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30 de Febrero







El Sr. Pandolfi camino apurado sorteando los charcos que se formaban a su paso, al doblar la esquina eludió a un par de serpientes, que, con pañuelos blancos en la cabeza lo saludaban desde un balcón. La velocidad que llevaba no le permitía ver el paisaje, increíblemente, algo le llamo la atención. En la vereda de enfrente se había detenido un ómnibus con hermosas y relucientes patas de goma. De él se bajo una mujer que le recordaba ligeramente a su madre. Se detuvo para poder apreciar el paisaje con mayor detalle. Era su madre con una sonrisa bien delineada, charlaba gesticulando con otra persona a la que no supo identificar, parecía otra mujer. Espero uno segundos.
Varios coches con diferentes tonos de negro le impidieron por un momento seguir observando la charla al otro lado de la calle. Una figura humana de cabellos grises, saco gris, zapatos grises y sin rasgo alguno en su rostro comenzó a cruzar la calle como un paquidermo, era indudable que no le preocupaba la estampida de bestias que después de un cambio de luces, ruidosos, se aproximaban desbocados, haciendo sonar voces aflautadas, sus motores. Ella no se inmuta y continúa con su ritmo. El Sr. Pandolfi asombrado aún por lo vivido y para reponerse metió la mano derecha en el bolsillo de su pantalón y con suavidad comenzó a tocarse los testículos. Según una tradición familiar era un buen recurso para lograr la calma, él lo comprobaba asiduamente. La familia Pandolfi consiguió en poco tiempo muy buenos ingresos gracias a las observaciones del abuelo Gregorio sobre las bondades del masaje testicular. Con la publicación del libro “La bestia se amansa con un buen masaje”, allá por el año 1800, ellos habían logrado subsistir en ese mundo bárbaro que los rodeaba. Era tan natural para el Sr. Pandolfi el recurso familiar que se olvido totalmente del abuelo Gregorio. Tenia una foto en su dormitorio, en la cabecera de la cama, desde donde el abuelo lo miraba con una sonrisa cómplice, pero el olvido se apodero de su cerebro y para lo único que usaba la foto era para tapar una gran mancha de humedad que había en la pared y para medir el paso del tiempo.
El Sr. Pandolfi que tenia como nombre Gregorio, en honor a su abuelo, prosiguió el camino incrementando su velocidad en función del tiempo (trataba de cumplir con todas las leyes y mas con las leyes físicas). Por suerte nunca lo habían multado, ni demandado judicialmente, era un tipo tradicional, tenia su foja inmaculada, la exhibía con orgullo a cuanta autoridad se le presentaba, y las había en abundancia. La cartilla estaba mas vacía que la Bandera Patria, orgullo de la ciudad de Monbaires y eso lo convertía en un prócer cada vez que miraba la imagen, con lentes de grueso marco negro, reflejada en el espejo de su baño. La nube gris sobrevolaba la vereda y Pandolfi moviéndose veloz detrás de ella se preguntaba porque no lograba alcanzarla. Ella se desplazaba entre los árboles que de dos en dos custodiaban el camino por donde huía. Hasta hace un momento había sido una madre, ahora “chi lo sa”. Pero claro, ella había muerto hacia unos años, el mismo la enterró en el macetero de begonias de la confitería del primo José, hombre con habilidad para los negocios ya que habilito un cementerio privado en su local. Un éxito, todo el mundo visitaba la confitería y los 2 de noviembre desbordaba de risas y chistes, la gente retozaba entre las begonias y pedía a gritos “déme una, déme dos” haciéndole señas algo porcases a los mozos que saltaban de macetero en macetero. No quiero decir con esto que el primo José fuera un negociante de la peor calaña, todo lo contrario, creo que congeniaba las dos cosas, el negocio, importante para el y para su amante latina junto con el placer de tener tantos conocidos a su alrededor. Desde pequeño pasaba horas enteras en el cementerio a un par de kilómetros de su casa. Más de una vez intento cambiar de rubro, pero por razones que no explico, nunca puso una empresa de pompas fúnebres. Hace poco uno de los difuntos lo visito para pedirle trabajo como portero, el le dijo que no. Imagínense como quedo el difunto, muerto de miedo por su futuro, mas con la explicación que José le dio. Muy quedamente al oído le dijo: nunca fuiste muy despierto en vida y ahora menos. Esto es el resultado de vivir en una ciudad chica, donde todos se conocen. Nadie puede guardar un secreto. El muerto reconoció sus limitaciones y se fue chiflando bajito rumbo a la bailanta del Olimpia F. C., la mejor de Monbaires.
