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Capítulo 5: Al- Magerit Ciudad Del Agua.


El sol, todavía no había marcado el mediodía y Adrian ya estaba muerto de calor, atravesando el campo por la ribera del Manzanares, y encima de un borrico. No sabía cuando llegaría, pero estaba impaciente, en su época, no había mucha información acerca de la existencia y las costumbres de la ciudad en la época en la que él calculaba que se encontraba.
Había encontrado por fin, un lugar en el que sus conocimientos de historia y todo aquello que le habían transmitido sus profesores de esa materia se pudiera utilizar y poner en práctica; para no complicarse pensaba que aquello era un control de historia, lengua y otras asignaturas, entre las que no había que olvidar la picardía y la valentía, para poder sobrevivir.
Cuando calculó que serían las 2 de la tarde, paró el borrico al lado del río para que pudiera beber y sacando un tomate lo lavó y se lo comió a mordiscos, nunca lo había probado en su casa, pero aquel sabor era un regalo para el paladar.
Se sentó bajo unos álamos que había junto al río y en la sombra se quedó dormido con el sonido del agua, sin embargo a las dos horas, le despertó el burro que estaba olisqueando la bolsa de las verduras, le daba pena que tuviese hambre así que partió un pepino por la mitad y se comieron un lado cada uno, aunque él tardó más, al tener que irle quitando la cáscara.
Con mucha pereza se colgó de nuevo la bolsa y agarrando al animal de los estribos que llevaba, comenzó a andar por la ribera, el paisaje de su entorno iba cambiando, cada vez era más llano y la vegetación iba cambiando, las encinas y los alcornoques, poblaban aquella zona, dejando espacio en la orilla para otras especies como chopos, olmos y fresnos.
Su mente divagaba por los senderos del recuerdo y en esa tarde se le iban ocurriendo muchas cosas que hacer, pero no las podría hacer, estaba encerrado en el tiempo. Estaba preocupado por su familia y por David, que estaba conectado en el Messenger, todos le estarían buscando, el Cuerpo Nacional de Policía, la Guardia Civil, las noticias hablarían de él y sin embargo nunca le encontrarían, como a muchos otros, estaba convencido que los desaparecidos no eran abducidos como muchos planteaban ni eran objeto de ningún experimento extraterrestre, simplemente se quedaron atrapados en sus sueños, en el recuerdo, en ...Thirenae y atrapados en un mundo del que no pueden salir.
Sus pies se comenzaron a resentir de la caminata de varias horas, con lo que se volvió a montar en el animal, que parecía no importarle el aumento de carga, porque seguía con el mismo ritmo de todo el día; aunque comenzaba a refrescar al atardecer, Adrian notaba, como el ambiente iba siendo más seco y no tan frío como en la sierra. Se veían algunos animales como algún jabalí, pero a esas horas de la tarde, hubo uno en especial que le llamó la atención, era precioso, su pelaje pardo, sus orejas con un pico de pelo, sus manchas en el lomo y sus ojos brillantes sirvieron para hipnotizarle y hacerle comprender por qué el lince ibérico estaba en peligro de extinción en su época, era hermoso y sus andares felinos completaban el conjunto de artes que mostraba aquel animal en la naturaleza. Por los árboles, el paisaje y los animales que había visto, debería estar atravesando El Pardo.
Las primeras estrellas hacían su aparición en el firmamento y la luna comenzaba a brillar en su fase cuarto creciente, a lo lejos veía como las encinas y los árboles se hacían más abundantes, con lo que decidió seguir hasta allí para resguardarse del frío y encontrar un sitio cómodo donde dormir. Se fue alejando de la orilla del río y en lo que le pareció una hora o así llegó al comienzo del bosque.
Mientras se iba introduciendo en la espesura, se iba alejando más del Manzanares hasta que en un pequeño claro por donde pasaba un pequeño arroyo, se detuvo para descansar y dormir al raso como en los campamentos de verano, mientras miraba las estrellas.
La noche fue tranquila, no tuvo molestias, ni sueños, ni tuvo que salir corriendo por el ataque de ningún animal. El burro estaba allí a su lado y con el canto de los pájaros en los albores del día se despertaron los dos. Adrian, se puso a lavarse la cara en el arroyo, mientras el borrico desayunaba grandes porciones de hierba con el fresco rocío de la mañana.
Había perdido el rumbo del río, sin embargo, ese arroyo, debería desembocar en el Manzanares. Mientras desayunaba un pepino que quedaba en la bolsa, se dispuso a seguir el camino.
