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Adios para Siempre

(Publicaré esta historia hacia atrás, a ver qué pasa. Parte 3)

Parecía la sala de “emergencias en espera”. Allí reunían a todos los que tuvieran algún tipo de emergencia, pero que todavía podían soportar unos minutos antes de atenderse. El pequeñito hospital no daba abasto.

Ella tenía sus dolores, pero al parecer los médicos determinaron que aún no era el momento, así que simplemente le pusieron en una silla de ruedas y le dijeron que esperara ahí, hasta que llegara la hora de la verdad.

Pues antes de que la verdad llegara, llegó otro paciente en una camilla, al cual colocaron justo a su lado. Ella no tenía nada en contra de él, pero al ver a cualquier persona en una cama de hospital, fácilmente recordaba la escena en que su madre había fallecido. Diez años habían pasado desde entonces, sin embargo el hecho le seguía incomodando un poco. Estaba a punto de pedirle a una enfermera que moviera su silla a otro lado, cuando el paciente de la camilla le habló.



- ¡El mundo no es pequeño, sino diminuto! —¿Debía suponer entonces que ella conocía a esa persona? Cuando volvió sobre su hombro, observó detenidamente al paciente. Miles de rostros pasaron por su mente, pero ninguno correspondía al de esa persona. Hubo uno que se asemejaba demasiado, así que se acercó para verificar sus sospechas. Le reconoció con algo de dificultad, mas no salía de su asombro, no podía creerlo. ¿Cómo? ¿Por qué allí? ¿Por qué en ese momento? Ella levantó su mano con la intención de acariciarle el rostro, pero se contuvo. Entonces él tomó su mano en el aire. Ese único contacto bastó para transportarles a ambos a momentos remotos, momentos juntos, tanto de tristeza como de alegría…

- ¡Santo Dios! ¡Chris!

- ¡Sí, Trina, soy yo! Eres Trina, ¿no?

- ¡La misma! ¡Oh, Dios, no puedo creer que estés aquí! Aunque ahora que lo pienso… Este es un lugar nada bonito para habernos encontrado. ¿Por qué estás aquí? ¿Qué te ha pasado?

- Pues que he tenido una complicación en un pulmón —Respondió él mientras intentaba levantarse un poco, mas no pudo— Estaba trabajando en una mina, y hasta después nos hemos dado cuenta de lo tóxico que era el aire que se respiraba ahí, así que creo que van a partirme el pecho para reparar… lo que sea que esté mal jaja.

- ¡Vaya! Suena muy grave… —Trina estaba hecha una amalgama de sentimientos. Se sentía emocionada, feliz, confundida, preocupada, temerosa, adolorida…— Pero… ¿En una mina?

- Si. He seguido con mi estilo de vida errante, viajando mucho por todas partes, trabajando donde me necesiten y ayudando a los demás.

- ¿Entonces tu esposa… va contigo? —Ella sintió un poco de temor antes de preguntar, pero la curiosidad era más grande que su miedo. Él hizo una pausa de varios segundos antes de responder.

- Al final no funcionó… —A todo esto Trina no sabía como reaccionar; era una situación extraña. Un poco más de confusión le fue añadida a su colección.

- ¿Y tú por qué estás aquí? —Preguntó él después de un breve silencio— ¿No estás demasiado lejos del pueblo?

- Si… Sí recuerdas lo de los planes de expansión que tenía para la cafetería, ¿no? Pues ya he abierto dos sucursales aquí en la ciudad, así que decidí mudarme.

- Oh, pues me alegro mucho. Pero, ¿por qué estás en el hospital? —En respuesta a esa pregunta, Trina señaló su enorme barriga.

- Este hermoso calvario de nueve meses está por terminar —Afirmó ella con una sonrisa lastimera y graciosa a la vez. En ese momento él también obtuvo su ración de confusión e incertidumbre.

- Entonces… ¿el padre está aquí? —Preguntó él con temor de ser inoportuno. Ella negó con la cabeza.

- Él viaja mucho, pero a diferencia de ti, hace negocios concretos. Estará fuera de la ciudad por varios días. No quería irse, puesto que la fecha del bebé estaba cerca, pero no le ha quedado otra alternativa.



Se habían dicho sus mayores verdades. Luego siguieron conversando un rato más sobre sus vidas, sobre las vidas de otros, sobre trivialidades, etcétera. No se habían visto durante siete años, y este encuentro planeado por el destino había sido del agrado de ambos, aunque el lugar y el momento no hubiesen sido los ideales.