Pandolfi sabia que solo un secreto fue bien guardado, el del abuelo Gregorio y su alopecia. Transcurría el año 1800 y pico y a este buen hombre se le comenzó a caer el pelo, por entonces había una curandera titulada que periódicamente visitaba Monbaires, venia en una carroza verde tirada por bueyes con cara de alegres comadres, que mugían estruendosamente anunciando la llegada de la mujer. Don Gregorio acomplejado por el problema y contrariando su costumbre de automedicarse pidió una cita con la curandera. Luego de dos horas de espera lo atendió, lo hizo desvestir y bailando comenzó a mirarlo fijamente, encendió un cigarrillo mentolado y entre grandes nubes de humo le dio su diagnóstico gritando: “Hijo mío esto es fácil de solucionar, depende de tu voluntad, tu enfermedad nace en las ideas”.
Don Gregorio la miro con ojos chiquititos, parecía un gato presto al zarpazo.
“Si, incrédula criatura, cuando en tu vida diaria tienes ganas de matar y no lo haces, el cuero cabelludo contrae los músculos y ahoga a los pequeños pelitos que están naciendo. Ellos indefensos sucumben. ¿No te da lastima?”- le dijo la mujer, riendo por lo acertado del diagnostico.
En silencio Don Gregorio se fue vistiendo. Cuando termino dijo con un poco de miedo: “¿Cómo me puedo curar?”
“Muy sencillo, hijo mío, tienes que matar a alguien. Con el primer asesinato detienes la caída del cabello y con nuevas dosis comenzara a crecer sin que nadie lo pueda impedir”.
Fue el comentario de todo el pueblo la cabellera renegrida y abundante que Don Gregorio mantuvo hasta que abandono este mundo.
Pandolfi un poco confundido por tanta idea junta, prosiguió el camino tratando de encontrar a su mama perdida. Tampoco tenia mucha seguridad que lo que buscaba era una madre, ya le había pasado antes. Hace un par de años se puso buscar y como el pueblo era chico, no más de 40 hectáreas, pensó que la tarea era “lechuguita pal canario”. Como le habían dicho en el cuartel de Bomberos que lo mejor para encontrar a una madre era peinar la zona, salió a buscarla con un gran peine. Empezó a peinar un 24 de diciembre como a las 4 de la tarde y así paso Noche Buena, Navidad, Año Nuevo y los sorprendió la entrada del invierno todavía usando el peine. No hubo cabeza en el pueblo que se librara de las manos de Pandolfi. Cada día peinaba mejor. Venían de pueblos vecinos, haciéndose pasar por lugareños, para que este “cuafer” los atendiera. Claro que por esa fecha el hombre se había cansado un poco y estaba sorprendido por la cantidad de gente que se quedaba callada cuando el les hacia preguntas sobre lugares muy conocidos del poblado. Más de uno dejó el asiento avergonzado por haber recurrido a un engaño, lo veían tan bueno y cándido que no falto el vecino que sugirió que era un santo, que le había curado la caspa, que era un milagro y que bueno seria tener un santuario donde recurrir por más milagros. Los del poblado vecino hicieron colectas y levantaron uno en la ruta que unía los dos pueblos, era una pequeña choza mostrando el famoso peine de cemento sobre la entrada donde todos los 24 de diciembre le prendían una vela e imploraban: “Gregorio de Monbaires invoco tu nombre y tu peine milagroso, concédeme estos tres deseos y te prometo que a los malos pensamientos me los sacare con peine fino”. El Intendente del pueblo, que era fanático de los números desde la cuna, tenía un miembro supernumerario, descubrió entre sus cuentas que la cantidad de robos había disminuido un 50 por ciento. Si, desde que estaba el santuario los robos habían bajado de dos a uno. Ese único robo estaba en duda porque el denunciante no