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Calimero


Ese día, creo que era miércoles. Había terminado de comer lo que me daban. Deje el platillo limpio, sin la más mínima muestra del contenido y me puse a cavilar.
Mi vida no era nada original, pero era mía, claro que eso pensaba los días que mi digestión no incomodaba. Creo que mis problemas mentales, esa sensación, ese sentirme atrapado, esa fobia a los lugares cerrados no eran cosa del azar como se rumoreaba por ahí. La dueña de casa, a todos con los que se enfrentaba les hacia el mismo comentario, Calímero no anda bien, Calímero peca por glotón, Calímero es insaciable, Calímero, Calímero, basta. Todos mis problemas, y remarco la palabra todos, son afectivos y creo tener colon irritable. Los síntomas que describían en un programa de televisión eran exactos y coincidían con los que yo tenía. Un dolor sordo y persistente en mi abdomen aparecía cuando había algún problema con los habitantes de la casa. Muy seguido los adultos me molestaban con sus observaciones, comentarios sin sentido, pero era la falta de fundamentos lo que más rápido despertaba la irritación de mí colon. Los adultos de la casa hablaban, hablaban y hablaban, saltando de un tema a otro no extremaban el análisis y eso desataba mi furia. Nadie se comprometía, se hablaba del tiempo, de la economía, de los vecinos, incluso del clima en California pero nada se decía de cada uno, ninguna opinión en forma franca, todo era secreto, secreto a voces, claro. Una tarde de enero, caluroso enero, esos días en que uno entrecierra los ojos para aguantar mejor el bochorno, esos en los que moverse es una hazaña, tome la determinación de irme, de fugarme. Experiencia para manejarme solo no tenía. Había nacido en el barrio y desde ese momento no me había movido de él. Llegué a la casa pequeñito y ahora en mi adultez quería libertad, sobretodo libertad de opinión y porque no, libertad física que si bien no era lo mas importante, me faltaba. No tenia muchas cosas que llevar, siempre me arregle con lo mínimo pensando que el día llegaría, nada debía molestar. Mirando hacia un lado y hacia otro, tratando de disimular me puse a silbar mientras trazaba el plan de escape. Yo sabía que cuando limpiaban mi pieza dejaban la puerta abierta por pocos segundos, me pareció adecuado aprovecharlos. Eran segundos, preciosos segundos que debía atesorar. La dueña de casa era muy rutinaria, todos los días a la misma hora las mismas acciones, sonaba el despertador a las ocho en verano y a las nueve en invierno, dos o tres minutos mas tarde se levantaba saliendo del dormitorio hacia el baño, se escuchaba ruido de agua que corre y luego hacia la cocina, la cafetera empezaba largar vapor y ese fuerte olor inundaba toda la casa, ponía pan en la tostadora y el dulce en la mesa, dulce de durazno, el único que le gustaba, calentaba leche en una taza blanca que decía “bon apetit” en rojo, un minuto en el microondas que zumbaba bajito hasta que pitaba tres veces y la taza con humeante leche descremada era depositada con suavidad sobre la mesa del comedor.
La taza caliente mas cerca del borde, el dulce con su tapa verde y el plato con las tostadas, el azucarero, la cucharita y el cuchillo de punta redonda en el centro de la mesa. Esta ceremonia duraba veinte minutos. Inútiles para mí. Luego hacia la lista de alimentos necesarios para el día, incluía por supuesto los míos y a renglón seguido, el momento más importante, preparaba el desayuno para todos.
Ese día abrió la puerta con un plato repleto de comida, también trajo agua. Fue el momento que esperaba, el que había considerado más adecuado para lograr la libertad, para cambiar de aire, para abandonar el colon irritable, las charlas sin fundamentos, la rutina, la lógica perdida, la sin razón. En un solo movimiento salí volando, atravesé la casa y llegue al exterior, al fin libre pensé.
Hoy en mi nueva casa, la mujer acaba de entrar a la pieza, me deja un plato lleno de alpiste, cerró la puerta rápidamente y, como todas las mañanas, se fue a desayunar con café, tostadas y dulce de duraznos. Yo también desayuno, pero con un nuevo nombre grabado en el metal que rodea mi pata: simepierdollamar47624040.




Coloso4912 de diciembre de 2007

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