la puerta, corrió hacia él y le abrazó mientras lloraba como una niña pequeña. En ese momento un guardia se acercó a ellos.

- Muy ingenioso, princesa. El golpe de la botella ha dolido un poco, pero el esfuerzo al final ha valido la pena, pues la hemos rescatado —dijo el guardia al tiempo que mostraba una hoja de papel con el mensaje escrito: "Auxilio. Soy cautiva de mi esposa, la princesa Balas. Ordeno rescate inmediato". Benett la había arrancado de la libreta que Balas le había dado para anotar la receta de la fórmula.

- ¿Qué pasará ahora con Balas? —preguntó Benett a su padre.
- A Balas le espera el destino que las leyes siempre le han asignado a las brujas —respondió el Rey dejando ir un suspiro.


VIII.II

Había mucho revuelo alrededor del castillo. Se decía que una bruja sería quemada en la hoguera esa misma noche. ¡La primera bruja quemada después del matrimonio de las princesas! No había visto a Balas desde el día de su boda, eso me preocupaba. Al parecer había cambiado mucho, pues no creí que sería capaz de quemar a otra bruja bajo su principado. Creí que haría algo para abolir esa ley. Principalmente por esas razones salí del pueblo y llegué al castillo para presenciar el hecho.

Cuando llegué, me percaté de que había mucha más gente que la que suele asistir a un evento de tal naturaleza. ¿Habrá algo de especial en esta ocasión? Me pregunté en ese momento. ¡Y vaya que sí que había algo de especial! Atada en el poste, con un gran montículo de leña a su alrededor, Balas maldecía sin cesar. Y yo que creí que Balas jamás terminaría en la hoguera. Y más cuando se casó, creí que tendría inmunidad de por vida.

Me conmoví terriblemente. Ver a mi mejor amiga en esa situación... Me acerqué lentamente, abriéndome paso entre la gran multitud. Cuando estuve frente a ella, tuve la oportunidad de dirigirle algunas palabras.

- ¿Balas, cómo fue que terminaste aquí?
- ¿Y quién diablos eres tú? ¡Aléjate de mí!
- ¡Soy Camila! ¿No me recuerdas?
- ¡No conozco ninguna Camila! ¡Largo de aquí! ¡¿DONDE ESTÁ MI BENETT?!

No podía creer lo que estaba pasando. Balas no sabía quién era yo. Me sentía realmente triste y también enojada. ¿Qué le pasó? ¿Está así por la princesa? ¿Le traicionó? ¿Qué le habrá hecho? Había un sin fin de posibilidades. Pensaba en todo esto para mí misma, cuando uno de los que estaban allí interrumpió mis pensamientos.

- ¿Eres su amiga? ¿También eres una bruja?
- ¡SOIS TODOS UNOS DESGRACIADOS! —gritó Balas. Entonces respondí.
- Yo no soy una bruja. Y esa que está allí maldiciendo a todos... de ninguna manera podría ser mi amiga.
- ¡Pruébalo entonces! —me dijo. Me cedió una antorcha luego de eso.
- ¡Sí, hazlo! ¡Quémame, maldita perra! ¡Te veré en el infierno! ¡A ti también, Benett, allá te veré! —Balas no paraba de maldecir.

Cogí la antorcha y la arrojé a la leña sin ningún remordimiento. Eso sí, luego me di la vuelta y me marché. No podía quedarme a ver semejante espectáculo. Apenas soportaba ver cuando quemaban a una bruja cualquiera. ¿Ahora, a mi mejor amiga? No gracias...

Aún en la distancia, aún con el ruido de las demás personas concentradas allí, podía escuchar los desaforados gritos que Balas emitía desde la hoguera... desde el infierno...
Chrisgarcia26 de enero de 2011

2 Comentarios

  • Chrisgarcia

    Ains......... En fin jajaja

    26/01/11 09:01

  • Chrisgarcia

    Deadname:
    Gracias, pero hay muchos otros por ahí que también escriben con sentido jaja Es una historia que dejé de escribir y que luego terminé, pero no publiqué, no sé por qué jaja
    Saludos.

    29/03/11 10:03

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