sabia muy bien donde había dejado un par de lentes negros recientemente regalado por la amante de turno e hizo la denuncia por robo y no por desaparición casual de objeto de uso habitual en días de sol. Los lentes negros, nadie se explicaba porque, le permitían tener múltiples orgasmos, claro, el cura, que todo lo sabe y todo lo ve, esboza una teoría en su sermón dominical: “Hijos míos, con ese método desaparece, a ojos vista, el pecado “ad hoc” de toda mujer carnal aumentándole las propiedades organolépticas y de allí el goce abundante, sin culpa, de este cordero del Señor”. Los que escucharon abarrotaron la Óptica del Tano Genaro, así se llamaba el dueño, que italiano y borrachín se quedo sin lentes oscuros. A Genaro se le ocurrió charlar con el cura y proponerle nuevas sermones donde se hablara de las bondades de los diferentes tipos de lentes. Ya en esa charla le propuso que dijera: “Los lentes de mas de 4 dioptrías agrandan todo, incluso las posibilidades de ir al cielo, los recomiendo, hijos míos, para futuros suicidas o infartados recientes, que son los que mas rápido usaran el Travel Check”.

No todo era arroz frito en el camino de Pandolfi. Persiguiendo ese sueño, esa nube gris, esa madre sin rostro, llego a los limites del pueblo, a la Calle de las Putas, acompañado de un mal presentimiento a su derecha y uno bueno a su izquierda. Lo interesante era que ambos tenían el mismo aspecto exterior. ¿Cómo no equivocarse en el momento de elegir con cual seguir el camino? Se dio tiempo para pensar dando saltos cortos como los gorriones, sus dos compañeros de viaje le siguieron haciendo lo mismo... Como siempre que se esta en una situación así y que puede comparar, Pandolfi se dio cuenta que el de la izquierda charlaba animadamente y hacia comentarios muy jugados de apoyo al nuevo gobierno de Monbaires, en cambio, el de la derecha se manejaba con monosílabos, mantenía las manos en los bolsillos y pateaba tachos de basura, pocos es verdad ya que la población no tiraba residuos orgánicos, por esto de la ecología. Con ellos abonaban los patios traseros donde mantenían siemprevivas las boquitas de sapo, las begonias y algún limonero para que nunca falte la vitamina C. Vitamina muy popular en esos días. La popularidad es en Monbaires un tema muy controvertido, las mediciones que hacia el Intendente con el sistema telefónico fueron cuestionadas por Don Rotundo, el farmacéutico. Parece que llego una partida de Vitamina E, de China, muy barata, y el dijo: “Che Negra (a la esposa) ¿que hacemos, nos metemos y compramos una buena cantidad?, esta muy barata”. “Y bueno, dale”, le contesto la mujer mientras batía un par de huevos para restaurar al canario que andaba medio caído, le echaron la culpa a una bandada de cotorras y a una en especial, mal de amores decían las viejas de la cuadra. Don Rotundo recibió el día jueves la Gaceta de los Viernes (diario que se jactaba de anticipar las noticias). Abrió la única hoja y, cosa e’ mandinga, bajo las noticias de los avances de la psicología animal en el complejo del Cebú y el sabor cuasi humano de la carne de chancho, en forma escueta, un par de líneas nada más, decía:
“La vitamina E bajo la lupa. Médicos no creen en virtudes. Intendente midió baja popularidad”. Una bomba explota en la mente de Don Rotundo. Claro, inmediatamente le pido cuentas a su señora por el mal asesoramiento y de paso le dio unas cuantas bofetadas, ese ejercicio le sacaba un poco de agresividad, la de antaño, la adquirida en la niñez y que todavía no había podido eliminar, a ojo de buen cubero todavía le quedaba un 30 por ciento del total.

