TusTextos

Nunca Dejes de Soñar...


En uno de nuestros grandes viajes por el mundo, mis padres, mi hermana y yo, llegamos sin proponérnoslo, a la bellísima Venecia, y tal fue el encanto de sus aguas, sus casas y sus amigables vecinos que decidimos quedarnos allí hasta que aquella bella ciudad nos aportara algo especial. Con mis escasos 13 años, me instalé con mi familia en una casa con vistas al Gran Canal.
Llegamos en un mal momento para mi familia. Llevábamos semanas sin dormir nada por las noches y, aunque intentásemos disimularlo, todos sabíamos que teníamos un problema.

Salí a la calle buscando chicos de mi edad, para tener amigos el tiempo que estuviera allí. Encontré unos chicos jugando al fútbol en la calle. Aunque no lo creáis, Venecia, además de canales, también tiene calles. Me acerqué a aquellos chicos que, como bien había pensado, tenían mi misma edad. Les saludé y mantuvimos una conversación en italiano:
–Hola chicos, me llamo Daniel –dije con aire muy jovial – Soy de España, estoy aquí de vacaciones.
–Hola Daniel, ¿Quieres jugar? –me preguntó un chico, Marco, que parecía ser el “relaciones públicas” del grupo.
–Muchas gracias, acabo de llegar, no tengo amigos venecianos –contesté agradecidamente.
– ¿Vamos a la pista de fútbol del parque? –preguntó un chico que, por el acento, no era italiano.
– ¡Vamos! –dijeron todos a la vez, con una unanimidad que me asombró.
Cambiamos de rumbo y nos dirigimos hacia el parque. Fue entonces cuando conté cuántos éramos. Éramos diez. No, once. No conté a aquel chico que estaba apartado del grupo; pero venía con nosotros. Sí, venía con nosotros.
Estuvimos jugando, hicimos equipos de cinco. Claro, porque cinco y cinco son diez. Pero, ¡No éramos diez! ¡Me volví a olvidar de aquel chico! Aquel tímido chico no estaba jugando. Nos esperaba en la grada, con la mirada perdida.
Fui con él; al fin y al cabo, era mi amigo, y me importaba lo que le pasase. Conversamos en italiano:
– ¿No vienes a jugar? –dije, intentando sonar lo más convincente posible. –Vamos a empezar ya.
–Creo que no sueño con ser futbolista. Prefiero quedarme aquí pensando –me dijo sin mirarme a la cara.
– ¿Soñar? ¿Sueños? ¡Valla tontería! ¿De qué sirven los sueños? Te despiertas y, ¡No están! Te ilusionas con ellos, pero despiertas y nada es real. –dije muy serio, con aire de maduro, como desechando esas ideas que me parecían infantiles.
–Lo que tú digas –se levantó de las gradas y bajó por las escaleras – Me llamo Marcello.
–Yo me llamo Daniel. No te vayas.
Marcello se fue. ¿Le habría sentado mal lo que dije? Quizá soñar no fuese tan infantil, quizá hubiese algo que no había terminado de comprender. Fuera lo que fuese, se había hecho tarde, y debía irme a mi casa.
–Chicos, me voy a mi casa –grité aún desde las gradas y me fui corriendo.

Llegué a mi casa y fui a mi habitación a ponerme el pijama para andar por casa. Después, puse la mesa y me senté con mi familia para cenar.
– ¿Qué tal esta tarde? –me preguntó mi madre – ¿Hiciste amigos?
–Muy bien, he hecho un montón de amigos -la contesté con alegría.
– ¿Y que habéis hecho? ¿Os lo habéis pasado bien?-me preguntó con interés mi padre.
Y así estuve toda la cena, contándoles lo que había hecho y con quién había estado, incluso mi hermana me preguntó.
Terminamos de cenar y nos quedamos en el salón a ver una película. Pero yo tenía mucho sueño y me estaba quedando dormido en el sofá, así que me fui a mi cama a dormir.

Ahí estaba yo, tumbado en la cama de mi nueva casa italiana, intentando dormirme. Tenía mucho sueño, así que pensé que esa noche si conseguiría dormir. Tumbado en mi cama, miraba el despertador de mi mesilla de noche, eran las dos y media. Me di la vuelta en la cama, no podía dormir. Pase un buen rato en esa posición, mirando la pared, estuve unos quince minutos. Me volví a dar la vuelta, mire el reloj, eran… ¡Las dos y media! ¡¿Cómo?! No había pasado ni un solo minuto.
Me levanté de la cama asustado, algo raro había pasado. Todos los relojes de la casa marcaban las dos y media. Todo estaba quieto, en paz; como si el tiempo se hubiese parado, a las dos y media. No era normal, así que decidí salir a la calle, para ver qué pasaba. La calle estaba igual de misteriosa, en completa quietud. Nada se movía. Definitivamente, el tiempo se había parado.
Me dirigí al parque, donde esa misma tarde había estado jugando al fútbol con mis nuevos amigos. Todo seguía quieto, pero, en el parque, había muchos chicos de mi edad. Cada chico estaba solo, dando vueltas por el parque, como si no vieran que había gente a su alrededor.
Entre todos aquellos chicos, identifiqué a alguien. Sí, allí sentado en la grada estaba Marcello, aquel chico a quien seguramente hubiese ofendido con mi falta de ilusión. Fui hacia él, a la vez que la gran mayoría de los chicos que había en el parque iban desapareciendo de mi vista, como simple aire.
–Hola Dani, ¿Qué tal? –me dijo Marcello.
–Bien. Oye, Marcello, ¿No ves todo esto muy raro? Es algo siniestro, ¿No te parece? ¿Qué estará pasando?
–Son los sueños, como te parecen una tontería, has dejado de soñar. Estás dormido, pero el tiempo para ti se ha parado.
– ¡¿Qué?! –dije desesperado.
–Consideras los sueños una tontería. Así que te han abandonado. Anda, ven a dar una vuelta –dijo con un tono tranquilizador – te enseñaré la ciudad.
–De acuerdo –dije decaído, decepcionado.
Marcello y yo anduvimos caminando por toda la ciudad. Marcello me explicaba la ciudad y me mostraba su belleza; yo, pensativo, reflexionaba sobre mi insensible comentario acerca de los sueños. Mientras tanto, los relojes marcaban las dos y media.
–Marcello, –dije con voz mansa – perdona por lo que te dije antes. Espero que lleguemos a salir de aquí algún día. ¿Tienes idea de como salir de esto?
–Claro,-contestó para mi asombro – ¡Debes soñar! Cuando sueñes, todo esto se acabará. Pero eso no es tan fácil.
Habíamos llegado de nuevo a las gradas del campo de fútbol, y estábamos ahí sentados, solos en toda la ciudad, presenciando un silencio monumental.

