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Es Definitivo

(Parte 2)

Ya me faltaba poco para llegar, pero el anterior viaje en tren resultó ser más largo de lo que había pensado; no creí que podría sentir tanta hambre como la que sentía en ese momento.

Antes de continuar mi camino, pasé por una cafetería que encontré en el pueblo. El establecimiento inspiraba un ambiente familiar, no era modesto en extremo pero tampoco nada pretencioso. Tenía la atmósfera ideal para que cualquiera, incluso un forastero como yo, se sintiera como en casa.

Ordené lo primero que vi en el menú: la ración de waffles más grande que tenían. Yo no acostumbraba comer cosas así de dulces, pero en ese momento no importaba lo que fuese, pues lo que necesitaba era poner algo en mi estómago. Pero a decir verdad, cuando recibí mi plato con la descomunal torre de waffles, dudé en si podría con todos, sin embargo, tomé mi cuchillo, tenedor y comencé a engullirlos uno tras otro.

La puerta se abrió en ese momento. Una joven mujer había entrado a la cafetería. Llevaba un vestido rosa de moderada longitud, gafas de sol y un pequeño sombrero blanco. Caminó hacia la puerta del personal de la cafetería y la cruzó, llegando hasta detrás del mostrador. Allí se sacó las gafas, dejando ver un par de deslumbrantes ojos verdes, y pudiendo así apreciar le belleza de su rostro en su totalidad. Cruzó los brazos y les echó una mirada a los clientes mesa por mesa. Parecía ser la dueña del local, evaluando la rentabilidad de su negocio.

Yo seguía tragando los waffles con voracidad, hasta que la mirada de aquella mujer se posó sobre mí. Enarcó las cejas y pareció ponerse rígida. Supuse que sería debido a mis modales en la mesa en ese momento, pero luego lo dudé, pues se quedó allí con la boca abierta por algunos segundos, y me pareció una reacción exagerada. Un instante después se colocó las gafas, se dio la vuelta y se fue más allá del mostrador, hasta donde ya no pude verla.

Sorprendentemente, luego de varios minutos, el plato quedó vacío, y más sorprendente aún era que mi hambre no se había saciado por completo. Pensaba en pedir algo más, cuando la mujer del vestido rosa apareció frente a mí e inesperadamente se sentó conmigo a la mesa.

- ¿Qué tal estuvo? —Me preguntó.
- Eh… pues… ah… —Aparte de no entender la situación por completo, la deslumbrante presencia de la chica me apabullaba. Al final logré forzar las palabras a salir— Estuvo bien. Todo delicioso. De hecho, pensaba en ordenar algo más. No sé si estará bien que se lo pida a usted.
- Si, no hay problema. Es más, lo siguiente que pidas va por la casa.
- ¿Qué? ¿Es enserio? —Era algo totalmente inesperado.
- Seguro. Pero hay una condición —Nuevamente se quitó las gafas y clavó sus ojos en los míos— Tienes que recordarte de mí.
- ¿Eh? —Más inesperado todavía. No podía creer que hubiese conocido a alguien como ella y que la hubiese olvidado. Sería imposible.
- Talvez esto te ayude —Dijo la chica al tiempo que se quitaba el sombrero, dejándome ver una larga y brillante cabellera de un tono rojizo. Yo estaba totalmente confundido, pues nunca había conocido a una pelirroja.
- Lo siento, pero usted debe estar confundiéndome con alguien más —Le dije lo más respetuosamente posible.
- Ains… Supongo que he cambiado mucho —Dijo ella con terrible decepción— ¡Ya sé! Esto no debería fallar. Espera aquí.

Se levantó de la mesa y nuevamente se fue más allá del mostrador. Yo me quedé sentado allí; tenía curiosidad por saber lo siguiente que intentaría la chica. Ella volvió tras un par de minutos. Traía consigo una caja propia de la cafetería. Supuse que era de esas cajas que dan cuando la orden es para llevar. Ella abrió la caja sin dejarme ver su contenido e introdujo su mano.

- Cierra los ojos —Me ordenó. No era algo que yo esperara, pero tampoco me sorprendió, así que lo hice sin más. Luego me pidió que abriera la boca. También lo hice. Por último, me dijo que le diera una mordida a lo que ella me había acercado. No había probado ese sabor en mucho tiempo. Solo entonces comencé a atar cabos… Una chica joven, de ojos verdes, en este pueblo, relacionada con este sabor y que dice conocerme… No podía ser otra más que…
- ¡Dios mío! ¡Trina!
- ¡Así es! —Dijo gritando. Luego se arrojó hacia mí sobre la mesa, como si nada le importara más que abrazarme— ¡Que gusto me da volver a verte!