La Calle de las Putas rodeaba Monbaires y, según los vecinos del lugar, ahogaba las buenas costumbres y la moral publica. Además limitaba al pueblo en su desarrollo, no había nada después de esta calle, el vacío, la nada, ni los animales podían permanecer por mucho tiempo, las vacas, incomodas cuando pastaban fuera de los limites no se animaban a mugir por miedo a despertar al espíritu del vacío, entidad muy usada en esos tiempos para que los imberbes tomaran sopa de ajo. Las señoras de clase media, las de A.D.P. (Asociación de Damas Pudientes), así las llamaban, periódicamente hacían desfiles con pancartas que pedían la anulación de algún tramo de la calle para que el pueblo recuperara su moral y pudiera agrandar su zona urbana. Hacían esfuerzos para imponer su manera rígida de ver a la realidad, de allí que entre sus principios estaba el cementar cuanto espacio verde hubiere en la ciudad. Planteaban, además, que como en el pueblo no existían putas no justificaban el nombre empleado. El Sr. Furgón unas de las pocas mentes de avanzada del Monbaires comentaba, en cada esquina, parado en sobre cajón, que por algo estaba y que dudaba de la moral de todas las que manifestaban en contra del limite impuesto desde tiempos inmemoriales. Pandolfi tampoco quería que el pedido de “je, je, las damas pudientes” prosperara porque tendría que explorar mas en pos del encuentro con su madre. Continuo el camino junto al mal presentimiento, tarareando una canción cubana que decía que las cosas malas se “echan pa’ tras”, con la ultima estrofa se percato de quien lo acompañaba, ni lerdo ni perezoso, le zampo un patadón y el mal presentimiento partió con una sonrisa parecida a la de Mac Artur cuando se fue de las islas. Tras escuchar el sonido de presentimiento contra el suelo prosiguió el camino como una bailarina con zapatillas de punta, livianiiiiiiiiiito. Luego de unos pas de deux, pocos es verdad, escucho una voz que le decía: Gregorito, ¿cómo te va? Se dio vuelta. Desde una alcantarilla próxima, con olor a pasado remoto, apareció una figura humana con un par de ruedas de ciclomotor, 4 tiempos, 50 cc. Hizo memoria rápidamente, alrededor de 780 gramos, no le alcanzo para reconocer al individuo. Pero, como siempre que uno se encuentra con un desconocido, este ayuda con algunos gramos y entre los dos logran el objetivo: ¡Soy Homero!, gritaba enloquecido. Ya al cuarto grito, completada la cantidad necesaria de memoria Gregorio también grito varias veces, con voz finita de memoria recién adquirida: ¡Pero como te va tanto tiempo! , ¡45 años! ¡Que digo 45, 46!, así llego a los 50 cantidad justa del desencuentro con Homero, que ya en ese momento revoleaba un gorro de lana, su sonrisa y un gato que acertó a pasar en ese momento. Homero, gran autodidacta en las labores agropecuarias, gran charlatán de feria, astro indiscutido en las domas de machos cabrios, no demoro en tomar la palabra y así por 35 minutos sin parar, entre otras cosas decía: “Gregorito no te imaginas como he pensado en vos estos 50 años. ¿Dónde andará el amigo de la infancia?, ¿se habrá casado? Mantengo en casa la cama en que dormías a los tres años, la de bronce con motor. Te acordás, ¡Que vueltas dábamos por la chacra! ¡A los saltos por los surcos!, y del Negrito Jesús, gracias el vos comías, que niño malcriado, te acordás que lo sentaban a tu mesa y ahí si le dabas al guiso, jajajaja, ahora bombero, Jesús bombero, no se puede creer el camino del hombre de campo y yo en tratamiento psiquiátrico, me dio este medicamento y el otro y el de mas allá. Los tomo todos juntos y a veces no. ¡Pero que gusto! 