De pronto una enfermera se acercó a Trina.



- Hay una habitación disponible justo ahora —Le dijo— La llevaré ahí.

- ¿Cree que podría darme un minuto? Solo quiero despedirme de mi amigo.

- …Un minuto —Le concedió malhumorada la enfermera.

- Oye, antes que me vaya, hay algo que quiero confesarte…

- ¿Ah si? Pues dime —Le respondió él expectante.

- No sé si cuando era una niña, tú me decías en parte lo que yo quería oír. Recuerdo que antes de marcharte la primera vez, me dijiste que no dudabas de mis sentimientos. Que sabías que se trataba de amor de verdad. Sin embargo, me costó mucho entender que no era así. Lo que yo sentía por ti… era simplemente un capricho infantil. Tal vez te preguntes por qué infantil, si cuando volviste y nos encontramos en la cafetería yo tenía 24, y parecía que seguía sintiendo lo mismo. Pues es debido a mi defecto, al que mencionaste esa misma ocasión: era una cabeza dura. ¡Quizá de las más duras que haya habido! Pero mírame ahora, soy una “empresaria”, estoy felizmente casada y… estoy a punto de convertirme en madre. Ahora comprendo que todo lo que hiciste por mí, siempre fue por mi bien. Mi felicidad te la debo a ti, por ello te estoy muy agradecida. Esto también debería hacerte muy feliz a ti, ¿no?

- No sabes cuanto… —Respondió Chris con un suspiro— Hay algo… que yo también quisiera confesarte…

- ¡Señora, debemos irnos! —Exclamó impaciente la enfermera. Al escuchar que a Trina le llamaran señora, él sintió dolor en su corazón. Aquella pequeña damita que él había conocido… ya no existía más.

- No te preocupes —Le dijo ella con una sonrisa— Si quieres volverme a ver, cuando salgamos de aquí, solo tienes que preguntar por la cafetería del centro de la ciudad, cualquiera puede decirte donde está. Entonces podremos hablar con más calma, ¿si?

- De acuerdo… —Él resentía mucho la despedida— Suerte con el parto…

- Más te vale confesarme algo la próxima vez que nos veamos. Hasta luego. Suerte con tu operación.



Y así se separaron una vez más, con la esperanza de un pronto reencuentro y con una deuda de confesión por parte de Chris. Él no podía creer lo feliz y plena que se había vuelto la vida de Trina. Pensaba en ello mientras la camilla rodaba por los pasillos del hospital. Su mente evocaba recuerdos de aquella precoz, pero a la vez inocente niña de hacía más de veintidós años.

Con la imagen de la pequeña Trina abrazando a su peluche, finalmente Chris perdió la consciencia luego de haberle aplicado la anestesia.



Cuando despertó, le explicaron que la operación había sido un éxito, pero que tendrían que internarle por varios días para que guardara reposo. Se sentía impaciente por volver a hablar con Trina, pero no tenía otra alternativa más que esperar.

Una vez le dieron de alta, lo primero que hizo fue ir al centro y preguntar por la cafetería. Él esperaba ver a Trina tras el mostrador al momento que atravesara la puerta, pero no fue así, no la vio por ninguna parte.



- Disculpa, ¿Trina está aquí? —Le preguntó cordialmente a una camarera.

- ¿Eh? ¿La… gerente? —Titubeó la camarera con nerviosismo, como si le preguntaran por el paradero de un criminal— Eh… Espere un momento.



La chica se fue por la puerta del personal; él asumió que iría a buscar a Trina y por fin podrían hablar, pero nuevamente, las cosas no salieron como él las esperaba. Un hombre alto, joven, bien vestido y con una imagen pulcra apareció ante él. Pero pese a la buena presentación que este hombre llevaba, su rostro mostraba una expresión muy triste.



- Buenas tardes, señor. Tengo entendido que buscaba a Trina. ¿Puedo saber quién es usted?

- Soy un viejo amigo suyo, me dijo que podía pasarme por aquí y charlar cuando quisiera….

- Ah, usted debes ser Chris, el que tanto le ayudó a ella y a su madre hace muchos años. Trina me hablaba mucho de usted… —El hombre extendió una mano y le señaló una mesa para dos. Chris comprendió la señal y ambos tomaron asiento.



Si bien los dos se sentaron, ninguno dijo nada por un par de minutos. Chris no pudo más con ese silencio, así que finalmente preguntó.



