TusTextos

Dorotea



Vos sabes que toda mi vida fue un laberinto recorrido con sentido común. Creo que por eso sigo viva. También estas enterada que hace tiempo gambeteo a esa, y la señalo para no nombrarla. Esa ha tratado de llevarme y le dije que no, que en otro momento. No es una resistencia heroica, ni romántica, es nada más que seguir el camino pese a todo. Mamá me decía, acercando su boca a mi oído: “Mi amor, usted nunca afloje”. Y yo le hago caso. ¿Te acordás cuando José me fue a buscar? Que viejo loco, querer casarse a los 60, y nada menos que conmigo. El sol entibiaba mis pies y los de Cecilia, las dos sentadas en la puerta mirando la plaza, los vecinos pasaban dejando pequeños saludos, que no oíamos, Cecilia porque ya era muy vieja y yo porque me había contagiado su vejez. Pese a que el sol me encandilaba veo una silueta de hombre. Me asusté. Cuando logro darme vuelta, siempre me costo hacia la izquierda, fue por la caída del caballo, ¿te acordás?, apareció José, sus pocos pelos agitados por el viento brillaban blancos contra un fondo celeste. Parecen unas banderas, pensé y me dio risa. Se agachó diciendo hola como están y nos dió un beso. Cecilia, siendo su tía, no lo reconoció, estaba vieja la vieja. Me pare de un salto. Hola José tanto tiempo, viniste a visitarnos, que bueno, yo sabía por Luís de tu venida, ¿como están todos? El hizo silencio, para mi gusto muy largo, claro que nunca fue muy charlatán, mas bien era de hacer, disfrutaba trabajando en sus maderas, yo veía cuando las acariciaba y les pasaba esas manos grandotas, y ellas sonaban, el las lijaba con las manos, tenia callos y era joven y lindo. Al fin habló. “Dorotea tengo que charlar a solas contigo”, y miro a Cecilia que seguía con sus los ojos entreverados en los plátanos. Yo me reí, “Ella no entiende, no te preocupes, habla tranquilo, que misterioso estás”. El también miró a los plátanos, no se que buscaba entre las ramas, parecía que intentaba aflojarle las cascaritas, así era de minucioso en su mirada. Se cuadró delante de mí y llevó las manos hacia atrás. “Dorotea, vos sabes que yo me divorcie de Luisa, no fue fácil la vida con ella, ya tiene a otro y es muy parecido a mi, y los chicos ya hacen su vida, Josesito con su ferretería esta acomodado y Claudio pese a la mala bebida también tiene sus pesos en el bolsillo y yo me quede solo.”. En este punto del discurso yo ya estaba con el estómago apretado, sudando, no podía creer lo que escuchaba, el también sudaba, pequeñas gotitas corrían por sus patillas. Cecilia se entretenía raspando con la uña la manga del pulóver, y pese a que el sol le daba de frente ella no transpiraba. Que te cuento que Cecilia fue mi consejera, en fin, mi única amiga. Cuando hablábamos de amores ella repetía una frase que me quedó dando vueltas, m’hija los hombres no saben lo que quieren. Me quedó, ¿sabes? y Miguel fue un ejemplo, el decía que estaba enamorado de mi, yo te adoro Dorotea, sos divina, sabia que mentía, pero miré para otro lado, miré lejos, miré a mis hijos que nunca aparecieron, mi casita, alguna ida al cine, todo eso me dejo ciega, mas que ciega, tonta y enamorada. Pero Miguel no sabía lo que quería y Cecilia era solterona, pobre, pero igual sabía. A los dos meses de casados se fue, no dijo ni mu, yo pensé que se había quedado en alguna timba, vos podes creer que se fue sin tocarme un pelo, quizás algún beso que ni recuerdo, los hombres no saben lo que quieren, sabia la solterona. Siempre discutí con la vieja, yo le decía que las mujeres tampoco saben lo que quieren y se enojaba, se ponía colorada y revoleaba sus ojitos celestes. Mamá también me dejo, y me dejó en tu casa Cecilia y vos sabés como fue todo, yo tenía 6 años, y el que me visitaba siempre era papá. ¿Te acordás? Siempre me traía galletas malteadas, a mi no me gustaban, solo a papá se le ocurre que a una niña le gustan esas galletas pero como era su obsequio las comía con gula, me lo quería tragar a mi papá y no quería que se fuera, a mi me gustaban las dulces, con azúcar por arriba, esas brillantes que se deshacían en la boca. Pero un día papá dejo de venir y Cecilia me explicó que la bebida hace mucho mal y a tu papá le agarro una pataleta y no vendrá más. Ese mismo día fuimos al cementerio, claro que todo era nuevo para mí, yo no sabia de la existencia de esos lugares. Este me gustó, tenia calles con piedras cuadradas, grandes, rugosas. Yo trataba de no pisar las uniones, iba como jugando a la rayuela. También tenía árboles muy altos que sacudían sus puntas con el viento. Hacia calor y el sol brillaba en los metales y transformaba en terrones de azúcar todo el resto. La gente pasaba con flores, no me olvido del olor picante y dulzón que salía de sus manos. Caminamos entre piedras enormes, había puertas, y mucho oro en las piedras y letras, algunas fotos también. Recuerdo que alguien cantaba y que nos paramos frente a unos señores que estaban apoyados en palas y tenia botas de goma y había mucho barro que hacían sonar con cada paso que daban. Es todo lo que recuerdo. Sé que te lo he contado mil veces, tenéme paciencia, me asalta este recuerdo cada vez que estoy contigo. Sé que lo sabias antes que yo y también sé que no te aburro. Ese día
canté el arroz con leche cuando volvimos a casa. Cecilia lo cantó conmigo con una voz muy finita que me hace acordar al ruido de los carros que pasan por el frente de casa llenos de bolsas. Ponía los ojos hacia arriba como mirando a los ángeles, como vos en tus fotos. Mi vida continúo en esa casa y pasó rápida, entre costuras, tejidos y rezongos de la vieja. Fue un vaivén entre la casa y la vereda, los saludos, los sueños que se producían a borbotones y la resignación que los combatía. Hasta que llegó José. “Dorotea, nos vamos a Buenos Aires y nos casamos allá”- dijo mientras me apretaba el hombro con una de sus manos. Sentí que hervía de contenta y a la vez no podía entender lo que estaba pasando. Le pedí repetición, él, muy serio fijando sus ojos celestes en los míos repitió palabra por palabra, deteniéndose en cada una de ellas, como si le hablara a un extranjero. “Dáme unos días. Veré que hago con Cecilia - le dije mientras miraba a la viejecita que seguía rascando su pulóver.
Yo se virgencita que es la milésima vez, que mi cuento se repite, que lo conoces de memoria, que me tenés paciencia y que lo hago porque José, mi José, el de calmos ojos celestes seguramente esta muy cerca tuyo.






Coloso4912 de diciembre de 2007

1 Comentarios

  • Briseida

    ¡Vaya con Dorotea! y con Coloso.
    Un gusto leerlo señor. Iré a otros escritos tuyos.

    05/02/08 01:02

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