50 años no son dos días ni siquiera uno, son muchos más. Mi hermana “La mellada”, te acordás, esta viviendo en casa con 6 de los 16 hijos, ¡si!, no me digas nada, es rara, se convirtió a una secta. Es la que dice “Bienvenidos sean” y ella no tubo limite. Los de la secta hablaban sobre los donativos pero esa parte ella no la escucho. Y ahí esta hecha un ama de casa, a la orden, siempre a la orden. A cada uno que llega ella le dice: “Pa lo que guste” y ahí empieza el lío, 16 padres aportando, vive bien pero se confunde un poco, claro que nunca le dio la cabeza, le cuesta mucho llevar la contabilidad de los alimentos, ella funcionaba mejor de la cintura para abajo, ¡si!, ¡si! Una luz “La mellada”.Te acordás como corría para cazar lagartos, los banquetes que no hacíamos, claro engordó y se plantó en 16, además abandono la secta, los únicos hermanos que le quedamos fuimos nosotros. Jonny trabaja llevando y trayendo gente. Siempre nos llevamos bien con Jonny. Lastima que el empezó a hablar en ingles y adquirió otra cultura, nos dejo, nos abandono, nosotros somos los pobres de espíritu y no se junta con los pobres. Además dice que tenemos olor a humo, parece que esto le hace mal a los bronquios, el asma. ¡Asma!. ¡Asma!. ¡Ese es un “nariz parada”!. Ahora come huevos y tira la cáscara, todo un derrochón mi hermano.
Pandolfi sentía el cosquilleo de la orina sobre la próstata y no podía desprenderse de Homero. Los ojos le bailoteaban buscando una excusa para huir del monólogo, siempre le asustaron los monólogos, se le asemejaban a un alud de nieve, algo imparable que le tapaba los oídos y la entendedera. Como a 2 Km. venia el comisario a caballo, eso lo supo después, con su estilo farwest, antifaz y balas de plata. En cuanto lo vio al fondo de la calle, al trotecito, empezó a agitar las manos y mientras lo hacia saludaba a Homero con una sonrisa de amigo reencontrado y de nos veremos pronto y de gracias por todos los recuerdos, por “La mellada”, el humo y saludo a la familia. Homero quedo tieso con una sonrisa de me falta contarte alguna cosa mas y de este en que andará si saluda a la autoridad con tanta alegría. Pero ¡bue! las cosas de la vida son las cosas de la vida decía acertadamente la abuela de Pandolfi, se llamaba Secundina en obvia alusión de ser la primogénita, viejita simpática y divertida pese a todos sus achaques. Siempre estaba de buen humor, eso que no usaba el método familiar de lograr armonía, situación que más de una vez le hizo envidiar los testículos de Don Gregorio. “La vida es dura a veces” decía Secundina, “pero no hay duro que no se ablande” y le ponía el pecho a la adversidad, había sido operada y tenia solo uno. Más de una vez leyó a hurtadillas el manual Don Gregorio, era prohibido para mujeres, de ahí la hurtadilla. Ella jugaba con un par de berenjenas que se colgaba en la cintura y las masajeaba imitando a su marido. No lograba nada pero al poco tiempo hacia un nuevo intento, el curandero del pueblo le dijo una vez ante su consulta que tenia una fijación hortícola cosa que la dejo con la boca abierta y sirvió para que nunca mas consultara a este “atrevido, desgraciado, pelandrún infame, que se habrá creído”. Por supuesto no le había entendido ni jota, pero se manejaba mucho con la intuición. Decía que sentía un temblor acá, mientras se apretaba el seno que le quedaba, y eso era la señal que algo andaba mal.
Pandolfi bajo sus manos cuando el comisario levanto la suya y comenzó a caminar hacia la palmera mas grande la plaza. “Esta no se va a morir”, pensó mientras buscaba los botones de la bragueta. Al trotecito se acercaba la autoridad dándole tiempo a Pandolfi de descargar su vejiga repleta en la base de la palmera. Había placeres en esta vida pero como el de orinar una palmera ante la autoridad, ninguno. Un sordo, pero no mudo, quejido fue trepando por el tronco e hizo volar un par de tórtolas que, una en brazos de la otra, se pasaban en secreto los últimos chimentos del pueblo.
