Una noche más, ella abría la caja de Pandora de sus mil recuerdos, hechos de las medias verdades, inconsistencias y contradicciones con las que él jalonaba sus verbos y sus actos. Los hizo arder en llamaradas que lamían el cielo en oscuro desencanto hasta ocultar el titilar de las estrellas y acallar el conjuro de la luz de luna. Y al rayar el alba, las ascuas que iban quedando crepitaban antes de aquietarse en la parda bruma de la memoria.
Una noche más, ella se mordía el llanto, negándole el agua y la sal, hasta que sangraba en manantial bermejo hacia sus adentros. Se entregaba a los brazos de Morfeo que la arrullaba en su elegida soledad, ahogando así el impulso de correr a su encuentro, o de ensoñar su presencia en el lecho solo para despertar entre las mariposas gualdas de esas ateridas madrugadas junto a él.
Una noche más, ella hacía estallar la realidad en toda su alevosa verdad, evocando cada beso que no recibió, cada mirada en que no la vio, cada caricia que quedaba congelada en sus manos de escarcha sin alcanzarla, cada espeso silencio que cortaba el aire con su frío aliento de amanecer de invierno, y que gravitaba sobre esas palabras nunca pronunciadas que ella tanto anheló escuchar.
Una noche más, una cruenta batalla más ganada a su indiferencia.
Una noche más, un paso más, para proclamarse vencedora en una guerra de defensa: la de la esperanza de un futuro sin él.