En ese momento que estaba cerca de conocer su ciudad en la antigüedad, estaba nervioso, ansioso, sentía como si una gran corriente eléctrica recorriera el interior de su cuerpo, no sabía como le iba a afectar, durante siglos habían salido a la luz restos arqueológicos, rumores, creencias sobre la existencia de un Madrid antiguo y ahora que tenía la oportunidad de conocer la verdad, no podía explicar esos sentimientos, quizá le asustara la realidad, y si era cierto que solo era un fuerte árabe, ¿podría soportar la carga de conocer la verdad y no contarla? a lo mejor no, pero como no tenía claro si algún día volvería a su casa, se preocuparía por ir inventando algo que decir al llegar a la ciudadela.
Ya cansado de andar a pie se montó en el burro y despacio, fueron avanzando por la orilla del arroyo que atravesaba el inmenso paraje. Había zonas en las que había enormes claros, pero eran escasas, los árboles brotaban a montones del suelo, ya comprendía el dicho de que en España antiguamente una ardilla podía ir de norte a sur sin tocar el suelo. El pequeño arroyo iba recogiendo poco a poco agua de otros torrentes y su caudal iba aumentando, pero no de forma considerable.
En lo que a Adrian le parecieron unas horas llegó a una pequeña cascada del arroyo en un desnivel y un pequeño lago, después de eso, el arroyo continuaba y poco después el agua empezaba a estar canalizada en una pequeña acequia y tras unos metros de allí el agua se adentraba en la oscuridad del subsuelo, el caño la conducía bajo tierra, con lo que perdiendo de vista el arroyo, Adrian continuó por aquel inmenso pinar y al fin escuchó un sonido que no fuera producido por la naturaleza.
Los cascos de unos caballos chocando con el suelo de piedra, inundaba el lugar, cada vez sonaban más cerca, le recordaban a las películas antiguas, en las que todo aquel que se lo podía permitir montaba a caballo y luchaba como caballeros que eran, pero solo eran actores delante de una cámara, exhibiendo un guión, fruto de la imaginación de una persona; sin embargo esto era diferente, él estaba en la Edad Media y no tenía pinta de ser todo tan bonito y perfecto como pintan las películas.
Los caballos se alejaban cada vez más, pero Adrian, los había visto pasar a lo lejos, montado en su único amigo en ese lugar, llegó a una pequeña colina dentro de ese pinar, en el que había un montón de manantiales de agua y el suelo estaba embarrado. Se bajó del animal y tirando de él consiguió llegar a la cima, allí se quedó estático, no había imaginado que vería nunca una, tenía bastantes desperfectos, sin embargo era mucho más espectacular que las que habían llegado hasta su siglo. Se trataba de una calzada romana, la mayoría de las piedras centrales pulidas, aunque ya presentaban un gran desgaste. A los lados había trozos rotos de algún baldosín chascado, y la hierba comenzaba a adueñarse de las grietas que las descuidadas rocas dejaban.
Andando por aquellas rocas su mente divagaba por las diversas hipótesis que conocía y por las que la situación daba pie a inventarse. Si los arqueólogos e historiadores afirmaban que Madrid no tenía legado romano, ¿por qué iba andando por una calzada en dirección a Magerit? Si en algunos barrios, los habitantes reclamaban investigaciones más profundas sobre antiguos poblados por que habían sido encontrados algunos pequeños restos ¿por qué no las hacían? ¿Realmente estaban seguros de sus investigaciones y teorías o tenían miedo a descubrir algo tan grande que trajese más dudas e incógnitas de las existentes ahora?
Ese tramo estaba inclinado hacia arriba y al burro le costaba andar entre las piedras, sin embargo al cabo de un tiempo llegaron al final de la cuesta y entonces fue cuando Adrian se quedó paralizado, a lo lejos podía ver el río que dejó el día anterior y como el arroyo canalizado, salía del bosque y pasando por algunas casas ya sin canalizar, desembocaba en él, pero centrando la vista en el paisaje, lo que más le impresionaba era el alcázar que había sobre el gran promontorio que había a la otra orilla del río, destacaba por su gran altura y parecía sacado de un cuento, era muy parecido a un castillo. Veía solo tres grandes atalayas de forma circular unidas por una enorme pared de piedra, las torres terminaban con un tejadillo redondo. De aquel alcázar partían hacia cada lado los laterales de la muralla, que desde la lejanía parecía impenetrable. El edificio le hacía venir a la mente el alcázar de Segovia que hasta su actualidad llegaba, pero sin embargo el de Madrid era más primitivo y no estaba tan remodelado como un castillo de la realeza castellana. La vista era espectacular: los dibujos, cuadros e imágenes que había visto sobre él no tenían comparación como verlo en persona conservando aún su imagen islámica. En la lejanía se podía apreciar como la fachada que daba al otro lado de la ciudad, poseía dos torres cuadradas. Muy cerca de él se encontraba una mezquita con una almenara bien alta y del mismo estilo que el del palacio.