“Que dice Gregorio”, sentencio el comisario (era una de sus habilidades), luchando con un pucho que por chiquito se le había puesto nervioso y recorría la boca de una comisura a la otra.
“Bien, buscando sin encontrar” le contesto Gregorio.
El comisario, tipo muy sagaz, comenzó a pensar.
“¿Y que busca?” le pregunto el comisario.
Gregorio lo miro, sus ojos se llenaron de lagrimas, saladas las lagrimas, eso lo supo después, y murmurando con voz muy queda dijo: “A mi mama”.
El caballo del comisario sintió el impacto de esas tres palabras y reculo tres pasos, recordó su infancia, y también sus ojos se llenaron de lagrimas, lagrimas saladas, eso nunca lo supo, pero pensó en su mama, yegua buenaza y muy campestre.
Gregorio gimoteando se abrazo al caballo, su tibieza lo conforto y poco a poco dejo de llorar.
“Era hora amigo”.¡Hombre grande, tamaño mostrenco y en ese estado! ¡Quien iba a decir!. Viendo esto el comisario se bajo del animal y lo abrazo, tiernamente le palmeo la espalda y los tres se confortaron mutuamente.
“Cuente, cuéntele a la autoridad, se sentirá mejor” dijo la autoridad.
Pandolfi lo miro a los ojos y comenzó: “Mire comisario, mi vida no fue fácil, pero mi niñez fue mas dura que el resto. Estaba solo, hijo único, mi mama me mimaba mucho y me daba la teta pero un día.......... Reino un silencio atroz, con coronita y todo, y también con atroz. El comisario impaciente le dijo: ¿Y?
“Pero un día me la saco, no me dio mas leche”, nuevamente comenzó a llorar.
Ahí nomás, caballo y comisario, sin saber que decir, cansados de tanto llanto se fueron al trotecito por la calle, se escucharon violines.
Un coche con altoparlantes dejaba escapar un vals que huía de la caja de algún violín, pero a Pandolfi las notas le entraron por un oído y le salieron por el otro. Tan absorto estaba que cruzo la calle sin fijarse en los peligros que corría, no paso ni el loro... ni un perro.... ni una miserable araña, en fin, nadie.
Ahora mas que nunca tenia que encontrar a su mamá. Ni la autoridad lo había ayudado. Con desanimo, mala compañía si las hay, “rumbeo” para lo de Purita.
Purita era la mujer que en algún momento, en sus años mozos, había sido profesora de Pandolfi. Lo hacia entrar a la casa silenciosa, pasar a su cuarto, en enero, y cuando en el reloj de la iglesia daba las 3 comenzaba la clase. Pandolfi era muy tímido, un apretón en el estomago le decía que algo iba a pasar, algún temblor. Los primeros pasos dentro de la casa y la suave mano de su profesora lo tranquilizaba. La visión de esa mujer, tan solicita como una azafata lo emocionaba. Las amplias caderas de Purita, siempre pensó que podría tener trillizos, lo hipnotizaban.
Huesos grandes de movimientos amplios, firmes como vigas de cemento, y los pechos, ¡que pechos!, su objetivo estaba al alcance de la mano.
Ella lo desvestía, muy despacito y repetía: ¡mi bebe, mi bebe! A Pandolfi le venían unas ganas enormes de gatear. Gregorio repetía, una y otra vez : ¡soy grande, tengo 14, no puede ser, pero gateaba por toda la habitación diciendo ¡Da,Da, Gu, Gu!.
Luego de unas vueltas, se acercaba a Purita y le decía: ¡Quiero teta!
