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La Gitana Con Sabor a Espuma de Mar

Entre lo amargo del café quedo el aroma de tu piel, aún recuerdo esos besos que caían como lluvia que no moja, solo refresca, que no penetra, solo se siente. No sé muy bien a donde se fue, donde es su refugio, donde se esconde del sol. Solo se que se marcho y me dejo una vez mas la cama desordenada, labial carmesí por todo mi cuerpo y su fragancia en mi habitación
Ella era así, libre como el viento que hace danzar a las ya moribundas hojas, entre el otoño y el invierno. Como el rocío veraniego de la madrugada que cae sin previo aviso y es apenas perceptible. Tuve que aprender a no acostumbrarme a su presencia, ya que nunca iba a saber cuando iba a desaparecer, cuando era la hora de su partida. Tuve que aprender de la soledad que viene derechita hacía mi a cada amanecer, y se instala aquí, entre mis brazos a falta del calor de su cuerpo, ese cuerpo menudo y chiquito. Tuve que aprender a no esperar.
Es como la primavera, necesaria y anhelada, como un sediento desea agua. Y sin saber si quiera cuando, como, ni donde, incluso dándola por perdida y olvidada, un día aparecía, sonriendo como niña inocente, llenando de alegría mi ser ¿Es que a caso no se da cuenta? o quizás no le importe realmente… cuanto la había esperado, cuantas noches pase en vela deseando que apareciera radiante y con olor a flores en el lumbral de mi casa, mis miles de noches de insomnio pensando en ella, los bares que recorrí bebiendo para apagar algo que no era sed, y las tazas de café, ya frio, que estampe contra la manchada pared de mi cocina.
No lo sabía con certeza, pero tuve que aprender a no necesitarla, ni a ella, ni a su cuerpo, ni a sus besos. Aprender a no quererla, o a quererla de a ratos mejor dicho, pero ¿Es a caso eso posible?
Así era ella, fugaz. Siempre me asombro como danzaba en la noche, era una puta con gusto y a mi me encantaba aquello, sus movimientos rápidos y efímeros que tanto me enloquecían. Adoraba sentir como se estremecía de placer, escucharla gemir, incluso gritar. Recuerdo el tacto de su piel, como mis manos recorrían su cuerpo, memorizándolo todo, cada detalle. Mi lengua cumplía su pomposa obra haciéndola desear el momento en que me depositaba lentamente en su sexo, y lamía, lenta y cuidadosamente, haciéndola vibrar aún mas… Era entonces cuando enloquecía, y eso era de lo que mas me gustaba. Como espuma de mar revuelto.
Sin embargo tuve que asimilar que no era mía, porque era una puta con gusto, pero no de uno solo, tuve que aprender a compartirla, dejarla libre… a dejarla ser. Era una gata, mi gata favorita, la única que tenía, pero no era su dueña, y como se dice de los gatos sin dueño “vagan por el mundo buscando donde comer, luego se marchan para quizás algún día volver”.
Si me concedieras un deseo para hacerme feliz sería poder ver su pelo enmarañado y enredado por las mañanas, preparar el café y que nos embriague ese perfume que proviene de nuestro balcón, un balcón lleno de rosas escarlatas, reír a carcajadas, y cada noche regalarle un recuerdo distinto. Pero es inconcebible, ya lo se. No se le puede pedir a una Gitana que comparta casa con una Catalana.
Es demasiado pedir, debo aprender a conformarme con esos besos que mojan, suavizan y se esfuman con la brisa del alba.
Crisis17 de abril de 2015

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