Lanzándose a la aventura comenzó a descender, a los lados del camino había pedazos de rocas que tiempo atrás habían sido las lápidas de los habitantes de la villae romana, sobre la que estaban asentados los musulmanes.
Según se acercaba a la orilla del río comenzaban a aparecer casas con patios y algún que otro pequeño jardín, a Adrian le recordaban a las domus que había estudiado en Cultura Clásica años atrás.
Tardó más de una hora en llegar al ancestro del Puente de Segovia y cruzó por primera vez el Manzanares, el camino que le aguardaba ahora era una gran cuesta empinada que finalizaba en la puerta de la muralla que daba acceso a la ciudad. La muralla era muy alta y de gran dureza, el material tenía aspecto de pedernal y era muy similar a las descripciones que habían llegado hasta su época, poseía de vez en cuando una torre cuadrada, en la que había alguaciles observando.
Se bajó del burro y tirando de él subió la pendiente que le quedaba, llegando a la puerta unos guardias bajaron desde las torres que custodiaban la puerta a detenerse delante de él:
- ¿Q’al queréis? – dijeron los centinelas, Adrian tuvo que pensar muy rápido y aunque fuera a decir una burrada histórica lo dijo
- Vengo a la escuela del Gran Maslama al-mayriti – los dos centinelas se miraron y se echaron a reír
- La escuela d’al Mayriti se encuentra en al-Qurtuba – Adrian se quedó paralizado, no recordaba ese nombre
- Ahh ¿y no se encuentra él aquí?, traigo buenas nuevas para el Amir de la aritmética – los dos le miraban, se echaron hacia detrás y comenzaron un diálogo muy rápido, Adrián seguía pensando en Qurtuba y por deducción, cayó en que sería Córdoba, la ciudad más grande del mundo en esa época y la sede de toda la cultura y el saber.
- Bueno, al-puede tu pasar – mientras subían a la torre y le habrían la puerta miró hacia un lado y a lo lejos divisó en una colina unas cuantas casas de estilo mozárabe; dependiendo de la orografía del terreno la muralla podía estar tras unos hondos fosos.
- Ve al- qasar y pregunta por al- Amir Matemáticas – Adrian asintió a pesar de estar procesando todavía la información, al-qasar le había sonado parecido a Alcázar, así que iría a palacio preguntando por Maslama al-Mayriti.
Estaba dentro de la almudayna y no sabía hacia donde dirigirse, se sentía desorientado observando su ciudad diez siglos antes de su nacimiento. Cerca de la puerta observaba como por una calle discurría un arroyo encauzado en el medio de la larga calle. Giró 180º para divisar mejor los edificios, al fondo vio las torres cuadradas que había podido divisar desde el cerro esa mañana. Puso rumbo hacia allí, montándose en el asno, mientras que la gente del interior le miraban extrañados, le sorprendió el respeto que todos le estaban teniendo, no consiguió ver ninguna mirada de asco o de arrogancia hacia él, al contrario, la gente le sonreía y algunos le saludaban con la mano. La calle estaba empedrada y al llegar a palacio se bajó del burro, en la puerta había otros dos guardias, su uniforme ira igual que los de la puerta, llevaban pantalones bombachos y chalecos encima de una fina camisa de baja clase.
- Vengo a ver al Gran Sabio Maslama al-Mayriti
- Sígueme, debe ser la visita que el señor anda esperando. – Adrian iba a contestar, pero no le dio tiempo suficiente, el guardia ya había emprendido la guía.
El interior de palacio era bastante lujoso, muebles con mucha ornamentación, techos adornados, columnas talladas y cortinas o tapices bien cuidados de colores claros. Atravesaron un patio en el que en el medio una fuente tenía forma de nenúfar, entraron por otra puerta y subiendo una estrecha escalera hecha con ladrillo llegaron a una puerta cerrada, el guardia iba a golpear la puerta cuando ésta se abrió. El hombre que había abierto la puerta estaba algo mayor, su barba era negra con vetas blancas y su pelo algo largo estaba recogido en un turbante de color naranja. Llevaba una túnica de color beige y grabados en tonos Siena a los lados.
- Hola Adrian, soy Maslama al- Mayriti, te estaba esperando – Adrian se quedó helado, cuando reaccionó pasó dentro de la alcoba y el guardia volvió a su puesto de trabajo.
Davatar30 de noviembre de 2008

3 Comentarios

  • Davatar

    Os pido mil perdones por el retraso pero las pr?cticas de la uni no me dejan mucho tiempo .....MUCHAS GRACIAS POR LEER EL LIBRO

    30/11/08 11:11

  • Voltereta

    Tan interesante y de tanta calidad como los episodios anteriores.

    Me encanta voy a leer el siguiente.

    Un saludo.

    02/12/08 04:12

  • Harmunah

    Demasiadas descripciones, y en este cap?tulo no pasa nada. Es cierto que te puede parecer interesante el pasado hist?rico de Madrid, pero te pasas medio cap?tulo describiendo un monte.

    La narraci?n sigue siendo tu punto flojo.

    Un saludo.

    21/12/08 09:12

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