Con una sonrisa enorme, Purita sacaba sus dos enormes pechos y se los ofrecía a Gregorio. ¿Con cual vas a empezar bebe? –susurraba Purita. Acordáte de la lección uno, suavidad, con suavidad – lo instruía. Dos grandes pezones oscuros lo llamaban y Pandolfi, mientras a uno se prendía como sanguijuela, al otro lo pellizcaba. Así Pandolfi recuperaba la paz, veía todo color de rosas. Esto duró hasta los 26 y como todo pasa, su relación con Purita también pasó. Se dió cuenta que ya no era la misma, una vecina mas joven la había sustituido. ¡Generosa la Pura! Como sabia dar un paso al costado, dar lugar a nuevas generaciones. Y comenzó a llorar, mirando de reojo, no quería que el Comisario y menos su caballo, lo vieran. Tendría que ocurrir mas adelante. Esta idea mostraba con claridad la omnipotencia de Pandolfi. ¿Desde cuando un ser humano podía manejar su futuro? Claro que Pandolfi tenía una manera muy particular de ver la realidad, años de búsqueda lo habían hecho muy práctico, adquirió una velocidad tremenda para interpretar lo que pasaba delante de sus ojos. Eso, al principio le permitía poco, apenas unas imágenes, segundos venideros, pero luego ya fueron minutos y así hasta días. Se sorprendía arrastrando la gran cinta del tiempo y mirando pero le demandaba mucho esfuerzo y tenia que soltarla. La gris alfombra temporal retomaba su lugar, pero Pandolfi se daba el íntimo gusto de ver el futuro. De allí sus dotes de vidente que, fueron desarrolladas por la simple práctica de la búsqueda. De lo que se lamentaba era que siempre se encontraba con las imágenes del futuro de los demás, como si sus ojos fueran una cámara espía. Esto no dejaba de ser divertido, mas de una sorpresa se llevo mirando en la vida de los vecinos. Monbaires era un pueblo que siempre le daba sorpresas, en el pueblo había un peluquero, la competencia, que hacia su trabajo con una velocidad desusada, las cabezas no estaban mas de 5 minutos delante del espejo, no importaba lo complejo del corte, Gaviro, que así se llamaba este portento, tenia que enfriar las tijeras porque se ponían al rojo y chamuscaba el pelo de los clientes, por eso tenia poca clientela femenina ya que muchas de ellas salían con el cabello rizado además de bien cortado. Este peluquero era además pintor, un artista premiado en pueblos vecinos. Tenía muchas obras hechas con sillas y guías de teléfono, decía: “Amigo Pandolfi la vida tiene sus vueltas, como el intestino delgado, y yo creo que muestra de esa manera la diversidad dentro de la unidad”. Nunca pudo entender esa frase, tampoco el resto de frases célebres que llego a escuchar de su boca. Estaba casado con Nilita, una hermosa morocha de 1.90 de estatura. Pero Gaviro no estaba muy conforme con la pareja armada. Los primeros años fueron pura felicidad, si bien no habían tenido hijos, pero al séptimo año todo se complicó. En una fiesta de cumpleaños de Gaviro donde todo el pueblo asistió Nilita recibió a los invitados dando vuelta los párpados, gesto desagradable si los hay. Los invitados haciendo caso omiso a tal desplante y en honor al pintor y a la comida que estaba esperando, miraron para otro lado y una vez que la voz se corrió directamente entraban de espaldas para no ver los párpados de Nilita. A partir de ese día la pareja de Gaviro quedó muda, fenómeno que fue tomado con alegría por algunos, sobre todo por los hombres, que alababan la suerte del peluquero porque tener este espécimen de “mujer callada”. La fiesta transcurrió entre dichos, sonrisas y masticaciones varias solamente con el agregado de la ocurrencia de la anfitriona que, dicho sea de paso, protestaba al tener los ojos resecos y no contar con una buena provisión de gotas oftálmicas. La casa de Gaviro siempre fue un páramo, no había mobiliario alguno salvo una hamaca paraguaya que compartían en el descanso y una mesita ratona, no por el tamaño sino por el color, que usaban para apoyar la única vela con la que se iluminaban en las emergencias nocturnas. Nilita, había dicho que no era necesaria la luz eléctrica ya que ellos se acostaban no bien se ponía el sol. Gaviro mantenía en secreto el lugar donde realizaba sus obras de arte, comentaba, de vez en cuando, que la inspiración venia del mas allá y señalaba el suelo, donde hacia sonar sus pies descalzos, levantando pequeñas nubecillas de polvo. La tierra y el sudor del pintor bordeaban los dedos como si alguien voluntariamente los hubiese pintado con una línea muy pareja de color marrón. Pandolfi se sentía atraído por la pareja y por eso los visitaba para tomar una clases de peluquería que el amigo insistía en darle. Gaviro hacia sentar a su mujer en la mesa ratona y comenzaba con la clase, basada en la prodigiosa velocidad de crecimiento capilar. “Don Pandolfi a esta mujer no hay con que darle” decía el peluquero, mientras volaban como palomas los mechones de pelo.