- ¿Dónde está Trina?

- Supongo entonces… que usted no se enteró… —Respondió el hombre con un tono tan triste como su rostro. Al oír esto, Chris comenzó a preocuparse.

- ¿Enterarme de qué? ¿Qué ha pasado?

- Yo soy el esposo de Trina. Estaba fuera de la ciudad haciendo negocios, cuando me informaron… Volví de inmediato… Yo sabía cuán importante era esta cafetería para ella, así que decidí renunciar a mi empleo… Por eso ahora estoy aquí…

- ¡Yo no pregunté por ti! ¿Qué le ha pasado a Trina? —Exclamo Chris de manera exaltada.

- Mi hija… Ella está bien, ha nacido saludable… Pero mi esposa… tuvo una hemorragia y no se pudo detener… —Ambos tenía lágrimas en los ojos en ese momento— Trina murió después de dar a luz…



Chris sintió como el corazón se le estrujaba. ¿Trina se había ido para siempre? ¿Por qué tenía que ser ahora que se habían reencontrado? Le pareció una verdadera injusticia que no quería aceptar. Ambos lloraron en silencio en memoria de Trina.

Cuando ya había llorado lo suficiente para desahogarse, Chris pidió al viudo que le indicara dónde encontrar la tumba de Trina, ya que no había tenido la oportunidad de participar en el funeral y quería despedirse.



Casi anochecía cuando Chris llegó el cementerio. Caminó lentamente por todo el lugar hasta llegar a la tumba que buscaba. Al estar frente a ella, leyó el nombre y la fecha inscrita. No podía creer que a sus 31 años la vida de Trina hubiese llegado a su fin. Se sentó con cuidado sobre el pasto y acarició la áspera superficie de la lápida. Intentaba no llorar, pues quería tener una voz clara mientras se confesaba.



- Pequeña Trina… Una vez te conté sobre lo que sentía por ti, ¿no? Te dije que el cariño que te profesaba era como el de un padre a su hija. Puede que al principio tuviera razón, pues eras solo una niña. Pero con el tiempo me di cuenta de que no era así. Me di cuenta que no dejaba sentir a mí mismo lo que en verdad quería sentir. Siempre te amé. No como a una niña, no como a una hija, sino como a una mujer. Sin embargo tuve miedo. Eras una pequeña, hermosa y delicada flor, tan delicada sobre todo, que parecía que cualquier ventisca podría arrancarte los pétalos. No quería ser yo el que profanara tu inocencia, así que reprimí esos sentimientos lo más que pude hasta casi hacerlos desaparecer.

El haberme casado fue un intento para olvidarte. Al principio parecía que todo marchaba bien, pero cuando volví al pueblo… Cuando nos encontramos en la cafetería y luego fuimos a casa, mis sentimientos afloraron. Tanto el amor como el temor, ya que al verte llorando, me pareció que no habías cambiado nada desde pequeña. Volví a irme, con la intención de no volver jamás. Comencé a discutir con mi esposa por todo y… terminamos divorciándonos. En mi soledad sentí ganas de volver y buscarte muchas veces, pero no me atreví… Fui un cobarde.

Hoy que el destino nos juntó de la manera más inesperada… Estaba dispuesto a contarte todo esto, pero ahora que estás bajo tierra… nunca lo sabrás… ¡Ahora que estás bajo tierra… aún sigo amándote!



Finalmente, y con un nudo en la garganta, Chris echó a llorar con desconsuelo. Retomó su idea de injusticia. Pensó que si alguno de los dos tenía que morir debido a un procedimiento médico, era él, ya que a sus 48 años era más vulnerable estadísticamente. Pero las estadísticas son solo un parámetro, no siempre se cumplen; el mundo no fue creado de manera justa y la vida misma, para muchos, es una injusticia.



Chris se marchó ya muy entrada la noche. Sentía que había derramado más de la mitad de su corazón en aquella tumba. Recordaba vívidamente el momento en que aquella niña se echó a llorar sobre su pecho; recordaba el momento en que aquella mujer se lanzó a sus brazos sobre la mesa sin importar nada; recordaba los momentos en que Trina había sido suya…

También recordó las ocasiones en que había tenido que despedirse de ella, y pensó que muy lejos de un “hasta luego” y mucho más que un “definitivo”, este último adiós era para siempre.
Chrisgarcia15 de mayo de 2013

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