Salimos de la cafetería luego de eso. Nos dirigíamos hacia su casa mientras conversábamos por el camino.

- ¿Cómo querías que te reconociera, si antes eras castaña?
- Me cansé de ser castaña, así que lo teñí. Y pensé que talvez bastaría con la forma de mi rostro para que me recordaras, pero parece que sí, he cambiado demasiado.
- Si… ¿Entonces esa cafetería es tuya? ¡Porque nadie más podría preparar esos bollos!
- Así es. ¿Recuerdas que tú nunca dejabas de alabarlos? Nunca dejabas en paz a mi madre. Siempre estabas ahí, diciéndole lo buenos que eran. Pues gracias a tus comentarios y el dinero que pudimos obtener con tu ayuda, mi madre se animó a comprar un horno y comenzó a vender los bollos. En poco tiempo, el pequeño negocio comenzó a crecer, así que nos expandimos y expandimos, hasta que conseguimos un local y abrimos la cafetería. Incluso pienso que podría abrir otra más.
- ¡Vaya! Me alegra mucho que sus vidas hayan prosperado así —En verdad me alegraba— ¿Y dónde está tu madre?
- Ella murió de un ataque cardíaco hace dos años y medio… poco después de abrir la cafetería… —Obviamente su voz se entristeció de sobremanera al decirlo. Ella amaba a su madre.
- Cuanto lo siento… —Entristecí yo también. Era una mujer excepcional— ¿Pero de un ataque cardíaco? ¡Ella estaba sana!
- Eso era lo que yo también creía. Pero un día, luego de un ataque en el cual estuve presente, me confesó que lo había estado ocultando porque no quería que me preocupara por ella, porque lo más importante en su vida era que yo fuera feliz…

Sus ojos comenzaron a derramar lágrimas, al tiempo que emitía un débil llanto. Yo le abracé, y así seguimos caminando en silencio hasta llegar a su casa. Ya dentro, nos sacudimos un poco la tristeza con varias tazas de café, mientras charlábamos de otras cosas. Sentía como lentamente la situación se volvía incómoda, a la vez que se agotaban los temas de conversación. Yo no dejaba de pensar en lo duro que había tenido que ser para ella la pérdida de su madre. Pero más que todo, pensaba en lo que pasaría cuando habláramos de lo último que teníamos pendiente… No quería ser yo el que le propiciara más tristeza de la que pudiera soportar, pero teníamos que hablarlo. Lo comenté luego de un breve silencio.

- Solo nos queda una cosa por hablar… —Dije, asumiendo que ya habíamos hablado de todo.
- Si…—Murmuró entre dientes y apartó sus ojos de mí. Su mirada se perdía dentro de su taza de café vacía.
- Entonces… —Sinceramente no sabía cómo continuar, pero las siguientes palabras de Trina lo dijeron todo.
- He estado esperando por ti durante doce años…
- Trina… yo… —Sentía un nudo en la garganta, pero tenía que decírselo— Estoy casado ahora…
- No pued… —Su voz se cortó de golpe al levantar la cabeza. En su cara podía verse una expresión de terror e incertidumbre, la cual se agravó cuando vio el anillo en mi dedo.

Sin más palabras, dejó caer la taza, la cual se rompió al golpear el piso. Corrió hacia un lugar de la casa fuera de mi vista. Yo me sentía muy mal por ella, pero las cosas no podían ser de otra manera. Pacientemente limpié lo que quedó de la taza, luego fui a buscarla. Encontré a una niña pequeña en su habitación, llorando mientras abrazaba con fuerza aquel peluche que le compre hace más de quince años. Trina no había dejado de ser Trina.

- ¿Quieres que me vaya? Si es así lo entenderé… Le dije, pero no tuve respuesta.

Me quedé pensando en silencio mientras la veía llorar. ¡Ella me había esperado por doce años! A pesar de que le dije que probablemente no volvería a verla. ¡Doce años! Doce años a los cuales yo había venido a desmerecer su valor, quitándoles el sentido. Comprendí entonces que lo mejor que podía hacer en ese momento, era marcharme.

- Me voy entonces…

Hice una reverencia con mi sombrero, la cual ella no observó. Entonces me di la vuelta. Cuando ya me alejaba de la habitación, escuché a un quejido decir:

- Adiós, mi amor…

Una vez más fui hasta aquella estación, en la cual me despedí de aquellas dos la última vez que partí de este lugar. La estación estaba igual, los trenes estaban igual, la gente estaba igual. La única diferencia entre aquel momento y este, era que ahora yo estaba solo.

Nuevamente, Trina, me toca decirte adiós. Pero esta vez…
Chrisgarcia22 de mayo de 2013

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