Miedo.
Hoy escuché por primera vez el tic-tac del minutero de mi reloj. Hacía seis meses que acompañaba el baile de mi muñeca, pero desde entonces no he tenido una calma ejemplar como la que he tenido hoy. He llegado a oír sirenas de busca y captura a tal distancia dónde mis ojos se frustran al límite del horizonte y no he sido capaz de apreciar el simple tic-tac que ha ido acompasando en cada uno de los segundos interpretados. Quizá sea ese mi error. El error de querer oír antes el miedo ajeno que el propio para ahuyentar el miedo que siento. El motivo, ella o debería decir, ellos. Un miedo de creer que podía superar cualquier traba y ante la más sincera realidad me veo vacante sin saber que ruta acosar. Es el temor a reflexionar que si no soy capaz de afrontar mis propios recelos, no seré capaz de quererla nunca. Y lo que es peor, la muerte del tic-tac.