–Intenta pensar en algo que sueñes, –dijo Marcello, rompiendo el silencio – lo que más desees.
Me puse a pensar, y me entristecí, viendo que no soñaba con nada. Nada deseaba en ese momento. ¿O sí?
–Lo tengo, mi sueño es salir de esto y ser tu amigo –grité con alegría.
En ese momento, comencé a desaparecer, a irme. Lo había conseguido, salía de allí. Pero Marcello seguía ahí sentado, despidiéndose de mí con una sonrisa en la cara.
–Marcello –grité – Si sabes cómo hacerlo, ¿Por qué no sueñas, para salir de esta pesadilla?
–Claro que sueño –me dijo – Mi sueño es venir aquí cada noche para ayudar a la gente que, como tú, anda aquí perdida. Que te vaya bien.

Cerré los ojos y los abrí, estando ya en mi cama. Al principio no entendía que significaba lo que acababa de ver, pero luego pensé:
–Esto que he vivido es… ¡Un sueño! ¡He dormido! Por fin he conseguido descansar, después de tanto tiempo.
Me llené de alegría y, para afianzar esa alegría, miré el reloj, que por fin dejaba de marcar las dos y media y que me susurraba suavemente: “Las doce y cuarto”. Decidí levantarme de la cama e ir a la habitación de mis padres a contarle las buenas noticias. Abrí la puerta de su habitación y mis padres fingieron estar dormidos; porque, como ya he dicho, todos disimulábamos el problema que sufríamos para no preocuparnos.

Salté sobre la cama y mis padres fingieron despertarse. Mi hermana entró por la puerta. Nos miramos los cuatro y nos abrazamos. Hice un amago de hablar pero se me adelantó mi madre:
–Hijo, tu padre y yo tenemos un problema –me dijo, en un tono de confesión que infundía respeto.
–Sí, llevamos semanas sin dormir y no sabemos por qué. No te lo dijimos para no preocuparte, pero es que el problema está empezando a ser grave –dijo mi padre con total seriedad.
–Ya lo sabía, me pasa lo mismo. Pero hoy, las cosas han cambiado, y se como hacer que volvamos a descansar.
– ¿Si? –me preguntaron mis padres a la vez- ¿Cómo?
– ¿Cómo? –dijo mi hermana, siguiéndoles la corriente.
–Debéis soñar, si los sueños se van, no se puede dormir. Porque, ¿Qué da más descanso que soñar? ¿Qué da más descanso que anhelar un mundo mejor?
Tras mi precioso discurso, logré contradecir aquellas palabras que habían herido a mi amigo, a Marcello. Mis padres me entendieron, y comprendieron que soñar es imprescindible en esta vida, aunque seas adulto y lo consideres infantil. Una persona armada con un sueño puede cambiar el mundo.


Y esto fue, amigos míos, lo que me llevé de Venecia. Dos semanas después de esto, volví a mi ciudad, Aranjuez. Pero Marcello me había enseñado una lección: Nunca dejes de soñar. Un sueño con fe puede cambiar tu vida.

Danielo08 de septiembre de 2008

6 Comentarios

  • Dama

    Despues de leer tu texto me siento todavia m?s seguro en lo que siempre reafirmo , los sue?os alimentan y engrandecen el alma, so?emos pues ,
    Un texto para reflexionar , Danielo un abrazo

    08/09/08 06:09

  • Diesel

    So?ar es tener fe en la Vida. Yo quiero siempre so?ar aunque la Vida sea a veces tan dura...

    08/09/08 09:09

  • Danielo

    Dama, muchas gracias por el comentario...
    No sabes cuanto me ha animado...
    (So?emos pues)

    08/09/08 09:09

  • Danielo

    Diesel, cuanta raz?n tienes...

    08/09/08 09:09

  • Mejorana

    So?emos.
    Vuelvo hoy por segunda vez a nuestro cl?sico.
    ?Qu? es la Vida sino so?ar?
    Buen relato amigo y bienvenido.

    08/09/08 10:09

  • Leonora

    un texto precioso,que a calado hondo.un abrazo

    16/09/08 12:09

Más de Danielo

Chat