Si bien Pandolfi se divertía, la búsqueda de su madre lo seguía persiguiendo. No había noche en la que no soñara con la persecución de aquella nube gris entre los árboles. Todavía sonaban en su oído los relinchos de las bestias de lata que todos los días se desbocaban en la calle principal de Monbaires y que el día de fugaz encuentro no atropellaron por un pelito a su mamá. Parado bajo la ducha, limpiando escrupulosamente sus testículos con jabón de coco pensó: si al abuelo le fue bien con la ayuda espiritual de aquella bruja de visita por el pueblo, porque a él, digno descendiente, le iba a resultar diferente. En Monbaires había una curandera muy famosa, con mucha clientela, a la que Pandolfi luego de secarse con unas hojas de abedul, fue a visitar. Caminó en círculo durante cuatro horas, dio ocho vueltas al pueblo y completó el recorrido hasta la casa de de esta mujer que según ella decía distaba mucho de la plaza principal aunque vivía a una cuadra. Nadie que tuviera fe en ella la contrariaba, por las dudas y por miedo. El asunto es, que algo fatigados, los huesos de este hombre llegaron a la casita blanca de Marión.
Asustado ante la posibilidad que la casa estuviese vacía corrió por su espalda un escalofrío que por su velocidad no pudo frenar al terminar la espalda y recién lo hizo en el hueco poplíteo. Golpeó.
- Pasá Gregorito, te estaba esperando- dijo Marión
Al escuchar esa voz el alma de Pandolfi, que se estaba fumando un pucho en la esquina, le volvió al cuerpo. Tímidamente abrió la puerta que hizo el mismo sonido que miles de puertas que se han abierto en las miles de películas de terror que él había visto en el Cine Teatro España.
Marión estaba sentada en el bidet, tenia un bidet en el comedor, también uno en el dormitorio y otro en la cocina,”Para calmar los ardores de la menopausia” – decía ella. Pandolfi sorprendido bajo los ojos e intentó actuar de forma natural, se sentó en unas de las sillas que rodeaban la mesa, sacó un pucho, lo encendió. Marión terminó sus abluciones se secó meticulosamente la entrepierna, bajó su pollera y dijo:” Ya sé, todavía andas buscando a tu madre”. La mujer levanto ambos brazos y a modo de suplica dijo. “Gregorito, por favor, si no puedes con el enemigo únetele,
¿Cuando viste a tu madre por ultima vez?” “Hace tiempo y a lo lejos, trate de alcanzarla pero se transformo en una nube, una nube gris enorme que se fue entre los halamos de la ruta provincial” – respondió
“La solución es muy sencilla, tenés que convertirte en un nubarrón y listo, así estarás en su sintonía, yo te ayudo “.
Gregorio la miró, asintió con la cabeza y la bruja, entre rezos y plegarias invocando al servicio meteorológico, mezcló algunos líquidos en un vaso y se lo dio a Gregorio. Este tragó la pócima, y cosa de no creer, su imagen se fue desdibujando hasta convertirse en un hermoso y robusto nubarrón que silbando esperanzado reinicio la búsqueda.










Coloso4912 de diciembre de 2007

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